lunes, 7 de junio de 2021

La Invisibilidad de Dios




La Invisibilidad de Dios (Génesis 32:22-30; Éxodo 24:9-11; 1ª Timoteo 1:17)


Introducción

Encontramos poco sobre el tema de la invisibilidad de Dios entre los libros sobre Sus atributos. Algunos podrán razonar que la invisibilidad de Dios es obvia. Debido a que no podemos ver a Dios, ¿porqué intentar probar que Él es invisible? Otros podrán mirar la invisibilidad de Dios como un problema, algo confuso, incluso tal vez como un obstáculo a la fe y a la vida en Dios. Pero no lo es, simplemente. Debiéramos acordarnos de las palabras de Jesús con relación a Su partida de la tierra y por tanto, a Su invisibilidad, mientras comenzamos nuestro estudio:

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy n mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:18-21).
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; por si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me verán más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:7-11).

“Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (Juan 16:16).
Podemos suponer erróneamente que Jesús está diciendo a Sus discípulos que ahora lo ven; pero por poco tiempo. Estará invisible durante tres días y después nuevamente estará visible después de Su resurrección. No creo que Él esté diciendo esto. Jesús está diciendo que Sus discípulos en ese momento lo ven físicamente; pero después de Su muerte, entierro, ascensión y la llegada del Espíritu Santo prometido, ellos le “verán” de una forma mucho más clara. Les hablará clara y abiertamente y comprenderán (algo que no fue así durante el tiempo de Sus enseñanzas mientras estuvo en la tierra —ver Mateo 15:17; 16:11; Lucas 2:50; 9:45; Juan 10:6; 20:9). Y mientras Él esté invisible para el mundo después de Su ascensión, Él se mostrará en forma muy evidente a quienes creen en él. Estos sentirán Su presencia con más certeza y Él ya no morará entre ellos sino en ellos. La presencia ‘invisible’ de nuestro Señor es mejor que lo fue Su presencia visible. Tenemos un gran privilegio al conocer a Dios en forma más íntima después de la muerte, resurrección y ascensión de nuestro Señor.

Algunos podrán creer que la Biblia se contradice con relación a la invisibilidad de Dios. Algunos textos expresen claramente que Dios es invisible y que no puede ser visto:
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seño del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:8).

“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén” (1ª Timoteo 1:17).

Pero también hay textos en los que los hombres declaran haber visto a Dios:

“Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:30).

“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:11).

“…y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:14).
¿Deberían los cristianos bajar las manos con desesperación? Como algunos escépticos dicen, ¿está la Biblia ‘llena de errores e inconsistencias”? Comenzaremos con las aparentes contradicciones. Después consideraremos la invisibilidad de Dios y la encarnación visible del Señor Jesucristo. Finalmente, veremos algunas de las numerosas implicancias de la doctrina de la invisibilidad de Dios.
Considerando las Aparentes Contradicciones

A la luz de lo que nos dicen algunos textos de que Dios es invisible y otros textos que Dios ha sido visto por los hombres, apliquemos a continuación verdades bíblicas para que nos ayuden a resolver estas contradicciones aparentes.

(1) Dios no tiene una forma física.

“…y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oir la voz, ninguna figura visteis” (Deuteronomio 4:12”

“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).

Tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos indican que Dios no tiene forma; esto es que Dios no tiene un cuerpo físico.

(2) Dios es espíritu.


La razón de esto la explica nuestro Señor en Sus palabras dirigidas a la mujer junto al pozo:

“Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:24).
Esta mujer se refirió a la disputa entre los judíos y los samaritanos sobre el lugar donde Dios debía ser adorado. Los judíos adoraban a Dios en Jerusalén y Jesús pudo haberla corregido señalándole esto. Pero no lo hizo. Jesús le informó que debido a Su encarnación, la adoración no sería nunca más lo mismo. Específicamente, la adoración no sería nunca más restringida a un solo lugar. Los hombres adoraban a Dios en Jerusalén porque ese era el lugar que había elegido Dios para morar. Pero cuando Dios se vistió de humanidad en la encarnación (la venida de Cristo a la tierra), Dios quiso morar no sólo entre Su pueblo, sino que en Su pueblo. Cuando Jesús ascendió al cielo y el Espíritu Santo vino a morar dentro de la iglesia, ésta podía ya adorar a Dios en cualquier lugar, porque la presencia de Dios entre los hombres es espiritual y no física. Dios es espíritu, por lo que no está restringido a un lugar y tampoco la adoración está restringida a uno. Dios es invisible porque Él es espíritu y no carne.

(3) Cuando Dios se les aparece a los hombres, se aparece en una gran variedad de ‘formas’.

Podríamos pensar que esta aseveración se contradice con lo que se ha dicho previamente; pero no es así. Dios no tiene una forma física; pero en la Biblia leemos que se les aparece a los hombres en variadas formas. Estas ‘formas’ son tanto vagas como variadas. Cuando Dios se les aparece a los hombres, algunas veces las descripciones de Su apariencia son vagas. En Génesis 32, leemos el acontecimiento de un lucha muy extraña. De la descripción del ‘hombre’ con quien peleó Jacob, no podríamos deducir que era otro hombre:
“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 33:24-30).
¿Qué provocó el cambio en la mente de Jacob para constatar que ese ‘hombre’ no era otro que Dios mismo? No pareciera ser que se tratara de algo inusual en la apariencia de esta persona. Ciertamente, pareciera ser que tampoco se debió al infinito poder de ese varón. La única indicación que nos dice que este ser era Dios, está contenida en las palabras que le dijo a Jacob:
“Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí” (Génesis 33:28-29).
Casi puedo ver las ruedas de la mente de Jacob, comenzando a girar: “¿Cuándo luché con Dios? Y, ¿cómo puede ‘bendecirme’ esta persona; pero no decirme su nombre?” Repentinamente, lo supo. Había estando luchando con Dios. Aquí había algo sobre lo cual podría meditar durante mucho tiempo. ¿Cómo había estando luchando con Dios?

Como estamos estudiando la invisibilidad de Dios, es importante observar que cuando Dios se le apareció a Jacob, de la manera que lo hizo, Su apariencia fue la de un hombre. No se hace mención alguna de vestimentas blancas brillantes o de una luz brillante. No hubiéramos sabido que se trataba de Dios por Su apariencia. Pero por las palabras que Dios dijo, Su identidad se nos hace evidente.

Otras apariencias o manifestaciones de Dios a los hombres son más espectaculares y muestran más Su majestad y Su gloria. Sin embargo, las ‘descripciones’ de Dios cuando apareció, están lejos de lo que se detalla:
“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).
En realidad este es un incidente inusual escondido en medio del libro de Éxodo. Setenta y cuatro hombres vieron a Dios y comieron una comida festiva en Su presencia. No hay duda que se trata de Dios y que todos estos hombres le vieron de algún modo. Lo maravilloso es que vivieron para contarlo. Pero si alguien debiera describir a Dios sólo basándose en esta descripción, en un encuentro muy inusual con Dios, ¿cuánto sabríamos de Su apariencia? Lo único que nos dice este texto es que cuando vieron a Dios, vieron sus pies (versículo 10). Se nos dice más de lo que estaba debajo de Sus pies que cualquier otra cosa. Ciertamente es una descripción muy vaga. Es posible que Dios haya estado visible; pero ciertamente no completo.

Uno de los principales textos del Antiguo Testamento que describe la apariencia de Dios a los hombres, lo encontramos en los primeros capítulos del libro de Isaías:
“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo;: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dijo: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas” (Isaías 6:1-6).
Con toda seguridad Isaías vio al Dios de Israel y esto tuvo un gran impacto sobre él. Pero, ¿qué sabemos de la apariencia de Dios a partir de este pasaje? ¿Cómo podríamos describir a Dios basados en la descripción que hace de Él Isaías? Isaías mismo habla más de la apariencia de los ángeles que de la apariencia de Dios. Él estaba sentado en un trono y vestía un manto. Los ángeles no proclamaron sobre la apariencia de Dios, sino cómo se veía. Proclamaron el carácter de Dios. Hablaron de Su santidad y de Su gloria. El impacto sobre Isaías fue una toma de conciencia máxima de su propia maldad como un pecador. Esta revelación del carácter de Dios, provocó en Isaías una visión de cuánto había caído de la gloria de Dios. En la medida que Isaías creció en el conocimiento del carácter de Dios, creció en el conocimiento de sí mismo. Lo que Isaías vio de sí mismo, no era lindo.

(4) Sería fatal ver el ‘rostro’ de Dios.

En aquellas instancias en las que se dice que los hombre vieron a Dios, se expresa sorpresa por haber vivido para contarlo. Jacob se maravilló al ver que su vida había sido preservada (Génesis 32:30). Moisés notó que Dios “no extendió Su mano” en contra de los 74 hombres que se dice que habían visto al Dios de Israel (Éxodo 24:10-11). Dios informó a Moisés que él no podría verlo y vivir (Éxodo 33:20). Cuando Gedeón tomó conciencia de haber visto “al ángel de Dios cara a cara” (Jueces 13:21-21), se le aseguró que no moriría (versículo 23). Manoa y su mujer, quienes se convertirían en los padres de Sansón, se asombraron de no haber muerto por haber visto a Dios como “el ángel del Señor” (Jueces 13:21-23). Al parecer Pablo está diciendo que los hombres no pueden ver a Dios y vivir cuando declara que Dios mora en “la luz inaccesible” (1ª Timoteo 6:16). Acercarse a Dios es igual a dibujar cerca de un horno encendido a altas temperaturas. Es peligroso para la salud de quien lo hace (ver también Éxodo 33:2-5).

(5) Existe una diferencia entre ver a Dios’cara a cara’ y ‘ver la cara de Dios’.

La expresión ‘cara a cara’ es en sentido figurado. En las Escrituras está claro que ver a Dios ‘cara a cara’, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, cuando en la primera parte de Éxodo 33, se dice que él ha hablado con Dios “cara a cara”:
“Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:9:11; énfasis del autor).
Lo importante de este texto, no es que Moisés en realidad viera el rostro de Dios, sino que hablaba con Él íntimamente. Esto se aclara notablemente en los versículos que siguen:
“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:18-23; énfasis del autor).
Dios le habló a Moisés “cara a cara”; pero no le permitió “ver Su rostro”. Por lo tanto, ver a Dios “cara a cara”, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Hablar “cara a cara”, significa hablar con alguien sobre una base personal e íntima, de la forma en que un amigo le habla a otro amigo. Encontramos algo similar en Números 14:
“Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:13-14; énfasis del autor).
Dios fue visto “cara a cara” por los israelitas. En el contexto, esto significa que Dios hizo conocer Su presencia a los israelitas, por medio de la nube que les conducía y que llegó a ser una columna de fuego por la noche. No significa que Dios tiene ojos físicos y que los israelitas vieron esos ojos. La presencia de Dios estaba con Su pueblo y Él hizo que esa presencia se conociera. Pero nadie en ninguna parte vio el rostro de Dios, porque Dios no tiene rostro. Dios es Espíritu y no carne. Es invisible a los hombres, porque Él no tiene cuerpo y se hace visible a los hombres por varios medios. Aparece como un hombre, que era el ángel de Jehová. Se hizo conocer a Sí mismo por medio de una nube y bajo varias otras apariencias; pero ninguna de ellas fue una revelación completa. Y no hubo ninguna ocasión en la que los hombres vieron el rostro de Dios.

La Invisibilidad y la Apariencia de Jesucristo

Lo mismo que vemos en el Antiguo Testamento con relación a la invisibilidad de Dios y Su aparición a los hombres, surgen nuevamente en el Nuevo Testamento, con la apariencia de Jesucristo. Jesús es el único que ha visto al Padre y que ahora habla por Él:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual. Siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:1-3a)
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución. , ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimiento del Espíritu Santo según su voluntad” (Hebreos 2:1-4).
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha hecho conocer” (Juan 1:18).
“No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre” (Juan 6:46)

“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Juan 8:38).
Jesús estuvo con el Padre desde el principio (Juan 1:1-2). Sólo Él ha visto verdaderamente al Padre (6:46). Él habló de aquellas cosas que vio cuando estaba con el Padre (8:38). Él es la revelación última y completa a los hombres (Hebreos 1:1-3a). Haríamos bien en atender lo que Él ha hablado y lo que ha sido registrado por aquellos que lo vieron, cuya confiabilidad como testigos fue confirmada por las señales y maravillas que Dios hizo a través de ellos (Hebreos 2:1-4).

Conclusión

El Dios que es Espíritu y que, por lo tanto, es invisible, ha querido por gracia manifestarse a los hombres en varias formas a través de la historia. Finalmente, Dios se reveló completamente en Jesucristo (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Adoramos a un Dios que no podemos ver, a un Dios que es invisible. Esta verdad pareciera ser como un ’mosquito’ teológico; una verdad eclipsada por muchos más ‘camellos’ teológicos prácticos. Pero la doctrina de la invisibilidad de Dios es una verdad con muchas implicaciones y aplicaciones muy significativas. Al concluir, me gustaría señalar algunas ramificaciones prácticas de la invisibilidad de Dios.

(1) La invisibilidad de Dios está unida en forma inseparable a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor. La fe, la esperanza y el amor, son tres temas fundamentales de la Biblia. Pablo habla de ellos en 1ª Corintios 13:13. Observen cómo los escritores del Nuevo Testamento unen cada uno de estos tres elementos importantes de nuestra fe y de nuestra vida cristiana a la invisibilidad de Dios.
“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).
“Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardemos” (Romanos 8:24-25).
“… a quien amáis sin haber visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1ª Pedro 1:8).
(2) La invisibilidad de Dios, uno de los atributos de Dios, es un atributo fundamental de muchas de las bendiciones que tenemos como cristianos. Por cuanto ya hemos desglosado esta verdad en el mensaje, ciertamente parece reiterativo. La invisibilidad de Dios no es una obligación que debiéramos buscar para negar o superar. En palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya…” (Juan 16:7). Él no está menos presente entre nosotros por el hecho que se haya ido y que sea físicamente visible. Está más presente a través de Su Espíritu, a quien Él nos envió. El Espíritu Santo convoca la presencia de Cristo. El Espíritu Santo mora en el individuo y por tanto, en la iglesia. El Espíritu Santo inspiró a los apóstoles para recordar y después registrar las palabras y enseñanzas de nuestro Señor. El Espíritu Santo regenera y convierte a los no creyentes e ilumina y le da poder a los creyentes. Por Su invisibilidad, no somos espiritualmente más pobres, sino más ricos debido a Su invisibilidad.

(3) La invisibilidad de Dios, también puede ser un problema para los santos. Desafortunadamente, los cristianos no siempre aceptan los beneficios que tenemos por la presencia invisible de la presencia con nosotros de nuestro Señor a través del Espíritu Santo. Existen ocasiones en que queremos tener la seguridad de que Él está con nosotros. Cuando perdemos la visión (disculpen el juego de palabras) de los beneficios de la invisibilidad de Dios, comenzamos a buscarle en medios visibles. Podemos vernos inclinados a ‘mirar las cosas exteriormente’ (2ª Corintios 10:7), más que enfocarnos en los cosas que no se ven, las cosas invisibles que son eternas:
“Por tanto no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2ª Corintios 4:16-18).
Peor aún, es posible que nos veamos tentados a probar a Dios, demandando que Él pruebe Su presencia ejecutando algún milagro visible, como lo hicieron los israelitas en el desierto (Éxodo 8:1-7; Números 14:1-25). Esto es exactamente el llamado que hiciera Moisés hiciera a los israelitas en el sentido que no lo hicieran (Deuteronomio 6:16). Esto es también lo que Satanás trató de hacer al tentar a nuestro Señor (Mateo 4:5-7). Y es lo que Pablo solicitó a los cristianos no hacer (1ª Corintios 10:9).

(4) La invisibilidad de Dios nos indica que miremos las cosas que son invisibles y no las que lo son. Tengo amigos que son ciegos. Debido a su ceguera no pueden confiar en la visión; en vez de ello, deben confiar más en los otros sentidos. La invisibilidad de Dios (lo que causa nuestro andar espiritual y nuestros conflictos), significa que debemos confiar más en nuestros sentidos que en nuestra visión física. En palabras de Pablo, debemos “caminar por fe y no por vista” (2ª Corintios 5:7). El escritor a los Hebreos señala la relación entre la fe y lo que no se ve:
“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).

“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7)

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).
¿En qué, entonces, basamos nuestra fe si no es por vista? Basamos nuestra fe en la Palabra de Dios. Esta es la forma que siempre se pensó que fuera. Es a la Palabra de Dios, que Adán y Eva decidieron desobedecer. Confiaron en una serpiente más que en Dios, y comieron el fruto prohibido porque parecía ser bueno. Como resultado, sus ojos fueron abiertos; pero lo que ‘vieron’, no fue bueno (Génesis 3:1-7).
Las espectaculares evidencias visibles de la presencia de Dios en el Monte Sinaí, no fueron una revelación de la forma de Dos. Los israelitas deseaban ‘ver’ a su Dios; por eso hicieron una imagen dorada que representaba a Dios en la forma de un becerro de oro. Dios, sin embargo, quería representarse a Sí mismo a través de Su Palabra. Fue la Palabra de Dios la que se grabó en piedra y no Su imagen física. Fue la posesión de la Palabra de Dios que distinguió a los israelitas por sobre todas las naciones y Dios confirmó Su Palabra con las obras poderosas que Él ejecutó en la visión de ellos (Deuteronomio 4:1-8). Las cosas de las cuales fueron testigo los israelitas en el Monte Sinaí, fueron hechas para que el pueblo pudiera creer y obedecer la Palabra de Dios (Deuteronomio 4:9-18). Dios castigó a los israelitas por haber desobedecido a Su Palabra, a pesar de las evidencias visibles de Su presencia y del poder y de la verdad de Su Palabra (Números 14:22).
Aunque muy interesante, no fue sólo la revelación de Dios que demostró Su poder y Su presencia. No fue sólo que la gloria de Dios se acercara lo suficiente como para que muriera el que se acercara demasiado. También fue el oir la Palabra de Dios. Dios se manifestó a Sí mismo a través de Su Palabra y los israelitas temieron de Su Palabra —e hicieron bien de acuerdo a las palabras de Dios:
“…conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oir la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho” (Deuteronomio 18:16-17).
En el contexto de estos dos versículos, Dios está advirtiendo a Su pueblo acerca del peligro de falsos profetas y también está prometiendo la venida de alguien quien, al igual que Moisés, revelará la Palabra de Dios a los hombres. Esta persona no es otra que nuestro Señor Jesucristo. Él es “la Palabra (Verbo)” (Juan 1:1-2), la revelación completa y final a los hombres a quién deberíamos prestar atención (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Cuando los tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan vieron una demostración de la gloria de nuestro Señor en la transfiguración, fue por un propósito; un propósito que Dios les indicó claramente:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, otra para Elías: Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:1-5; énfasis del autor).
La gloria de Dios fue revelada en el Monte Sinaí para que los israelitas tomaran en serio la Palabra de Dios. La gloria de nuestro Señor, le fue revelada a Pedro, Jacobo y Juan, para que tomaran en serio las palabras de Jesús. Y así lo hicieron:
“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en él tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de las Escrituras es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:16-21).
Cuando el Señor Jesús se acercó al tiempo de Su muerte, resurrección y ascensión, comenzó a hablarle en forma más abierta a Sus discípulos acerca de aquellas cosas que serían cruciales para ellos en los días de Su ausencia e invisibilidad. Esto lo vemos especialmente en el Sermón del Aposento Alto y en la oración sacerdotal de nuestro Señor en Juan 14-17. El Señor Jesús habla constantemente de Su Palabra y de Su Espíritu Santo. A través de estas cosas, nuestro Señor morará en Sus santos. Y ellos morarán en Él en la manera que moren en Su Palabra. Dios se ha revelado a Sí mismo en Su Palabra inspirada e infalible. Aquí está la base de nuestra fe. Aquí están los medios mediante los cuales los hombre serán salvos. Aquí están los medios mediante los cuales los creyentes crecerán. Aquí están los estándares de nuestra conducta y la luz que guiará nuestros pasos. Por medio de Su Palabra y a través de Su Espíritu, Dios está presente y es conocible en este mundo en donde los hombres no le ven.

Es la Palabra de Dios que nos hace ver no las cosas que se ven, sino aquellas que no lo son (2ª Corintios 17-18). Cuando ejecutamos actos de servicio y de adoración, no debemos hacerlo por los hombres, no debemos hacerlo para buscar su aprobación o sus aplausos; más bien debemos hacerlo para servirle a Él, el invisible.:
“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquenas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:2-6).
El Dios invisible, el Dios “que está en secreto”, nos insta a ejecutar nuestras acciones de justicia en una forma consecuente con Su invisibilidad. Para servir a Dios, no debemos pretender hacerlo desde una plataforma pública, sino actuar en cuanto a nuestro adoración y servicio, lo más secretamente posible, sabiendo que Dios que está “en secreto”, ve lo que estamos haciendo y nos recompensará en Su tiempo.

Nuestras acciones espirituales involucran mucho más que lo que se ve (Efesios 6:10-12). De igual manera, la provisión de Dios para nuestra protección también es invisible, a no ser que nuestros ojos sean milagrosamente abiertos para ver lo invisible:
“Tenía el rey de Siria guerra contra Israel, y consultando con sus siervos, dijo: En tal y tal lugar estará mi campamento. Y el varón de Dios envió a decir al rey de Israel: Mira que no pases por tal lugar, porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel envió a aquel lugar que el varón de Dios había dicho; y así lo hizo una y otra vez con el fin de cuidarse. Y el corazón del rey de Siria, se turbó por esto; y llamando a sus siervos, les dijo: ¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros es del rey de Israel? Entonces uno de los siervos dijo: No, rey señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta. Y él dijo: Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue dicho: He aquí que él está e Dotán. Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. Y se levantó de mañana y salió el que servía al varón de Dios, y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿qué haremos? Él le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo. Después les dijo Eliseo: No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guió a Samaria. Y cuando llegaron a Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y Jehová abrió sus ojos, y miraron, y se hallaban en medio de Samaria. Cuando el rey de Israel los hubo visto, dijo a Eliseo: ¿Los mataré, padre mío? Él le respondió: No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores. Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel” (2 Reyes 6:8-23).
Nuestra adoración debe considerar los ángeles invisibles que están presentes, observando aprendiendo (1ª Corintios 11:10). A las mujeres se les advierte de no poner tanto énfasis en su apariencia externa; más bien deben dar prioridad a su ser interno escondido:
“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1ª Pedro 3:1-5).
Lo que no se ve, juega una parte muy importante en la vida del cristiano, cuyo Dios no puede ser visto por ojo humano, sino con los ojos de la fe.

(5) La invisibilidad de Dios se hace visible a través de Su iglesia y de Sus santos. ¿Cómo se manifiesta Dios a aquellos que no creen? En Romanos 1, Pablo nos dice que Dios se revela a través de Su creación:
“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).
Dios también se hace visible a los hombres a través de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Lo que Dios comenzó a hacer y a enseñar por medio de Su Hijo, continúa haciéndolo y enseñándolo a través de Su iglesia (Hechos 1:1ss.). La iglesia es Su cuerpo y Su medio para trabajar y llevar testigos a los hombres en este mundo:
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9).
Es nuestro llamado y nuestro privilegio manifestar las excelencias de Dios a este mundo perdido y moribundo.

(6) La invisibilidad de Dios es una de las barreras insuperables entre el no creyente y la fe en Dios. Muchos suponen que ver es creer. Ellos, al igual que Tomás el incrédulo, se niegan a creer en lo que no ven (ver Juan 20:25). El hecho es que ver nunca es una base suficiente para la fe, pues la fe tiene sus raíces en una convicción relacionada con lo que no se ve (Hebreos 11:1-2). Los judíos vieron a Jesús quien manifestó a Dios a los hombres —Dios encarnado. Entre más señales veían, más pedían (Mateo 12:38-45). Sólo cuando Dios abre los ojos espirituales de los no creyentes, ellos serán capaces de ‘ver’ al que es invisible.

Mientras consideraba el tema de la invisibilidad de Dios y sus implicaciones para los perdidos, mi mente se volvió al encuentro de Jesús con Nicodemo, en Juan 3:
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:1-15; énfasis del autor).
Como judío, Nicodemo era un hombre cuya vida obró en base de lo que veía. El judaísmo estaba obsesionada con los rituales externos y visibles de la justicia. No le dio la importancia debida a los asuntos del corazón, a lo que no se veía (ver Lucas 16:15). En base a las señales y maravillas de Jesús, Nicodemo tuvo que admitir que Jesús estaba muy cerca de Dios. Pero Jesús presionó a este maestro de los judíos a ir más allá de lo visible —a lo invisible. La salvación no se trata de lo que se ve, sino de lo que no se ve. La concepción de un niño no se ve; pero con el tiempo los resultados de ese acto se hacen evidentes con el nacimiento del niño. Lo mismo sucede con la salvación. La salvación no es el resultado del esfuerzo del hombre; sino el resultado de la obra invisible de Dios (ver Juan 1:12-13).

Jesús relacionó esta obra de Dios milagrosa; pero invisible a los efectos del viento. Nadie nunca, ha visto al viento; pero asimismo, nadie cuestiona su existencia. Sabemos que el viento está presente porque podemos ver sus efectos. Lo mismo sucede con el Espíritu Santo. No podemos ver al Espíritu Santo; pero podemos ver las evidencias de Su obra en la vida de los hombres, hombres como Pedro y Pablo y —si ustedes han nacido de nuevo como hijos de Dios— como usted. Este maestro de las Escrituras debería haber sabido de sus estudios sobre ellas, que las obras externas de los hombres no les salvan, sino la renovación interna del Espíritu Santo, una obra invisible, cuyos efectos pronto se harán evidentes.

Es posible que estemos pensando que es prominente maestro de Israel, debiera saber más; pero antes que nos pongamos demasiado exigentes, consideremos este asunto a luz de nuestro propio pensamiento y práctica. ¿Somos culpables de implicar (si no establecer) que la gente se salva por llenar un formulario, alzar sus manos, ir al frente o por ser bautizados? Seamos muy claros que la obra de la salvación es la ora invisible del Dios invisible, cuyos efectos son visibles.

Con frecuencia oigo hablar a los cristianos en el sentido que si sus amigos y familiares no creyentes creerían si sólo Dios se les revelara de alguna forma espectacular. Simplemente, esto no es así. ¿Cuánto más habría hecho el Señor Jesús para probar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios? Como Jesús lo dijo, sólo aquellos a quienes el Señor atrae hacia Sí, creerán. Para aquellos de nosotros que tienen una confianza indebida en nuestras habilidades apologéticas, en nuestra habilidad de convencer a hombres y mujeres fieles, les recordaría que es la Palabra de Dios y es el Espíritu de Dios que convence y convierte a los hombres. No nos engañemos a nosotros mismos pensando en que si habláramos claramente del evangelio o que si forzáramos más a los hombres, ellos creerían. Esto es signo de ignorar la doctrina de la depravación de los hombres, la invisibilidad de Dios y de la inhabilidad de todos para ‘ver’ a Dios separado del alumbramiento divino.

Como cristianos, es nuestra responsabilidad hablar y ver es la obra de Dios:
“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santo, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole delos muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas ajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena todo” (Efesios 1:15-23).
Que Dios abra nuestros ojos espirituales para ver las cosas maravillosas que Él tiene para nosotros:
“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios” (1ª Corintios 2:6-10).



Robert L. (Bob)Deffinbaugh graduated from Dallas Theological Seminary with his Th.M. in 1971. Bob is a pastor/teacher and elder at Community Bible Chapel in Richardson, Texas, and has contributed many of his Bible study series for use by the Foundation.


jueves, 1 de abril de 2021

Discipulado


El discipulado es la tarea principal que Jesús le dio a la iglesia en esta era, por lo que cada creyente debe responder dos preguntas:

¿Estoy haciendo discípulos?

¿Estoy discipulando personas y siendo discipulado de acuerdo con el paradigma bíblico?

El discipulado a menudo se reduce a adquirir nueva información, abrazar ciertas disciplinas o adoptar ciertos comportamientos, pero este no es el corazón del discipulado. Puede conocer la información, vivir una vida disciplinada y comportarse correctamente sin ser discipulado. En su fundamento, el discipulado es un proceso que produce transformación a medida que un pueblo contempla corporativamente la belleza de Dios en la persona de Jesús. Si el discipulado comienza en cualquier otro lugar, puede lograr algunas cosas valiosas, pero ha perdido de vista su marco bíblico.

Le hemos enseñado a la gente a comportarse, pero ¿les hemos enseñado a contemplar?

Si las personas adoptan ciertos ritmos y se involucran en ciertas disciplinas, pero no están fascinadas por la belleza de Dios, entonces no están discipuladas. En consecuencia, debemos llevar a la gente a contemplar a Dios y ser transformados a Su imagen. Dios no está buscando personas que se comporten como Él. Está buscando gente que se vuelva como él.

En El discipulado comienza con la contemplación, descubra:

Por qué el discipulado bíblico se centra en contemplar corporativamente la belleza de Dios en la persona de Jesús.

Por qué contemplar siempre ha sido fundamental para los propósitos de Dios para su pueblo.

Cómo la contemplación corporativa es fundamental para la forma en que Dios se relaciona con su pueblo comenzando en el Jardín del Edén y continuando a través del Éxodo, el Tabernáculo de David y la iglesia del Nuevo Testamento.

Cómo Dios planea cumplir sus propósitos a través de un pueblo que lo contempla y llega a ser como él.

Cómo contemplar la belleza de Dios solo y junto con los demás.

Por qué disciplinas simples como cantar son mucho más poderosas de lo que nos damos cuenta.

La gran necesidad de nuestro tiempo es un pueblo que esté contemplando la belleza de Dios por el Espíritu y esté satisfecho en Él.

viernes, 19 de marzo de 2021

Jesús en sus propias palabras - Robert Mounce

 

Robert Mounce simplificó los evangelios contando la historia intercalando los eventos y a su vez escribiendo como si el propio Jesús relatara la historia

LA CRUCIFIXION

 EL CAMINO A GÓLGOTA

 Luego me sacaron del patio al lugar donde me crucificarían. De camino al Gólgota, los guardias agarraron a un hombre llamado Simón que venía del campo. Era el padre de Alejandro y Rufus y procedía de Cirene en el norte de África. Le hicieron cargar mi cruz y seguirme detrás. Nos siguió una gran multitud, incluidas algunas mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por mí. Me volví hacia ellas y les dije: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos. Se acercan los días en que la gente dirá: '¡Qué afortunadas son las mujeres que nunca han dado a luz, úteros que nunca han dado a luz, pechos que nunca han amamantado!' La gente llegará al punto de decirle a las montañas: '¡Caigan sobre nosotros! 'y a las colinas,' ¡Cúbrenos! 'Si Dios hace esto cuando el árbol está verde, ¿qué hará cuando se seque? Es decir, si permite que su ungido sufra así, cuánto más sufrirá una nación impenitente en el juicio venidero.

 Otros dos, que eran criminales, fueron llevados conmigo para ser ejecutados.

(Mateo 27: 31b – 32; Marcos 15: 20b – 21; Lucas 23: 26–32; Juan 19: 17a)

 

 LA CRUCIFIXIÓN

 Cuando llegamos al lugar de ejecución, “La Calavera” (o Gólgota, como se la conoce en el idioma judío), los soldados me ofrecieron un poco de vino mezclado con una droga llamada mirra. Tomé un sorbo, pero era demasiado amargo para beber. Luego me clavaron en la cruz entre dos criminales, uno a mi derecha, el otro a mi izquierda.

 "Padre, perdónalos", oré, "no saben lo que están haciendo". Eran como las nueve de la mañana.

 Pilato clavó sobre mi cabeza una tabla que decía: "Jesús de Nazaret, el Rey de los judíos". Estaba escrito en arameo, latín y griego para que todos pudieran entenderlo. Mucha gente en Jerusalén leyó esta inscripción porque el lugar donde fui crucificado estaba a las afueras de la ciudad. Los principales sacerdotes fueron a Pilato y le dijeron: "¿Por qué escribiste:" El Rey de los judíos?” Deberías haber escrito: 'Este hombre afirmó ser el Rey de los judíos' ".

 Pilato respondió: "Lo que he escrito permanece escrito".

 Después de que los soldados me clavaron en la cruz, tomaron mi túnica y la rasgaron en cuatro pedazos, uno para cada uno. Como mi prenda interior era sin costuras, tejida de arriba a abajo, los soldados se decían unos a otros: "No la rompamos, tiramos los dados para ver quién se la queda". Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "Dividieron mi túnica, pero tiraron los dados por mi túnica interior".

 Cuando vi a mi madre parada allí con Juan a su lado, le dije: "Madre querida, ¡Juan es ahora tu hijo!" Luego le dije a Juan: "¡Mi madre María es ahora tu madre!" Ese mismo día, Juan la llevó a su casa para vivir como parte de su familia.

(Mateo 27: 33–37; Marcos 15: 22–26; Lucas 23: 33–34; Juan 19: 17b – 27)

 

 EN LA CRUZ

 Cuando la gente pasaba por la cruz, me insultaron, moviendo la cabeza en burla y lanzando insultos: “Tú que destruirías el templo y lo reconstruirías en tres días”, se burlaron, “sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz ".

 Los principales sacerdotes, junto con los expertos legales y miembros influyentes del Sanedrín se unieron a la multitud. “Salvó a otros”, se burlaron, “¡pero no puede salvarse a sí mismo! ¿No se supone que es el Rey de Israel? " preguntaron con fingida sorpresa. “Si desciende de la cruz, creeremos en él. Ha puesto su fe en Dios; que Dios lo libere ahora. . . si quiere. Porque dijo: ¡Soy hijo de Dios!”

(Mateo 27: 38–43; Marcos 15: 27–32a; Lucas 23: 35–38).

 

LOS DOS LADRONES

 Los soldados también se burlaron de mí y se acercaron y me dijeron: "¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!"

 Uno de los dos criminales que colgaban allí seguía insultándome, "¿No eres tú el Mesías? ¡Entonces demuéstralo salvándote a ti mismo y a nosotros también! "

 El otro criminal lo reprendió diciendo: "¿No tienes ningún temor de Dios, incluso cuando estás a punto de morir? Merecemos la muerte por los crímenes que hemos cometido, pero este hombre no ha hecho nada malo ". Luego, volviéndose hacia mí, me preguntó: "Por favor, recuérdame cuando vengas como Rey".

 Y le aseguré: "Este mismo día estarás conmigo en el paraíso".

(Mateo 27:44; Marcos 15: 32b; Lucas 23: 33–43)

 

MI MUERTE

 Hacia el mediodía la luz del sol comenzó a apagarse y una profunda oscuridad se apoderó de todo el país hasta las tres de la tarde. En ese momento grité con voz fuerte en arameo: "Eli, Eli, ¿lema sabachthani?" Es decir, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

 Algunos de los que estaban cerca oyeron mi grito y dijeron: "Escuchen, este hombre está llamando a Elías".

 Sabiendo que mi trabajo en la tierra estaba completo, dije: "Tengo sed".

 Uno de los hombres que estaba allí corrió y empapó una esponja con vino agrio, y usando la rama de una planta de hisopo, la acercó a mi boca para que pudiera humedecer mis labios.

 "Esperen", dijeron los demás, "veamos si Elías viene y lo saca de la cruz".

 Una vez más levanté la voz y grité: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu". Mientras respiraba por última vez, el velo del santuario se rasgó repentinamente de arriba a abajo. Al mismo tiempo, la tierra tembló violentamente, se rompieron enormes formaciones rocosas, se abrieron tumbas y muchos del pueblo de Dios que habían muerto resucitaron. (Después de que resucité, estos santos salieron de las tumbas y fueron a Jerusalén, la Ciudad Santa, donde se aparecieron a muchas personas).

 Cuando el capitán romano y las otras tropas asignadas para protegerme, vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, se asustaron y exclamaron: “¡Sin duda alguna, este hombre era el Hijo de Dios! No es culpable de los cargos que se le imputan”. Cuando la multitud que se había reunido para verme morir vio lo que había sucedido, regresaron a la ciudad golpeándose el pecho de dolor. (Mateo 27: 45–54; Marcos 15: 33–39; Lucas 23: 44–48; Juan 19: 28–30)

 

 TESTIGOS DE MI CRUCIFIXION

 Pero mis amigos, incluidas las mujeres que me habían seguido desde Galilea para atender mis necesidades, permanecieron a distancia y continuaron mirando. Entre ellos estaban mi madre María y su hermana Salomé (esposa de Zebedeo y madre de Santiago y Juan), María esposa de Clopas (y madre de Santiago el menor y José) y María Magdalena.

(Mateo 27: 55–56; Marcos 15: 40–41; Lucas 23:49; Juan 19: 25–27)

 

 MI COSTADO ES PERFORADO

 Como era viernes, las autoridades judías pidieron a Pilato que rompiera las piernas de los hombres crucificados y les bajara los cuerpos. No querían que estuviéramos en la cruz durante el sábado, especialmente durante la Pascua. Entonces vinieron los soldados y rompieron las piernas de los dos hombres que habían sido crucificados conmigo. Pero cuando vinieron a mí, pudieron ver que ya había muerto. Entonces no me rompieron las piernas.

 Pero uno de los soldados me clavó una lanza en el costado y al instante brotaron sangre y agua. Los discípulos sabían que esto era cierto porque fue informado por un testigo confiable que realmente lo vio suceder. Así que ahora todos pueden creerlo. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura, "No se romperá ni uno de sus huesos", y "Mirarán a aquel en cuyo costado clavaron una lanza". (Juan 19: 31–37)

 

 MI SEPULTURA

 José de Arimatea era un miembro muy respetado de la corte judía, un hombre bueno y recto, y también uno de mis seguidores. No reconoció abiertamente esta relación porque temía lo que pudieran hacer las autoridades religiosas. Sin embargo, en este caso, decidió ir a Pilato y pedir mi cuerpo.

 Como era viernes, el día de preparación, y mañana sería sábado cuando no se podía hacer ningún trabajo, era esencial que mi cuerpo fuera bajado antes de la puesta del sol. José esperaba con ansias la venida del reino de Dios y, por lo tanto, no había consentido los planes que los líderes religiosos habían hecho contra mí. Así que fue a Pilato y pidió mi cuerpo, una petición que requirió de un valor considerable.

 Pilato tenía sus dudas sobre si yo podría haber muerto tan pronto, así que llamó al oficial romano a cargo para preguntarle si ya estaba muerto. Cuando el oficial informó que había muerto, Pilato le dio permiso a José para que se llevara mi cuerpo. Entonces José lo bajó de la cruz. Nicodemo [el fariseo que algún tiempo antes me había visitado por la noche] había venido trayendo unas setenta y cinco libras de especias, una mezcla de mirra y áloe. Los dos hombres envolvieron mi cuerpo en una sábana de lino, entrelazada con especias, como lo exigen las costumbres funerarias judías. Cerca del lugar donde fui crucificado había un jardín en el que José tenía su propia tumba excavada en la roca que nunca se había usado. Como el sábado estaba a punto de comenzar, colocaron mi cuerpo en la tumba, hicieron rodar una piedra grande en forma de disco a través de la abertura y se fueron.

 María Magdalena y María, la madre de Jesús, siguiéndola, tomaron nota del sepulcro donde estaba mi cuerpo. Luego regresaron a casa y prepararon especias y ungüentos para el entierro. Como había llegado el día de reposo, descansaron como lo requería la ley judía.

(Mateo 27: 57–61; Marcos 15: 42–47; Lucas 23: 50–56; Juan 19: 38–42)

 

 EL GUARDIA EN LA TUMBA

 Al día siguiente, sábado, los principales sacerdotes y los fariseos fueron en grupo a Pilato. “Excelencia”, dijeron, “recordamos que mientras ese impostor aún estaba vivo dijo que después de tres días resucitaría de entre los muertos. Por eso les pedimos que mantengan la tumba bien protegida hasta que pase ese tiempo. De lo contrario, sus discípulos pueden venir y robar su cuerpo y luego afirmar que ha resucitado de entre los muertos. Tal engaño sería peor que el anterior ".

 “Tienen una guardia de soldados”, les dijo Pilato. "Ve y hazlo tan seguro como puedas". Luego fueron y aseguraron la tumba sellando la piedra y poniendo la guardia. (Mateo 27: 62–66)

 

LA RESURRECCIÓN Y APARICIONES

 LA TUMBA VACÍA

 El sábado por la noche, cuando terminó el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé salieron y compraron algunos aceites aromáticos, con la intención de venir a ungir mi cuerpo. Temprano a la mañana siguiente, las dos Marías llegaron a la tumba y, para su sorpresa, hubo un gran terremoto. Un ángel del Señor había descendido del cielo, había quitado la piedra y estaba sentado sobre ella. Su rostro se mostraba como un relámpago y su túnica era blanca como la nieve. Los guardias estaban paralizados de miedo y habían caído al suelo como muertos.

 De camino al sepulcro, las mujeres se preguntaban unas a otras: “¿Quién removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Es demasiado pesado para nosotros ". Pero al llegar, vieron que la piedra ya había sido movida hacia un costado. Entonces entraron a la tumba solo para descubrir que mi cuerpo ya no estaba allí. Mientras estaban allí perplejas, de repente aparecieron seres angelicales con atuendos deslumbrantes. Llenas de miedo, las mujeres se inclinaron con el rostro al suelo. Los ángeles dijeron: “No hay razón para tener miedo; Sé que estás buscando a Jesús de Nazaret que fue crucificado. Pero los vivos no se encuentran entre los muertos. Jesús no está aquí; ¡él ha resucitado! Mira, ahí está el nicho donde lo colocaron. Ahora queremos que vayan rápido y le digas a Pedro ya los demás que Jesús ha resucitado de entre los muertos. Él irá a Galilea y estará allí para encontrarles, tal como lo prometió. Recuerda cómo, antes de salir de Galilea, te dijo que el Hijo del Hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y tres días después resucitar de entre los muertos”.

 Al salir del sepulcro, temblando de emoción, las mujeres corrieron rápidamente a contarle a los once discípulos, pero María se quedó afuera del sepulcro llorando. Aun llorando, se inclinó para mirar dentro. Allí vio a dos ángeles vestidos de blanco sentados donde había estado mi cuerpo, uno a mi cabeza y el otro a mis pies. "Mujer, ¿por qué lloras?" le preguntaron.

 María respondió: "Se han llevado a mi Maestro y no sé dónde lo han puesto". Miró por encima del hombro y me vio allí de pie, pero no me reconoció.

 Le pregunté: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando?"

 Pensando que yo era el jardinero, dijo: "Señor, si usted es el que se lo llevó, dígame dónde lo puso, para que pueda ir a buscarlo".

 Entonces le dije: "¡María!"

 Se volvió hacia mí y gritó en arameo: "¡Rabúuni!" [la palabra significa "Maestro"].

 "¡No necesitas aferrarte a mí!" Dije: “porque todavía no he ascendido a mi Padre. Pero ve a mis discípulos y diles: 'Vuelvo a mi Padre y Dios, y a tu Padre y Dios' ".

 Mientras las mujeres se dirigían a contarles a los discípulos lo que había sucedido, de repente yo estaba allí en su camino. "¡Que te llenes de alegría!" Exclamé. Corrieron hacia mí, cayeron al suelo, agarraron mis pies y me adoraron.

 "No tengan miedo", les dije; “Id y decid a mis discípulos que partan para Galilea; me verán allí ".

 Cuando las mujeres llegaron con buenas noticias, María Magdalena fue la primera en exclamar: "¡He visto al Maestro!". Luego, ella y las otras mujeres (Juana, María la madre de Jacobo, y varias más) contaron a los discípulos todo lo que había sucedido. A los apóstoles, su informe les pareció un cuento ocioso y difícil de creer.

 Sin embargo, Pedro y Juan se fueron para averiguarlo por sí mismos. Se fueron juntos, pero Juan (el más joven) superó a Pedro y llegó primero. Inclinándose para mirar dentro, pudo ver los paños de lino en su lugar, pero no entró.

 Pero cuando llegó corriendo Simón Pedro, fue directamente al sepulcro. Él también vio las mantas de lino y la tela funeraria que me habían enrollado alrededor de la cabeza. (No estaba con los otros envoltorios, sino doblada y acostada sola.) Entonces Juan, que había llegado primero a la tumba, entró. Cuando vio que la tumba estaba vacía, creyó el informe de María. (Los discípulos todavía no entendían de las Escrituras que yo resucitaría de entre los muertos)

(Mateo 28: 1–10; Marcos 16: 1–8; Lucas 24: 1–12; Juan 20: 1–18).

 

GUARDIAS PARA RECLAMAR MI CUERPO ROBADO

 Mientras las mujeres todavía estaban en camino, algunos de los soldados asignados a custodiar la tumba fueron a Jerusalén y les contaron a los principales sacerdotes todo lo que había sucedido. Los sacerdotes se reunieron con los ancianos e idearon un plan. Los guardias debían afirmar que, durante la noche, mientras dormían, mis discípulos vinieron y me robaron. Por ello recibirían una cantidad considerable de dinero. Si el gobernador se enterara de esto, los sacerdotes y los ancianos lo convencerían de que los guardias eran inocentes. Así que no había razón para preocuparse. Los soldados aceptaron el soborno e hicieron lo que les dijeron. Esta historia ha circulado entre los judíos desde entonces. (Mateo 28: 11-15)

 

APAREZCO A DOS DISCÍPULOS EN SU CAMINO A EMMAUS

 Ese mismo día, dos de mis seguidores se dirigían a Emaús, una aldea a unas siete millas de Jerusalén. Mientras caminaban, discutiendo todo lo que había sucedido recientemente en la ciudad, me uní a ellos en su viaje. No me reconocieron, porque Dios les había tocado los ojos. Les pregunté: "¿Qué han estado discutiendo ustedes dos tan seriamente mientras caminan?"

 Se detuvieron en seco, rostros llenos de dolor. Uno de ellos, llamado Cleofás, dijo: "Debes ser la única persona que visita Jerusalén que no está al tanto de lo que ha estado sucediendo aquí estos últimos días".

 "¿Qué sería eso?" Yo pregunté.

 "¿No has oído lo que le pasó al hombre de Nazaret llamado Jesús?" ellos preguntaron. “Él demostró ser un profeta por sus poderosos actos y enseñanzas ante Dios y todo el pueblo. Nuestros líderes religiosos lo entregaron a las autoridades romanas para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Esperábamos que él fuera el enviado por Dios para liberar a nuestra nación, pero fue condenado a muerte, y eso fue hace tres días. ¡Pero eso no es todo! Esta mañana temprano, algunas mujeres de nuestro grupo fueron a su tumba, pero no pudieron encontrar su cuerpo. Al regresar, contaron de una visión en la que los ángeles dijeron que estaba vivo. Así que algunos otros del grupo fueron directamente a la tumba; y, como las mujeres habían informado, su cuerpo no se encontraba por ninguna parte ".

 En ese momento les dije: “¡Necios! Te resulta muy difícil creer todo lo que los profetas escribieron en las Escrituras. ¿No era necesario que el Mesías sufriera como lo hizo antes de entrar en su glorioso reinado?” Luego les expliqué cada pasaje de las Escrituras, de los libros de Moisés y de todos los profetas, que hablaban de mí.

 Cuando nos acercábamos a la aldea adonde se dirigían, actué como si tuviera la intención de continuar. Pero me instaron a quedarme con ellos, diciendo: "El día casi termina y está oscureciendo".

 Así que fui a donde vivían. Esa noche, en la cena, tomé el pan y lo bendije. Rompiéndolo en pedazos, se lo entregué. Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de quién era yo. Pero en ese momento desaparecí de su vista.

 Cleofás y su acompañante se dijeron el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, explicando las Escrituras?" Así que se levantaron de la mesa sin demora y partieron hacia Jerusalén. Al llegar, se dirigieron al lugar donde los once se habían reunido con amigos. Los discípulos exclamaron a los visitantes: “¡El Señor ha resucitado! ¡No hay duda de eso! ¡Se le ha aparecido a Pedro!

 Entonces Cleofás y su acompañante contaron a la reunión lo que había sucedido en el camino y cómo habían llegado a reconocerme cuando estaba en su casa para cenar y comencé a partir el pan. (Lucas 24: 13–35)

 

APAREZCO A DISCÍPULOS, TOMÁS AUSENTE

 Los discípulos estaban juntos en Jerusalén a puertas cerradas por temor a las autoridades judías. De repente, estaba parado allí en medio de ellos.

 "¡La paz sea con vosotros!" Yo dije. Estaban aterrorizados, pensando que yo era un fantasma.

 Le pregunté: “¿Por qué estás tan alarmado y por qué te preguntas quién soy? Mira mi manos y pies; ¡en realidad soy yo! Tócame y lo descubrirás; ningún fantasma tiene carne y huesos como este ". Luego les mostré mis manos y mis pies. Todavía no podían aceptar el hecho de que era yo, tan llenos de alegría y asombro estaban.

 Así que les pregunté: "¿Tienen algo de comer aquí?"

 Me entregaron un trozo de pescado asado, que tomé y comí delante de sus ojos.

 Dije: “Esto es lo que quise decir cuando todavía estaba con ustedes y dije: 'Todo lo que está escrito sobre mí en la ley de Moisés, los profetas y los Salmos debe suceder'”. Entonces abrí sus mentes para que pudieran entender las Escrituras. Dije: “Así está escrito: 'El Mesías tiene que sufrir y morir y resucitar al tercer día'. También está escrito que el mensaje de arrepentimiento y perdón de pecados sea proclamado en mi nombre a todas las naciones, comenzando en Jerusalén. Ustedes serán testigos de todas estas cosas y yo les proporcionaré el Espíritu Santo prometido. Por ahora, sin embargo, espere aquí en Jerusalén hasta que el Espíritu venga del cielo para llenarlos de poder ".

 "¡La paz sea con vosotros!" Dije de nuevo y agregué: "Ahora los estoy enviando, tal como el Padre me envió a mí". Luego soplé sobre ellos y les dije: “Reciban el Espíritu Santo. Si perdonas los pecados de alguien, le quedan perdonados; pero si no perdonas sus pecados, no son perdonados ".

(Lucas 24: 36–53; Juan 20: 19–23)

 

 APAREZCO A DISCÍPULOS, TOMÁS PRESENTE

 Aunque Tomás (llamado "El Gemelo") era uno de los Doce, no estaba con ellos cuando aparecí de repente. Seguían diciéndole: "¡Hemos visto al Señor!"

 Su respuesta fue: “A menos que vea las heridas donde los clavos atravesaron sus manos y las toque con mi propio dedo, nunca lo creeré. Tendré que poner mi mano en su costado donde la lanza hizo sangrar ".

 Una semana después estaban juntos en la casa, y esta vez Tomás estaba allí. Nuevamente aparecí en medio de ellos, aunque las puertas estaban cerradas y bien cerradas.

 "¡La paz sea con vosotros!" Yo dije. Luego, volviéndome hacia Tomás, le dije: “Pon tu dedo aquí donde se clavaron los clavos. Pon tu mano en mi costado. Deja de dudar y aprende a confiar ".

 Tomás exclamó: “¡Eres tú! ¡Señor mío y Dios mío! "

 Le dije: “Tomás, crees porque me has visto. Bienaventurados los que llegarán a creer sin haberme visto jamás”. (Juan 20: 24-29)

 APARECO A LOS DISCÍPULOS JUNTO AL MAR DE TIBERIAS

 Más tarde me aparecí a los discípulos en la orilla del lago Tiberias. Esto es lo que pasó. Simón Pedro, Tomás (el Mellizo), Natanael (de Caná de Galilea), Juan y su hermano Santiago (hijos de Zebedeo), y otros dos discípulos estaban allí. Pedro anunció: "Voy a salir a pescar".

 "Iremos con ustedes", dijeron los demás. Así que subieron a un bote y salieron a pescar, pero no pescaron nada en toda la noche.

 A la mañana siguiente, temprano, estaba parado en la orilla, pero no me reconocieron. Así que les grité: “¡Hola! ¿Atrapaste algo?

 "No", gritaron en respuesta.

 Así que les dije: "Echen la red al lado derecho y obtendrán algo".

 Hicieron lo que les dije y capturaron tantos peces que no pudieron izar la red en el bote.

 De repente, Juan se dio cuenta de que yo era la persona que estaba en la orilla. Le dijo a Pedro: "¡Es el Señor!" Cuando Simón Pedro escuchó esto, se envolvió con su ropa exterior (se había desvestido para ir a trabajar) y se sumergió en el lago. Como no estaban lejos de tierra (unos cien metros), el resto los siguió en el bote, arrastrando la red llena de peces.

 Cuando se orillaron, vieron un fuego de carbón con pescado cocinándose en él. También había algo de pan.

 "Tráiganme algunos de los peces que acaban de pescar", les dije.

 Así que Simón Pedro volvió a subir a la barca y arrastró la red sobre la arena. Estaba lleno de peces grandes, 153, para ser exactos. Aunque la captura era tan grande, la red no se había roto.

 Les dije: "Venid, desayunemos". Ninguno de ellos se atrevió a preguntar: "¿Quién eres tú?" porque todos estaban seguros de que era yo. Cogí el pan, me acerqué y se lo entregué. Hice lo mismo con el pescado. Ésta fue una de las veces que me aparecí a ellos después de resucitar de entre los muertos.

 Cuando terminamos de comer, le dije a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?"

 "Sí, Señor", respondió Pedro, "tú sabes que te quiero".

 "Entonces alimenta a mis corderos".

 Pregunté por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?"

 "Sí, Señor", respondió Pedro, "tú sabes que te quiero".

 “Entonces sé pastor de mis ovejas”, le dije.

 Sin embargo, por tercera vez le pregunté: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?"

 Pedro estaba angustiado porque le había preguntado tres veces si lo amaba. “Señor”, dijo, “tú lo sabes todo; Sabes que te quiero."

 Le respondí: “Entonces apacienta mis ovejas. Te digo la verdad, cuando eras joven te vestías solo e ibas a donde querías. Pero cuando seas mayor, extenderás las manos para que otra persona pueda vestirte y llevarte a donde prefieres no ir ". [Dije esto para indicar el tipo de muerte que Pedro moriría para honrar a Dios.] Entonces le dije a Pedro: "¡Sígueme!"

 Mientras caminábamos, Pedro miró hacia atrás y vio que Juan nos seguía. (Juan fue el que se reclinó contra mí durante nuestra última cena y me preguntó: "Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?") Entonces Pedro preguntó: "Señor, ¿qué pasará con Juan?"

 Le respondí: "Incluso si él permaneciera vivo hasta que yo regresara, ¿qué diferencia haría eso para ti?" De modo que se difundió el rumor entre los primeros creyentes de que Juan no moriría. Pero no dije que no moriría. Simplemente dije: "Incluso si él permaneciera vivo hasta que yo regresara, ¿qué diferencia haría eso para usted?" (Juan 21: 1–19)

 

LA GRAN COMISION

 Después de esto, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde había acordado encontrarme con ellos. Cuando me vieron, se inclinaron en adoración, aunque algunos se preguntaron si realmente era yo. Dando un paso al frente, dije: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra; por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones. Bautícelos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todos los mandamientos que les he dado. Y recuerden, estaré con ustedes siempre, incluso hasta el final de la era ".

(Mateo 28: 16-20)

 

LA ASCENSIÓN

 Más tarde salí de Jerusalén con mis discípulos y fui hasta Betania. Levantando mis manos al cielo, les di mi bendición. Durante este acto de bendición, fui levantado de entre ellos y llevado al cielo. Se postraron en adoración y luego regresaron con gran gozo a Jerusalén. Día tras día estaban en los patios del templo bendiciendo a Dios. (Lucas 24: 50–53)

 

DECLARACIÓN FINAL

 Los discípulos me vieron realizar muchos otros milagros que no están incluidos en este relato, pero si estuvieran todos escritos, no creo que el mundo en sí sería lo suficientemente grande para contener todos los libros. Pero los milagros que has leído están incluidos para que llegues a creer que yo soy el Mesías, el Hijo de Dios. Al creer que soy quien digo que soy, recibirás la vida eterna. (Juan 21: 24-25; 20: 30-31)

 

Robert Mounce “Jesús en sus propias palabras”

Traducción El Edu

lunes, 15 de febrero de 2021

El Divino Hijo del Hombre




Este es un extracto del libro Hijo del hombre: El evangelio de Daniel 7.

Daniel usó la frase “Altísimo” para identificar al Hijo del Hombre como YHWH. La aparición de Gabriel para anunciar el nacimiento de Jesús conectó inmediatamente a Jesús con las profecías de Daniel porque Gabriel solo apareció en las Escrituras para darle una idea de Daniel y para los anuncios del nacimiento de Jesús y Juan el Bautista.

La llegada de Gabriel indicó que la profecía de Daniel se está desarrollando:

32 Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo. 
Y el Señor Dios le dará el trono de su padre David… 
35 Y el ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, 
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; 
por tanto, el niño que nacerá será llamado santo: el Hijo de Dios. 
(Lucas 1:33, 35)

El anuncio de Gabriel a María hizo una conexión inmediata con Daniel 7. Este Hijo sería el "Hijo del Altísimo". Además, no era solo el Espíritu Santo quien vendría sobre María, el “poder del Altísimo” la cubrirá con su sombra. El "Hijo del Hombre" es el hijo del Altísimo. Si viene del Altísimo, comparte una identidad divina con el Altísimo. Sin embargo, nacerá de una mujer y será un ser humano. El acertijo de Daniel 7 comienza a aclararse. El Hijo del Hombre será un ser humano real, el Hijo del Altísimo. Tendrá ambas identidades, tal como vio Daniel.
Transfiguración

Examinamos la transfiguración en un capítulo anterior. Sigue a Mateo 16 como una demostración de la exaltada identidad de Jesús como el Hijo del Hombre. Sin embargo, hay más en la transfiguración.

1 Y después de seis días, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, 
y los llevó solos a un monte alto. 2 Y él se transfiguró delante de ellos, 
y su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz…
5 Todavía estaba hablando cuando, he aquí, una nube brillante los cubrió, 
y una voz de la nube dijo: 
“Esto es mi Hijo amado, en quien me complazco; Escúchalo a él." 
(Mateo 17: 1-2, 5)

Cuando Jesús se transfiguró ante los discípulos, vieron su rostro brillar como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. Esta descripción de Jesús es asombrosa a la luz de la descripción de Daniel del Anciano de Días en Daniel 7:
9 “Mientras miraba, se colocaron tronos, 
y el Anciano de Días tomó su asiento; 
su ropa era blanca como la nieve, y el cabello de su cabeza como lana pura… 
10 Un torrente de fuego brotó y salió de delante de él… 
(Daniel 7: 9–10)

En Daniel 7, el Anciano de Días aparece con vestiduras blancas brillantes con una corriente de fuego que fluye de Él. En la transfiguración, Jesús aparece con vestiduras blancas brillantes y Su rostro brilla como el sol. Algo sucedió en la transfiguración que sucede cada vez que Jesús revela Su gloria: la gloria del Hijo del Hombre se describe usando términos que se refieren al Anciano de Días en Daniel 7. Daniel 7 le dio al Anciano de Días y al Hijo del Hombre una divina identidad y el Nuevo Testamento desdibuja aún más esas líneas. El Hijo del Hombre no es solo divino; puede aparecer en la semejanza del Anciano de Días.

Los evangelios nos dicen que Elías y Moisés también aparecieron en gloria, tanto que Pedro estuvo tentado de construir un tabernáculo para ellos también, pero solo se nos dice que aparecieron “en gloria”. Aunque nos dan una visión fascinante de la gloria futura de los santos, solo Jesús se describe en términos que pertenecen al Anciano de Días. Él comparte Su gloria con Su pueblo [1] y es distinto. [2]
El hijo del hombre que viene

El libro de Apocalipsis contiene numerosas descripciones del Hijo del Hombre que revelan su exaltada identidad divina. Probablemente Juan fue el discípulo más cercano a Jesús. Por ejemplo, durante la última cena, Pedro quería que Juan le hiciera una pregunta difícil a Jesús. [3] Juan aparentemente conocía a Jesús mejor que cualquier otro ser humano, y esto hace que su encuentro en Apocalipsis 1 sea aún más increíble.

Juan estableció el contexto para el libro de Apocalipsis 1: 7:

7 He aquí, viene con las nubes ...

El libro de Apocalipsis trata principalmente de una cosa: el Hijo del Hombre viene con las nubes.

Después de establecer el contexto, John describió un encuentro asombroso. Dado que Juan conocía a Jesús, esperaríamos que presentara a Jesús como un amigo usando descripciones familiares. En cambio, obtenemos algo radicalmente diferente: John responde a su amigo cayendo a Sus pies como un hombre muerto:

17 Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. (Apocalipsis 1:17)

Juan vio a Jesús, pero claramente vio más de lo que estaba acostumbrado. Entonces, ¿qué vio cuando vio a Jesús? Juan presentó su visión de Jesús usando una frase familiar:

13 y en medio de los candeleros uno semejante a un hijo de hombre. (v.13)

Juan no vio simplemente a su amigo Jesús. Vio a uno como un hijo de hombre. Juan vio a Jesús en gloria de la misma manera que Daniel lo vio a Él. El encuentro de Juan en Apocalipsis 1 es una exposición sobre Daniel 7. Juan vio al Aquel que vio Daniel, pero Juan registró más detalles:

13 y en medio de los candeleros, uno semejante a un hijo de hombre, 
vestido con un manto largo y con un cinto de oro alrededor del pecho. 
14 Los cabellos de su cabeza eran blancos, como lana blanca, como nieve.
 Sus ojos eran como llama de fuego, 
15 sus pies eran como bronce bruñido, refinado en un horno, 
y su voz era como el rugido de muchas aguas. 
16 En su mano derecha tenía siete estrellas, 
de su boca salía una espada aguda de dos filos, 
y su rostro era como el sol que brilla con toda su fuerza. 
(Apocalipsis 1: 13–16)

Juan ya nos dijo en el versículo 7 y el versículo 13 que este era el Hijo del Hombre de Daniel 7, pero la descripción de la apariencia del Hijo del Hombre es especialmente asombrosa. En la visión de Juan, el Hijo del Hombre se describe en términos que pertenecen al Anciano de Días:

9 “Mientras miraba, se colocaron tronos, y el Anciano de Días tomó su asiento; 
su ropa era blanca como la nieve, y el cabello de su cabeza como lana pura; 
su trono era llamas de fuego; sus ruedas ardían en llamas. 
10 Una corriente de fuego salió de delante de él. 
(Daniel 7: 9–10)

Daniel vio al Anciano de Días con ropa blanca como la nieve, cabello como lana pura, sobre un trono de fuego, con una corriente de fuego delante de Él. Juan vio al Hijo del Hombre con cabello blanco como la nieve como lana blanca, ojos como llama de fuego y un rostro como el sol brillando con toda su fuerza. Hay suficientes diferencias para que el Padre y el Hijo mantengan la distinción, pero el mensaje es claro: el Hijo del Hombre comparte la gloria y la identidad divina del Anciano de Días.

Durante más de tres años, Juan caminó de cerca con el Hijo del Hombre. Él también lo conocía. Estaba tan familiarizado con Jesús como cualquier otro ser humano. Escuchó a Jesús explicar repetidamente su identidad como el Hijo del Hombre. Sin embargo, nada de eso preparó a Juan para un encuentro con su amigo como el Hijo del Hombre.
El Salón del Trono

Veremos con más detalle Apocalipsis 4 y 5 en un capítulo futuro, pero debemos notar brevemente lo que estos capítulos dicen acerca de la naturaleza exaltada del Hijo del Hombre.

La escena comienza en el cielo como una profecía de lo que vendrá:

1 Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo. 
Y la primera voz, que había escuchado que me hablaba como una trompeta, dijo: 
"Sube acá y te mostraré lo que debe suceder después de esto". 
(Apocalipsis 4: 1)

Tan pronto como Juan es atrapado en la escena celestial, ve un trono y a Uno sentado en el trono:

2 En seguida estaba en el Espíritu, 
y he aquí, un trono estaba en el cielo, 
con uno sentado en el trono. 
(Apocalipsis 4: 2)

Juan esperaba que relacionáramos esta escena con Daniel 7. Hay un trono en su lugar y el Anciano de Días está sentado en él. [4] Antorchas de fuego encendidas están delante del trono. [5] A medida que se desarrolla la escena, una hueste celestial ministra ante el trono como en Daniel 7. [6] Lo más importante es que la revelación más significativa en ambos encuentros es el que se acerca al trono.

Daniel vio al Hijo del Hombre venir al Anciano de Días para recibir un reino:

13 ... uno como un hijo de hombre ... 
vino al Anciano de Días y fue presentado ante él. 
14 Y se le dio dominio y gloria y un reino, 
para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; 
su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, 
y su reino uno que no será destruido. 
(Daniel 7: 13-14)

Como vimos en el último capítulo, este reino es tanto el reino del Anciano de Días como el reino del Hijo del Hombre:

27 Y el reino y el dominio y la grandeza de los reinos debajo de todo el cielo 
serán dados al pueblo de los santos del Altísimo; 
u reino será un reino eterno, 
y todos los dominios le servirán 
y le obedecerán. 
(Daniel 7:27)

En Apocalipsis 5, Juan vio de repente al Cordero en medio del trono. El Hijo del Hombre es también el Cordero, razón por la cual Jesús siempre relacionó Su identidad como Hijo del Hombre con Su sufrimiento y crucifixión. Las identidades de Jesús como el Hijo del Hombre y el Cordero son intercambiables.

Como en Daniel 7, se acerca al trono del Anciano de Días para recibir la autoridad para ejecutar juicio:

6 Y entre el trono y los cuatro seres vivientes 
y entre los ancianos vi un Cordero de pie, como inmolado, 
con siete cuernos y con siete ojos, 
que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. 
7 Y él fue y tomó el rollo de la mano derecha 
del que estaba sentado en el trono. 
(Apocalipsis 5: 6-7)

Estamos tan familiarizados con el pasaje que perdemos el impacto del acercamiento de Jesús al trono. Nadie puede acercarse al trono y, sin embargo, Él se acerca valientemente al trono por Su propia iniciativa. El resultado es que la hueste celestial estalla en adoración, cantando la gloria del Hijo del Hombre.

9 Y cantaron un cántico nuevo, diciendo: “Digno eres de tomar el rollo y abrir sus sellos, porque fuiste inmolado, y con tu sangre redimiste para Dios a personas de toda tribu y lengua y pueblo y nación, 10 y les has hecho reino y sacerdotes para nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra ”. 11 Entonces miré y oí alrededor del trono, a los seres vivientes y a los ancianos la voz de muchos ángeles, miríadas de miríadas y miles de miles, 12 que decían a gran voz: “Digno es el Cordero que fue inmolado, para recibe poder, riqueza, sabiduría, fortaleza, honor, gloria y bendición ”. 13 Y oí a toda criatura en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que hay en ellos, diciendo: “Al que se sienta en el trono y al Cordero sea bendición, honra, gloria y poder para siempre. y siempre!

El enfoque del Cordero tiene el mismo resultado que en Daniel 7: se le da un reino que consiste en un pueblo de todas las naciones. Apocalipsis 5 revela más sobre el reino de Daniel 7. El Hijo del Hombre no solo recibe a los santos, sino que los compra con su propia sangre.

El capítulo termina como termina Daniel 7: establece la identidad divina del Hijo del Hombre y el Anciano de Días. En los versículos finales de Daniel 7, a ambos se les llama el "Altísimo". Apocalipsis 5 cierra con un cántico de adoración dirigido a ambos. Nadie recibe adoración excepto Dios, pero los cánticos de Apocalipsis 5 están dirigidos tanto al que está en el trono como al Cordero. El encuentro en Apocalipsis 5 es una exposición de la escena del salón del trono de Daniel 7, y además afirma la identidad divina del Hijo del Hombre revelado.
 
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[1] Romanos 8:29; 1 Juan 3: 2.

[2] Juan 3:16.

[3] Juan 13: 23-25.

[4] Apocalipsis 4: 2.

[5] Apocalipsis 4: 5.

[6] Apocalipsis 4: 6, 10; 5: 8, 11.