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lunes, 25 de octubre de 2021

¿ES INPERDONABLE EL SUICIDIO?

Si alguno destruyere el templo de Dios,
Dios le destruirá a él;
porque el templo de Dios,
el cual sois vosotros, santo es.
1 Corintios 3:17 


Voy a tocar un tema dolorosamente delicado, quizás desenterrando recuerdos aún en bruto al volver a visitar la pérdida de familiares o amigos que se quitaron la vida.

Amar y luego perder a alguien siempre nos deja un poco desorientados porque un punto fijo en la brújula de nuestra vida se ha ido; seguimos intentando encontrar el "norte", pero no está allí. 

Quedarse atrás por alguien cercano que adelantó rápidamente su partida es especialmente desconcertante, y todas nuestras preguntas de ¿por qué? siguen sin respuesta. 

Podemos sentirnos traicionados, incluso cuando el ahora desaparecido dejó una nota y trató de explicar. Las Escrituras no explican todas las razones por las que las personas se sienten tan desesperadas. 

No puedo dar cuenta de las personas que he conocido que se suicidaron, así que no presumo de explicar lo que sucedió en la vida de su familia o amigos. 

He conocido a personas cuyo dolor físico severo se volvió excesivo, y algunos que tontamente bordearon el borde de la muerte; he estado cerca de personas que lucharon contra profundos momentos de depresión y de algunos que se odiaban a sí mismos. 

Todavía me pregunto ¿"por qué" años después. 

Pero puedo, al menos, responder una de las preguntas más importantes que tiene la gente sobre las consecuencias espirituales del suicidio. 

Algunos segmentos de la Iglesia usan este versículo para enseñar que cualquiera que se suicida se condena a sí mismo por la eternidad. Su lógica es la siguiente: 

"Si destruyes tu cuerpo, Dios te destruirá". 

  • Pero Pablo ha estado hablando sobre nuestra asignación de trabajar en los campos (vidas) de otros, cómo edificar sobre los cimientos espirituales que otros obreros pusieron. 
  • Los compañeros creyentes son templos del Espíritu Santo, por lo que debemos tener cuidado con la forma en que construimos y lo que hacemos en sus vidas. 
  • No podemos construir con sabiduría natural o impulsos carnales. 
  • Pablo advierte a los posibles trabajadores: si construye de forma natural, lo que construye no durará; y, si derriban o arruinan la buena obra que otros han construido, ustedes mismos se arruinarán. 
  • El trabajo espiritual no es un juego; tiene consecuencias. 
  • El suicidio es grave. 
    • Deja cortes irregulares en los corazones y muchas, muchas preguntas dolorosas. 
  • Pero el suicidio no es un pecado imperdonable. 
    • La obra de Cristo en la Cruz cubre y perdona cada acto de muerte que introducimos en nuestras vidas, incluido un acto final terrenal
Daniel Brown

viernes, 25 de octubre de 2019

Esperá en DIOS, porque Él, nos está esperando a nosotros



Con todo eso, Jehová aguardará (ḥāk̠â) para otorgaros su gracia,
y, por tanto, será exaltado para compadecerse de vosotros;
porque Jehová es un Dios de Justicia; dichosos cuantos esperan en Él.
Isaías 30:18.
ḥāk̠â - "espera activa" que triunfalmente espera su realización; esperar mucho tiempo, es decir, espera prolongada, "extenuante" que sigue siendo confiable a pesar de los aparentes "retrasos"; (figurativamente) espera orientada a objetivos, aferrándose al Señor en tiempos difíciles y esperando lo mejor.
Esta espera se niega a "rescatar temprano" y mira con confianza al cumplimiento apropiado.

Debemos pensar no sólo en nuestro esperar en Dios, sino también en lo que es aún más maravilloso, el que Dios nos espere a nosotros.
Y si preguntas, ¿cómo es posible que Él me espere para ofrecerme su gracia, incluso cuando yo espero en Él, y si Él no me da la ayuda que “necesito”, entonces tengo que esperar y seguir esperando?
Hay una doble respuesta.

1-Por un lado, Dios es un Labrador prudente,
«que espera el precioso fruto de la tierra,
y tiene mucha paciencia en su espera».
Él no puede recoger el fruto hasta que está maduro.
Sabe cuándo estamos dispuestos espiritualmente para recibir la bendición que va a redundar en nuestro provecho y su gloria.
  ü  El esperar bajo el sol de su amor es lo que madura al alma para su bendición. 
ü  El esperar bajo la nube de la prueba, lo que resulta en lluvias, que son igualmente necesarias.

Ten la seguridad de que, si Dios espera (se tarda) más de lo que deseamos, algo se trae entre manos. Dios esperó cuatro mil años, hasta la plenitud de los tiempos, para enviar a su Hijo; nuestros tiempos están en sus manos; espero 33 años para que entrara en el ministerio…
Él “se apresurará” a acudir en nuestra ayuda, y no demorará ni una hora más de lo que debe.
  
2-La otra respuesta indica lo que ya se ha dicho antes. El dador es más que el don; Dios es más que la bendición; y nuestro esperar en Él es el único modo en que aprendamos a encontrar en nuestra vida el gozo en Él mismo.
¡Oh, si los hijos de Dios conocieran cuán glorioso es su Dios, y qué privilegio es estar unido en comunión con El! ¡Entonces se regocijarían en El!
Incluso cuando Él nos hace esperar aprendemos a comprenderle mejor que nunca.
«Por tanto, Jehová aguardará para otorgaros su gracia.»
Nuestra espera será la más alta prueba de su gracia.
«Dichosos cuantos esperan en Él.»
Una reina tiene sus damas de servicio. Esta posición es de subordinación y servicio, y con todo es considerada como una gran dignidad y privilegio, porque una soberana es su compañera y amiga. ¡Qué dignidad y bendición para los que están esperando en el Dios eterno, siempre vigilando para captar cualquier indicación de su voluntad o nuestro favor, conscientes siempre de su proximidad, su bondad y su gracia!
«El Señor es bueno a los que esperan en Él.
¡Dichosos los que esperan en Él!»
Sí, son dichosos cuando nos encontramos frente a un Dios que nos espera.
Dios no puede obrar en el mundo sino a través de los que esperamos en Él; que nuestro esperar sea nuestra obra, y así mismo la suya.
Y si su espera no es nada sino bondad y gracia, que nuestra espera sea sólo gozo en esta bondad, y una confiada expectativa de esta gracia.
Y que cada pensamiento sobre la espera pase a ser para nosotros la expresión de una pura e inefable bienaventuranza, porque nos trae un Dios que nos espera para poder hacerse perfectamente conocido a nosotros, como la fuente de toda gracia.

Busquemos, incluso ahora, en este momento, en el espíritu de humilde espera en Dios, descubrir algo de lo que esto significa.

¡Alma mía, espera sólo en Dios!

Andrew Murray

martes, 22 de octubre de 2019

Tomando aliento, esperando en Dios





Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová,
Y tome aliento vuestro corazón.
Salmo 31:24


Una lección muy necesaria para todos aquellos que desean aprender de modo verdadero lo que es esperar en Dios. La lección es ésta:
«Vuestro corazón debe tomar aliento,
vosotros todos los que esperáis en Jehová.»

Todo nuestro esperar depende del estado del corazón.
Un hombre es y cuenta delante de Dios según ES EN SU CORAZÓN.
No podemos adelantar un paso en el santo lugar de la presencia de Dios para esperar en Él allí, a menos que nuestro corazón sea preparado para ello por el Espíritu Santo.
El mensaje es:
«Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová,
y tome aliento vuestro corazón.»

La verdad aparece tan simple que es fácil preguntarse:
«¿Pero, si todos entendemos esto? ¿Qué necesidad hay de insistir de modo tan especial?»
La razón es que muchos cristianos no se dan cuenta de 
LA GRAN DIFERENCIA QUE HAY 
ENTRE LA RELIGIÓN DE LA MENTE Y LA RELIGIÓN DEL CORAZÓN,


La primera es mucho más diligentemente cultivada que la segunda.
No sabemos (generalmente) cuánto mayor es el corazón que la mente.
Es en esto que hay una de las causas principales de la debilidad en nuestra vida cristiana, y sólo si entendemos esto… el esperar en Dios puede traernos una bendición plena.
Hay un texto en Proverbios 3:5, que puede ayudarnos a hacer claro el significado. Hablando de una vida de temor y favor de Dios, dice:
«Fíate de Jehová con todo tu corazón,
y no te apoyes en tu propia experiencia.»
En toda la vida religiosa hemos de usar estos dos poderes.
La mente tiene que recoger el conocimiento de la Palabra de Dios, prepara el alimento por medio del cual se ha de nutrir el corazón y la vida interior.
Pero, aquí aparece un terrible peligro, el conocimiento y la comprensión de las cosas divinas puede ser algo en que nos apoyemos.
A veces nos imaginamos que, si estamos ocupados con la verdad, la vida espiritual será fortalecida, como cosa natural. Y no es éste el caso ni mucho menos.
El intelecto o comprensión trata de conceptos e imágenes de las cosas divinas, pero no puede alcanzar la vida real del espíritu. De aquí que venga la orden:
«Confía en el Señor de todo tu corazón,
y no te apoyes en tu propia prudencia.»
Con el corazón el hombre cree y llega al contacto con Dios.
Es al corazón donde Dios da su Espíritu, para que sea ALLÍ la presencia y el poder de Dios obrando en nosotros.
En toda nuestra vida religiosa es el corazón el que debe confiar y amar, adorar y obedecer.
Mi mente es por completo IMPOTENTE para crear y mantener la vida espiritual en mí.
El corazón debe esperar en Dios, para que El haga la obra en mí.
En esto es como en la vida corporal.
La razón puede decirme que la comida y la bebida me nutren, y cómo tiene lugar este fenómeno. Pero, en el comer y el beber mi razón no puede hacer nada: el cuerpo tiene sus órganos especiales para este propósito.
De la misma manera, la razón me dice lo que se halla en la Palabra de Dios, pero no puede hacer nada para alimentarme el corazón con el pan de vida: esto sólo el corazón puede hacerlo por revelación y la intimidad en Dios.
Una persona puede estar estudiando la naturaleza y los efectos del alimento o del sueño; cuando quiere comer o dormir, pone de lado sus pensamientos y estudios, y usa su poder para comer, beber y dormir.
De la misma manera el cristiano necesita, cuando ha estudiado o escuchado la Palabra de Dios, cesar de tenerla en sus pensamientos, no poner ninguna fe en ellos, y por otra parte
 
DESPERTAR SU CORAZÓN A QUE SE ABRA DELANTE DE DIOS, 
Y BUSQUE COMUNIÓN VIVA CON ÉL.

Es por la bendición de esperar en Dios que confieso la impotencia de todos mis pensamientos y esfuerzos, y me inclino en silencio delante de Él, y confío en El para que renueve y fortalezca su obra en mí.
Y ésta es precisamente la lección de nuestro texto:
«Esforzaos todos vosotros
los que esperáis en Jehová.»
Recordemos la diferencia entre conocer con la mente y creer con el corazón.
Estamos alerta contra la tentación de apoyarnos en nuestra propia prudencia, en nuestros pensamientos claros y firmes.
Estos sólo te sirven para saber lo que el corazón debe obtener de Dios, en sí mismos no son sino imágenes o sombras.
«Esforzaos todos vosotros
los que esperáis en Jehová.»
Presenta tu corazón ante Él, como la parte maravillosa de tu naturaleza espiritual en la cual Dios se revela y por la cual tú le conoces.
Procura tener la mayor confianza posible de que, aunque tú no puedes ver dentro de tu corazón, Dios está obrando allí por medio de su Santo Espíritu.
Que el corazón espere a veces en perfecto silencio y quietud; y parezca no haber acción en su profundidad escondida… Dios está obrando.
Asegúrate de esto, y simplemente, espera en Él.
Entrega todo tu corazón, con su operación secreta, en las manos de Dios continuamente.
Él quiere tu corazón; toma posesión de él y mora en él.
«Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová,
y tome aliento vuestro corazón.»


¡Mi alma espera solamente en Dios!


ANDREW MURRAY

miércoles, 11 de julio de 2018

Una mirada al problema del suicido


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Introducción
Los argumentos a favor y, en particular, contra el suicidio son muy similares a los que se refieren a la eutanasia y, como ya se han discutido extensamente en este libro y en otros lugares, no los reiteraré aquí [1,2].
Una de las dificultades que enfrenta el cristiano que desea llegar a una comprensión ética del suicidio es que la Biblia tiene poco que decir al respecto, ya sea directa o indirectamente, probablemente porque fue un evento extremadamente raro en la antigua sociedad judía. Esta falta de guía bíblica clara fue un problema para los padres de la iglesia primitiva que se vieron obligados a recurrir a una mezcla de tradición pagana y rabínica para formular su punto de vista. Cuando se mira más de cerca, vemos que la actitud de la iglesia en esto, como en muchas áreas, está moldeada por la sociedad que la rodea. Además, las actitudes de la sociedad hacia el suicidio han cambiado drásticamente y siguen cambiando.
Por lo tanto, hay una falta de un punto constante sobre este tema, que es quizás la razón por la cual los cristianos tienen una variedad de opiniones sobre el suicidio y por qué tantos cristianos se oponen a él desde un punto de vista emocional, pero les resulta difícil decir por qué lo hacen o para justificar su objeción del argumento bíblico.
Nuevamente, este no es el lugar para llevar a cabo una exploración detallada de los problemáticos problemas éticos vistos desde una perspectiva bíblica, pero tal vez podría ayudar a los cristianos a formular sus propios puntos de vista para considerar la historia del desarrollo de ideas sobre el suicidio en Occidente. sociedad y en la iglesia.
Vistas tempranas
Nuestra herencia cultural occidental es en parte helénica y en parte judaica. El suicidio, la eutanasia, el infanticidio y el aborto se practicaron ampliamente en el antiguo mundo grecorromano, pero el suicidio se produjo principalmente entre la élite. Estaba prohibido, por ejemplo, que los esclavos se quitaran la vida ya que eran propiedad de su dueño. Sin embargo, contrario a la creencia popular, el suicidio y la eutanasia no gozaron de una aprobación generalizada en el mundo antiguo. Los pitagóricos, que jugaron un papel decisivo en la formulación del juramento hipocrático, se opusieron a todas las formas de suicidio. También Sócrates, Platón y Aristóteles. La objeción de Platón era principalmente religiosa, la económica y política de Aristóteles.
Aristóteles creía que el logro de la forma humana era de gran importancia moral; la destrucción de la vida humana en cualquier etapa era, por lo tanto, moralmente ofensiva y las penas por hacerlo debían clasificarse en la medida en que se hubiera alcanzado la forma humana. Al suicidarse, una persona también estaba cometiendo un delito al robarle al Estado sus contribuciones cívicas y económicas. La opinión de Platón era que no nos creamos a nosotros mismos, somos propiedad de los dioses; por lo tanto, es presuntuoso de nuestra parte abandonar nuestra estación antes de ser relevados.
Esto complementaba la visión judaica predominante derivada de la interpretación rabínica de
Jeremías 10:23
'La vida de un hombre no es la suya; no corresponde al hombre dirigir sus pasos "
Y
Ezequiel 18: 4
" Porque cada alma viviente me pertenece ... tanto el padre como el hijo ".

El Talmud afirma que el momento de la muerte está determinado por Dios y, por lo tanto, nadie se atreve a anticipar su decreto. La noción de lo sagrado de la vida que atraviesa el Antiguo Testamento hizo del suicidio un acto impensable y el suicidio fue un evento raro como lo es, de hecho, en las sociedades primitivas de hoy. El suicidio, en términos sociológicos, parece ser inversamente proporcional a las dificultades y la adversidad.
Como dijo William James, `los sufrimientos y las dificultades no disminuyen, como regla, el amor a la vida; parecen, por el contrario, generalmente darle un entusiasmo más agudo. La fuente soberana de la melancolía es la reposición. La necesidad y la lucha son lo que nos excita e inspira; nuestra hora de triunfo es lo que trae el vacío. No los judíos del cautiverio, sino aquellos de la gloria de Salomón son aquellos de quienes provienen las declaraciones pesimistas en nuestra Biblia. Los judíos, que, hasta hace poco, sufrieron penurias durante siglos, se dedicaron poco al suicidio y esta es quizás la razón por la cual hay tan poca referencia en la Biblia. Si la Biblia hubiera sido escrita por los antiguos griegos, es probable que la situación hubiera sido diferente.
Referencias Bíblicas
Excluyendo a los Apócrifos, hay un total de seis suicidios en la Biblia:
1. Abimelec (Jueces 9: 50-57),
2. Sansón (Jueces 16: 28-31),
3. Saúl (1 Sa 31: 1-4),
4. el portador de la armadura de Saúl ( 1 Sa 31: 5),
5. Ahitofel (2 Sa 17:23),
6. Zimri (1 Ki 16: 17-19) y
7. Judas Iscariote (Mt 27: 3-5).
En todos los casos, excepto Sansón (cuyo acto podría considerarse más adecuadamente y por lo tanto tolerado como un sacrificio militar) y el portador de la armadura de Saúl, aunque el escritor no condenó el suicidio, el sujeto fue considerado como un hombre malo.
Además, existe la clara implicación en algunos casos de que su muerte fue un castigo de Dios. Abimelec había matado a sus setenta hermanos y su muerte fue interpretada como la venganza de Dios por hacer esto ... `` Así, Dios pagó la maldad que Abimelec le había hecho a su padre al asesinar a sus setenta hermanos ''.
Saúl (1 Ch 10: 13-14) había sido `infiel al Señor; no cumplió la palabra del Señor, e incluso consultó a un médium para que lo guiara, y no le preguntó al Señor. Entonces el Señor lo mató.
Ahitofel había conspirado con Absalom para deponer a David y Zimri asesinaron al rey Ela de Israel ... `` así que murió a causa de los pecados que había cometido, haciendo lo malo ante los ojos del Señor y caminando en los caminos de Jeroboam y en el pecado que él cometió. se había comprometido e hizo que Israel se comprometiera ''.
Finalmente, Judas Iscariote se condenó a sí mismo: "He pecado traicionando sangre inocente"; el mal en su comportamiento se indica en la referencia anterior a "Satanás entrando a Judas", mientras que Lucas parece presentar la reacción de los apóstoles al suicidio de Judas como el debido desierto de un hombre malo.
Tradición judía
Los judíos posteriores que vivieron en la época de Cristo consideraron el suicidio como un pecado atroz y Josefo nos dice que el cuerpo de un suicida no fue enterrado hasta después de la puesta del sol y luego llevado a la tumba sin los ritos funerarios normales. La parte del Talmud conocida como Misnah (la mayoría de la cual se compiló en el siglo I a. C.) es explícitamente hostil hacia el suicidio, y afirma que "cuando una persona de mente sensata destruye su propia vida, no se le molestará en absoluto". El rabino Ismael declara que `` uno canta sobre su cuerpo un canto con el estribillo: '¡ay de ti que se ahorcó!' 'A lo que el rabino Eleazer responde' déjalo con la ropa en la que murió, no lo honres ni lo maldigas. Uno no se desgarra la ropa por su cuenta, ni se quita los zapatos, ni se llevan a cabo ritos funerarios para él; pero uno sí consuela a la familia, porque eso es honrar a los vivos. Este pasaje es interesante en el sentido de que parece establecer una distinción entre suicidios que fueron o no ocasionados por enfermedades mentales con la implicación de que los que sí fueron quizás exonerados. Además, implica que en algunos casos el suicidio fue visto como un signo de patología, una visión desarrollada más tarde por la Iglesia Medieval.
Frente a esta tradición de hostilidad hacia el suicidio, los judíos tenían una contra-tradición en la que el suicidio cometido por razones religiosas, incluido el suicidio en masa, era considerado con veneración. Esta veneración se entiende en el contexto de la doctrina de Kidush ha-shem, es decir, "santificación del nombre divino", que afirmaba que el suicidio podría ser aceptable o incluso glorificar a Dios si se evitara convertirse en un vehículo para la profanación de su nombre en algunos casos. de violación, esclavitud o conversión religiosa forzada. El ejemplo más conocido de esto es Massada, pero los suicidios masivos entre las comunidades judías perseguidas continuaron apareciendo en Alemania, Francia y Gran Bretaña durante la Edad Media.
La iglesia primitiva
Aunque ninguno de los apóstoles judeocristianos dejó enseñanzas relacionadas con el suicidio, es evidente que la iglesia primitiva asumió las tradiciones judías en su actitud contraria hacia lo sagrado de la vida y la excusabilidad del suicidio por razones religiosas. Por ejemplo, los líderes no judíos de segunda generación, como los escritos de Policarpo y Clemente hacia fines del siglo primero, expresaron una objeción decisiva al infanticidio y al aborto, que no era de origen griego o romano.
Sin embargo, el martirio era muy apreciado por la iglesia primitiva y el límite entre él y el suicidio resultó ser estrecho. Tertuliano se dirigió a los cristianos en prisión que esperaban el martirio, los alentó y fortaleció citando el ejemplo de suicidios famosos como Lucrecia, Dido y Cleopatra. Crisóstomo y Ambrosio aplaudieron a Palagia, una niña de 15 años que se arrojó del techo de una casa en lugar de ser capturada por soldados romanos. En Antioquía, una mujer llamada Domnina y sus dos hijas se ahogaron para evitar la violación, un acto que, como en el caso de los judíos, fue venerado.
Jerónimo también aprobó el suicidio por razones religiosas y no condenó las austeridades que socavan la constitución y que podrían considerarse suicidio lento. Él cuenta, con la mayor admiración, la vida y la muerte de una joven monja llamada Belsilla que se impuso tales penas a sí misma que murió. El martirio finalmente se hizo tan popular entre los creyentes más fervientes, como los donatistas, que amenazó la credibilidad y, en algunos lugares, la existencia misma de la iglesia. Cómo responder a este fervor fue una tarea difícil para los líderes de una religión fundada en la sumisión voluntaria de Jesús a la muerte y cuyos primeros líderes habían sido asesinados en el cumplimiento del deber.
Fue Agustín quien finalmente aceptó el desafío y se le atribuye la aclaración del pensamiento cristiano sobre este tema al sintetizar las tradiciones platónicas y judías de una manera que le dio mayor énfasis a la primera. En `` La ciudad de Dios '' sopesó cuidadosamente los diversos argumentos a favor y en contra del suicidio, concluyendo que el suicidio siempre estuvo mal, que era una violación del sexto mandamiento y que nunca se justificaba ni siquiera en extremos religiosos. En el siglo V, la iglesia consideraba el suicidio como pecaminoso en todas las circunstancias.

El periodo medieval
El argumento más sistemático contra el suicidio en el cristianismo medieval provino de Tomás de Aquino, quien, en su Summa Theologica, presentó tres objeciones principales:
es una violación de la ley natural según la cual todo se mantiene naturalmente en sí mismo y prescribe amor propio,
es una violación de la ley moral, es una lesión para la comunidad de la persona y
Es una violación de la ley divina debido al sexto mandamiento.
Tomás de Aquino reiteró la opinión de Agustín de que quien deliberadamente le quita la vida que le dio su Creador muestra el mayor desprecio por la voluntad y la autoridad de Dios; Además, lo hace de una manera que evita la posibilidad de arrepentimiento, poniendo así en peligro su salvación. Además, el suicidio es peor que el asesinato, porque al matar al prójimo se mata solo el cuerpo, mientras que en el suicidio se mata tanto el cuerpo como el alma.
Quizás debido a estas severas advertencias, el suicidio parece haber sido un evento relativamente poco común durante la Edad Media. Sin embargo, se produjeron suicidios e intentos de suicidio, lo que obligó a la iglesia a considerar cuál podría ser la respuesta más adecuada. Lo que surgió de esta nueva deliberación fue la opinión de que el auto asesinato era un pecado y un crimen, pero también podría ser un signo de patología. Durante la Edad Media, el pecado era una cuestión de moralidad práctica: el deseo de una persona de terminar con su vida era algo que debía entenderse, prevenirse y, si era posible, tratarse.
Aunque nos hemos familiarizado con las severas sanciones sociales impuestas a los suicidios completados por la sociedad contemporánea (rechazo de los ritos funerarios, exposición y mutilación del cuerpo, confiscación de bienes, etc.), todo lo cual revela el gran temor que la gente tenía al suicidio en ese momento, investigaciones recientes también han demostrado que la iglesia medieval siguió una política de tratamiento energético para aquellos que se sentían suicidas. Sobreviven numerosas guías que se escribieron para instruir al clero sobre cómo ministrar a los suicidas. Estas guías pusieron especial énfasis en el diagnóstico de la motivación subyacente que, curiosamente para nosotros en el siglo XX, generalmente estaba relacionada con el colapso en las relaciones clave.
El tratamiento consistía, entonces como ahora, en mantener a la persona bajo estrecha observación, mantenerla ocupada, hacerla sentir cómoda con calor, comida y música, y prescribir una forma de terapia cognitiva basada en la exhortación, la cita de historias de casos exitosas y la absolución. Estas actividades revelan que los medievales reconocieron claramente que el juicio y la percepción de una persona podrían estar fuertemente influenciados por su estado de ánimo.
Estas mismas investigaciones también revelan que incluso en casos de suicidio real, la iglesia medieval aún mantenía una visión bastante ilustrada: se esperaba que el clero realizara investigaciones y los registros revelan que en la mayoría de los veredictos el suicidio se atribuyó a una alteración de la mente. Como en el caso de la tradición judía, esto permitió a la persona muerta recibir ritos formales de entierro. A lo largo de este período, vemos una disonancia entre lo que los teólogos enseñaron, lo que practicó el clero y lo que el público en general creía. Las supersticiones `` populares '' sobre suicidios reales, como su entierro en la encrucijada, demostraron una notable resistencia al cambio y persistieron hasta mediados del siglo XIX.

El siglo XVII en adelante
En el siglo XVII, bajo la influencia del nuevo espíritu de investigación, las clases más educadas comenzaron a cuestionar la opinión predominante de que el suicidio siempre estuvo mal. John Donne, quien durante un tiempo fue propenso a los impulsos suicidas, escribió un tratado llamado Biathanatos en el que trató de demostrar (sin éxito, por casualidad) que el auto asesinato no era un pecado. Curiosamente, cita como apoyo la práctica contemporánea de la eutanasia en la que las parientes de las mujeres que estaban muriendo y por las cuales no se podía hacer nada más ayudarían a la muerte quitando las almohadas del paciente. Donne registra que esta era una práctica común y que se consideraba como un "acto piadoso", lo que refleja el hecho, de nuevo, de una amplia divergencia entre lo que la iglesia enseñaba y lo que la sociedad en general practicaba. El término "suicidio" fue acuñado por primera vez por Walter Charlton en 1651 como un intento de deshacerse de las asociaciones criminales y pecaminosas que anteriormente se habían adherido a él. Aunque su ejercicio de saneamiento moral falló, el término en sí mismo se quedó.
Muchos pensadores en el siglo XVIII intentaron justificar el suicidio; Por ejemplo, Hume [3] dijo que tales actos no eran pecado ya que todos tienen la libre disposición de su propia vida, un argumento basado en una interpretación de los derechos naturales. También afirmó que ninguna parte de las Escrituras condenaba el suicidio y, por lo tanto, lo consideraba simplemente como un "retiro de la vida" que no causaba ningún daño real a la sociedad. Voltaire defendió el suicidio por razones de extrema necesidad y señaló que, si el suicidio es un mal contra la sociedad, entonces el homicidio de la guerra era mucho más dañino. Goethe, después de haber experimentado pensamientos suicidas, también estaba dispuesto a tolerarlo. Kant, sin embargo, defendió el principio de lo sagrado de la vida humana y consideró el suicidio como un acto que era 'degradante' y que representaba un incumplimiento del 'deber', aunque no el tipo de deber estricto comprendido por los capitalistas.
A pesar de los esfuerzos de estos pensadores y escritores progresistas, el siglo XIX trajo consigo un endurecimiento de las actitudes hacia el suicidio dentro de la sociedad occidental que es difícil de explicar, excepto en términos de los efectos del capitalismo, la influencia de utilitarios como Malthus y Bentham, y la influencia menguante de la Iglesia. Bajo la influencia de la Revolución Industrial, los hombres y las mujeres fueron considerados cada vez más como unidades en una empresa con fines de lucro. Se consideraba que cada miembro de las clases trabajadoras vivía bajo una obligación del deber con su país, su empleador y su familia, una noción que era puramente Aristóteles.
Aristóteles había argumentado que los que intentaron suicidarse deberían ser castigados y no sorprende que se introdujeran leyes a principios del siglo XIX para castigar a quienes intentaron suicidarse o que ayudaron a otros a poner fin a sus vidas. Al igual que en el mundo antiguo, las clases altas (particularmente las de una inclinación más artística) se salvaron de la indignidad del encarcelamiento y, por un tiempo, el suicidio llegó a disfrutar de una moda entre los románticos. Las clases bajas, sin embargo, podrían esperar una sentencia de 10 días con el asesoramiento obligatorio de un clérigo. Posteriormente, se impusieron incluso penas más severas y entre 1944 y 1955, 13% de los 40,000 que intentaron suicidarse fueron procesados; 308 de estos fueron enviados a la cárcel e incluso en 1955 un hombre recibió una condena de dos años de prisión, aunque posteriormente se redujo a un mes.
El suicidio solo dejó de ser un delito procesable en 196l y continúa siendo un delito para quienes ayudan o incitan, aconsejan o procuran el suicidio de otro (Ley de suicidio de 1961). Los objetivos aparentes de tales oraciones eran desalentar el suicidio como un fenómeno, aunque es difícil estar seguro de que algunos de los deseos de castigar no se debieron a una ira fuera de lugar hacia aquellos que fueron considerados como una molestia social, un espíritu que vive en muchas salas médicas y unidades de admisión.

Conceptos sociológicos
El siglo XIX fue una época en la que los hombres comenzaron a recopilar datos y a aplicar métodos científicos a los males sociales de la época. El profesor Olive Anderson [4] ha escrito mucho sobre el suicidio en este momento. Sus investigaciones indican que, a pesar de las prohibiciones, las tasas de suicidio en el Reino Unido comenzaron a aumentar, especialmente entre los hombres, a partir de mediados del siglo XIX. Aunque el sociólogo Emile Durkheim culpó a la "anomia" de la sociedad industrial moderna, el proceso de industrialización no se puede culpar por completo, ya que las tasas de suicidio eran más altas en las antiguas ciudades del condado. En este momento, el suicidio siguió estando asociado a la opinión pública con el pecado, pero el hallazgo de que también mostraba una fuerte asociación con el abuso del alcohol, la mala salud física y la pobreza sensibilizó al público hacia una actitud más comprensiva y comprensiva, ayudado por el aumento de la popular novela en la que a menudo aparecían los suicidios de los agraviados, abandonados y desamparados.
Sin embargo, la pobreza también se identificó popularmente en muchas mentes victorianas como los justos desiertos de una vida entregada al pecado; Así se llevó a cabo un debate considerable sobre cuáles de los pobres deberían ser vistos como "merecedores" y cuáles estaban más allá de la ayuda [5]. Bajo estas influencias combinadas, aquellos que se veían a sí mismos como responsables de promover el orden público desarrollaron una variedad de actividades sociales y Programas filantrópicos para combatir el suicidio.
Primero en la escena fueron miembros de varias denominaciones cristianas, la mayoría del ala evangélica, que trabajaron junto a prisioneros acusados de intento de suicidio y establecieron una serie de misiones, que culminaron en el Buró Anti-suicidio del Ejército de Salvación de 1907 que actuó tanto como lo hacen los samaritanos hoy en día. Paralelamente a estos desarrollos sociales, los psiquiatras comenzaban a interesarse mucho en el suicidio y los nuevos asilos tuvieron que lidiar con un enorme número de intentos de suicidio, mucho más de lo que realmente se vio en las cárceles de prisión preventiva. La clientela de los tres servicios era diferente ... los pobres y los indigentes continuaron ocupando las celdas policiales, mientras que los clientes de clase media con problemas financieros tendían a asistir a la Oficina.
Emile Durkheim, en su libro Le Suicide [6], hizo una encuesta exhaustiva de las diversas causas de suicidio que se sabía que existían y llegó a una conclusión importante: que las causas sociales son de importancia predominante en la determinación del suicidio y que la fuerza de la tendencia suicida dentro de las sociedades están en proporción directa con su grado de cohesión social. Donde la solidaridad social es fuerte, el suicidio será un evento poco común; así, el hallazgo común de que la adherencia religiosa se asocia con bajas tasas de suicidio, un hallazgo que aún es válido hoy en día. Por el contrario, cuando la cohesión social se rompe, como en tiempos de estrés económico, aumentan las tasas de suicidio, una visión que interesa a los preocupados por el aumento del desempleo, el colapso de la unidad familiar, el declive de la religión y el colapso de las estructuras comunitarias.

Un comentario psiquiátrico
Este no es el lugar para revisar la historia del suicidio desde una perspectiva psiquiátrica, excepto para recordarnos que la noción de que el suicidio podría ser un signo de patología mental es antigua. Muchos pacientes que se encuentran en entornos psiquiátricos tienen pensamientos suicidas y estos generalmente se resuelven cuando se trata la causa subyacente o la depresión. Con la excepción de la farmacoterapia, muchas de las técnicas utilizadas en psiquiatría hoy en día para ayudar a los deprimidos y suicidas son muy similares a los tipos de intervenciones psicoterapéuticas cognitivas que ofrece la iglesia medieval. No hay duda de que estos son exitosos en la situación individual, pero es igualmente cierto que todos los intentos, muchos de ellos ingeniosos, para prevenir el suicidio como fenómeno han sido fracasos tristes.
Esto se debe a que la mayoría de los que se suicidan no están realmente en contacto con los servicios psiquiátricos. Este es un hecho de gran importancia ya que el gobierno actual se ha encargado de juzgar la calidad de los servicios psiquiátricos sobre la base de las tasas locales de suicidio, un movimiento que revela una asombrosa ignorancia de la historia, la medicina y la epidemiología. Por lo tanto, el advenimiento de la psiquiatría y el desarrollo de antidepresivos no han tenido un impacto apreciable sobre el aumento constante de la tasa de suicidios que ha continuado (con disminuciones temporales durante la guerra y la conversión de cocinas de carbón a gas natural) sin cesar. Las tasas de suicidio están aumentando, especialmente en la actualidad entre los hombres jóvenes. La única característica positiva es que la tasa parece estar disminuyendo entre los ancianos, tal vez como resultado de la mejora de la atención médica y las instalaciones de apoyo.

Conclusiones
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta breve encuesta?
l. El sólido hallazgo de que el suicidio es más común en ciertos grupos sociodemográficos y en ciertas sociedades refleja el hecho de que las actitudes públicas son tan importantes como las circunstancias reales para determinar si alguien realmente se suicidará.
Las tasas de suicidio en Occidente, especialmente en los países católicos romanos, son bajas en comparación con países como Japón. El suicidio también es menos común durante la guerra y en tiempos de crisis nacional. Por el contrario, las tasas de suicidio aumentan después de que una celebridad se quita la vida o se muestra un suicidio en la televisión. Cualquier esfuerzo para tratar el suicidio como fenómeno debe tener en cuenta la importancia de la opinión pública.
El auto-lesión deliberada (que es responsable de aproximadamente el 10% de todas las admisiones médicas agudas en los hospitales generales del distrito) es un medio socialmente sancionado de expresar angustia y solicitar ayuda. Por lo tanto, los intentos de reducirlo deben apuntar a los determinantes de la opinión pública y los cristianos deben cuestionar y criticar el tipo de modelos a seguir ofrecidos por los medios de comunicación. También debemos reconocer que el 99% de los sermones en este país se predican a aquellos en las iglesias que ya son creyentes; El resto del público en general está adentro viendo la televisión.

2. En la sociedad occidental, el suicidio se ha considerado generalmente como un signo de patología tanto en la esfera mental como en la social. La depresión está presente en la mayoría de las víctimas de suicidio; La depresión es también el trastorno psiquiátrico específico más común en la sociedad occidental. La mayor parte de la depresión en la comunidad es conocida solo por los médicos de cabecera; de ahí el actual programa conjunto del Royal College (GP y psiquiatras) para crear conciencia sobre la depresión y su tratabilidad. Las iglesias harían bien en tomar conciencia del problema de la depresión y su tratamiento, ya que los cristianos no son inmunes a la depresión o al pensamiento suicida.
Los cristianos también harían bien en preocuparse más por la justicia social y en expresar su oposición a los males sociales reales de la sociedad. El alcoholismo, el colapso matrimonial y el desempleo son problemas mucho más serios que, por ejemplo, el movimiento de la Nueva Era o si las mujeres deberían ser ordenadas.

3. Las actitudes cristianas hacia el suicidio han cambiado mucho a lo largo de los siglos y hasta ahora no han llegado a un punto fijo. ¿Qué principios podemos extraer de las Escrituras?
En primer lugar, la breve revisión del suicidio bíblico parece sugerir que, al menos en estos casos, el suicidio fue la consecuencia del pecado. Sin embargo, estos ejemplos registrados no son en absoluto representativos del tipo de suicidio "ordinario" encontrado en la práctica clínica; así, los suicidios bíblicos no pueden usarse para extrapolar una ética cristiana hacia el suicidio per se.
También debemos reconocer que la desesperación, incluso hasta el punto de suicidio, fue algo experimentado por varias otras figuras bíblicas que se presentan claramente bajo una luz favorable; uno piensa inmediatamente en Pablo, pero también están Job, David, Jeremías y Elías. Esto debería hacernos ser cautelosos al condenar al cristiano que experimenta desesperación o pensamientos suicidas y con frecuencia uso estos ejemplos bíblicos en la práctica clínica para asegurarles a los pacientes que su desesperación y pensamiento suicida es una auténtica experiencia cristiana. Dios no nos prueba más de lo que somos capaces de soportar ... pero somos capaces de soportar considerablemente más de lo que queremos pensar.
Poder, entonces, sobrevivir a tal experiencia y retener la fe, por débil que sea, en esos momentos es un testigo glorioso y un testimonio glorioso de la fidelidad de Dios. Saber esto, cuando se sufre de depresión y se encuentra elogiado por tal fe en lugar de sentirse culpable, puede ser una experiencia enormemente liberadora. En segundo lugar, hay ciertos principios con respecto a lo sagrado de la vida humana que merecen una atención cuidadosa en la construcción de una ética suicida, pero es igualmente claro que hay ciertas situaciones, toleradas por la Biblia, en las que es legítimo tomar o incluso entregar la vida. Por lo tanto, incluso desde un punto de vista cristiano, la santidad de la vida no es una ética inviolable. La principal objeción religiosa a la toma de vida es la afirmación platónica de que no somos nuestros. Esta declaración casi siempre se malinterpreta, lo que debilita su impacto en el debate ético. El énfasis cristiano crucial en este debate no es que somos seres creados, sino que es DIOS quien nos ha creado. Esto implica un cambio crítico de énfasis y saca el debate del teatro en el que el hombre discute lo que le sucede al hombre en una arena metafísica más amplia en la que el hombre es en gran medida el socio más débil en intelecto y comprensión. Lo más importante es que el derecho de una persona a la vida le es conferido por Dios y no por los padres, la pareja o el resto de la sociedad.

Más importante aún, este derecho es un contrato unilateral entre Dios y el hombre y, por lo tanto, no es negociable. Es esto lo que distingue la muerte voluntaria de Jesús en la cruz del suicidio ordinario ya que Jesús, como Dios, tenía el derecho de dar su vida de esta manera; de ahí su declaración en Juan 10: 17-18 `Yo pongo mi vida solo para retomarla. Nadie me lo quita, pero lo dejo por mi propia cuenta. Tengo autoridad para establecerlo y autoridad para retomarlo '.
La implicación es que los seres humanos comunes no tienen esta prerrogativa. Sin embargo, la pregunta sigue siendo '¿Hay alguna circunstancia que haga legítimo terminar con la propia vida?' Los antiguos judíos y los primeros cristianos lo creían claramente. Hoy en día nos enfrentamos a nuevos dilemas sobre la creciente capacidad de la medicina para mantener y prolongar la vida más allá de lo determinado por los procesos naturales. Esto inevitablemente nos obliga a examinar si cualquier rechazo de tratamiento en tales casos es necesariamente equivalente al suicidio, que es un tema para otro día.

Referencias
Blacker C V R. Eutanasia - Parte 1. Crisol, 1992, enero-marzo: 15-23.
Blacker C V R. Eutanasia - Parte 2. Crisol, 1992, abril-junio: 74-85.
Hume Ensayo sobre el suicidio. 1789.
Anderson O. Suicidio en la Inglaterra victoriana y eduardiana. Clarendon Press, Oxford. 1987.
Himmelfarb G. La idea de la pobreza. Faber & Faber, Londres. 1984
Durkheim E. Le Suicide. 1912.
https://www.cmf.org.uk/resources/publications/content/?context=article&id=1365


miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿Qué hacemos con el sufrimiento?



¿QUÉ HACEMOS CON EL SUFRIMIENTO?
 ¿EXALTAR EL DOLOR? 
¿IGNORARLO? 

por el Dr. Edward T. Welch
“La iglesia consta de personas que están sentadas en un charco de lágrimas propias.” Eso es lo que cree una creciente cantidad de personas. No hay encuestas formales ni estadísticas exactas que lo demuestren, pero muchos cristianos coincidirían. Más importante aún, la Palabra de Dios coincide y va un paso más allá declarando que “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto” (Ro. 8:22). La vida conlleva miseria y aflicciones. Relaciones que se rompen, dolorosas enfermedades, la posibilidad de la propia muerte, depresión, injusticia y atrocidades, un temor callado pero paralizante, recuerdos de violencia sexual, la muerte de un niño, y muchos otros angustiosos problemas que no dejan a nadie indemne. Sería imposible minimizar el sufrimiento, tanto en la iglesia como en el mundo. Pero esta proposición se halla en una intersección donde los cristianos van en direcciones contrarias. Algunos exaltan el dolor, otros lo niegan. Algunos son “consejeros para el dolor”, otros son “consejeros para el pecado”. Los consejeros para el dolor son expertos en hacer que la gente se sienta entendida; los consejeros para el pecado son expertos en entender el llamado a la obediencia aun cuando hay dolor. Los consejeros para el dolor corren el riesgo de enfatizar demasiado el dolor hasta el punto en que el alivio del dolor se convierte en prioridad uno. Los consejeros para el pecado corren el riesgo de presentar el dolor de una persona como algo con poco o nada de importancia. Los consejeros para el dolor pueden demorar en hacer que quienes sufren respondan al evangelio de Cristo con fe y obediencia. Los consejeros para el pecado pueden correr peligro de engendrar estoicos cuya respuesta obediente no es consciente de la gran compasión de Dios. Los consejeros para el dolor podrían proveer un contexto que intensifique las culpas y el sentimiento del aconsejado de ser víctima inocente. Los consejeros para el pecado pueden preocuparse tanto por no echar culpas que tienen una teología del dolor muy poco desarrollada. Hay peligros latentes en ambos.
Exaltando el dolor
Quienes prefieren la exaltación del dolor han dicho (u oído) lo siguiente: “La Biblia no habla significativamente a mi sufrimiento”. La teología bíblica del sufrimiento parece no funcionar. Ellos han probado la Biblia, pero ésta no les ofreció respuestas profundas. Ellos han oído que pastores y amigos los animan a tener fe. Pueden haber oído excelente predicaciones y enseñanza bíblica sobre el sufrimiento, pero nada ha hablado realmente a las profundidades de su dolor.
Esta acusación parece extraña, considerando que la Biblia está llena de penetrante enseñanza sobre el sufrimiento. ¿Por qué la Palabra de Dios parece superficial a ciertos cristianos que sufren? ¿Por qué los cristianos buscan consejeros que los entiendan y hasta sean partícipes de su dolor, pero que no los lleven al evangelio de Cristo ni los propósitos de Dios en el sufrimiento? Sin lugar a dudas, una razón es que muchas personas sufridas han sido afligidas como Job por los consoladores que han tenido. Todos nos hemos topado con cristianos que manejan el dolor de una manera académica, indiferente, cristianos cuyo consejo puede resumirse en las palabras “¡Vamos, sigue adelante!” Tales consejeros y amigos en realidad no saben lo que Dios dice a aquellos que están en dolor, de modo que son pobres embajadores ante otros. Pero ésta no es la única razón.
Nos estamos convirtiendo en una iglesia donde la sanidad del dolor (no el perdón de pecados) se ha tornado en nuestra mayor necesidad. Una consecuencia de exaltar el dolor más allá de los límites bíblicos es que nuestro problema de dolor se vuelve más grande que nuestro problema de pecado. Enmendamos nuestra teología para decir que el dolor es en realidad la causa del pecado. ¿Pero es esto lo que dice Dios? ¿Es verdad que el dolor precede al pecado? Por cierto que a menudo parece que así fuera. La mayoría de los que están en medio de amargos desacuerdos matrimoniales dirían que el dolor y la desilusión son la razón de su pecado. Pero aparecen grandes problemas si otorgamos al sufrimiento un status de primer orden. Bíblicamente, el pecado nunca puede reducirse al dolor ni puede explicarse por el dolor. El pecado es pecado. La causa del pecado no reside en las acciones de otra persona ni en nuestro deseo de protegernos de más dolor. Sólo hallaremos el culpable en el hecho de que hemos quebrantado la ley. Otros, por cierto, nos causan dolor; pero este dolor nunca puede llevarnos al pecado o a no amar a otros.
Creer que el dolor es lo que causa nuestro pecado y que el alivio del dolor es realmente nuestra mayor necesidad, tiene implicaciones dramáticas. En primer lugar, el pecado ya no es “errar al blanco” sino es reducido a autoprotección; es decir, nuestro “pecado” sería protegernos de más dolor. Esto deja de lado la naturaleza del pecado, que claramente es contra Dios y quebranta la ley. En segundo lugar, cuando nos damos cuenta de que no estamos resguardados del sufrimiento, creemos que Dios ha renegado de sus promesas divinas, y nos sentimos justificados por nuestro enojo con Él. También creemos que la Palabra de Dios no tiene respuestas significativas al más grande problema de la vida. Sin embargo, Dios nunca promete libertad temporal del sufrimiento. En realidad, Él nos habla en casi cada página de la Escritura a fin de prepararnos para el sufrimiento. Difícil como parece, el evangelio no elimina todo el dolor del presente, sino que va más allá. Sana nuestro problema moral. Nuestro sufrimiento es difícil, pero el evangelio señala realidades hermosísimas y ofrece gozo aun en el sufrimiento. Ese evangelio da poder para una nueva obediencia que puede resistir aun en el sufrimiento. La Biblia no proporciona una tecnología que quite el sufrimiento, pero nos enseña cómo vivir con él. Enseñar algo distinto sería transigir con el evangelio.
Ignorando el dolor
Quienes tienen la tendencia de minimizar el sufrimiento o de exigir que haya una aceptación estoica, por lo general son más precisos en sus formulaciones teológicas. Pero pueden ser culpables de ignorar importantes temas bíblicos, y por lo tanto culpables también de no ofrecer todo el consejo de Dios a los que sufren. Por ejemplo, si el sufrimiento es un resultado de que otro haya pecado contra nosotros, quienes minimizan el sufrimiento inmediatamente podrían pensar en el llamado a perdonar al que comete el pecado. Este es un tema crítico, así que no es un error incluir el perdón en el proceso de aconsejamiento. Sin embargo, el problema surge cuando el perdón se transforma en único elemento del programa de aconsejamiento. Muchas veces el primer y el último consejo que se da a una mujer víctima de un delito grave es que perdone al ofensor.
Para complicar la situación, algunos consejeros podrían adjuntar al perdón una cláusula adicional. Es decir, el perdón debe ir acompañado del olvido. Este es un sano consejo si “olvidar” se entiende como no permitir que lo que pensamos del ofensor esté controlado por el pecado. Sin embargo, los aconsejados por lo general entienden que este consejo significa que ellos están en pecado aun si piensan en el pecado de que fueron víctimas. Resultado: La víctima ahora se convierte en victimario y se siente culpable si otra vez llega a mencionar que el pecado que sufrió todavía le duele.
Aquellos que minimizan el sufrimiento personal también pueden errar al intentar una rápida resolución para el que sufre. Los hombres, en particular, parecen moverse en esta dirección. El intento puede ser loable. La mayoría de nosotros queremos que los que sufren se sientan mejor. Pero la manera en que esto se lleva a cabo puede ser nociva. Apenas oyen un esbozo de la situación, los consejeros inmediatamente podrían acudir con respuestas. Los aconsejados a menudo responden sintiendo que el consejero no quiere oír acerca del dolor, y los aconsejados entonces sienten que el dolor de alguna manera está mal.
Otras veces el intento de arreglar el problema podría no ser tan loable. Algunos simplemente no quieren oír sobre el sufrimiento de otros. Las lágrimas son inconvenientes para lo que de otra manera es en ellos una vida cómoda. Su consejo es “Hay que seguir adelante”. Un breve estudio de la compasión de Jesús es un claro reproche a este proceder egoísta. La misma encarnación fue un ejemplo dramático de cómo Dios entró en la vida de su pueblo. Jesús sentía gran compasión por aquellos que estaban sin dirección, por los oprimidos, los pobres o los que habían perdido un ser querido. Al tiempo que Jesús nos aconseja llorar con los que lloran, nos señala su propia vida como ejemplo. El estoico evita o ignora estos claros temas de la Escritura.
Pregúntele a la gente que ha sufrido mucho qué es lo que más la ha ayudado. Muchos dirán, por ejemplo, “Ella estuvo junto a mí.” Un amigo o consejero pudo estar presente a fin de que no se sintiera tan sola ni fuera devorada por el sufrimiento. Si nuestra meta principal es resolver la cuestión del sufrimiento, hacer que el dolor se vaya, seguramente empeoraremos la situación.
Otro peligro común en los estoicos tiene lugar cuando un consejero cuenta con un reloj de alarma interno que suena anunciando que es hora de acabar con el sufrimiento. Hay varias razones para esto. Tal vez el consejero sea compasivo y quiera que el dolor se alivie. Quizás el sufrimiento resulte inconveniente para el consejero. Tal vez el consejero crea que para sufrir hay un límite bíblico de un mes o un año, y que después es tiempo de seguir viviendo normalmente. Sin embargo, en la Biblia no hay tiempos prefijados ni etapas predeterminadas de pena y sufrimiento. Hay ciertos dolores que no serán eliminados hasta el último día (Ap. 21:4). Los consejeros deben ser pacientes con todos, deben llorar con los que lloran, y deben procurar la meta de ayudar a la gente a amar a otros y amar a Dios en medio del sufrimiento.
De modo que dos peligros potenciales (exaltar el dolor e ignorar el dolor) pueden apartarnos de una perspectiva bíblica del sufrimiento. Hasta con la gran cantidad de buenos libros sobre el sufrimiento, ciertos problemas deberían ser tratados por una teología corriente del sufrimiento. La tarea teológica práctica es hablar con compasión a aquellos que están en dolor, e indicarles realidades que van más allá que el dolor que sienten.
¿De dónde viene el sufrimiento? ¿Es culpa mía? ¿Es iniciativa de Satanás? ¿O acaso Dios es el autor? Estas preguntas difieren de la pregunta inevitable “¿Por qué Dios no lo detuvo (o no lo detiene)?” o bien “¿Por qué a mí?” Pero las preguntas en cuanto a “de dónde” tienen importantes respuestas bíblicas, y dichas estas respuestas cuentan con sólidas aplicaciones potenciales.
Otros. Una de las respuestas a “¿de dónde vino el dolor?” es de otras personas. Un marido abandona a su esposa y se va con su secretaria, una esposa ataca verbalmente al marido, un niño muere por culpa de un conductor de auto borracho, y una mujer es violada por alguien en quien ella confiaba. Otros pecan contra nosotros, y esto duele profundamente.
De manera que cuando la mujer que ha sido victimada pregunta “¿por qué?”, usted podría cambiar la pregunta a “¿de dónde provino?” y así responder: “por la maldad de tu padre”. Quizás la pregunta que ella hace es “¿por qué Dios lo permitió?”, pero la respuesta continúa siendo la misma: “Fue tu padre quien lo hizo; fue por el pecado que hay en él.”
Sin duda, esta respuesta obvia no contesta todos los misterios que rodean al problema del dolor, pero es una respuesta importante. Muchos de los que sufren increpan a Dios o se reprenden a ellos mismos, ignorando lo obvio. Eso proporciona un aliciente porque de manera clara dice a la víctima que la causa de ese sufrimiento particular fue algún otro. Aunque pareciera manifiesto, quienes han sido victimados parecen tener un instinto que dice: “Yo soy responsable”. Dios responde recordándonos que nosotros no causamos el pecado de otros. Ellos son responsables por su propio pecado. Algunos se sienten tan incómodos con la idea de que las personas que supuestamente debían amarlos los lastimaron tanto y a veces fueron tan malvados con ellos, que prefieren culparse a sí mismos. Al pensar esto la víctima todavía puede conservar la ilusión de que el victimario realmente le amaba. Una vez más la Escritura responde que nosotros no causamos el pecado de los demás, sino que cada persona es responsable de su propio pecado.
Como cristianos no quedamos “empantanados” cuando el dolor ha sido causado por algún otro, sino que tenemos la oportunidad de crecer en una actitud de perdón que idealmente ha de llevar a un perdón pleno, a la reconciliación y a la restauración de la relación con el ofensor.
Por supuesto que hay advertencias. Dios nos advierte en cuanto a ser farisaicos en nuestros juicios. El nos dice que el pecado de otras personas no puede ser una excusa para nuestra propia desobediencia o falta de amor. Además, reitera que sólo Él es juez, y que nosotros debemos confiar en sus juicios y por lo tanto no debemos pagar mal por mal.
Otra palabra de advertencia es que los “otros” no son la única causa del sufrimiento. Hay también otros lugares que debemos considerar
Yo. Otra respuesta obvia es yo. Yo sufro porque pequé. Yo estoy embarazada sin haberme casado porque abandoné los mandamientos de Dios y la protección que ofrecían. Mis hijos me han dejado porque en forma constante yo los provoqué y los traté con dureza. Yo estoy enfermo físicamente en razón de mis celos constantes. Mi novia me dejó por mis arranques de ira. Yo tengo enfisema porque fumé dos paquetes de cigarrillos por día durante 40 años. Yo perdí mi trabajo porque fui descubierto mientras hurtaba a mi empleador. Yo soy pobre porque he sido un holgazán. El aliento que hay en este tipo de sufrimiento es que hay esperanza de cambiar. Dios no sólo nos ofrece perdón de pecados en Cristo, sino que también nos da el poder para rechazar el pecado. ¡Podemos cambiar! No tenemos que estar plagados de enojo pecaminoso, codicia sexual, mentiras, esclavitud a adicciones y holgazanería. Hemos recibido el Espíritu de poder que nos da gracia para un continuo crecimiento en la gracia.
Estas advertencias en cuanto al sufrimiento causado por “mí” resultan familiares. Si no hay una relación obvia entre el pecado de una persona y su sufrimiento, debemos ser cuidadosos de no dar por sentado que hay relación.
Adán. Una tercera causa del sufrimiento es Adán y la maldición. Aunque participamos en el pecado de Adán (Romanos 5), fue Adán mismo quien pecó y produjo miseria y muerte a toda su descendencia. En razón de su pecado nosotros experimentamos la maldición sobre toda la creación. Como resultado, hay accidentes, enfermedad y debilidad física, pérdida de seres queridos y luchas duras.
Ésta puede ser la causa más frustrante del sufrimiento. Es como si la culpa no fuera de nadie. No hay nadie con quien reconciliarse, nadie para perdonar ni tampoco seguridad de cambio. En realidad, los medicamentos pueden hacer retroceder temporariamente algunos de los efectos del pecado de Adán, pero los beneficios parecen superficiales y temporales. Y aquí se encuentra su principal exhortación para nosotros. La maldición del pecado de Adán evita que amemos demasiado al mundo. Nos induce a esperar con anticipación algo mejor. El incentivo para quienes sienten el peso de la maldición es esperar con expectativa la consumación cuando Jesús regrese y la maldición sea borrada.
Satanás. El sufrimiento también proviene de Satanás. Él “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Él se deleita produciendo dolor al pueblo de Dios. El libro de Job lo muestra como un enemigo que usa el sufrimiento para fomentar los propósitos de su propio reino. Es un asesino (Jn. 8:44) que inflige sufrimiento por medio del dolor físico y de distintas pérdidas. El tormento del apóstol Pablo provenía de “un mensajero de Satanás” (2 Co. 12:7). Pero Satanás puede causar un dolor más profundo que el tormento físico. Por medio de mentiras, acusaciones, y promoviendo divisiones dolorosísimas en el pueblo de Cristo, Satanás procura llevarnos a la desesperanza, cuestionando la bondad de Dios.
¿Se pone usted frenético ante el sufrimiento? Satanás es el blanco apropiado pero escurridizo. Es engañador. Su rol en el sufrimiento a menudo se pasa por alto. Se debe advertir a aquellos que sufren en cuanto a los propósitos de Satanás, de manera que puedan estar alerta a sus mentiras y luchar prontamente contra él. Se puede actuar con violencia contra este enemigo. La actitud de más violencia contra él es confiar en Dios y seguir a Cristo en obediencia aun cuando sufrimos.
Sin embargo, aquí también hay advertencias. Satanás no es la única causa de sufrimiento. Por ejemplo, aun si Satanás tiene parte activa en todo sufrimiento, su presencia no minimiza la responsabilidad ya sea de otros o de nosotros. Nadie puede decir: “El diablo me hizo hacer esto”. No podemos usar a Satanás como una excusa para nuestro pecado ni podemos usar a Satanás para minimizar el pecado de otros. Quienes causaron tanto sufrimiento a Job eran totalmente responsables de un pecado cruel e infame. Quien traicionó a Jesús fue Judas, no Satanás en el cuerpo de Judas. Satanás puede causar gran sufrimiento, pero no nos puede obligar a pecar. Dios. Curiosamente, el blanco de la frustración del que sufre por lo general es Dios; raramente es Satanás. Pareciera que los agnósticos y hasta los ateos se convierten en teístas cuando sufren. Preguntan: “Dios, ¿por qué me estás haciendo esto a mí?” “¿Qué te hice?” ¿Es verdad que Dios causa sufrimiento? Así lo creía Noemí. Al regresar a su tierra después de perder a su esposo y a sus hijos, dijo: “El Todopoderoso me ha llenado de amargura” (Rut 1:20). Y tenía razón. Ella era miope y no veía el plan de Dios como un todo, pero estaba en lo cierto. Cuando la esposa de Job aconsejó a su esposo que maldijera a Dios y se muriera, también creyó que el culpable era Dios. Su consejo fue malvado, pero tenía razón al pensar que Dios estaba por detrás del sufrimiento de Dios. Lamentaciones y Habacuc son tratados teológicos sobre cómo la fe acepta y lucha con el rol de Dios en el sufrimiento.
Algunos maestros bíblicos tratan de distinguir entre lo que Dios ordena y lo que Él permite, pero la distinción es a veces un intento de justificar a Dios. Una declaración menos técnica podría ser: cuando el sufrimiento nos llega, es voluntad de Dios. Dios es rey sobre todo. No es el autor del pecado y el sufrimiento, pero es soberano sobre todo, aun sobre nuestro sufrimiento. El obra “según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11).
El aliento que recibimos es claro. Nuestro fiel Dios es quien reina. El mundo no está en caos. Ni Satanás ni criminales malvados han triunfado. Pero los consejeros deben saber dónde se hallan los límites teológicos. La soberanía de Dios no quita de las criaturas el libre albedrío. Es verdad que es un misterio afirmar que Dios reina sobre todo y que al mismo tiempo “la insensatez del hombre tuerce su camino” (Pr. 19:3). Pero la grandeza de Dios es tal que ha creado un mundo que Él ha ordenado pero sin hacerlo un robot.
Aquí cabe otra advertencia. Nunca podemos pensar que dado que Dios ha ordenado todas las cosas y que por lo tanto El es, en cierta medida, indiferente a nuestro sufrimiento. El evangelio deja en claro que Dios se compadece grandemente por el sufrimiento de su pueblo. Jesucristo participó en nuestro sufrimiento (He. 2:14-18). Quizás podamos decir que las respuestas emocionales de Dios en cuanto a su creación son complejas y variadas, pero nunca podemos declarar que no tiene compasión ante nuestro sufrimiento.



Fig. 1 Las causas del sufrimiento 

Estas cinco categorías contestan la pregunta “¿de dónde viene el sufrimiento?” Son importantes por su efecto clarificador en los que sufren, y asimismo por las advertencias que proporcionan. Cuando estas causas relevantes aparecen de manera prominente, puede ser de inmensa ayuda a aquellos que pasan por dolor, proporcionando una claridad bíblica que fomenta respuestas bíblicas.Pero estas respuestas no siempre son exactas. El sufrimiento rara vez es claramente parte de una sola de estas categorías; a menudo pertenece a todas. Muchos salmos van de una causa a otra. En cualquier incidente puede haber más énfasis en determinada parte del trío “yo/otros/Adán”, pero el tema tendrá un énfasis relativo. Por ejemplo, en casos de violencia sexual para con alguien, el énfasis por cierto está en el hecho de que otros han pecado contra la víctima. Pero esto no excluye el hecho de que ese pecado no hubiera tenido lugar si no fuera por el pecado de “Adán”, como tampoco excluye que somos pecadores que nos beneficiamos con la disciplina de Dios en nuestra vida. Excluyendo a Jesús, no existe nadie que sufra y sea inocente.O consideremos el caso de la enfermedad física. El énfasis más obvio en el trío “otros/yo/Adán” sería la maldición asociada con el pecado de Adán. Sin embargo, la enfermedad física también puede relacionarse con el pecado individual, y puede ser el resultado del pecado de otra persona (ej.: el SIDA adquirido en una transfusión de sangre).Advirtamos a la gente que no reduzca a una sola las causas del sufrimiento. Si la causa de éste se reduce sólo a “otros”, estamos echando culpas. Si la culpa del sufrimiento se reduce a “mí”, el que sufre, como en el caso de Job de acuerdo a sus consejeros, la culpa y la condenación siempre estarán presentes. Si es sólo resultado del pecado y la maldición de Adán, nos convertimos en fatalistas. Si es sólo de Satanás, nos convertimos en guerreros espirituales unilaterales que ignoran los propósitos de Dios y los aspectos interpersonales del sufrimiento. El único “diagnóstico” seguro es que el sufrimiento, para cuando llega a nosotros, es la voluntad ordenada de Dios para nuestra vida. Sin embargo, tampoco podemos reducir la causa del sufrimiento a Dios. Dios está por sobre el pecado y el sufrimiento, pero no es el autor. Los que reducen la causa del sufrimiento a Dios son los blasfemos y los airados. Lo que la Biblia enfatiza es que el sufrimiento, al margen de la causa, es tiempo de lágrimas y de lucha, de arrepentimiento, de poner la fe en Dios en medio de la angustia, de seguir a Dios en obediencia. Con este entorno teológico básico, estamos listos para ayudar a los que también sufren.¿Cómo ayudo a los que sufren? La estrategia bíblica para ayudar a los que están en dolor es eclipsar el dolor. La vida parecería reducirse a sufrimiento. Es como si los que sufren no pudieran ver nada que no sea su propio dolor. Gradualmente, al tiempo que se acostumbran a fijar sus ojos en Jesús, dichas personas descubren pesos de gloria mucho más relevantes que el peso de su dolor. Estos pesos de gloria incluyen los sufrimientos de Cristo, el gozo del perdón de pecados, la satisfacción de obedecer a Cristo de pequeñas maneras en medio de grandes penurias, la presencia de Dios en nuestra vida, y la esperanza de eternidad. Para esto, aquellos que sufren deben ser sorprendidos tanto por el entrañable amor de Dios como por su gloria que todo lo trasciende; y los tales deben ser guiados a conocer a Dios de manera que no puedan sino obedecer a Dios, confiar en Él y adorarlo.
La estrategia de aconsejamiento que aquí se presenta consta de cinco declaraciones que pueden ser de ayuda al lector en su apoyo y consejo a los que sufren. Cada declaración comienza con “Dios dice” como un modo de enfatizar que en su Palabra Dios habla claramente a los que sufren. Cada declaración es otro peso de gloria que compensa el dolor individual.
1. Dios dice: “Expresa tu sufrimiento con palabras”.
Muchos inicialmente se sorprenden de que Dios en realidad anime a los que sufren a hablarle con toda sinceridad. Los que sufren suelen sentirse solos y aislados. A menudo creen que Dios está muy lejos de ellos. Pero Dios penetra ese aislamiento y nos insta a expresar verbalmente nuestras experiencias de dolor. No se refiere a expresarlo de cualquier manera. No se refiere a palabras amargas y sin fe. Tampoco a lamentos paganos en un mundo sin sentido. Dios nos anima a dirigirle a Él nuestras palabras.
Ése es el ejemplo entrelazado en la Escritura en libros como Salmos, Job y Lamentaciones. Dios nos anima a expresar con palabras los lamentos de nuestro corazón y a dirigirle todo a Él. Aunque resulta difícil de entender, Dios desea oír lo que hay en las profundidades de nuestro corazón. Y cuando no podemos expresarnos ante Dios, Él nos da palabras para expresar esos silencios. Los gemidos mudos se convierten en palabras.
¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo tendré conflictos en mi alma, con angustias de mi corazón cada día? (Sal.3:1-2a. Ver también 6:2,3; 10:1; 22:1; 88:3,6)
De manera que el punto de partida del aconsejamiento es estar junto a los que sufren y animarlos a hablar de sus sufrimientos -- hablarle tanto al consejero como a Dios.
¿Pero qué si los aconsejados se lamentan y quejan o muestran su enojo? ¿Debemos en ese caso animarlos a poner palabras a sus silencios? Si leemos los Salmos, probablemente veremos que Dios da mucha más libertad de lo que cree la mayoría. Él nos da palabras para decir cosas que algunos considerarían casi blasfemas. Sin embargo, existe el lamento malo y el lamento bueno. El malo es el clamor de alguien que no reconoce quién es Dios. Es el llanto del corazón egoísta que dice: “Debes satisfacer mis necesidades”, un llanto donde la preocupación máxima no es la gloria de Dios sino el alivio del sufrimiento. El lamento malo no cree en las promesas de Dios sino que gime y se enfurece contra Dios.
El lamento bueno pregunta: “¿Por qué me has abandonado?” pues hay conocimiento de Dios. Este lamento viene de un corazón que conoce a Dios y conoce sus promesas, y que está desconcertado porque Dios parece estar lejos.
--¿Cómo explicar esto si mi Dios es el Dios fiel de Abraham, Isaac, Jacob, Israel y Moisés? - -exclama la persona que sufre.
Los lamentos buenos son los clamores de fe ligados a un deseo de conocer a Dios. Son lamentos y apelaciones ante Dios, no contra Dios.
¿Qué puede hacer usted cuando estos lamentos de los que sufren son más lamentos malos y no lamentos buenos que surgen de la fe? Imite a los salmistas en los Salmos. Formule los lamentos de modo que se vayan conformando más y más a la manera en que Dios nos enseña a verbalizar los silencios de nuestro corazón.
En vista de este incentivo a hablar, ¿qué podría llegar a oír usted cuando alguien expresa con palabras angustiosos silencios? Es posible que usted oiga una compleja mezcolanza de emociones. No será una progresión lineal de emociones que pase por la negación, el enojo, el tratar de llegar a un acuerdo, la depresión y hasta la aceptación. Será como fragmentos de una hoja de vidrio que se ha hecho pedazos. Puede haber docenas de experiencias simultáneas, incluso contradictorias. Por ejemplo, consideremos el caso de una mujer contra quien alguien ha cometido un pecado sexual. Ella puede tener miedo, estar llena de vergüenza, sentirse sucia y aturdida. La culpa casi siempre estará presente. Ella puede sentirse responsable por lo que pasó, como reza un mítico refrán: “Las cosas malas les suceden a las personas malas”. La historia de Job debería haber cambiado nuestra opinión; pero muchos todavía creen que si les pasa algo malo con seguridad fue resultado de su propio comportamiento.
Este sentido de culpa es particularmente penoso porque, en cierto sentido, está más allá del perdón. En otras palabras, estas víctimas tienen una amarga sensación de ser responsables y culpables, pero no tienen idea de qué deben confesar (al menos en cuanto a la agresión sexual). Y aunque descubran qué cosas confesar, el sentido de culpa sigue.
¿Qué más podría encontrar usted en los silencios? Dolor, el sentirse traicionado o desvalido como un niño, ira hacia quien perpetró el hecho, pero a veces también amor y deseos de proteger al agresor. Más escondidos se hallan los sentimientos y apreciaciones que tienen que ver con la relación con Dios por parte de la víctima. Casi inevitablemente surgen preguntas sobre la soberanía de Dios.
--¿Por qué Dios no lo impidió? --¿Por qué Dios me abandonó? Igualmente podría haber cierto enojo contra Dios, algo que aterra a la persona. Tanto usted como la víctima probablemente estén abrumados ante la cantidad de fragmentos emocionales.
Expresar empatía es a menudo la mejor respuesta inicial. Los que sufren sienten que nadie puede entender su dolor. Por lo tanto, durante este período los consejeros no permanecen pasivos sino que activamente entran en el mundo del que sufre, tratando de entender a través de los ojos de quien está sufriendo. La pregunta constante debe ser: “¿Qué está sintiendo esta persona?” Además, es crucial que los consejeros le expresen al aconsejado cuáles son sus propias respuestas. ¿Se siente el consejero abrumado por la complejidad del sufrimiento? Dígaselo al aconsejado. ¿Le pesa en gran manera lo que ha oído? Dígalo. ¿Siente enojo por la maldad de quien causó el sufrimiento? Expréselo. ¿Está conmovido hasta el llanto? Llore con la persona que pasa por ese dolor.
Tenga compasión por el aconsejado mientras éste sienta dolor. Anímelo a hablar si hay aspectos de su vida que no han sido expresados ante Dios. La expresión del corazón de la persona es el comienzo de un diálogo que consiste en hablarle a Dios y escucharlo.
Dado lo fragmentado de la experiencia, usted podría pensar que abordar cada fragmento bíblicamente sería un proceso interminable. Pero si para usted la cruz de Jesús es el elemento central, descubrirá que puede abordar simultáneamente la totalidad de esas experiencias. Por ejemplo, la cruz proclama poder para el débil, exaltación para el humillado, vestido para el desnudo, amor para los odiados, redención para los esclavos, gracia para quienes tratan de pagar por sus pecados, perdón para los pecadores, y juicio sobre los enemigos de Dios. Dios nos sorprende con el alcance de su obra de redención y su amor para con los oprimidos y los que han sufrido como víctimas. La labor del aconsejamiento consiste en maravillar al que sufre con la verdad de quién es Dios y qué dice. Inicialmente esto significa recordar a quienes sufren que Dios no sólo permite que ellos le hablen con sinceridad, sino que además los anima a hacerlo.
Ideas prácticas
a) Póngale palabras a su dolor, ya sea verbalmente con un amigo o consejero, o por escrito en un diario personal. b) Lea los Salmos y seleccione palabras, frases o salmos enteros que expresen la experiencia de su corazón. c) Relate verbalmente o por escrito sus propias experiencias ante Dios, recordando que Dios está presente y que oye. d) Las causas del sufrimiento son el pecado de otros, el pecado de Adán y la resultante maldición sobre toda la creación, o el propio pecado. Además, Satanás es el enemigo que está detrás de todo sufrimiento, mientras que Dios está por encima del sufrimiento y lo usa para un propósito. ¿De dónde proviene su sufrimiento?
2. Cuando alguien es una víctima evidente, Dios dice: “Han pecado contra ti”.
Cuando resulta obvio que la causa del sufrimiento era el pecado de otros, Dios les habla a las víctimas. Mientras las anima que le hablen sinceramente, las ayuda a diferenciar responsabilidades. Aunque la víctima por cierto es una persona pecadora --como lo somos todos--, el énfasis inicial de Dios es demostrar que Él está a favor de la víctima y de la justicia. El amor es “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Stg.1:27). Las víctimas, ¿podrían haber gritado en voz más alta, haberle dicho antes a un amigo, resistido más...? Tal vez, pero eso no las hace responsables por el pecado de otros. Por ejemplo, en casos de incesto durante la infancia, una mujer ha sido víctima sexual de una persona que tenía autoridad sobre ella; y Dios hace responsables a las autoridades, sean líderes de Israel (Je.23; Ez. 34), pastores, padres u otros adultos. Por otra parte, Dios declara que está contra el opresor (Ex.22:21-24).
Algunos consejeros no se animan a usar la categoría bíblica de víctimas y victimarios porque parece que se estuviera echando la culpa a otros. Quienes han sido oprimidos, con sus actitudes a menudo echan culpas, justificando así los pecados de autocompasión, amargura, espíritu vengativo, abuso de sustancias nocivas, etc. Las víctimas también se caracterizan por culpar la maldad de los perpetradores diciendo que la propia maldad es simplemente un mal que están devolviendo: “Mi odio suicida y homicida es culpa de esa persona”. Muchas psicologías populares enfatizan tal santurronería. De manera que los consejeros hacen bien en preocuparse porque las personas podrían quedar desvalidas, indolentes y airadas. Sin embargo, las categorías de perpetrador y víctima son categorías bíblicas, y utilizarlas correctamente es parte de un razonamiento bíblico. Si evitamos estas categorías, ignoramos lo que dice Dios a las personas que están sufriendo. Echar culpas a otros es un pecado con el cual todos estamos familiarizados, pero la Biblia es equilibrada. “Que ninguno pague a otro mal por mal” identifica a aquellos que sufren por la maldad, e impugna el culpar a otros.
Si el sufrimiento mayormente es resultado de los pecados de otros, usted descubrirá que la diferenciación responsable se hace vital. No habrá perdón si las víctimas no creen que deben perdonar, y las víctimas verán paralizado su crecimiento espiritual si existe el sentimiento escondido de que son responsables por lo ocurrido.
Ideas prácticas
a) Sepa lo que dice la Biblia sobre los hacedores de maldad. Lea Jeremías 23:1-8; Ezequiel 34:1-16; Lucas 17:1-2. b) ¿Quién cree usted fue responsable por lo sucedido? ¿Qué dice Dios al respecto? ¿Cree usted lo que Dios dice?
3. Dios dice: “Estoy contigo y te amo”.
El impacto del aconsejamiento bíblico es un movimiento hacia afuera que dirige nuestros corazones al Señor y nos lleva a amar a Dios y a los demás. Los dos temas tratados hasta aquí expresan este movimiento hacia afuera. Ahora es tiempo de ser conducidos más allá de nosotros mismos y de mirar a Cristo. Dios nos llama específicamente a ver su bondad y su amor tal como están expresados en su Hijo.
Esta atenta mirada no ocurre automáticamente. Satanás --el gran engañador-- constantemente susurra que Dios no es bueno. Nada desea tanto Satanás como que apreciemos las claras bendiciones de Dios durante los tiempos buenos, pero que cuestionemos su amor en los tiempos malos. De manera que si bien el aconsejamiento concentra la atención en el amor de Dios en Cristo, los consejeros en primer lugar podrían revelar la guerra espiritual que impide que escuchemos a Dios.
Note cómo Satanás en forma directa contradice lo dicho por Dios a Adán (Gn.3:1-7). Esencialmente la serpiente llama a Dios mentiroso, y da a entender que Dios se abstiene de dar a su pueblo cosas buenas. Satanás alega que Dios no es bueno, pero el evangelio de Cristo es la declaración definitiva de que Dios conmueve con su amor. Ésta es la batalla dominante que librarán muchos de los que sufren. Vez tras vez Satanás usará el sufrimiento para poner a prueba nuestra fe.
Además de Satanás, otro duro desafío es la infame pregunta “¿Por qué a mí?” Antes de preguntar por qué, debiéramos preguntar quién. ¿Quién es el Rey de reyes que dice ser el Dios que nos ama? El que sufre pregunta: --¿Cómo puedo saber que Dios me ama cuando estoy en una situación miserable?
--Confía en mí --dice el Dios de amor y de poder; y a fin de confiar en Él debemos conocerlo.
Quizás usted pueda comenzar preguntando al que sufre si le gustaría conocer a otra persona que también está sufriendo. ¿Alguna vez se ha dado cuenta de que el sufrimiento es menor cuando estamos cerca de alguien cuyo sufrimiento es más grande que el propio? ¿Alguna vez ha conocido a personas en dolor que hayan ido a visitar un pabellón pediátrico de cáncer en un hospital, y el dolor que vieron hizo que su propio sufrimiento pareciera soportable, o hasta insignificante? Esto es lo que sucede cuando conocemos al Cordero de Dios. A pesar de lo trágico de nuestro sufrimiento, es menos monstruoso que lo sucedido al Hijo de Dios. Jesús empieza a transformar el sufrimiento en razón de su propio sufrimiento.
Se incluyen aquí una serie de pasajes que podrían resultar de ayuda:
· Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento (Is.53:10).
· [Jesús] comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días (Mr.8:31).
· Convenía a [Dios] por cuya causa existen todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de la salvación de ellos (He.2:10).
Pasajes más extensos para nuestra meditación incluyen Isaías 40-53 y Juan 10-20. Además, el gran sufrimiento revelado en los Salmos, halla su expresión mayor en que Jesús se hizo pecado por nosotros.
Estos pasajes pueden presentar el tema de que hay algo más profundo que nuestro sufrimiento. Para ser específicos, los sufrimientos de Cristo son más profundos que los nuestros. Dios no promete eliminar el sufrimiento, pero al hacer notar su propio sufrimiento nos recuerda que no vivimos ante un Dios insensible que está distante de sus criaturas. Sus palabras deben tener credibilidad para quienes sufren porque provienen de la familiaridad que tiene con el dolor, y tanto su comprensión como su amor son innegables. Al vislumbrar esto los aconsejados, que empezaron vacilantes, ahora pueden estar más dispuestos a oír lo que dice Dios.
Por otra parte, Dios sorprende a quienes sufren al decir: “Tú me perteneces. Yo soy tu Dios.” El sufrimiento aísla. Quienes están afectados a menudo sienten que deben de ser parias por haber experimentado semejante trato. Se sienten avergonzados y rechazados. Las víctimas a menudo sienten como si estuvieran atrapadas detrás de gruesas e impenetrables paredes que los separan del resto del mundo. Jesús atraviesa esas paredes y asegura a quienes sufren que ellos son parte de la familia de Dios (1 Jn.3, Lc.15).
Ellos son hijos que le pertenecen, y Jesús los escucha y los comprende. Él se compadece (He.4:15), es pastor del que está herido y del que cojea, y hasta lleva en sus brazos a los débiles y lastimados (Sal.23, Jer.23, Ez.34, Jn.10). Él promete que nunca ha de abandonarnos (He.13:5) y nos asegura que nada puede separarnos de su amor (Ro.8:38,39). La promesa de Dios de estar con nosotros es la solución máxima para el sufrimiento (Ap.21:3,4).
Otra característica del amor de Dios está expresada en la infalible promesa divina de que Él reinará con justicia, y de que la injusticia y la opresión lo provocan a ira (Is.1). Él obra en favor de su pueblo y promete que al final habrá justicia contra sus enemigos (Ro.12:19).
Las preguntas “¿por qué a mí?” y “¿por qué Dios no lo impidió?” tal vez puedan estar rugiendo todavía. Pero cuando usted maravilla a quienes sufren con el sufrimiento de Dios y con su gracia, muchos comenzarán a oír la voz de Dios por encima de la frecuente repetición de sus propias preguntas. El peso del sufrimiento tal vez aún esté presente; pero como consejero, usted está empezando a señalar el camino a la máxima respuesta al problema del sufrimiento: “confía en mí” es el ruego divino más notable. A esta altura el que sufre comienza a ver que en Dios se puede confiar.
Ideas prácticas
a) Satanás está al acecho; su engaño consiste en hacer creer a la gente que Dios no es bueno. Lea Génesis 3. ¿Cuál es la estrategia de Satanás? ¿Ve usted esa estrategia en su vida? ¿Cómo podría combatir usted a Satanás? b) Lea los Salmos donde Jesús habla sobre su propio sufrimiento. c) ¿En qué aspecto de su vida usted declara: “Tengo derecho a menos dolor y menos sufrimiento”? d) Lea Isaías 1. Note la preocupación prominente de Dios en cuanto a la justicia y su ira por la injusticia.

4. Dios dice: “Debes saber que Yo soy Dios”.
Para solidificar este punto de atención externo, para que el sufrimiento no parezca tan agobiante, Dios nos conforta con el hecho de que el mundo no está en estado caótico.
Él es el Dios soberano que reina. Ni el sufrimiento ni Satanás están por encima de Dios.
Es justamente aquí que muchas teologías del sufrimiento fracasan. Para ellas Dios es un Dios de amor compasivo, pero no pueden conjugar eso al hecho de que Dios es todopoderoso. Dicen que no puede ser ambas cosas.
La respuesta bíblica, por supuesto, es que Dios afirma las dos cosas: Él es amor, y Él es el Dios soberano sobre toda la creación. Esto no hace a Dios autor del pecado ni del sufrimiento; lo coloca por encima de ellos, haciendo que todas las cosas obren para la gloria de Dios. José indica que los planes de Dios fueron superiores que la maldad de sus hermanos (Gn.50:20). Jeremías, alguien que sufrió en forma consumada, dice: “¿Quién puede decir que algo sucede sin que Dios lo mande? ¿Acaso no suceden de la boca del Altísimo los bienes y los males?” (Lm.3:37,38). En medio de su persecución el salmista encuentra descanso sólo en Dios, y tiene confianza: “... de Dios es el poder, y tuya, Señor, es la misericordia...” (Sal.62:11-12).
Por último, todas las preguntas de Job fueron contestadas, o al menos consideradas insignificantes, en una conversación unilateral donde Dios esencialmente dijo: “Debes saber que Yo soy Dios” (Job 38-41). El abrumador peso de la gloria de Dios hizo que el sufrimiento de Job pareciera menor. Cuando Job estaba languidenciendo con la pregunta “¿por qué a mí?”, y en realidad estaba preparando un tribunal terrenal para cuestionar al Altísimo, Dios sorprendió a Job con un tribunal donde Él mismo fue el fiscal. “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? ¡Responda a esto el que disputa con Dios!” Dios reveló su gloria a Job; y al ver la gloria de Dios, Job vio que había realidades espirituales más profundas que su propio sufrimiento. En realidad, el peso de esta gloria era tan grande que Job quedó totalmente humillado y en silencio. Se arrepintió de justificarse y de acusar a Dios. Por cierto que sus problemas eran leves y temporarios a la luz del revelado poder de Dios.
Ideas prácticas
a) Los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros. Él nos anima con la verdad de que Él es mayor que el sufrimiento. Dios está en el sufrimiento pero sin ser autor del sufrimiento. Lea Job 38-41 hasta que pueda hallar consuelo de que el mundo no está en caos.
b) Lea los encuentros tribunalicios de Ezequiel 1, Isaías 6 y Apocalipsis 4.
¿Qué respondieron los testigos? ¿Por qué?
c) Practique --quizás diez minutos por día-- la disciplina espiritual de acallar las preguntas de su mente y de escuchar lo que dice Dios.

5. Dios dice: “Hay un propósito en el sufrimiento”.
El escritor Jay Adams resume de este modo la manera bíblica de enfrentar los problemas: “Dios está en el sufrimiento. Dios tiene algo en mente, y lo que tiene en mente es bueno”. En vista de que Dios es el Dios del evangelio de la gracia y el Rey de toda la creación, en el sufrimiento Dios tiene propósitos para su reino, y dichos propósitos son buenos.
El problema para muchos es que “bueno” puede no significar que habrá un final inmediato al sufrimiento. Antes bien, lo bueno es que el sufrimiento será usado por Dios para conformarnos a la imagen de Jesús y, como resultado, dará gloria al Padre. Nos conformamos con muy poco. No queremos más que el alivio inmediato al sufrimiento, pero Dios desea darnos mucho más. Él quiere darnos cosas que durarán toda la eternidad, una renovada obediencia a su palabra (Sal.119:67,71), santidad que nos llevará a la justicia y a la paz (He.12:10,11), perseverancia, entereza de carácter y esperanza (Ro.5:3-5), y un conocimiento de la presencia de Dios en nuestra vida a través del Espíritu Santo (Jn.14-16).
En este momento es cuando cito a los aconsejados el familiar pasaje de Romanos 8:28,
“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósitos son llamados.” El v. 29, que es menos familiar, nos dice en qué consiste lo “bueno” o el “bien”. “A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a la imagen de su Hijo”. Ésta es la manera más grandiosa en que Dios puede mostrarnos su amor.
A medida que usted se dirija con el aconsejado hacia un entendimiento más profundo de los propósitos de Dios, es prudente mantenerse alerta con los adversarios: el mundo, la carne y el diablo. El mundo continuamente afirma que éste es el único hogar que tenemos y que merecemos ser libres del dolor mientras estamos aquí. La carne se deleita en ser autónoma y se resiste a sujetarse a la voluntad de Dios. Y refiriéndose a nuestras circunstancias, el diablo constantemente declara que ellas son evidencia de que Dios no es realmente bueno, y de que Dios no es amor. Con tales adversarios resulta evidente que no se puede librar la batalla sin las oraciones del pueblo de Dios.

El sufrimiento deja al corazón en descubierto.
Una de las maneras en que Dios pone en detrimento a estos enemigos es utilizando el sufrimiento para poner al descubierto nuestro corazón. El sufrimiento es una presión que puede agobiarnos, revelando ya sea fe, o bien falta de fe y pecado, cosas que anteriormente habían estado escondidas. Las dificultades ponen a prueba nuestra fe (Stg.1:2). Como dijo Lutero: “La lealtad del soldado se comprueba durante la batalla”. Dios usa el sufrimiento “para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (De.8:2). Esto no significa que la causa del sufrimiento es siempre el pecado de la persona. Los consejeros de Job se equivocaron, porque Dios usa el sufrimiento para revelar a aquellos que ama y para purificarlos.
Tal vez usted haya oído a cristianos que refiriéndose al sufrimiento afirmaron: --Fue justo lo que necesitaba. Se refieren a cómo en el sufrimiento a menudo se revela pecado. Se necesitó el sufrimiento para enseñar dependencia de Dios y no de uno mismo. Nadie siente gratitud por graves enfermedades, por un cónyuge no comprometido con el matrimonio o por una tragedia, pero muchos aprendieron a estar agradecidos y aun gozosos por el entrenamiento espiritual a que inducen estas circunstancias. Si nuestra carne pecaminosa no queda continuamente al descubierto, en forma gradual nos vamos convenciendo de que no hay ningún problema en nosotros. El alarmante peligro de esta manera de pensar es que el evangelio de Cristo se convierte en poco más que un obsequio bonito de parte de Dios a quienes parecen tener el visto bueno divino. Ya no se considera lo que en realidad es: el evangelio de gracia para mendigos desesperados.
Para formularlo como el libro de Job, el sufrimiento nos coloca en una encrucijada espiritual. Cuando se eliminan todos los ornatos agradables de la vida, ¿seguiremos adorando a Dios? Durante los tiempos buenos, la respuesta parece fácil: --Por supuesto que confiaré en Dios.
Pero el sufrimiento deja al descubierto la incredulidad y la egolatría de nuestro corazón. Puede revelar que nuestra aparente obediencia tal vez sólo sea una feliz coincidencia que tiene lugar cuando nuestros deseos parecen coincidir con la ley de Dios. Dios usa el sufrimiento para que sepamos si al adorar a Dios lo hacemos por amor a Él o porque nos conviene.
El apóstol Pablo lo dijo de esta manera: El sufrimiento nos obliga a responder a la pregunta de en quién vamos a confiar. Su respuesta fue: “Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Co.1:9). Pablo sintió más pasión por conformarse a Cristo por la fe que por el alivio inmediato de su sufrimiento.
Por lo tanto, uno de los propósitos del sufrimiento es producir arrepentimiento, fe y obediencia. Estas actitudes agradan a Dios y producen la bendición de la paz. Además revelan más pesos de gloria que desequilibran la balanza como para que el sufrimiento no pese tanto.
El pecado no es lo único que queda desenmascarado con el sufrimiento. Éste también puede dejar al descubierto corazones llenos de fe. Muchos cristianos a quienes ha sorprendido el dolor descubren que inmediatamente van a la Palabra de Dios para el consuelo, y elevan oraciones de lamentación y alabanza emulando a los salmistas. En tales casos seguimos llorando con los que sufren, pero a la vez podemos regocijarnos en que los tales visiblemente dan testimonio --a ellos mismos, a la iglesia y al mundo-- de que son hijos de Dios.

El sufrimiento revela eternidad. 
Al tiempo que el sufrimiento muestra lo que hay en nuestro corazón, también nos ayuda a ver la eternidad y produce esperanza. Es en este punto que 2 Corintios 4:16-18 resulta admirable.
Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
El peso de gloria eterna excede en gran manera a nuestro dolor temporario. O como dijo la Madre Teresa: “Desde el cielo, la más miserable vida en la tierra parecerá como una noche adversa en un motel incómodo”.
El ánimo a tener esperanza durante el sufrimiento es un tema prominente en la Escritura. Para el apóstol Pablo la esperanza de eternidad era más intensa que su dolor: “... nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro.5:2). Sin embargo, el problema es que somos una generación encerrada en el presente. No obstante, es aquí que el sufrimiento puede realizar su mejor tarea. El sufrimiento nos recuerda que el mundo no cumple sus promesas. Nos recuerda que no hay nada en este mundo que no esté manchado por el pecado y la maldición.
La esperanza es el maravilloso final del sufrimiento.
¿Cómo llega la esperanza a alguien que está en dolor? Usted puede comenzar leyendo pasajes bíblicos sobre la esperanza. Maravíllese de cómo los apóstoles Pablo (Ro.5:3) y Jacobo (Stg.1:2)i[1]
hasta se regocijan en su sufrimiento en razón de la esperanza que tienen. Luego note la distancia entre la esperanza presente del que sufre y la esperanza de Pablo y Jacobo. Reflexione en que esas distancias no se pueden unir a no ser por la oración, la meditación y la práctica de la disciplina de la esperanza. Recuérdeles a los aconsejados que la esperanza no aparecerá en una semana pero que con aliento y práctica persistentes, la esperanza se hará cada vez más una realidad.
En muchos de los Salmos parece haber un tierno recordatorio a esperar en el Señor, y repentinamente el salmista irrumpe en alabanza. Los Salmos fueron escritos por personas expertas en esperanza. En realidad, la esperanza es una habilidad adquirida. No es una experiencia que llega así como así. Es una disciplina que, si va a prosperar, demanda vigor y el constante estímulo de la Escritura y del pueblo de Dios (Ro.15:4).
Hay también otro propósito. En el caso de Job, uno de los objetivos del sufrimiento fue silenciar a Satanás, quien como enemigo y como causa prominente del sufrimiento y del mal, aún tiene como meta acusarnos y persuadirnos a desobedecer al Dios Altísimo. El privilegio del pueblo de Dios es confiar en Dios y obedecerlo hasta en el sufrimiento, para perjuicio de Satanás.
Las balanzas se están inclinando en forma desproporcionada. El sufrimiento sigue existiendo, y el dolor puede ser grande; pero los pesos de gloria en nuestro corazón están llegando
hasta lugares más profundos que a donde llega el dolor (Figura 2)


Fig. 2 Dios inclina la balanza de nuestro sufrimiento
Ideas prácticas
a) Considere la vida de José. ¿De qué manera ve usted el amoroso propósito divino? Note especialmente Génesis 50:20.
b) Considere la vida de Noemí en el libro de Rut. ¿De qué manera ve el amoroso propósito divino?
c) El camino de la vida cristiana se resume en una variedad de formas.
“El propósito principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él eternamente.” (Catecismo de Westminster)ii[2]
“Sed santos porque yo soy santo”. “Sed imitadores de Cristo”.
¿De qué maneras esto puede indicar que en su dolor hay propósitos de gran envergadura?
d) Lea una biografía sobre el sufrimiento, por ejemplo Un paso más, por Joni Eareckson,iii[3] Portales de esplendor, por Elizabeth Elliot.iv[4]
e) Establezca pautas para leer la Biblia como una oración. Considere la posibilidad de comenzar con pasajes sobre la esperanza.
f) Lea Hebreos 10:37-12:12. ¿Cómo lo alientan estas breves biografías? ¿Cómo afectaría esta esperanza su propia vida? ¿Qué preguntas surgen al leer este pasaje?
No con el corazón destrozado ni como estoicos, sino siendo siervos de Dios que sufren y responden a su gracia.
¿Quiénes somos, entonces? ¿Cuál es nuestra identidad?
Por ejemplo, la gente que ha sufrido en manos de otros a veces siente que con seguridad les espera una vida como víctimas. Esto es lo que son, y lo más que pueden hacer es protegerse del dolor. Sin embargo, Dios reorienta a los que sufren. Él revela que la gracia recibida no se puede comparar con el dolor que están experimentando. O piense en las personas enojadas porque no creen merecer el dolor. Habiendo recibido misericordia y gracia, estas personas de pronto se sienten humilladas por el sorprendente precio de la iniciativa de amor hacia ellos. 
Habiendo sido víctimas reactivas, se convierten en personas amantes que responden a Dios. 
El fundamento de la vida del cristiano es la gracia de Dios, no la libertad del dolor. Éramos enemigos de Dios, estábamos desnudos y ciegos, Él tomó la iniciativa de venir a nosotros. “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro.5:8).
Quizás la expresión “responder a la gracia” grafica nuestra nueva identidad. Dios es el incansable iniciador de la gracia libertadora; por fe nosotros respondemos a su gracia. Respondemos a Dios, somos como Aquel que nos liberó, y nos convertimos en siervos suyos. Esto no erradica el sufrimiento. En la vida terrenal el sufrimiento permanecerá, pero no estamos definidos ni controlados por él. Somos siervos sufrientes que responden a Dios.
Aquí hay un consejo singular para los que sufren: caminamos por un sendero que nos insta a mirar hacia afuera, hacia Dios. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra de Dios” (He.12:2). Esto por cierto no significa que ignoramos el sufrimiento, sino que el peso de la gloria de Dios hace que nuestras preguntas comiencen a cambiar. La pregunta “¿por qué Dios no lo impidió?” se hace menos urgente y comenzamos a preguntar:
 “¿Cómo puedo responder a lo que Dios ha hecho por mí? ¿Cómo puedo responder amando a Dios y a los demás?” Las preguntas de los que sufren son entonces las de todos los cristianos: “¿Cómo puedo poner en práctica los dos grandes mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo como a mí mismo?”

Cristianos que responden a Dios y aman a otros. 
Para aquellos que han sido víctimas de alguien, éste es el momento de hablar sobre perdonar al perpetrador. “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro.12:21). Debemos perdonar a otros así como fuimos perdonados. Como Dios nos ha tratado “injustamente”, es decir, como nos ha amado cuando no lo merecíamos, así debemos amar a nuestros enemigos.
A veces este amor significará confrontar a la otra parte, ya sea por carta o en persona. A veces significará orar por el agresor y no perder la esperanza de que haya una completa reconciliación. A veces significará ministrar gracia y verdad a quienes están pasando por el mismo dolor. El amor de Dios puede inspirar muchas ideas creativas.

Cristianos que responden a Dios y lo aman. 
En la última cena Jesús les dijo a los discípulos que pronto ellos experimentarían un profundo dolor; pero que poco después del dolor habría un gozo que nadie les podría quitar, ni siquiera durante las tremendas persecuciones que iban a sufrir (Jn.16:20-22).
El más grande gozo del cristiano es Dios mismo y el hecho de que nada nos puede separar de Él. Hay gran dolor por la pérdida de un amigo o un ser querido. 
Incluso podría haber enojo pues la muerte es un intruso que no fue parte original de la creación de Dios. Pero al mismo tiempo hay gozo. Gozo de saber que aquel que murió ha llegado a casa. Gozo al saber que en la resurrección de Jesús la muerte misma --el peor enemigo, la causa más profunda de sufrimiento--ha sido “sorbida” con victoria (1 Co.15:55).
Por cierto que hay realidades con más peso que nuestro dolor. El comprensivo amor de Jesús quien se hizo hombre, el perdón de pecados, el conocimiento de que Dios tiene un propósito; éstos son pesos de gloria que cambian nuestro sufrimiento. 
Pero el más grande de todos los pesos de gloria es Dios mismo. Conocerlo como el verdadero Dios que debe ser adorado y glorificado es el más grande peso de gloria de cualquier persona que sufre. No acaba con nuestro dolor, pero significa que ni exaltamos nuestro dolor ni lo ignoramos. Exaltamos a Dios en medio del dolor.
Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse (Ro.8:18).

Proposiciones sobre el problema del sufrimiento:
La iglesia necesita una confesión de fe para el aconsejamiento, una confesión que defina lo que los cristianos deben creer o no sobre el problema del sufrimiento. Lo que sigue son algunas declaraciones preliminares que debieran ser clarificadas en un proceso de debate.
1. El dolor y el sufrimiento entraron al mundo después del pecado de Adán.
Afirmamos…
…que aunque no participamos voluntariamente en el pecado de Adán, compartimos culpa y la pecaminosidad de Adán. Por lo tanto, nunca somos inocentes en el sufrimiento.
…que el dolor es ahora parte permanente de la existencia terrenal en razón de la maldición de Dios sobre el pecado.
…que el dolor abarca tanto al creyente como al incrédulo.
…que el dolor es un intruso en la creación de Dios, y que un día Cristo lo quitará de en medio.
…que el dolor, así como el pecado, es una misteriosa presencia en nuestro mundo que no puede ser entendida totalmente.
Negamos…
…que Dios sea el autor del pecado (el pecado es la causa del sufrimiento). …que el dolor sea la causa del pecado.

2. El dolor y el sufrimiento son atribuidos variadamente a Satanás, al pecado de Adán, a nuestro propio pecado, al pecado de otros contra nosotros, y a Dios mismo.
Afirmamos…
…que la Escritura enfatiza cómo vivir obedientemente en el sufrimiento más que cómo discernir la causa precisa del sufrimiento.
Negamos…
…que el sufrimiento siempre sea resultado directo de nuestro propio pecado.

3. Al margen de la causa, el dolor y el sufrimiento demandan compasión por parte del pueblo de Dios.
Afirmamos…
…que Jesús tuvo gran compasión por los que sufrían; y que como imitadora de Jesús, la iglesia también responde con compasión.
…que la compasión consta tanto de palabras como de hechos.
…que la compasión incluye animar a quienes sufren a hablarle al Señor con sinceridad.
Negamos…
…que la compasión sea una “etapa” del aconsejamiento. Es siempre nuestra actitud hacia quienes sufren.

4. Dios es soberano sobre todo, incluso sobre el dolor y el sufrimiento.
Afirmamos…
…que Dios está por encima de Satanás, del pecado y de los “eventos accidentales”. Cuando el sufrimiento llega a nosotros, es voluntad de Dios para nuestra vida. …que el sufrimiento nos lleva a una humilde dependencia de Dios.
Negamos…
…que la soberanía de Dios en el sufrimiento disminuya su gran amor por su pueblo.

5. El evangelio de Jesús cambia todo en nuestro mundo, cambia incluso nuestro sufrimiento.
Afirmamos…
…que en los sufrimientos de Jesús hallamos un sufrimiento mayor que el nuestro. …que en el evangelio, Jesús viene a nosotros como un sacerdote que entiende nuestro dolor de manera cabal.
…que la redención es la más grande necesidad humana. Nuestro problema de pecado es mayor que nuestro sufrimiento. En sí, las bendiciones de la redención son mayores que nuestro sufrimiento.
…que el sufrimiento tiene propósito. Pone a prueba y revela el corazón humano, y es “bueno” en el sentido de que puede fortalecer a los creyentes y moldearlos a la imagen de Cristo.
…que los cristianos pueden sufrir más que los incrédulos. Sufrirán más porque su compasión se extenderá más allá de ellos mismos o sus familias, y pueden sufrir por causa de la justicia.
…que el sufrimiento conduce a la esperanza. A medida que crecemos estando en sufrimiento, aprendemos a sentirnos insatisfechos con el mundo presente y esperamos con expectación la eternidad. Miramos menos la causa del sufrimiento y más a nuestro redentor resucitado.




Tomado del Journal of Biblical Counseling, usado con permiso. Dr. Welch es médico y consejero bíblico. Actualmente es director de un centro de consultas en Pennsylvania, EE.UU.
Traducido por Leticia Calçada.
i[1]..N de la T: Santiago es una variante del nombre Jacobo.
ii[2]..Traducción libre.
iii[3]..Joni Eareckson Tada, Un paso más (Miami: Editorial Vida, 1979).
iv[4]..Elizabeth Elliot, Portales de esplendor (Grand Rapids: Portavoz, 1959).