viernes, 22 de octubre de 2021

La Joya Bíblica I (Romanos 8) Timothy Keller comentario de romanos 8



En Romanos 7, Pablo nos mostró que los cristianos todavía luchan con el pecado
* remanente que mora en ellos. Él dice: “En cambio, hago lo que odio” (7:15, NTV). Pero, al mismo tiempo, los cristianos ahora tienen una conciencia renovada—les repugna el pecado y (ahora) no pueden disfrutarlo por mucho tiempo: “… hago lo que odio ”. Estas dos realidades nos guardan del legalismo que dice: Los verdaderos cristianos ya no luchan con el pecado , o de la permisividad que dice:

Los verdaderos cristianos son humanos; pecan como cualquier otra persona .Ahora el Espíritu de Dios habita en nosotros y ha transformado “lo íntimo de [nuestro] ser” y de nuestro yo (7:22), así que anhelamos a Dios y queremos ser santos, pero nuestra “carne” o nuestra “naturaleza pecaminosa” todavía es lo suficientemente poderosa como para evitar que actuemos según nuestros nuevos 
deseos.

Pero Romanos 7 no dice todo acerca da la vida cristiana. De hecho, si no “vivimos… según el Espíritu” (8:4 † ), nuestra nueva condición—una “doble naturaleza”—podría llevarnos a experimentar aún más angustia. Pablo nos da instrucciones sobre cómo vivir en el Espíritu. Si no las seguimos, siempre estaremos haciendo lo que odiamos.

NO HAY NINGUNA CONDENACION

Pero antes de mostrarnos cómo vivir según el Espíritu de Dios, Pablo nos quiere mostrar cómo el Hijo de Dios nos ha dado vida. El versículo 1 comienza con “por lo tanto”—él podría estar remontándose a secciones como 3:21-27 (tal como lo sugiere John Stott) o a los dos capítulos anteriores (que es la posición de Douglas Moo), donde Pablo describe al cristiano como una persona sobre la cual el pecado 
sigue siendo poderoso pero cuyo “verdadero” ser es “esclavo de la ley de Dios” (7:25 PDT ), y como alguien que puede aferrarse a la esperanza de que será rescatado “de este cuerpo mortal… por medio de Jesucristo nuestro Señor” (7:25).
No importa qué tan atrás esté a lo que Pablo se está refiriendo en su carta, la gran verdad de 8:1 se resume en cuatro palabras: “… no hay ninguna condenación …”. Estas cuatro palabras nos dicen cuál es nuestra posición como cristianos. Estar “no condenado” es, por supuesto, un término legal; quiere decir estar libre de cualquier deuda o castigo. Nadie tiene ningún cargo en tu contra.
Una persona que está en Cristo Jesús no está bajo ninguna condenación de Dios. 

Pablo ya dijo esto en Romanos 5:16 y 18.
¡Esto es tremendo! ¡Esto quiere decir que Dios no tiene nada contra nosotros! Él no encuentra ninguna falta en nosotros. Él no encuentra nada por lo cual castigarnos.
Sin embargo, Pablo no solo dice que los cristianos están “no condenados”. Esta frase es mucho más fuerte. Él dice que para los cristianos no hay ninguna condenación. La condenación no existe para nosotros. No es que nos libramos por un tiempo sabiendo que pudiera regresar. No; no hay ninguna condenación para nosotros, ya no existe .
La razón por la que es importante destacarlo es que muchos creen que el cristiano solo es libre de condenación de forma temporal. Muchos quieren limitar el significado de esta frase a nuestro pasado, o a nuestro pasado y presente. Pero Pablo está diciendo categóricamente que para un creyente la condenación ya no existe. ¡No está esperando el momento oportuno para regresar y nublar nuestro
futuro!
Muchos creen que los cristianos que confiesen su pecado y luego vivan una vida de obediencia son perdonados y, en ese momento, no están condenados. Pero creen que si vuelven a pecar, volverían a estar bajo condenación hasta que vuelvan a confesar su pecado y se arrepientan. En otras palabras, si un hombre cristiano peca, vuelve a estar bajo condenación y podría perder su salvación si muere en ese estado. Si esto fuera verdad, entonces los cristianos siempre estarían entrando y saliendo de la condenación.
Pero este punto de vista no cuadra para nada con la exhaustividad y la intensidad de la declaración que hace Pablo. Él dice, literalmente, que la condenación misma ya no existe para nosotros—“ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (8:1 ). Por tanto, en el momento en que 
venimos a Cristo Jesús, la condenación se va para siempre. Ya no queda más condenación para nosotros—ya se ha ido. Nunca puede haber condenación para nosotros. ¡Para nosotros no queda nada sino Su aceptación y bienvenida!

EL PROBLEMA DE LA MALA MEMORIA

El gran predicador galés del siglo veinte llamado D. Martyn Lloyd-Jones dijo que:
“La mayor parte de nuestros problemas se deben a que
no nos damos cuenta de la verdad que contiene este versículo”.
¿Qué pasa si se nos olvida que “ya no hay ninguna condenación”?
Por un lado, sentimos mucho más dolor, culpa e indignidad de lo que deberíamos. 
Esto nos puede llevar a una gran sensibilidad a la crítica y a estar siempre a la defensiva; a una falta de confianza en las relaciones; a una falta de confianza y de gozo en la oración y en la adoración; y hasta a un comportamiento adictivo que puede ser una reacción a una profunda sensación de culpa e 
indignidad.

Por otro lado, vamos a estar mucho menos motivados a vivir una vida santa . 
Vamos a tener menos recursos para el dominio propio. Los cristianos que no entienden que “no hay ninguna condenación” solo obedecen porque son motivados por el miedo y la obligación. Esa motivación no es tan poderosa como la motivación del amor y de la gratitud. Si no captamos la maravilla de que “ya no hay ninguna condenación”, tal vez entenderemos las palabras del resto de 8:1-13, ¡pero no entenderemos el sentido del pasaje! Lloyd-Jones nos lo resume con una ilustración que me parece muy útil:
“La diferencia que existe entre un incrédulo que peca 
y un cristiano que peca es la diferencia que existe entre un hombre que 
quebranta las leyes de… [el] Estado, 
y… un esposo [que] ha hecho algo que no debería haber hecho en su relación con su esposa. 
Éste últimol no está quebrantando la ley, 
está hiriendo el corazón de su esposa. 
Esta es la diferencia. 
Ya no es un asunto legal, sino que tiene que ver con una relación personal 
y… [con el] amor. 
El hombre no deja de ser el esposo [legalmente, en ese caso]. 
La ley no tiene nada que ver en el asunto… 
En un sentido, ahora es algo mucho peor que una condenación legal. 
Prefiero quebrantar una ley… que herir a alguien a
quien amo… [En ese caso] Has pecado, por supuesto, 
pero has pecado contra el amor… [así que] 
Puedes y debes sentirte avergonzado, 
pero no debes sentirte condenado, 
porque eso sería volver a colocarte ‘bajo la ley’”.
NO HAY ESCLAVITUD

El versículo 1 , entonces, nos recuerda el argumento central de Romanos 1 – 7: para los creyentes no hay ninguna condenación por el pecado. 
El versículo 2 explica un segundo aspecto de la victoria que Dios obtuvo, en representación nuestra, sobre el pecado—ahora tampoco hay esclavitud al pecado. 
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” —la fe en Él—
“me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (v 2 RVC ). 
Tal como vimos en Romanos 7, Pablo usa la palabra “ley” para referirse a:
(a) La ley o los estándares de Dios.
(b) Un principio general.
(c) Una fuerza o poder.
Así que en 8:2 , parece bastante claro que “la ley” se refiere al tercer significado.
El Espíritu Santo viene para darnos libertad de la esclavitud al pecado que hay en nuestros corazones. Así que el versículo 1 nos dice que somos liberados de la condenación legal del pecado, y el versículo 2 que estamos siendo liberados del poder del pecado. Dicho de otra manera, la salvación trata con nuestra culpa legal (v 1 ) y con nuestra corrupción interna (v 2 ).
Algunas personas se preguntan acerca de la relación que existe entre el versículo 1 y el versículo 2 . Pablo básicamente dice: 
No hay ninguna condenación para los cristianos porque el Espíritu Santo nos libera del pecado. 
Esto se podría interpretar en el sentido de que nuestra santificación por parte del Espíritu Santo es la causa o el fundamento de nuestra justificación —es decir que a medida que luchamos contra el pecado y obedecemos a Dios es que somos reconciliados con Él.
Pero todo lo que Romanos dice hasta este punto niega esa posibilidad. En lugar de esto, lo que Pablo parece estar diciendo es: Sabemos que no estamos bajo condenación porque Dios ha enviado al Espíritu Santo a nuestra vida para liberarnos del pecado .

CóMO LO HIZO DIOS

En los versículos 3-4 , Pablo nos muestra cómo Dios logró los dos aspectos de la salvación (eliminar la culpa y eliminar la esclavitud). 
En primer lugar, Dios envió a Su Hijo para que se hiciera hombre (“… en condición semejante a nuestra condición de pecadores…”, v 3 ) y se convirtiera en una ofrenda por el pecado.
Dicho de otro modo, la muerte de Cristo derrota al pecado legalmente al pagar la deuda. 
En segundo lugar, Dios lo hizo no solo para derrotar legalmente al pecado, sino para erradicarlo de nuestras vidas: “... a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que… vivimos… según el Espíritu”. 
La obra del Espíritu Santo en nosotros nos capacita para obedecer la ley (nunca de una forma
perfecta, así que nunca contribuirá a nuestra salvación ni la perjudicará). El gran pastor británico John Stott lo explicó así:
“Somos liberados de la obediencia a ley como medio de aceptación, 
pero ahora es obligatoria como medio de santidad. 
Ya no estamos obligados a cumplir la ley para ser justificados… 
Pero sí estamos obligados a tenerla como nuestro estándar de conducta, 
tratando de cumplirla a medida que vivimos según el Espíritu”.
Pero, ¿por qué envió Dios a Su Hijo para que sufriera nuestra condenación, y a Su Espíritu para poner fin a nuestra esclavitud? 
El versículo 4 nos dice que todo lo que Cristo hizo por nosotros —Su encarnación (“… envió a Su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores...”, v 3 ), Su muerte y Su resurrección— fue con el propósito de que viviéramos una vida santa. 
Este punto es sorprendente. 
El propósito de toda la vida de Jesús es hacernos santos, cumpliendo “las justas demandas de la ley”. Esta es la mejor motivación para vivir una vida santa. 
Cada vez que pecamos, ¡nos estamos esforzando por frustrar la meta y el propósito de toda la vida, muerte y ministerio de Jesucristo! Si esto no te motiva a vivir una vida santa, nada lo hará.

LA MENTE IMPORTA

En el resto de esta sección (de hecho, en el resto del capítulo), Pablo se va a enfocar en el segundo gran beneficio de estar “en Cristo”—vencer el pecado en nuestras vidas. 
Después de todo, tal y como mostró detalladamente en el capítulo 7, no es solo que no podemos salvarnos a nosotros mismos, sino que tampoco tenemos la capacidad de obedecer por nosotros mismos. Si queremos experimentar un cambio verdadero, no podemos confiar en nuestros propios esfuerzos, sino únicamente en la obra del Espíritu.
¿De qué manera vencemos al pecado con el Espíritu? O, para ponerlo de otra manera, ¿cómo “[vivimos] conforme al Espíritu” (8:5 ), de la forma en que nuestro yo interno realmente desea (7:22)? Los que hacen esto son los 
“que fijan la mente en los deseos del Espíritu” (8:5 ). 
Pablo dice que la manera en que vivimos está íntimamente conectada a la manera en que pensamos. Literalmente, dice: 
“Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa 
fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, 
los que viven conforme al Espíritu fijan la mente 
en los deseos del Espíritu”. 
En otras palabras, aquello en lo que hayas fijado tu mente moldeará tu estilo de vida y tu carácter. 
¿Qué quiere decir “[fijar] la mente”?
Significa enfocarse intencionalmente en algo, que la atención y la imaginación estén completamente cautivadas por algo.
William Temple, el Arzobispo de Canterbury que vivió en el siglo veinte, dijo: 
“Tu religión es lo que haces cuando estás a solas”. 
Dicho de otra manera, aquello que te venga a la mente de forma natural cuando no haya nada más que te distraiga— esa es tu verdadera razón de vivir.
Esa es tu religión.
Tu vida será moldeada por lo que sea que preocupe a tu mente.
La derrota del pecado en nuestras vidas comienza en nuestras mentes; y la única forma de obtener victoria sobre el pecado es fijando nuestras mentes en el Espíritu.


Así que una pelea exitosa contra el pecado comienza por “[fijar] la mente en los deseos del Espíritu” (8:5 ). Esto no es lo mismo que dedicarse a pensar únicamente en la religión o en la teología . Los “deseos” del Espíritu serán esas cosas que el Espíritu nos señale como importantes; “fijar la mente” en el Espíritu sería preocuparse por las cosas que le preocupan al Espíritu.
¿Cuáles son esos deseos? En el resto del capítulo 8, veremos que el Espíritu viene para mostrarnos que somos hijos del Señor. Esto lo exploraremos más a fondo en el siguiente capítulo, pero aquí vale la pena señalar esos “deseos” o verdades en los cuales el Espíritu quiere que nos “fijemos”:
■ El versículo 14 nos dice que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”.
■ Los versículos 15-16 nos dicen que el Espíritu quita el miedo al rechazo y nos asegura que somos los hijos amados de Dios.
■ Los versículos 26-27 nos dicen que el Espíritu nos da la confianza para acercarnos a Dios en oración.

En otras palabras, el resto de Romanos 8 nos dice que el Espíritu se ocupa de asegurarnos que hemos sido adoptados, amados y acogidos en Cristo.
Un pasaje paralelo es Colosenses 3:1-4: 
“Ya que han resucitado con Cristo,
busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado… 
su vida está escondida
con Cristo en Dios”. 
Aquí Pablo nos dice que nos preocupemos por “las cosas de arriba”. 
Tenemos que recordar que hemos sido resucitados con Cristo y que en Él somos aceptados ante el Padre. Aquí no se menciona al Espíritu, pero el principio es el mismo. Tenemos que estar preocupados por recordar continuamente nuestra posición en Cristo. Tenemos que grabar en nuestras mentes y corazones Su amor por nosotros y nuestra adopción a Su familia. 
“…[fijar] la mente en los deseos del Espíritu” (8:5 ) 
se refiere a que nunca olvidemos nuestra posición privilegiada o el hecho de que somos amados, y a que hagamos que esto sea lo que domine nuestro pensamiento, nuestras perspectivas y, por lo tanto, nuestras palabras y acciones.

A TODO EL MUNDO LE PREOCUPA ALGO

A fin de cuentas, dice Pablo, todos van a “[fijar] la mente” en algo —nos preocuparemos por las cosas del Espíritu o por “la naturaleza pecaminosa” (v 5 ).
“La naturaleza pecaminosa” es la manera en que la NVI traduce la palabra griega sarx —la RVC y LBLA la traducen como “carne”. Se refiere a los deseos y lo que serían los dictados de nuestros sentidos; a una cosmovisión que es terrenal en vez de ser bíblica, y que es egocéntrica en lugar de estar enfocada en Cristo.
Lo que sea que preocupe nuestra mente controlará nuestra vida—y una preocupación resulta en muerte, mientras que la otra resulta en vida y paz (v 6 ).
Evidentemente, alguien que no posea el Espíritu de Dios, es decir, que no sea cristiano (v 9b ), está enfrentando la muerte eterna de la justa condenación de Dios. Pero Pablo aquí no se refiere simplemente, ni siquiera principalmente, a la vida y a la muerte en un sentido futuro. Más bien, se está refiriendo al quebrantamiento y a la sensación de desarraigo que los que “fijan la mente en los
deseos [pecaminosos] de la naturaleza” (v 5 ) experimentan en esta vida. Dios creó a la humanidad para que floreciera al tener una relación con Él, para que disfrutáramos conocerle mientras vivimos en Su mundo. Así que estar controlados por nuestros propios deseos, en vez de por los Suyos, solo puede conducir a una vida muy inferior a lo que se supone que debería ser. Esto conduce al conflicto (internamente y con los demás) en vez de a la paz, a la esclavitud en vez de a la libertad (ver Romanos 6), y a la muerte en vez de a la vida.
Podemos tomar cualquier emoción negativa y ver cómo esto funciona. 
Digamos que estoy extremadamente preocupado por algo. La inquietud es inevitable a menos que uno sea una persona totalmente indiferente y desinteresada. Si nos importan las causas, la gente o nuestras metas, nos vamos a preocupar o tendremos cierta inquietud. Pero si la preocupación se convierte en algo debilitante , es porque se me está olvidando que soy un hijo de Dios, y que mi Padre celestial solo ejerce Su control sobre el universo para el bien de los Suyos.
Preocuparse demasiado es olvidar “los deseos del Espíritu”.
Otro ejemplo es cuando somos movidos por la culpa y por un sentido de indignidad. Una señal de esto es cuando nos involucramos en demasiadas cosas, cuando asumimos un número aplastante de responsabilidades porque estamos tratando de “saldar” o “compensar” nuestro pecado. En este caso, también se nos están olvidando los “deseos del Espíritu”. 1 Juan 3:20 dice que “aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón”. Cuando nos sintamos indignos, debemos recordar que somos hijos adoptados, y que hay una autoridad que es superior a la de nuestros corazones.

ENEMIGA DE DIOS

Romanos 8:7 es claro y sencillo: 
“La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios”.
La mente no es un terreno neutral, y no puede amar una preocupación sin rechazar otra. 
Una mente que “fija su atención en lo que es de la carne” (RVC ) está tratando a Dios y a los deseos de Su Espíritu como enemigos. Es por esto que nuestras mentes son naturalmente incapaces de lidiar con el pecado. Podríamos darnos cuenta de que cierto tipo de impulso no es provechoso, o de que un curso de acción determinado es destructivo. Incluso podríamos decidir suprimirlo y lograrlo exitosamente. Pero la raíz del pecado todavía está arraigada en la mente—la enemistad contra Dios. Así que el pecado seguirá creciendo desenfrenadamente en nuestras vidas.
Esa enemistad nos hace incapaces de agradar a Dios. El versículo 8 es una declaración igualmente contundente:
 “Los que viven según la naturaleza pecaminosa 
no pueden agradar a Dios”. 
Por nosotros mismos, somos totalmente incapaces de vivir vidas que agraden a nuestro Creador.
¿Por qué? 
Porque la mente que controla nuestras acciones lo hace motivada por la enemistad contra Él. La persona que es controlada por su propia carne es capaz de tener un buen pensamiento o de llevar a cabo una acción que sea correcta. Pero no puede agradar a Dios, pues eso que piensa o lleva a cabo lo hace en oposición a Él.
Aquí tienes una ilustración para que lo entiendas mejor: un hombre en una guerrilla puede estar protegiendo a sus compañeros, puede mantener su uniforme en buen estado, y así sucesivamente. Esas cosas son “buenas”, pero las hace porque está enemistado con el gobernante legal. ¡Nunca esperarías que ese gobernante estuviera complacido al escuchar de la escrupulosidad o de la valentía
de este rebelde! 
Pero esta no tiene que ser, o no debe ser, la manera de vivir de “ustedes”—los cristianos (v 9 ). Los cristianos no son controlados por su naturaleza pecaminosa sino por el Espíritu, pues el Espíritu mora en los que son de Cristo. Cuando recibimos a Cristo y pasamos a ser justos ante Dios, el Espíritu Santo vino a nuestro interior y nos dio vida espiritual. El cristiano tiene un cuerpo que se está corrompiendo (v 10 ), pero al mismo tiempo goza de un espíritu que está vivo.
Y ahora, dice Pablo, no solo se trata de que nuestros espíritus/mentes no sigan a nuestra carne, sino que tenemos la certeza de que llegará el día en que nuestra carne seguirá a nuestro espíritu. En el pensamiento griego, lo físico era malo, había que rechazarlo, pues algún día quedaría en el olvido; lo espiritual era bueno, había que procurarlo. El versículo 11 anula todo esto: “… el mismo que levantó a
Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu, que vive en ustedes”. Algún día, el Espíritu hará que incluso nuestros cuerpos sean totalmente renovados y vivan por la eternidad. Aquí no hay un dualismo (cuerpo malo, espíritu bueno)—un día, ambos serán Perfeccionados.
Sin embargo, por ahora, seguimos teniendo una naturaleza pecaminosa que se opone a nuestro crecimiento espiritual. Mientras esperamos que a nuestros cuerpos se les dé vida (v 11 ), debemos “[darle] muerte a los malos hábitos del cuerpo” (v 13 —es mejor ver el final de este versículo como el final de una oración, a diferencia de como lo pone la NVI). Tal como argumenta John Stott, es probable que Pablo se siga refiriendo a una experiencia de vida, y muerte, en el presente—no en el futuro. Es como si Pablo estuviera diciendo: Si no le haces caso a tu naturaleza pecaminosa—si la dejas prosperar y crecer—sufrirás las terribles consecuencias. En lugar de esto, debes atacarla y darle muerte por
medio del Espíritu. Mientras más le des muerte a la naturaleza pecaminosa, más vas a disfrutar de la vida espiritual que da el Espíritu Santo—vida y paz (v 6 ).

LA MORTIFICACION

Este proceso de “dar muerte” es lo que los teólogos de antaño solían llamar “mortificación”. Sacaron la palabra de una antigua traducción del versículo 13 :
“… mas si por el Espíritu [mortificas] las obras de la carne, [vivirás]” (RV1862).
Así que ¿qué nos dicen los versículos 12-13 acerca del significado de la mortificación y de cómo la llevamos a cabo?
En primer lugar , implica una resistencia insistente y de todo corazón a la práctica pecaminosa. La misma palabra que se traduce como “dar muerte” (la palabra griega thanatoute ) es violenta y total. Quiere decir rechazar de manera completa todo lo que sepamos que está mal; declararle la guerra a las actitudes y a los comportamientos que estén mal —no dar cuartel, hacer todo lo que se pueda
para lograr que algo tenga éxito.
Esto significa que un cristiano no juega con el pecado. No te propones alejarte poco a poco , ni dices: Yo puedo mantenerlo bajo control . Te alejas del pecado tanto como sea posible. No solo evitas las cosas que sabes que son pecado; evitas las cosas que te llevan al pecado, e incluso las cosas que son dudosas. 
¡Esto es una guerra!

En segundo lugar , significa que cuando el cristiano se acuerda de aplicar el evangelio , su motivación cambia. Este proceso de “mortificación” va más allá de meramente resistirse al comportamiento pecaminoso. Es uno que examina la motivación del corazón. El versículo 12 dice: 
“Por tanto, hermanos, tenemos una
obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa”. 
Esta declaración es crucial. “Por tanto” se refiere a la declaración anterior, en la que Pablo dice que hemos sido redimidos por la justicia de Cristo y que algún día nuestros cuerpos serán resucitados y seremos totalmente liberados de todo mal y dolor. Después se vuelve y dice: 
“Por tanto… tenemos una obligación…”. 
Algunas traducciones expresan esto de un modo distinto: 
“Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne…” (LBLA ). 
A lo que Pablo se refiere es que si nosotros recordamos lo que Cristo ha hecho y hará por nosotros, nuestro amor y gratitud hacia Él nos moverán a servirle y conocerle mejor.
Pablo está diciendo que el pecado solo se puede cortar de raíz si nos exponemos constantemente al inimaginable amor de Cristo por nosotros. Esa exposición nos mueve a la gratitud y a un sentimiento de deuda hacia Él. Cuando el terreno de nuestro corazón es uno de autocompasión y creemos que otros nos
deben, el pecado crecerá . ¡No estoy recibiendo un trato justo! ¡Mis necesidades no se están satisfaciendo! ¡He tenido una vida difícil! ¡Dios me debe; la gente me debe; yo me debo ! Esa es la actitud de un corazón autocompasivo. Pero, dice Pablo, debes recordarte a ti mismo que eres un deudor. Si te esfuerzas por recordar continuamente la gracia de Dios, eso debilitará y matará el pecado en tu
corazón, de donde salen todos tus deseos y motivaciones.
Por lo tanto, ese “[dar] muerte” (v 13 ) es parte de “[fijar] la mente en los deseos del Espíritu” (v 5 ). La mortificación debilita el poder que el pecado tiene sobre ti, pues al enfocarte en la redención de Cristo tu corazón reboza de gratitud y amor; esto te lleva a odiar el pecado en sí mismo, y así va perdiendo el poder de atracción que tiene sobre ti.

Entonces, en resumen, matamos al pecado en el Espíritu cuando nos apartamos radicalmente de las prácticas pecaminosas y cuando eliminamos las motivaciones pecaminosas de nuestro corazón al recordar nuestra deuda a Dios por Su amor y gracia, lo cual logramos al fijar la mente en los deseos del Espíritu.

PREDICANDO LA GRACIA A NUESTRAS MENTES

Esto quiere decir que si tomamos en serio esto de mortificar los delitos del cuerpo (¡y los versículos 6 y 13 deben ser motivación suficiente para tomar esto en serio!), tenemos que estar predicándonos mini sermones centrados en la gracia a lo largo de nuestro día, y sobre todo cuando seamos tentados.
Recuerda, tu vida es una expresión de tu mente (v 5 ). 
Y muchos cristianos tratan de controlarse a sí mismos con mini sermones centrados en la ley. 
Nos decimos cosas tales como: Si hago eso, Dios me va a castigar , o: Eso va en contra de mis principios cristianos , o: Eso va a hacer daño a la gente que está a mi alrededor , o: Me voy a avergonzar, o: Eso va a lastimar mi autoestima , o: Me voy a odiar en la mañana . 
Algunas de estas cosas, o todas, pueden ser verdad— ¡pero Pablo nos dice que no son las adecuadas! No matan al pecado. 
Eso es llevar tu tentación a la ley y usar el miedo para disuadirte. 
Tenemos que usar la lógica del evangelio. 
“¡Mira lo que Dios ha hecho por mí! 
¿Y así le respondo?
Debemos llevar nuestras tentaciones al evangelio y ver el amor de Dios por nosotros al enviar a Su Hijo a la cruz y a Su Espíritu a nuestros corazones, al mostrarnos la vileza de ese pecado, al motivarnos a amar a nuestro Salvador, y al eliminar nuestro deseo de vivir según la carne.

Así es como un pastor puritano, John Owen, le predicaba a su corazón con el evangelio:
“¿Qué he hecho? 
¿Qué amor, qué misericordia, qué sangre, 
qué gracia he despreciado y he pisoteado? 
¿Así es como le pago al Padre por Su amor, 
al Hijo por Su sangre, al Espíritu Santo por Su gracia? 
¿Así le correspondo al Señor? 
¿He ensuciado el corazón que Cristo lavó en Su muerte?... 
¿Qué le puedo decir a mi amado Señor Jesús?... 
¿Tengo en tan poco valor la comunión con Él?... 
¿He de procurar decepcionar el propósito de la muerte de Cristo?”.
(John Owen, Sobre la mortificación del pecado en los creyentes)

Si queremos entender lo que significa ser cristiano, y por qué ser un cristiano es un privilegio, tenemos que valorar la adopción divina. Tenemos que comenzar a  captar la magnitud de las declaraciones que Pablo hace de que 
“los que son guiados por el Espíritu de Dios 
son hijos de Dios” (8:14 ); 
y de que “somos hijos de  Dios” (v 16 ).

“La noción de que somos hijos de Dios, Sus propios hijos… 
es la esencia de la vida cristiana… 
Nuestra filiación divina es la cima de la creación 
y la meta de la redención”.
( Sinclair Ferguson, Hijos del Dios vivo , pp. 5-6)
La adopción era un procedimiento legal mucho más frecuente en la sociedad romana que en la cultura hebrea o en la del Oriente Cercano. Pablo, como ciudadano romano, hubiera estado familiarizado con ella. Por lo general, la adopción ocurría cuando un adulto rico no tenía un heredero para sus posesiones.

Él entonces adoptaba a alguien como su heredero—podía ser un niño, un joven o un adulto. Inmediatamente ocurría la adopción, varias cosas pasaban a ser ciertas acerca del nuevo hijo. En primer lugar, sus antiguas deudas y sus obligaciones legales se liquidaban; en segundo lugar, tenía un nuevo nombre e instantáneamente pasaba a ser el heredero de todo lo que el padre tenía; en tercer lugar, su nuevo padre se hacía responsable de todas sus acciones (sus deudas, crímenes, etc.); pero, en cuarto lugar, el nuevo hijo también tenía nuevas obligaciones para honrar y agradar a su padre. Este pasaje está tomando todo esto en cuenta.

A lo largo de este pasaje, a los cristianos se les llama “hijos” (huioi , hijos varones) de Dios (v 14, 15, 19) y tres veces se les llama “hijitos” (teknon , hijos e hijas) de Dios (v 16, 17, 21 ). Es cierto que en Roma la “filiación” era un estatus de privilegio y poder que solo se le otorgaba a los varones. Sin embargo, ahora Pablo tiene la osadía de aplicarla a nosotros—¡a todos los creyentes! 
Esto demuestra que Dios no hace distinciones al dar honor. Ahora todos los cristianos, varones y
mujeres, son Sus herederos. Se consideraba subversivo que Pablo tomara una institución que era exclusiva para los varones y mostrara que, en Cristo, el empoderamiento por medio de la adopción aplicaba indistintamente para mujeres y varones. Las mujeres cristianas no deben resentir que se les llame “hijos”, de la misma manera que los hombres cristianos no deben resentir que se les llame 
parte de la novia de Cristo (Ap 21:2). Todos los cristianos son hijos y todos son la novia—¡Dios es imparcial en Su uso de las metáforas ! Y cada metáfora nos dice algo acerca de nuestra relación con Cristo.

QUIENES SON LOS HIJOS DE DIOS

¿Qué nos hace hijos de Dios? Romanos 8:14 nos lo dice claramente: tener el Espíritu de Dios. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. 
Nuestra traducción es igual de clara que la del griego. Hosoi (“los”) es muy incluyente y se traduce mejor como “todos los” o “todos los que”. En otras palabras, Pablo en efecto dice: La categoría de los que tienen el Espíritu constituye la categoría de los que son hijos de Dios . Todo el que tiene el Espíritu
es adoptado por el Padre, y a ninguno que haya sido adoptado por el Padre le faltará la presencia ni la guía del Espíritu Santo.

Muchos quieren pensar que ser “guiados por el Espíritu” tiene que ver con que el Espíritu nos ayude a tomar decisiones —que nos guíe para escoger el mejor cónyuge, el mejor trabajo, el mejor lugar para vivir, etc. Pero esto pasa por alto la fuerte conexión que hay entre el versículo 14 y el versículo 13. La traducción de la NVI muestra que el versículo 14 es una continuación de una oración que comienza en el versículo 13. En el griego, el versículo 14 es una nueva oración que comienza con la palabra gar (“porque”), vinculando lo que Pablo está por decir  con lo que acaba de decir. En el versículo 13 él dice que con el Espíritu realmente  podemos triunfar sobre el pecado que hay en nuestro interior. Después explica por  qué este gran poder—el poder sobre el pecado—está disponible para nosotros. 
Es porque somos hijos de Dios. Así que ser “guiado por el Espíritu” debe ser lo mismo que “[darle] muerte a los malos hábitos del cuerpo” del versículo 13. Dicho de otro modo, somos guiados a odiar los deseos que el Espíritu odia (el pecado) y a amar las cosas que Él ama (a Cristo). Esta es la manera en que somos guiados por el Espíritu.

El versículo 14 lo dice claramente: si el Espíritu de Dios no ha entrado en ti, no eres hijo de Dios, y tampoco le perteneces a Cristo (v 9). Esto es útil, ya que nos  recuerda que la “ecuación” también funciona al revés —si eres de Cristo, por fe,  entonces eres un hijo de Dios y tienes Su Espíritu. Las tres son inseparables — o  todas son ciertas, o ninguna lo es.

El versículo 15 recalca esta verdad—los cristianos son personas que han  recibido “el Espíritu que los adopta como hijos”. La palabra griega utilizada aquí es  huiothesias , que literalmente quiere decir “hacer hijo”, y por eso se puede traducir como “adoptar”.

En primer lugar , La imagen de la “adopción” nos dice que nadie nace teniendo  una verdadera relación con Dios. El hecho de que recibimos nuestro estatus de hijos adoptados prueba que hubo un tiempo en el que estábamos perdidos; no éramos hijos de Dios por naturaleza. Esto quiere decir que esta relación Padre-hijo con Dios no es automática. Nacemos como huérfanos y esclavos espirituales.

En segundo lugar , la imagen de la “adopción” nos dice que nuestra relación con Dios se basa completamente en un acto legal por parte del Padre. No te “ganas” un padre ni “tramitas” tu adopción. La adopción es un acto legal que hace el padre—es muy costoso, pero solo para él. No hay nada que el hijo pueda hacer para ganar u obtener su estatus. Simplemente lo recibe.

Es importante ver la claridad de esta enseñanza, pues hoy en día es común escuchar a la gente decir que “todos los seres humanos son hijos de Dios” porque Dios los creó a todos. Es cierto que en Hechos 17:29 (RVC ) Pablo llama a todos los seres humanos “linaje” de Dios. Pero la palabra griega es genos , que simplemente quiere decir “descendientes”. En este sentido podríamos llamar a Henry Ford el “padre” del automóvil Modelo T. Pero la Biblia es enfática en  reservarse toda la riqueza del término “hijos de Dios” exclusivamente para los que han recibido a Cristo como Salvador y Señor: “Mas a cuantos lo recibieron , a los que creen en Su nombre, les dio el derecho de ser hijos [tekna ] de Dios” (Jn 1:12). La filiación se le da a los que lo reciben a Él. Nadie la tiene de manera natural—excepto Jesucristo.

LOS PRIVILEGIOS DE LA ADOPCION

Ahora bien, en Romanos 8:15-17 , Pablo expone siete privilegios asombrosos que todo creyente posee como hijo adoptado de Dios. Cada uno de estos privilegios es maravilloso y bien vale la pena hacer una pausa para meditar en ellos y disfrutarlos. Por ahora, veamos los primeros cuatro (v 15-16 ).

■Seguridad . No debemos tenerle miedo a nuestro Padre, sino disfrutar de nuestra relación con Él (ver v 15a ). Un empleado o un siervo obedecen motivados básicamente por el miedo al castigo, a la pérdida de su empleo, etc. Pero una relación padre-hijo no se caracteriza por el temor a perder esa relación.

■Autoridad . Nuestro estatus no es el de “esclavos” sino el de “hijos adoptados” (v 15a ). En una casa, los esclavos no tienen autoridad. Solo pueden hacer lo que se les dice que hagan. Pero bajo sus padres, los hijos sí tienen autoridad en la casa—no son meros siervos. A los hijos de Dios se les da autoridad sobre el pecado y sobre el diablo. Deben vivir en el mundo sabiendo que este le pertenece a su Padre. Debe haber una confianza y un aplomo en ellos. Los hijos tienen el honor de llevar el nombre de la familia.Nuestro estatus ha cambiado, y eso es maravilloso. 

■Intimidad . “…el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡Abba! ¡Padre!” (v 15b ). Aquí tenemos que conocer el idioma original. “Abba” era un término arameo que se traduce mejor como “papito”—un término que indica la más grande intimidad. Un hijo no siempre (o ni siquiera a menudo) se dirige a su padre diciéndole: “Padre”. Lo más probable es que use una palabra diferente que muestre el amor y la  confianza que tiene con su padre, como “Pá”, “Papá” o “Papito”. ¡Y así es como los cristianos pueden acercarse al Creador todopoderoso del universo , quien sostiene la existencia de cada átomo! 
Vale la pena citar aquí a Martyn Lloyd-Jones:
“‘Abba’ [era una] palabra que los niñitos podían balbucear. 
Fijémonos en la palabra ‘clamar’… clamamos ‘Abba, Padre’. 
Es una palabra muy fuerte, y es evidente 
que el apóstol la usó muy intencionalmente. 
Significa ‘un grito fuerte’… expresa una emoción profunda. 
¿Qué, entonces, implica la misma? 
Obviamente… un verdadero conocimiento de Dios. 
Dios ya no es un Dios distante para nosotros. 
Ya no se trata de un Dios en quien creemos solo 
de forma intelectual, teológica, teórica, doctrinal . 
Todo esto es imposible para alguien que no es hijo de Dios. 
[Nuestra] adoración y oración son espontáneas; 
es la espontaneidad de un hijo que ve a su padre… 
y no solo espontaneidad, sino confianza”.
(Romanos 8:5-17 , pp. 240-242)
■Certeza. “ El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (v 16 RVC). Cuando clamamos a Dios como “Abba”, el Espíritu de Dios de alguna forma viene a nuestro lado (“a nuestro espíritu”) y nos da la seguridad de que verdaderamente estamos en la familia de
Dios. Hay mucho debate en torno a la naturaleza de este “testimonio”, pero parece ser un testigo interno en el corazón, una noción que nos lleva a afirmar:
Sí, Él realmente me ama .Pablo está respondiendo la pregunta: ¿Cómo sabemos que somos hijos de Dios?
¿Cómo podemos estar seguros de que esto es verdad?
Pablo dice que el Espíritu da testimonio o testifica junto con nuestros espíritus que somos Suyos.
La palabra griega que se traduce como “testimonio” es martyria (de la que surge nuestra palabra “mártir”). Originalmente, la palabra se refería a un testigo con autoridad que resolvía un caso difícil
demostrando que la solución era indudable.
El cuadro que Pablo está pintando se ve algo así:
Hay un juicio que se está llevando a cabo en el cual se está acusando a alguien de un crimen.
Parece que hay evidencia en contra de la acusada, pero también hay evidencia a favor de su inocencia,
la cual ella defiende. Después, de repente, ¡la defensa entra con un nuevo testigo!
¡Y se puede demostrar que ella no estuvo en la escena del crimen!
El testigo dice: Yo estuve ahí, y ella (la acusada) no lo estaba.
¡Ella es inocente! .
Esta persona “testifica junto con” la acusada.
Al decir lo mismo que la acusada, hace que el veredicto esté fuera de toda duda.
Nota que Pablo dice que nuestro espíritu ya está testificando:
“El Espíritu… da testimonio a nuestro espíritu”.
Esto quiere decir que ya tenemos la evidencia de que somos cristianos. Sabemos que confiamos en Cristo. Tenemos Sus promesas. Vemos cómo nuestras vidas van cambiando y cómo vamos creciendo. Todas estas pruebas llevan a que nuestro “espíritu”—nuestro corazón—tenga cierto grado de certeza de que realmente somos Suyos. Pero Pablo dice que el Espíritu Santo puede venir junto a nosotros y, además de todo lo que vemos, dar “testimonio”. Esto parece referirse a un testimonio directo del Espíritu a nuestros corazones.

Es probable que esté hablando de la forma en que los creyentes a veces experimentan la presencia y el amor inmediatos de Dios (algo de lo que Pablo ya ha hablado en el versículo 5:5). No es algo que experimentamos todo el tiempo, o ni siquiera con frecuencia; y puede que no sea un sentimiento muy fuerte. Pero habrá momentos en los que, mientras clamamos al Abba, estaremos profundamente seguros de que Él realmente es nuestro Abba. Esa es la obra del Espíritu, testificando por nosotros y a nosotros, afirmando que verdaderamente somos hijos del Dios viviente.

Un hijo de Dios conoce la seguridad, la autoridad, la intimidad y la certeza. El 8:17
propone tres privilegios más de la adopción divina.

LA HERENCIA LA DISCIPLINA Y EL PARECIDO FAMILIAR

■La herencia . 
“Y si somos hijos, somos herederos…” (v 17 ). 
Esto quiere decir que tenemos un futuro increíble. En la antigüedad, el primogénito era el heredero. Podía haber muchos hijos, y todos amados, pero el heredero obtenía la mayor parte de la riqueza y continuaba el nombre de la familia.
Esta era la manera en que una gran familia mantenía su influencia intacta, no se dividía ni se disipaba. (La referencia que hace Pablo no se debe leer como una recomendación o un rechazo de esta práctica. 
Es simplemente ilustrativa.) Luego él da un giro inesperado, dejándonos sin aliento al llamar a todos los cristianos “herederos de Dios”. Esto es un milagro, por supuesto, porque el heredero obtenía la mejor y mayor parte de la riqueza del padre. Pablo está diciendo que lo que está reservado para nosotros es tan grande y tan glorioso que será, y se sentirá, como si cada uno de nosotros hubiera obtenido para sí solo la mayor parte de la gloria de Dios— como veremos cuando lleguemos a los versículos 19-22 .

■La disciplina .
 “Y si somos hijos, somos herederos…
 si ahora sufrimos con Él…” (v 17 ). 
Los padres siempre disciplinan a sus hijos. Cuando los padres disciplinan a un hijo, le dan a conocer una forma de dolor más suave para enseñarle al niño que debe apartarse de los comportamientos que luego le llevarán a experimentar un dolor mucho mayor. Hebreos 12:9-10 explica:
“… nuestros padres humanos nos disciplinaban… 
pero Dios lo hace para nuestro bien”. 
Un buen padre disciplina con amor. 
No usa su autoridad egoístamente, para complacer su propia necesidad de sentirse poderoso o en control. Pero tampoco deja de hacer lo que sea duro o difícil con tal de recibir el amor y la aprobación de su hijo. Es un (doloroso) privilegio que el Padre más amoroso del universo sea quien nos discipline.

■ El parecido familiar . 
“… si ahora sufrimos con Él…” 
(Ro 8:17 ). 
Como cristianos vamos a sufrir, no solo por los dolores que todos enfrentamos en este mundo, sino específicamente porque somos hermanos de Cristo.
Cristo enfrentó el rechazo por ser quien era, y porque había venido a exponer nuestra pecaminosidad, a advertirnos acerca del juicio y a ofrecernos la salvación por medio de Sí mismo. De igual manera, Mientras Su familia viva para Él y hable de Él, sufrirá. 
¡Tenemos el honor de imitarle!
Dios obra en nosotros y a través de nuestras circunstancias para que seamos “transformados según la imagen de Su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (v 29). Aunque somos adoptados, Dios implanta en nosotros la naturaleza de Cristo. Como hijos de Dios, llegamos a parecernos al Hijo de Dios. Al imitarle en Su sufrimiento, nos volvemos cada vez más parecidos al Hijo, y a nuestro Padre, en nuestros caracteres y actitudes. Por eso el cristiano ve la persecución y la considera un privilegio (mira, por ejemplo, Hechos 5:41; 1 Pedro 4:13, 16). 
¡Llegamos a ser como Él!

DOS ESPIRITUS

Todos estos privilegios muestran a lo que Pablo se refiere cuando habla delN“espíritu que de nuevo los esclavice al miedo” que “ustedes no recibieron”, y del “Espíritu que los adopta como hijos” que sí hemos recibido (Ro 8:15 ). Está diciendo algo muy importante acerca de las dos formas en que podemos vivir como cristianos: como un esclavo, o como un hijo. Es posible, aun después de haber confiado en Cristo para que nos hiciera justos, que volvamos a tener el espíritu de un esclavo—es decir, volver a actuar como si nuestra aceptación se basara en nuestro desempeño, como si la bendición de Dios se mantuviera o aumentara por nuestro trabajo.
En la parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-32), el hijo más joven rechaza a su familia y se marcha para malgastar toda su herencia viviendo una vida desenfrenada. Después vuelve en sí—se da cuenta de su pecado. Él toma la decisión de regresar a casa, pero ya no se considera digno de ser llamado hijo de
su padre. Lo único que él espera es que al menos lo reciban como un siervo contratado (Lc 15:19). Ahora bien, es natural que las personas que se acercan a Dios —incluyendo los cristianos profesos — crean básicamente lo mismo. 
Decimos: ¡No soy digno de ser un hijo de Dios! Solo espero poder seguir adelante como Su empleado a pesar de los obstáculos. Si tengo un bueno desempeño, Dios ‘me va a pagar mi salario’—contestará mis oraciones, me dará Su favor y me protegerá. 
Pero si mi desempeño es pobre, puede que me despida . 
 pero un hijo de Dios nunca está en riesgo de ser “despedido”. Hasta los padres humanos tienen un dicho: Bueno, a pesar de todo, ¡sigue siendo mi hija! ; o : Incluso después de todo lo que ha hecho, ¡sigue siendo mi hijo! La relación se basa en el amor incondicional, no en niveles de desempeño.
Así que lo que Pablo está diciéndonos es que el Espíritu Santo nos capacita para acercarnos a Dios sabiendo que Él es nuestro Padre, no nuestro jefe ni nuestro capataz. En nuestro estado natural, solo podemos acercarnos a Él con un espíritu de miedo, evaluando nuestro desempeño a la luz de Sus estándares. Pero el Espíritu Santo elimina completamente esta mentalidad. Él trae a nuestros corazones la más profunda seguridad espiritual y emocional—la certeza de que nos podemos acercar a Dios como Sus hijos amados. Es “por el Espíritu” que clamamos “Abba” (Ro 8:15 ).
Aquí vemos la diferencia que existe entre el espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción:


¿REALMENTE VALE LA PENA?

En 8:17 , Pablo dice que los hermanos de Jesús sufriremos con Él, y que si lo hacemos, 
“también tendremos parte con Él en Su gloria”. 
Pero, ¿vale la pena? 
¿Vale la pena pasar por toda la adversidad y la angustia de vivir como hijos de Dios para recibir la herencia que nos espera? Muchas personas—incluyendo probablemente a algunas que conocemos—piensan que no . Profesan ser cristianos, y tratan de vivir como Dios dice por un tiempo—pero después llegan a la conclusión de que el sufrimiento no vale la pena, y se apartan. Pero Pablo contesta la pregunta con un enfático “sí”. De hecho, “en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros” (v 18 ). Es como si Pablo estuviera diciendo: Si sabes lo que te espera en el futuro, ni siquiera se te ocurriría considerar que tus problemas actuales y tu dolor no valen
la pena . 
Así que, ¿cuál es esta gloriosa herencia hacia la cual el cristiano está caminando, a veces con pasos dolorosos, día tras día? Esto es lo que Pablo está exponiendo en los versículos 19-23 .
“La creación aguarda con ansiedad 
la revelación de los hijos de Dios” 
(v 19 ).
Hay una gloria venidera que será tan poderosa que cuando caiga sobre nosotros, envolverá a todo el orden creado y lo glorificará, tal como hará con nosotros—la naturaleza también será renovada, restaurada, redimida .
No queda completamente claro lo que él quiere decir con “la revelación de los hijos de Dios”,
pero debe significar que nuestra filiación será revelada y reconocida públicamente; y es probable que también signifique que finalmente seremos completamente 
“transformados según la imagen de Su Hijo” (v 29). 
Seremos perfectamente santos como Cristo y, por ende, tan hermosos y deslumbrantes como lo es Él. Esa será nuestra gloria.
Y esta es la razón por la que aún no disfrutamos de esta gloria. 
La raza humana cayó en pecado cuando el primer hombre, Adán, pecó (ver 5:12-21); y 8:20 nos dice que la naturaleza, el orden creado, también sufrió esa caída. La creación ha sido “sometida a la frustración”. La naturaleza no es como debería ser, o como fue creada para ser. La palabra “frustración” aquí (mataiotes ) es la misma que se traduce como “vanidad” en el libro de Eclesiastés en la Septuaginta, la versión en griego del Antiguo Testamento. Esto quiere decir que la naturaleza está en guerra,  tanto con nosotros (que fuimos hechos para vivir en armonía con la naturaleza en calidad de gobernantes [Gn 1:29]) como con ella misma. No es tan hermosa o grandiosa como estaba destinada a ser. Se ha frustrado, no por su propia voluntad, sino por “la [voluntad] del que así lo dispuso” (Ro 8:20). Esto está haciendo referencia a Dios, ya que ese sometimiento iba acompañado de la “firme esperanza” de ser liberada (v 20-21 ). De la misma forma en que Dios echó fuera del Edén a Adán y a Eva, sometiendo sus vidas a la frustración, dándoles también la esperanza de una futura redención (Gn 3:20-24, 15), así mismo sometió la creación a la imperfección, pero teniendo en mente su restauración. Por eso la creación “aguarda con ansiedad”.
Por ahora, sin embargo, la creación sufre “la corrupción que la esclaviza” (Ro 8:21 ). Está atrapada en un ciclo continuo de muerte y descomposición. Es maravilloso ver cómo la cualidad vivificadora de la naturaleza está tratando continuamente de restablecerse, produciendo nueva vida de la muerte (ej.: las
flores crecen por el abono, el cual está hecho de organismos muertos). Pero todo el universo se está deteriorando y desgastando, perdiendo más energía de la que puede generar. Todo en la naturaleza se desgasta y muere. Y esa misma naturaleza también es asesina.
Y así, la naturaleza es un reino de dolor y sufrimiento. 
“Toda la creación todavía gime a una, 
como si tuviera dolores de parto” (v 22 ). 
Hay un dolor implacable que nos afecta a todos a medida que el mundo se deteriora. Cuando nace una vida (nacimiento) y cuando se pierde otra (muerte), hay dolor y miseria. En esta creación, todas nuestras experiencias están contaminadas por el dolor , aunque
se trate solo del dolor de saber que esa experiencia no durará.
Pero nada de esto tiene la última palabra . 
“La creación misma ha de ser liberada… 
para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios” 
(v 21 ). 
En primer lugar, en vez de haber frustración, habrá plenitud. 
Cuando consideramos la majestad y la grandeza que los océanos, las montañas, los valles y los bosques
tienen ahora , ¡nuestra mente no es capaz de imaginar cómo será este mundo cuando sea liberado! 
En segundo lugar, en vez de haber corrupción, habrá fuerza y novedad. En la actualidad, las cosas envejecen, se marchitan, se debilitan y se hacen más incoherentes con cada momento que pasa. Pero en esa nueva tierra, las cosas serán nuevas, hermosas, fuertes, coherentes, eternas. 
En tercer lugar, solo habrá alegría. Por eso es que la mejor metáfora para el estado actual de la creación es la de los dolores de parto (v 22 —Jesús usó esta misma imagen en Mateo 24:8), pues estos son los que indican que el mundo está dando a luz una nueva versión de sí mismo.

LOS DOLORES DE PARTO Y LAS PRIMICIAS

Este es el futuro—pleno, renovador, gozoso—que la creación puede anhelar porque es el futuro que los hijos de Dios están anhelando . Esta es la respuesta que Pablo da a la pregunta sobre si nuestra gloria futura hace que valga la pena soportar nuestros sufrimientos actuales. Pablo dice que hasta la creación nos insta a decir: ¡Sí! .
El dolor actual y la gloria futura explican por qué como cristianos “gemimos en nuestro interior” incluso mientras “[aguardamos] ansiosamente” (Ro 8:23 LBLA) —
tal como lo hacen la creación y la mujer mientras da a luz. 
En este versículo, Pablo nos apunta hacia algo que los hijos de Dios ya tienen, y hacia algo que no
tienen. Nosotros “tenemos las primicias del Espíritu”. Las primicias de una cosecha entrante eran, literalmente, el primer lote —y eran un anticipo de lo que estaba por venir. Actualmente, el Espíritu nos está vivificando internamente (v 10); poco a poco nos está dando una libertad interna de los efectos del pecado y de la muerte, lentamente haciéndonos más como Cristo (v 29). Pero esto es solo las primicias—solo una degustación de la libertad total y completa que el Espíritu Santo un día nos va a dar de los efectos del pecado y de la muerte en nuestros cuerpos y espíritus. Esto solo sucederá cuando tengamos lo que actualmente no tenemos y que aguardamos con ansiedad: “… nuestra adopción como hijos, es
decir, la redención de nuestro cuerpo” (v 23 ). ¡¿Cómo puede Pablo decirnos que esperemos, cuando en el versículo 15 dijo que ya hemos sido adoptados?! Esto quiere decir que aunque hemos sido adoptados legalmente, aún no hemos recibido la plenitud del parecido familiar ni disfrutado la celebración final de
nuestro estatus. Ya hemos sido adoptados, y pronto disfrutaremos completamente de todos los beneficios de ser miembros de Su familia.
A veces nos damos cuenta que hay áreas en las que hemos crecido en nuestra semejanza a Cristo; tal vez nos damos cuenta de una forma en la que somos menos imperfectos de lo que éramos, o más amorosos de lo que solíamos ser, o actuamos de una manera más piadosa de lo que acostumbrábamos. En esos momentos, debemos recordar que el dolor, tanto por ser parte de la familia de Cristo en un mundo de frustración y rechazo, como por el proceso de ser transformados a la imagen del Hijo, no se puede comparar con la gloria que estamos aguardando. Sabemos que aún no somos lo que un día seremos, que aún no tenemos todo lo que un día tendremos (v 24 ). Sabemos que todos nuestros mejores días están por venir, y que llegará el día en que todos nuestros días dolorosos habrán quedado atrás . Aguardamos con ansiedad y, sin embargo, también pacientemente (v 25 ), sabiendo que el dolor pasará, y que esta vida no es todo lo que hay.
Esperamos el día en que, tal como dice C. S. Lewis: 
““[Dios] convertirá al más débil y al más sucio de nosotros en… 
[una] criatura deslumbrante, radiante, inmortal, palpitando con tal energía 
y alegría y sabiduría y amor como no podemos imaginarlo ahora; 
un espejo brillante y sin mancha que refleja perfectamente a Dios 
(aunque, por supuesto, en una escala menor), 
Su infinito poder, deleite y bondad. 
El proceso será largo y a veces muy doloroso; 
pero eso es lo que nos espera.
Nada menos”.
(Mero Cristianismo , pp. 174-175

Timothy Keller

sábado, 16 de octubre de 2021

Cosmovisión

 Cosmovisión cristiana: ¿Qué es eso?

El término "cosmovisión" se usa para describir un conjunto central de valores y principios a través de los cuales se entiende el mundo. 
Una cosmovisión es una compilación de las percepciones del mundo de un individuo, esencialmente la forma en que una persona entiende la realidad.
La cosmovisión de una persona es muy importante, ya que afecta prácticamente todas las decisiones de la vida. 
Entonces, una cosmovisión específicamente cristiana estaría viendo el mundo a través de un lente cristiano/bíblico. Una cosmovisión cristiana es aquella en la cual la Biblia es formativa.

Una cosmovisión debe enfrentarse a las tres preguntas siguientes: 
(1) ¿De dónde venimos y por qué estamos aquí? 
(2) ¿Por qué hay algo terriblemente mal en el mundo? 
(3) ¿Se puede arreglar lo que está mal con el mundo? 

Las diferentes visiones del mundo responden a estas tres preguntas básicas de manera muy diferente. Vamos a contrastar la cosmovisión cristiana con la cosmovisión naturalista respecto a estas tres preguntas.

Una cosmovisión naturalista respondería a las tres preguntas de la siguiente manera: 
(1) Somos el resultado de actos sin propósito de la naturaleza. 
(2) Somos lo que está mal en el mundo, ya que no respetamos la naturaleza. 
(3) El mundo se puede salvar a través del ecologismo, la conservación y la aceptación de nuestra verdadera naturaleza. 
Las filosofías comunes que provienen de una cosmovisión naturalista son el relativismo moral/cultural, el existencialismo, el nihilismo y el utopismo.

En contraste, una cosmovisión cristiana intenta responder las tres preguntas bíblicamente: 
(1) Dios creó a la humanidad a su imagen para que pudiéramos tener una relación significativa con Él y nos puso en el planeta para gobernarlo (Génesis 1: 27-29, 2:15). 
(2) Pecamos contra Dios, sometiéndonos a nosotros mismos y al mundo a la maldición del mal, la decadencia y la muerte (Génesis 3, Romanos 8:22). 
3) Dios se convirtió en un ser humano y se sacrificó a sí mismo para pagar el castigo por el pecado y para restaurar la creación algún día a un estado perfecto (Juan 3:16, 2 Corintios 5:21, Apocalipsis 21-22). Una cosmovisión cristiana debería resultar en una adhesión a los absolutos morales y a la creencia en los milagros, el valor de la vida humana y la posibilidad de perdón/redención.

Una visión del mundo es integral en su impacto. 
Nuestra visión del mundo afecta todo lo que hacemos, lo reconozcamos o no. 
Nuestra visión del mundo afecta cómo gastamos dinero, cómo tratamos a nuestros cónyuges e hijos, por quién votamos, cómo tratamos a la naturaleza, qué elegimos hacer con nuestro tiempo. 
Una cosmovisión cristiana verdadera y exhaustiva no es algo que pueda existir solo en la iglesia los domingos. No hay separación entre la cosmovisión cristiana y la vida cotidiana. Jesús mismo debe ser nuestra cosmovisión (Juan 14: 6). 
Formar nuestra cosmovisión sobre su vida y sus enseñanzas es la única forma de navegar a través de este mundo.

 De eso se trata una cosmovisión cristiana.

viernes, 15 de octubre de 2021

Romanos 7 y 8 -Ernesto Trenchard-







El camino a la victoria no es por la ley (Ro 7:1-8:4)

El argumento básico de la sección
El capítulo 7 de Romanos ha dado lugar a acalorados debates, aplicándolo de muy diversa manera los expositores. 
Según nuestro criterio, es importante recordar que el apóstol Pablo nunca escribió un “capítulo siete de Romanos”, sino que desarrolló ampliamente el tema de la santificación del cual el capítulo siete forma parte integrante. 
El argumento empieza en (Ro 6:1) y sigue —con la añadidura de enseñanzas sobre la glorificación— hasta el fin del capítulo ocho. 
Tomando en cuenta la unidad de esta sección, hemos de reconocer también que Pablo emplea sus típicos términos doctrinales  consistentemente a través de toda ella. 
Puede añadir otros, los anteriores pueden colocarse en contextos que modifican algo su sentido, pero es preciso recordar que el autor es el mismo, y que se desarrolla el mismo tema a través de los diversos movimientos. Por ende, hemos de reconocer una uniformidad básica en las expresiones.
Dicho en otras palabras, si “el capítulo siete” no se interpreta a la luz del capítulo anterior y del posterior, con el reconocimiento pleno de la unidad esencial del tema, pecamos contra una de las normas básicas de la exégesis, y las “interpretaciones” no pueden ser fieles al pensamiento del Apóstol.

Recordamos que Pablo ve al creyente bautizado como muerto al pecado y vivo con Cristo, resucitado con el Salvador gracias a su unión vital con él por la fe. 
Idealmente el apartamiento del pecado es completo, pues el nuevo servicio anula radicalmente el antiguo. 
Con el Antiguo Testamento delante, queda por considerar la parte de la Ley en todo esto, y Pablo prefiere discurrir sobre esto antes de pasar a la operación vitalizadora del Espíritu Santo en la nueva vida del creyente. 
Cuando se trata de vencer al pecado y llevar una vida santa, la mente del hombre vuelve instintivamente a la Ley que ordena lo que hemos de hacer y lo que debemos evitar. 
Sin negar el valor del mandamiento “santo y justo y bueno” como medio para una adecuada instrucción en justicia, Pablo moviliza todas las fuerzas de la lógica y de la elocuencia para probar que la Ley no puede ser instrumento directo para conseguir la victoria sobre el pecado. 
Al contrario, declara que el creyente, unido con Cristo en su Muerte, murió a la Ley, que ya no tiene poder sobre él.
La potencia que informa la vida cristiana brota de la resurrección 
y no de una serie de prohibiciones. 
Mas aún, Pablo insiste en que la Ley no sólo revela el pecado por enfocar la luz del mandamiento sobre el fracaso moral del hombre, sino que lo excita, ya que la carne se levanta con orgullosa rebeldía en contra del sistema de limitaciones, impulsándola a hacer precisamente lo que prohibió.
En el curso del comentario veremos que la Ley puede considerarse tanto en su parte externa como en su naturaleza interna (la “ley espiritual”), lo que explica como Saulo de Tarso, ejemplo eminente de sumisión a la Ley externa, “murió” cuando le fue revelada la Ley que escudriña y condena hasta los pensamientos e intentos del corazón (He 4:12).

He aquí una de las claves para la debida interpretación del pasaje. 
Otra es el recuerdo de los tres “yo” de Pablo: 
  1. el de la personalidad como creada por Dios y que persiste siempre; 
  2. el del “viejo hombre”, que es la expresión personal de la naturaleza caída de Adán, 
  3. y el del “nuevo hombre”, que es la manifestación de la nueva naturaleza engendrada por medio de la Palabra, vivificado por el Espíritu Santo en relación con la obra total de la Muerte y Resurrección de Cristo. 
Al considerar todos los pronombres personales en primera persona en este célebre pasaje, hemos de hacer un alto para considerar si se trata del “hombre total”, del hombre adámico o del hombre en Cristo.

Sin duda hay elementos biográficos en (Ro 7:7-27), pero el “yo” no es particular de Pablo sino que señala una frase de la vida de todo creyente. 
La lucha es real e inevitable, ya que 
“el deseo de la carne es contra el Espíritu, 
y el del Espíritu es contra la carne, siendo éstos opuestos entre sí” 
(Ga 5:17); 
pero la intención de Pablo no es el de gemir sobre la lucha y llorar sobre la frecuente derrota, sino el de hacernos ver que la Ley no trae la solución de este problema fundamental. 

Nuestra sección pasa a (Ro 8:4), puesto que Pablo no queda estancado en las marismas de la desesperación, sino que revela el secreto de la victoria por medio de 
“la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús”, 
basada ésta sobre la intervención de Dios en la historia con el fin de dar solución a esta tragedia humana por medio de Cristo, quien
 “en semejanza de carne de pecado, 
y a causa del pecado, 
condenó al pecado en la carne” 
(Ro 8:3).

Un ejemplo de libertad por medio de la muerte (Ro 7:1-3)
Cuando Pablo dice que habla con personas que conocen la ley (Ro 7:1) no está pensando en la Ley de Sinaí, sino en sistemas legales en general. 
Los cristianos en Roma estaban perfectamente familiarizados con las obligaciones legales, y el contrato matrimonial era conocido de todos, fuesen judíos o gentiles. 
El Apóstol saca su ilustración de la vida social, recordando a los hermanos que la mujer casada está unida a su marido por obligación legal. 
Sin embargo, si el marido muere, la mujer se halla libre de su persona y puede casarse con otro hombre sin que nadie pueda acusarla de ser adúltera. 
La ley queda igual, pero la intervención de la muerte ha anulado su operación en este caso concreto. Algunos expositores creen que la ilustración no hace más que señalar el hecho de que la muerte termina con las obligaciones legales, pero Pablo no suele simplificar sus argumentos y queda fiel a sus términos. Por lo tanto, el que escribe cree que hemos de tomar en cuenta los términos ya usados en (Ro 6:6-10). (Véase comentario).

La ilustración explicada (Ro 7:4)
La aplicación de la ilustración se halla en este versículo, que no es difícil con tal que comprendamos los términos y expresiones típicos del Apóstol que hemos recordado en el párrafo anterior. 
“Fuisteis muertos a la ley mediante el cuerpo de Cristo” 
señala el gran hecho de nuestra identificación con Cristo en su Muerte y su Resurrección, tema de (Ro 6:1-10). 
Su cuerpo fue el glorioso medio para llevar a cabo tan sublime obra (Col 1:22).
Lo que hemos de notar con cuidado es el significado de la frase: “para que seáis unidos a otro”, que sólo se entiende bien si recordamos que el primer marido es la naturaleza adámica que murió en la Cruz. 
Ya que éste se ha quitado de en medio por la “crucifixión”, nos hallamos libres para unirnos con el Cristo que fue levantado de entre los muertos. 
La nueva vida y experiencia se desarrollan “postmortem”, en la esfera de la resurrección.
Nuestra unión con Cristo en su muerte supone el fin de todo lo viejo. 
Nuestra identificación con el Resucitado, quien se presenta como Resurrección y Vida, determina la nueva vida en todos sus aspectos, ya que él vino para que tuviésemos vida, y que la tuviésemos en abundancia (Jn 10:10). 
La última frase de este importante versículo parece hacer eco de (Ro 6:21-23), pero el fruto no es ya el de un nuevo servicio, sino el producto de la nueva unión mística con Cristo. 
Al emplear la frase “unión mística” no echamos mano del lenguaje de los místicos que emplean métodos más bien psicológicos para conseguir lo que les parece ser el rapto místico, sino que señalamos la doctrina fundamental expuesta particularmente por Pablo; es decir, que el Espíritu de Cristo mora en el verdadero creyente para efectuar la unión con Cristo en la esfera real del acontecer divino. 
El fruto del Espíritu que se detalla en (Ga 5:22-23) procede de esta bendita unión y jamás se consigue por esfuerzos legales.

La operación de un nuevo principio (Ro 7:5-6)

1. El efecto de la Ley sobre la carne (Ro 7:5)
Nos será necesario examinar más detalladamente la frase “en la carne” al comentar la sección (Ro 8:5-9), y basta notar aquí que señala nuestra vida antigua cuando seguíamos las normas del hombre caído. La Ley enfocaba su luz sobre el pecado, pero, lejos de darnos fuerza para vencerlo, excitaba “los afectos pecaminosos”, o sea, la concupiscencia, el conjunto de los deseos del “yo” que se rebela contra la voluntad de Dios. 
Toda actividad carnal tendía a la inerte: fatídico y venenoso fruto del pecado en todas sus formas, como ya hemos tenido ocasión de notar anteriormente.

2.La libertad del creyente unido con Cristo (Ro 7:6)
Desde luego, la Ley no muere, puesto que es una expresión de la voluntad de Dios frente al trágico fenómeno del pecado, y seguirá llevando a cabo su labor de escrutinio y de condenación hasta el fin de esta creación. 
En cambio, Pablo enseña que es el creyente quien ha muerto a la Ley, refiriéndose, desde luego, al yo adámico. 
Esto permite que la personalidad esencial viva con y para Cristo. 
Por lo tanto se halla desligado de la Ley (el verbo es “katargeo”, poner fuera de uso, anular, etc.), y sirve a Dios en la gloriosa novedad del Espíritu que se contrasta con la letra de la Ley, que queda caducada en cuanto al resucitado con Cristo. 
“La letra” en los escritos de Pablo equivale a la Ley en su forma externa. 
Citamos dos declaraciones más del apóstol Pablo que confirman e iluminan la profunda enseñanza del versículo que estamos estudiando, y que merecen nuestra cuidadosa atención: 
“Y a vosotros, estando muertos en pecados 
y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, 
perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, 
que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” 
(Col 2:13-14). 

“Yo, por la Ley,
morí a la Ley, a fin de vivir para Dios. 
Con Cristo he sido crucificado y ya no vivo yo, 
masvive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne (= cuerpo aquí) lo vivo en fe, 
aun mi fe en el Hijo de Dios, 
el cual me amó y se dio a sí mismo por mí” 
(Ga 2:19-20).

Pablo y la Ley (Ro 7:7-14)
1.“No codiciarás” constituye el mandamiento clave (Ro 7:7-8)

La finalidad de todo este pasaje es analizar e ilustrar las verdaderas operaciones de la Ley, empleando Pablo la primera persona singular como un medio más para destacar verdades difíciles y, a la vez, esenciales cuando se trata de la comprensión de las doctrinas que le fueron encomendadas. 
Niega enfáticamente que la Ley es pecado, pero reitera una vez más —y nunca como en la sección que estudiamos— que la Ley no sólo sirve para dar el conocimiento del pecado, sino que lo aviva en sus operaciones. 
Hay abcesos que el cirujano no puede abrir y limpiar hasta que hayan llegado a su morbosa madurez, y hasta emplea medios para acelerar el proceso. 
Así opera la Ley que, sin ser responsable en manera alguna de la “supuración” moral del hombre, sirve para revelarla y aun para acelerar el proceso hasta que llega a una nauseabunda madurez de iniquidad. 
El décimo mandamiento —“No codiciarás”— enseñó a Pablo la verdadera naturaleza de la Ley. 
En sus días de orgullo farisaico, comprendiendo la Ley sólo en su forma externa se jactaba de ser “sin culpa” frente a sus demandas; no era consciente de haber robado, o de haber matado, o de haber cometido adulterio, de modo que, como el iluso joven rico, decía: 
“Todo esto he guardado desde mi juventud” 
(Fil 3:6). 
Pero el último mandamiento del Decálogo llegaba hasta condenar los intentos del corazón, colocando bajo el juicio divino hasta los movimientos internos de la voluntad que podrían no llegar a exteriorizarse jamás. 
Pero el yo adámico es codicioso por necesidad, ya que desea atraer y someter a sí todo cuanto le rodea. Al mismo tiempo, el codicioso es igual que el idólatra (Col 3:5), pues fija su atención y su deseo en aquello que no es Dios, anhelando ardientemente acapararlo todo, porque él mismo quiere ser el “dios” de su círculo (Gn 3:5). 
Esta prohibición de la codicia, conjuntamente con el doble resumen de la Ley —amor rendido y total a Dios y amor al prójimo (Mr 12:28-34)— da su carácter espiritual a la Ley (Ro 7:14), y es este el carácter que el Maestro subrayó en el llamado Sermón del Monte, puesto que el odio constituía el germen del homicidio y el deseo sexual malvado el del adulterio (Mt 5:21-45).
Pero la mera comprensión de la verdadera naturaleza de la Ley no salvó a Pablo de la desobediencia y de la ofensa. 
Todo lo contrario, pues “el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, obró en mí toda codicia”, despertando deseos antes dormidos. 
Cuando el Apóstol añade “pues aparte de la Ley el pecado está muerto” no quiere decir que el pecado deje de serlo en la ausencia de un mandamiento específico en contra, sino que declara por medio de una afirmación típica y tajante que la Ley revela y vivifica el pecado ya existente.

2.La Ley ejecuta la sentencia de la muerte (Ro 7:9-14)
Estos versículos reafirman los principios que ya hemos expuesto. Saulo de Tarso, como israelita celoso, guardador de las costumbres de su pueblo, creía que “vivía”, pues más que nadie andaba por el camino de la Ley. 
Pero el legalista cien por cien “vivía sin la Ley” en el sentido de que no había comprendido su naturaleza espiritual que condenaba todo movimiento del corazón que se desviaba de la perfecta voluntad de Dios. 
Al sobrevenirle la comprensión de la Ley verdadera, comprendió la nulidad de su legalismo, y el pecado se despertó, rebelándose y excitándose la podredumbre moral del ser interno del hombre caído. “Y yo morí”, exclama el Apóstol, pues él comprendió por primera vez su condición perdida y, a la vez, la Ley le expuso a la ira de Dios. 
Sin embargo, Pablo se afana por salvaguardar su enseñanza frente a posibles malentendidos tendentes al antinomianismo, subrayando que el verdadero “criminal” era el pecado y no la Ley en sí, puesto que el mandamiento es “santo, justo y bueno”. 
El mandamiento habría obrado para vida en el hombre inocente y a condición de encontrar una perfecta obediencia; frente al hombre caído, sin embargo, no sólo revela y condena el pecado, sino que lo excita por el hecho mismo de la prohibición. 
Fue el pecado, pues, el que, tomando ocasión por el mandamiento, engañó a Saulo y le “mató”, aprovechando la Ley de dos maneras:
  • primeramente por el efecto ya notado de excitar el impulso a la desobediencia y, 
  • luego, porque la Ley, condena a muerte al pecador. 
Repetimos que el lenguaje del Apóstol no es fácil para la mente moderna, pero es preciso permitir que Pablo explique a Pablo, y no hay duda en cuanto al sentido general deI pasaje a la luz del contexto total y de las demás enseñanzas del Apóstol sobre los temas de pecado, Ley, condenación, muerte; la carne, la identificación del creyente con la Muerte y la Resurrección de Cristo, el viejo hombre y el nuevo hombre.
El versículo 13 sale al encuentro de una posible objeción: 
¿cómo puede “lo bueno” llegar a ser medio de muerte? 
La respuesta es una reiteración en otras palabras del pensamiento ya expuesto: es el pecado el que mata, pero este pecado se revela, se anima y llega a ser “sobremanera pecaminoso” por la operación sobre él de la santa Ley de Dios. 
La Ley es espiritual (Ro 7:14) porque, bien entendido, no sólo ordena las acciones externas de la vida, sino que escudriña los recónditos movimientos del corazón.
La experiencia debe hacer evidente esta verdad a todos, como también el hecho de que obra sobre la carne, que aquí es la naturaleza caída adámica. 
Los desastrosos resultados que hemos visto surgir de este hecho se personifican en Pablo: 
"Mas yo soy carnal, vendido al pecado”.

La lucha en su aspecto trágico (Ro 7:15-25)
1. El argumento general

Aquí el lector debe recordar que el tema del pasaje total es la santificación, que Pablo ya ha declarado que el pecado no ha de enseñorearse sobre el creyente porque no se halla bajo la Ley, sino bajo la gracia (Ro 6:14), y que ha deshacer ver más tarde que las justas demandas de la Ley se cumplen en quienes andan conforme al Espíritu y no según la carne; si no lo recuerda se hallará en el peligro de interpretar los versículos que consideramos en un sentido diametralmente opuesto al del argumento de Pablo.
Pablo no enseña aquí que la vida cristiana es una lucha sin tregua entre las buenas intenciones y la fuerza de la carne en la que el creyente sale constantemente derrotado, sino que pone de relieve que la victoria —posible y lógica en Cristo y en el poder del Espíritu— no puede ganarse por esfuerzos para cumplir la Ley. 
En resumen, es necesario eliminar el legalismo como medio de combate contra la carne, pues las derrotas descritas en (Ro 7:15-23) subrayan el hecho de que el creyente ha de considerarse no sólo muerto al pecado, sino también a la Ley, si ha de salir victorioso de la lucha contra su naturaleza adámica.

2.Entendimiento y práctica (Ro 7:15-23)
Pensemos en el creyente que se ha entregado a Cristo, y cuya mente se ha iluminado por el Espíritu para entender la naturaleza espiritual de la Ley, pero que no ha entendido aún su posición como muerto y resucitado con Cristo, quedando sin comprender cuál es el auxilio del Espíritu según “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. 
No se ha dado cuenta de su libertad con respecto a la Ley, y al mismo tiempo sabe que la Ley es espiritual hallando que él mismo (según su naturaleza adámica) es carnal y vendido al pecado. 
Desea ardientemente la victoria que glorificará a Dios, pero le falta la comprensión de los medios provistos por Dios para lograrla. 
No es éste un caso teórico, creado para proveer la clave del argumento, sino el de millones de cristianos. 
Pensemos, por ejemplo, en Juan Wesley antes de recibir luz sobre el mensaje de Romanos. 
La voluntad funciona, iluminada por la ley espiritual, de modo que el “yo” de la personalidad percibe el bien y aborrece el mal. 
Sin embargo, al querer llevar a la práctica sus deseos, obra contrariamente a lo que desea. 
La mente iluminada está conforme con la ley, admitiendo que es buena, pero, al momento de la decisión, lo bueno no se efectúa, y lo malo sí. 
“De consiguiente” —razona la persona que desea y lucha—, 
“no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que habita en mí” 
(Ro 7:17). 
El yo aquí es la personalidad redimida que percibe una “ley” (norma) por la cual el pecado obra en él por medio de la naturaleza carnal, o sea, la caída, la adámica (Ro 7:20-21). 
La voluntad es flaca, hallándose incapaz de realizar lo que propone, según la luz interior que ya posee. “El hombre interior” se deleita en la ley de Dios, comprendida ya en su sentido espiritual, pero sus anhelos chocan contra “otra ley que combate contra la ley de mi mente, y que me cautiva bajo la ley de pecado que está en mis miembros (todas las partes del ser)” (Ro 7:22-23). 
Hemos de recordar que “nomos” significa no sólo “Ley”, sino también “norma” o “principio de operación”, según el contexto. 
Aquí discernimos la “ley” de que todo cuanto surge de la Caída es malo por necesidad, no pudiendo ser controlado mediante una mente iluminada por la “ley” como revelación de la voluntad de Dios 

3.Voluntad y fracaso (Ro 7:15-23)

“El querer lo bueno está conmigo, pero no el efectuarlo” 
(Ro 7:18-19). 

Los hilos se entrelazan en esta porción, pero al propósito de un análisis inteligible hemos de ver la operación de la “ley del pecado y la muerte” por una parte, que rige en la naturaleza caída y frustra las buenas intenciones de la persona iluminada por la Ley de Dios; por otra parte, hemos de discernir el tema de la voluntad y las obras. 
La buena intención desea lo bueno que le ha sido revelado, pero en el momento de decisión la voluntad se enflaquece, y, movido por la “ley” interna que determina que sólo el mal surge de la Caída, deja de hacer lo bueno que en teoría escogió y cae en el mal que quiso evitar. 
Hay voluntades fuertes que llevan a los hombres a decisiones difíciles y aun a la terquedad, pero no se trata de eso aquí, pues la voluntad “fuerte” del hombre carnal no se somete a la de Dios, y, por lo tanto, “no obra el bien”, aun cuando la manifestación externa de sus determinaciones no sea desagradable a sus semejantes. 
Se ha agradado a sí mismo, que es todo lo contrario del camino de Cristo, quien 
“no se agradó a sí mismo” 
(Ro 15:3). 

La mente iluminada comprende bien lo que es “bueno” y “malo” por la luz de la Ley espiritual, pero la voluntad es incapaz de realizarlo. 
El argumento de Pablo es una especie de “reductio ad absurdam”, puesto que nos muestra que lo mejor del hombre —la ley espiritual obrando sobre una mente iluminada y una voluntad presta— todavía fracasa rotundamente. 

Quedamos, pues, en espera, sabiendo que la victoria prometida anteriormente ha de ser ganada por otros medios y otros principios. 
Es preciso cerrar el paréntesis de “lo mejor del hombre”, bajo la operación de la Ley, con el fin de volver a abrir el tema de nuestra identificación con Cristo en su Muerte y su Resurrección, con énfasis esta vez sobre las operaciones vivificadoras del Espíritu de Cristo, quien es también el Espíritu de la Resurrección.

4. Desesperación y esperanza (Ro 7:24-25)


El grito de angustia: 
“¡Desgraciado de mí!” 
“¡Miserable hombre que soy!” 

la dramática expresión a la desesperación del hombre iluminado que fracasa en su deseo de servir a Dios en santidad. 
“¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”, 
exclama, y algunos han pensado en la horrible práctica de Mezentius, rey de Etrusca, quien, según testimonio de Virgilio, ataba los cadáveres de cautivos muertos a otros vivos y éstos tenían que arrastrar consigo tan horrenda carga. 
Que valga la referencia como ilustración, pero el lector comprenderá por lo que antecede que el Apóstol emplea la frase “cuerpo de esta muerte” en sentido análogo al “cuerpo de pecado” en (Ro 6:6), señalando, no la corrupción de la sustancia corporal, sino la del “viejo hombre”, la expresión personal de la “carne” heredada de Adán. 
El hombre de la mente iluminada mira a su viejo “yo” con aborrecimiento, anhelando libertad y victoria. 
¿Cuál alma sensible no habrá empleado alguna expresión análoga al luchar contra la carne por sus propias fuerzas, desesperado ante el continuo fracaso, y comprendiendo lo vil de las tendencias naturales del hombre caído? 
Pero antes de hacer una referencia final a la “ley” natural por la cual la carne frustra el deseo de servir a Dios (Ro 7:25), Pablo anticipa la victoria que ha de describir a continuación por medio de otra exclamación: 
“¡Gracias a Dios (seré libertado), 
por Jesucristo Señor nuestro!” 
(Ro 7:25). 

El Vencedor del Gólgota no ha de dejar a sus discípulos hundidos en la desesperación del fracaso. 
La sola mención de su Nombre y títulos abre nuevos horizontes y asoma ya la victoria como algo seguro.

La consumación del argumento (Ro 8:1-4)

1.El texto de (Ro 8:1)


“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,
 los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. 

Notemos que “condenación” ha de entenderse en un sentido que esté de acuerdo con el contexto, pues si Pablo no dice más que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, reitera la doctrina de la justificación, que ya trató en los capítulos 3 y 4, mientras que aquí desarrolla el tema de la vida victoriosa del creyente por la operación del Espíritu Santo. 
El diccionario Arndt-Gingrich admite el sentido de “castigo después de la condenación” para el vocablo “katakrima”, y podríamos traducir, un tanto libremente, pero sacando el verdadero sentido:

“Los que están en Cristo Jesús no están condenados a cadena perpetua” 
(véase F. F.Bruce, op. cit. pág. 159).

2.La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús (Ro 8:2)

Ahora dejamos atrás al “yo mismo” sujeto a la ley de pecado y de la muerte para pensar en el creyente libertado de la flaqueza de la carne por la obra del Espíritu Santo, tema principal de (Ro 8:1-27). 
No es que cese la lucha, pues el antagonismo de carne y Espíritu es perpetuo hasta que dejemos el cuerpo, pero el creyente aprende que la vida de paz, bendición y de victoria no depende de sus esfuerzos por alcanzar el bien, y pasa al plano más elevado de la vida espiritual.

 “Ley” en (Ro 8:2) vuelve a ser “norma”, señalando el principio dominante de la vida del creyente que es el del Espíritu de vida en Cristo Jesús. 

La última frase reitera que la base de todo es nuestra posición “en Cristo”, mientras que la primera nos hace ver que el Espíritu es Espíritu de libertad, ya que es Dios mismo quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer (Fil 2:13); por tanto, la superabundancia del poder divino trae libertad a quien la aprovecha por medio de la sumisión y la fe (2 Co 3:17). 
Hemos visto la “ley del pecado y de la muerte” en operación en (Ro 7:14-25), pero este versículo señala claramente la liberación. 
Hay textos que llevan “me liberta” y otros “te liberta”, pero en ambos casos se trata del creyente que desea cumplir la voluntad de Dios.

3.El remedio de Dios frente a la debilidad de la carne (Ro 8:3)

He aquí un versículo de gran importancia doctrinal, pues las consideraciones subjetivas relativas a la lucha interna del alma del creyente —que hemos venido estudiando— se enlazan con la gran Obra objetiva de la Cruz. 
La debilidad de la Ley —que es incapaz de efectuar la obra de salvación y de santificación—no se halla en su propia naturaleza, sino en la de la carne, o sea, en la naturaleza del hombre caído. 
La Ley manda bien, pero la carne es incapaz de obedecer, y aun se alza en rebeldía para llevar a cabo todo lo contrario de lo mandado. 
La Ley es como un buen general que sabe exactamente cómo ha de disponer sus tropas frente al enemigo para poder ganar la victoria; pero resulta que sus hombres son bisoños, que no tienen de soldados más que el uniforme. 
Cuando les manda atacar, se retiran, y cuando conviene la retirada, avanzan y son destrozados. 
El general es débil, no en sí mismo ni en cuanto a su ciencia militar, sino a causa de la naturaleza de los elementos que, teóricamente, ha de mandar. 
Así, la Ley era débil a causa de la carne. 
Ahora bien, Dios intervino en gracia enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado. 
Notemos la exacta expresión del apóstol.
El Hijo fue hecho carne (humanidad), según (Jn 1:14), porque su humanidad era real. 
Al mismo tiempo era sin pecado, de modo que fue enviado “en semejanza de carne de pecado” al efecto de poder representar a la raza, siendo él mismo sin tacha ni mancha de pecado, que habría hecho imposible la obra de expiación vicaria. 
En la Cruz, Dios “condenó al pecado en la carne”, y de nuevo hemos de examinar la voz “carne” con mucho cuidado, porque aquí vuelve a ser humanidad y no la naturaleza caída del hombre. 
Es decir, el cuerpo de Cristo fue el medio por el cual se efectuó la redención, y el cuerpo hacía visible la humanidad de Cristo, quien, siendo el creador del hombre, pudo recabarla para sí, presentándose luego como el Hijo del Hombre. 
Sólo Él pudo colocarse en el lugar de todos, de tal forma que la sentencia que llevó fuese la condenación del pecado de todos. 
La santificación no puede desligarse de la Cruz, que vimos también como el fundamento de la justificación. 
Con razón la santificación se ha llamado “la lógica de la Cruz”, pues aquel que es justificado por su unión vital con el que murió y resucitó debe andar en novedad de vida como resultado lógico del gran hecho realizado en el cual tiene su parte. 
Este es precisamente el argumento de Pablo desde (Ro 6:1) en adelante. 
No se trata ya de lo que la carne puede realizar, 
sino de la operación del Espíritu Santo 
por medio del espíritu redimido del creyente.

4.La justa demanda de la Ley cumplida

El legalismo —presentado de la forma que sea— nunca trae como resultado el cumplimiento de la justa demanda de la Ley, por la sencilla razón de que la obediencia nunca es perfecta, de modo que la Ley queda quebrantada y menospreciada en las vidas de quienes, con mayores esfuerzos, procuran honrarla. 
Dios escogió otros medios para honrar la Ley. 
Acabamos de ver que el pecado fue condenado en la Cruz. 
Sabemos que la Ley fue cumplida tanto en su aspecto externo como en su sentido esencial e interno por la vida de Cristo. 
Ahora llegamos a otro cumplimiento: el fruto que el Espíritu produce en la vida del creyente espiritual —aquel que presenta su cuerpo en sacrificio vivo a Dios—, que se manifiesta por el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y la templanza. 
Contra tales cosas no hay ley, porque el mandamiento se cumple por el impulso interno del Espíritu (Ga 5:22-23). 
La justa demanda de la Ley no se cumple en la vida del creyente carnal, que anda por el camino de su propia elección, sino en la del hombre sumiso que deja obrar en sí mismo la potencia del Espíritu. Quizá en la práctica no hay ningún creyente enteramente espiritual ni ninguno totalmente carnal, pues en el último caso no se verían los frutos que justificaran la conversión.
El apóstol, sin embargo, señala la norma ideal, y cuanto más cerca andamos de ella, más se glorificará Dios en nosotros por nuestra obediencia a su voluntad. 
En cambio, cuanto más resiste el creyente la operación del Espíritu de Cristo, menos “fruto” habrá y en mayor medida deshonrará el santo Nombre que toma en sus labios. Prácticamente el creyente espiritual no es un ser imposiblemente perfecto, sino uno que se goza en el Señor, en su Palabra, en su servicio, con humildad de corazón; mientras que el carnal es el que quizá sea capaz de alguna cosa buena a veces, pero que normalmente se halla envuelto en los asuntos del mundo que interpreta según los intereses egoístas del yo. 
En los versículos siguientes el apóstol ha de señalar las diferencias entre “carne” y “Espíritu”, entre el camino carnal y el espiritual, adelantando principios de primera importancia para la vida del creyente.

Nuestra sección termina aquí, pues el argumento sobre la debilidad de la Ley ha terminado y hemos vislumbrado los principios que conducen al creyente humilde a la victoria.

El camino de la carne y el del Espíritu (Ro 8:5-17)

El hecho fundamental y sus consecuencias 
El enlace que existe en el hecho fundamental de la condenación del pecado en la carne por el sacrificio de Cristo y el modo de vivir de los creyentes se señala admirablemente por F. F. Bruce en las siguientes palabras: 
“La santidad cristiana no consiste en una conformidad laboriosa con los preceptos específicos de un código externo, sino que surge de la operación del Espíritu Santo, quien produce su fruto en la vida (nueva), dando a conocer las manifestaciones de la gracia que se veían en su perfección en la vida de Cristo. La Ley ordenaba una vida de santidad, pero carecía de poder para hacerla efectiva a causa de la pobreza del material humano que debía haber amoldado. Pero lo que no pudo efectuar la Ley ha sido llevado a cabo por Dios. Dios envió a su propio Hijo a la tierra “en semejanza de carne de pecado”, y éste entregó su vida como ofrenda por el pecado a favor de su pueblo. Por lo tanto se ha pronunciado sentencia de muerte sobre el pecado que mora dentro de nosotros. No logró entrada en la vida de Jesús y fue vencido completamente por medio de su muerte, de modo que los frutos de esta victoria se aseguran para todo aquel que se halla “en él”. Todo lo que exigía la Ley al querer someter la voluntad humana a la de Dios se realiza ahora en las vidas que admiten el control del Espíritu Santo, quienes se hallan libres de la servidumbre del orden caducado. Los mandamientos de Dios se cumplen por la potencia de quien los dio.” (Op. cit. pág. 162.)
Es importante recordar que el Espíritu de Dios que habita en nosotros no procura mejorar la carne: intento inútil a todas luces, ya que “no se sujeta a la Ley de Dios, ni tampoco puede” (Ro 8:7). 
La carne —la naturaleza del hombre caído en Adán— se considera como “crucificada”, juntamente con sus pasiones y sus deseos (Ga 5:24), y el fruto de santificación brota del espíritu redimido del creyente reforzado por el Espíritu Santo. 
No se trata del antagonismo entre el vil cuerpo del hombre y su espíritu divino, según las suposiciones de los platónicos, sino de la enemistad irreconciliable que necesariamente existe entre todo lo que procede de la caída del hombre y todo lo que Dios obra en gracia sobre el fundamento sólido de la obra de la Cruz y por medio de las operaciones de su Espíritu Santo. 
Tanto predomina el concepto de la obra del Espíritu Santo en el pasaje que hemos de escudriñar que “espíritu” (“pneuma”) debe escribirse siempre con mayúscula, por corresponder al Residente divino, a no ser que tal sentido sea excluido por el contexto. 
Como en el pasaje análogo de (Ga 5:16-25), Pablo señala la existencia de una vida espiritual en los creyentes fundada sobre la obra redentora de Cristo, para llamar luego a los cristianos a un andar espiritual que evidencie en la práctica que se hallan en Cristo y en la esfera de las operaciones del Espíritu Santo. 
Si nos hallamos en Cristo y si el Espíritu Santo se hallan en nosotros
 —condiciones imprescindibles de la vida cristiana—, 
entonces conviene ordenar la vida según sus postulados fundamentales.

Las esferas de la carne y del Espíritu (Ro 8:5-9)

1. El contraste fundamental (Ro 8:5)


Para comprender bien el desarrollo del pensamiento del apóstol debemos recordar primeramente que describe dos distintas maneras de ser, pasando luego a notar los resultados que surgen lógicamente de estos dos distintos estados de vida. 
El versículo 5 contrasta los que son “según la carne”, con los que son “según el Espíritu”
  • viéndose que el resultado natural del primer estado es el de fijar el pensamiento y los deseos en lo que surge de la vieja naturaleza, 
  • mientras que el segundo estado debe producir pensamientos y deseos espirituales. 

Pasando por el momento a los versículos 8 y 9 leemos de personas que “están en la carne”, y éstos se contrastan con los creyentes que no se encuentran en tal esfera, sino en la del Espíritu
Si una persona es realmente de Cristo, el Espíritu Santo mora en él (Ro 8:9), y esta realidad interna produce un cambio de posición externa:

“Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, 
si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. 
Mas si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” 
(Ro 8:8-9).

“Si eres del Señor” —dice el apóstol en efecto—, “el Espíritu de Cristo mora en vosotros por necesidad. Pero este hecho os ha trasladado a la esfera del Espíritu, que es todo lo contrario de la esfera de la carne”.

2.La carne bajo la condenación de Dios (Ro 8:6-8)

El hombre fue creado para andar en la luz de la presencia de Dios cumpliendo en todo su voluntad. 
La obediencia no sólo glorificaba a Dios, sino que fue medio del sumo bien del hombre. 
La esencia de la Caída es la desobediencia, la triste elección que puso el “yo” del hombre en el centro de su ser donde debía hallarse entronizada la voluntad de Dios por el hecho mismo de la creación. 
Todo el complejo de ideas, deseos, afanes y decisiones que surgen del trágico hecho de la Caída constituye la esfera de la carne, y si pensamos en su origen comprenderemos en seguida que toda tendencia carnal es necesariamente “enemistad contra Dios”, de lo que se sigue que ninguna obra carnal puede agradarle, porque halla sus raíces en el hecho fundamental de la rebelión. Hemos de aprender de estos versículos la incompatibilidad total que existe entre todo lo que es “carne” y todo lo que surge del Espíritu, o sea, lo que es de Dios y lo que es de Satanás. 
Por eso la religión del orden de Caín, fruto de un impulso personal —es decir, carnal— no puede agradar a Dios, a pesar de las “buenas intenciones”. 
Entre las dos esferas existe “una gran sima”, tan intransitable como la que separa el paraíso del infierno (Lc 16:26). 
A la luz de la lista de las obras de la carne en (Ga 5:19-21), sabemos que son carnales no sólo los horrendos crímenes y vicios que se condenan tanto por los códigos como por la opinión generalizada de la sociedad, sino todas las envidias, celos, rivalidades y arrebatos que se admiten como manifestación natural e inevitable del “amor propio” del hombre al procurar mantener su dignidad humana. 
Sólo la meditación de almas sumisas en la Palabra puede iluminar la conciencia a fin de poder discernir los movimientos de la carne, admitiendo en la presencia de Dios que constituyen una abominación incompatible con su santidad.

3.La mente de la carne (Ro 8:5-8)

En el versículo 5, el verbo “phroneo” se traduce por “pensar en” (Vers. R. V. 1960) o por “poner la mira en” (Vers. H. A.). 
El sentido del verbo abarca más que el ejercicio meramente intelectual, incluyendo también los deseos y las intenciones. 
Estos, en el caso de los carnales, van tras las cosas carnales, mientras que, en los espirituales, buscan lo que es de Dios. 
En el versículo 6 se emplea el sustantivo correspondiente “phronema”:

“La mente carnal es muerte”, 
“la (mente) espiritual es vida y paz”.

La frase “mente carnal” se repite en el versículo 7, donde se hace constar que es “enemistad contra Dios”. 
El sentido viene a ser “la manera de pensar” o “la intención” de la vieja naturaleza, y en contraste con este impulso hallamos el que se produce por el Espíritu Santo en la mente y el corazón del redimido.

La enemistad y rebelión de la carne (Ro 8:7-8). 
En vista de lo que hemos notado sobre el origen de la carne, no necesita más explicación la frase “la mente carnal es enemistad contra Dios”, ya que nació del primer acto de desobediencia humana, y mantiene este carácter siempre. 
La frase “porque no se sujeta a la Ley de Dios, ni tampoco puede”, relaciona esta discusión acerca de la carne y su naturaleza con la anterior sobre la flaqueza de la Ley cuando se trata de corregir la carne. ¡Por algo “gemía” el “hombre desgraciado” del capítulo 7, puesto que procuraba someter a la acción de la Ley una bestia indomable que no sólo no se sujeta a ella, sino que es incapaz de hacerlo por su misma naturaleza!

Las tendencias opuestas y sus resultados (Ro 8:6). 
Todo cuanto separa de Dios tiende a la muerte. A veces Pablo contempla el fin del camino y escribe: “La paga del pecado es muerte” (Ro 6:23), pero a veces nota los procesos que tienden al mismo fin. 
Un hombre carnal, que vive en olvido de Dios, puede dar la impresión de estar pletórico de salud y de vida (Sal 73:3-9), pero el ojo espiritual discierne que “la mente carnal es muerte”, por la sencilla razón de que razona y actúa sin tomar a Dios en cuenta, separada de la Fuente de la vida. 
En cambio, la manera de pensar espiritual es vida y paz. 
Se trata de la esencia escondida del asunto, pues el camino externo del hombre espiritual puede distar mucho de ser pacífico, pero deriva su vida de la resurrección de Cristo, y en el secreto de su alma camina “junto a aguas de reposo”. 
Su manera de pensar se ajusta a la revelación de Dios que le ha dado, y “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2:17).

4.Los dos caminos opuestos (Ro 8:4)

Con el fin de completar las comparaciones de esta sección hemos de volver atrás para considerar la última cláusula del versículo 4: 
“La justa demanda de la Ley se cumple en nosotros, 
que no andamos según la carne, sino según el Espíritu”. 
No somos de la carne, porque nos hallamos en Cristo. 
No estamos dentro de la esfera de la carne por la misma razón y porque el Espíritu de Cristo reside en cada creyente. 
Ahora bien, se trata no sólo de ser del Espíritu y de estar en la esfera del Espíritu —una obra de pura gracia—, sino también de andar conforme a los principios de la nueva naturaleza; en otras palabras, de manifestar en la práctica lo que somos posicionalmente. 
Es la verdad que Pablo expresa con variación de términos en (Ga 5:25):
 “Si vivimos por el Espíritu, 
por el Espíritu también andemos”.

Hemos de notar que Dios no promete en parte alguna que ha de mejorar la carne. 
Los regenerados son suyos en virtud de una nueva creación, en la que todo es de Dios (2 Co 5:17-18), de modo que la vida de victoria consiste en dejar lugar a las operaciones del Espíritu de Dios a través de la nueva naturaleza, haciendo morir los impulsos de la carne que no cambiará ni en su naturaleza ni en sus intenciones e impulsos. 
La lucha de (Ro 7:15-25) es real y dura, pero “el más fuerte” prevalecerá siempre que el creyente le entregue las llaves de una voluntad rendida. 
Nada hará sin el Espíritu Santo, pero puede estar lleno del Espíritu y manifestar su múltiple fruto en su vida (Ef 5:18) (Ga 5:22-23).

Podemos estar seguros de que “el hombre viejo” pugnaba por manifestarse, procurando agarrar el timón de la vida, aun en el caso del apóstol Pablo, pero él pudo exclamar: 
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. 
La mayor tragedia de la Iglesia es la manifestación —a veces desenfrenada—de la “mente de la carne” en la vida de quienes toman sobre sus labios el nombre de Cristo, repitiendo piadosas frases que se contradicen por los hechos y actitudes de su vida. 
No somos llamados a juzgar a otros, pero sí a examinar nuestros propios pensamientos y deseos a la luz de las Escrituras para distinguir bien entre los movimientos del “cuerpo de pecado” y los santos 'impulsos que proceden del Espíritu de Cristo.

El espíritu de resurrección (Ro 8:10-13)

1.El cuerpo del creyente (Ro 8:10)


Hemos subrayado varias veces que normalmente Pablo contrasta la carne con el Espíritu Santo, la vieja vida adámica con la nueva en Cristo, con referencia a la personalidad entera del creyente. 
Pero surge necesariamente el problema de la naturaleza y de la actuación del cuerpo que ha sido instrumento y esclavo del pecado. 
Es un hecho evidente que se halla bajo la sentencia de muerte que fue pronunciada contra todo lo pecaminoso, puesto que ha sido el instrumento que llevaba a cabo los movimientos de la carne, de modo que Pablo saca la triste consecuencia: 
“el cuerpo está en verdad muerto a causa del pecado”. 
Tanto es así, que si el Señor no viene antes morirá físicamente y verá corrupción. 
Con todo, no es el cuerpo el que tiene la culpa de todo ello, ni es la materia que haya arrastrado al espíritu superior del hombre a su triste situación actual. 
La culpa se halla en la voluntad del hombre, que es una función de su vida espiritual y no de la física. 
El cuerpo fue arrastrado por la voluntad engañada al estado de muerte que nota el apóstol.

El espíritu renovado (Ro 8:10). 
La palabra “sí” en nuestras versiones tiende a confundir un tanto al lector español. 
En ciertos contextos puede señalar condiciones e incertidumbres, pero en otros —como aquí— más bien corresponde a “puesto que”. 
El sentido del versículo 10 viene a ser, pues, 
“Si, como es cierto en el caso de creyentes, Cristo está en vosotros, 
el cuerpo está en verdad muerto a causa del pecado, 
mas el espíritu vive a causa de la justificación 
ya llevada a cabo en vuestro caso”. 
Aquí, pues, se establece un claro contraste entre “cuerpo” y “espíritu”; pero si el espíritu vive ya, a pesar de estar el cuerpo en lugar de muerte, no es en virtud de una superioridad intrínseca, sino porque el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios, el Espíritu de la Resurrección —todos estos términos se hallan en el contexto— ha vivificado el espíritu redimido, haciendo del cuerpo su morada con el fin de colaborar con el espíritu (Ro 8:16). 
Allá en el fondo se destaca la obra de justificación que solucionó el problema del pecado en su aspecto jurídico, de modo que, aun admitiendo los tristes estragos del pecado en el caso del cuerpo, resurgen esperanzas de vida, y de hecho el espíritu del redimido ha vuelto a vivir por la infusión del Espíritu de vida.

El cuerpo resucitado (Ro 8:11). 
Por dos veces este importante versículo insiste en la residencia en el creyente del Espíritu de Dios. 
La primera cláusula reafirma el hecho: 
“Puesto que el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos 
mora en vosotros...”.
 Aquel que levantó a Jesús es el Dios que levanta a los muertos, según la demostración máxima de su potencia vivificadora en la resurrección de Cristo (véanse notas sobre Ro 4:17-25 con Ef 1:19-21), y el hecho de su residencia en el creyente redimido cambia radicalmente la situación, aun en cuanto al cuerpo. 
Ya hemos notado que el espíritu ya vive, pero la segunda mención del hecho de la morada del Espíritu demuestra que esta obra no se limita al espíritu, sino que afecta poderosamente al cuerpo, pese a que se halle en lugar de muerte: 
“El que levantó a Cristo Jesús de entre los muertos, 
vivificará también vuestros cuerpos mortales, 
por medio de su Espíritu que mora en vosotros”. 
Esta promesa no sólo indica la consumación de la obra de Cristo en nosotros en el Día de la Resurrección, sino que demuestra que estos pobres cuerpos podrán ponerse al servicio de Dios ahora, a pesar de que fueron instrumentos del pecado.

El tema en este contexto no es escatológico, sino práctico, y viene a ser parte integrante del argumento que Pablo desarrolla sobre la santificación, y es preciso notar la actualidad de esta declaración como eslabón esencial del mismo. Existe una estrecha analogía entre la enseñanza aquí y la de (1 Co 6:12-20), pues en ambos pasajes hallamos lo siguiente: antes, estos miembros del cuerpo se prestaban a fines pecaminosos que tendían a la muerte; ahora, sin embargo, el Espíritu mora en el cuerpo con el fin de que cada miembro pueda ser santificado, vivificado y consagrado al servicio de su Dios y Redentor. 
El énfasis sobre el Espíritu de Resurrección es hermoso y muy animador, pues nada menos que la potencia máxima que fluye de la resurrección de Cristo puede producir el feliz resultado de que los miembros de cuerpos —en sí mortales— sean activos en el servicio de Dios y dentro de la perspectiva de su plan maestro. Este concepto de una resurrección actual —tan real como nuestra muerte con Cristo— se halla también en (Fil 3:10-14).
Compárese también notas sobre (Ro 6:1-11).

La deuda permanente (Ro 8:12-13). 
Las declaraciones de los versículos 12 y 13 entrañan un claro sentido exhortatorio, y, de paso, confirman el sentido actual y espiritual del concepto de la resurrección del versículo 11. 
El hecho de que Cristo hizo tanto para sacarnos del lodo del pecado, para justificarnos, dándonos su Espíritu, impone sobre el creyente una deuda de honor. 
¿Tanto hemos de recibir para luego seguir llevando una vida carnal? 
¿Tanto ha costado la redención de nuestro ser —que incluye el cuerpo— para luego dedicar sus miembros a actividades pecaminosas? 
Si tal fuera el caso, quedaríamos en estado permanente de deudores que ni intentan enfrentarse con sus obligaciones. 
Hay cambio de figura, pero sigue la misma lección, y quedan implícitas las mismas exhortaciones. 
Es una sagrada obligación ajustar nuestra vida a las normas del Espíritu, dejando de vivir según la carne. 
Una manifestación de vida espiritual es que estemos dispuestos a dar muerte a las prácticas del cuerpo (el verbo es “thanatoo”, “hacer morir”); en manera alguna quiere decir esto que hayamos de aplicar disciplinas físicas al cuerpo a la manera de ciertos ascetas de ayer y de hoy en el vano intento de ahuyentar la concupiscencia; el sentido viene a ser “colocar en situación de muerte” —como crucificadas con Cristo— las prácticas del cuerpo que hallan su origen en la carne. 
Esto es lo que exige tanto el contexto, como la terminología paulina (compárese las notas sobre Ro 6:6,11).

“Si vivís conforme a la carne, moriréis”
 (“mellete apothnéskei”). 
El verbo “melló”, seguido por un infinitivo, quiere decir algo diferente de un futuro sencillo, dando la idea de algo inminente, o predestinado a suceder. 
No hemos de interpretar las cláusulas por medio de ideas ajenas tanto al contexto como al pensamiento del apóstol, siendo preciso recordar que Pablo no trata aquí la cuestión de la posibilidad de que un creyente se pierda o no, sino que señala las características y tendencias de la carne, haciendo saber una vez más cuál es el estado del hombre adámico, notando que, por intervenir el pecado, la muerte está a mano. 
El cristiano carnal bordea un precipicio siniestro y fatídico. 
El mismo podrá ser salvo “como por fuego”, pero sus obras surgen del pecado, y lo que es pecaminoso muere. 
Todo eso debiera serle ajeno, pues le corresponde andar según la lógica de su nueva posición en Cristo, permitiendo que obre poderosamente en él el Espíritu de Resurrección.

Estos versículos 12 y 13 vinculan el argumento anterior con el concepto de la adopción, que llega a ser la culminación —bajo la forma de una hermosa y escogida ilustración— del tema de santificación.

El espíritu de adopción (Ro 8:14-17)

1.Espíritu de servidumbre... de adopción (Ro 8:14-17)


La nueva metáfora.
 Al Apóstol le importa poco cambiar de figura con tal de que sus lectores logren captar la enseñanza que quiere darles por el Espíritu de Dios, y ésta de la adopción (“huiothesia”, “colocar como hijo”) se destaca como una de las más bellas y aleccionadoras. 
La adopción de criaturas ocupa cierto lugar estimable dentro de las costumbres de nuestra civilización occidental, pero es algo un tanto marginal, de importancia para un número reducido de padres que han querido hacerse cargo de una criatura nacida en circunstancias difíciles, llenando al mismo tiempo el hueco en su propio hogar. Muy diferente era la adopción en la sociedad grecorromana, de la cual escribe F. F. Bruce:
“Un hijo adoptivo se escogía con toda deliberación por su segundo padre con el fin de perpetuar su nombre y heredar sus propiedades; no se le consideraba en manera alguna inferior en categoría al hijo nacido de los cuerpos de los padres, y bien podía darse el caso de que disfrutara con mayor abundancia que el hijo natural del cariño del padre y que reprodujera más dignamente su carácter.” (op. cit. pág. 166). 
Esta información sobre las costumbres de la sociedad que conocía el apóstol echa mucha luz sobre el tema de adopción en la esfera espiritual tanto en (Ro 8:14-17) aquí como en el pasaje análogo de (Ga 4:1-7). 
Al mismo tiempo tenemos que recordar el estado contrastado y muy inferior de los esclavos, quienes también pertenecían a la “casa” del paterfamilias, pero sin derechos ni dignidad, obligados a servir al dueño por las costumbres y leyes de la patria, basadas en último término sobre la conquista y la fuerza brutal. 
Tengamos delante, pues, la constitución de la casa de un romano pudiente: a la cabeza se hallaba el paterfamilias, a quien las leyes concedían autoridad suprema; asociada con él se hallaba la esposa y matrona, importante en su esfera, pero que no puede añadir nada a esta figura, ya que el Padre, en la esfera espiritual, es Dios mismo; nacidos de éstos son los hijos naturales (“tekna”); añadidos a la familia como hijos con plenos derechos y responsabilidades se hallan los hijos adoptivos; además hemos de pensar en los numerosos esclavos que sirven normalmente por temor y en “espíritu de servidumbre”.

Los hijos de Dios y la guía del Espíritu (Ro 8:14). 
No nos olvidemos ni del tema anterior de la necesidad de andar conforme al Espíritu ni del argumento que Pablo ha de desarrollar sobre la gloria que espera a los coherederos con Cristo. 
La verdad en cuanto a la realización del propósito de Dios en orden a los suyos es una e indivisible, pese a que las limitaciones de nuestra mente exigen que sigamos uno por uno los distintos hilos que se entrelazan para formar los dibujos del tapiz divino que explayan tanto lo temporal como lo eterno. Si creyentes reconocen su “deuda” de vivir conforme al Espíritu y no según la carne, serán “guiados por el espíritu de Dios”: expresión que equivale a ordenar sus pasos por la potencia del Espíritu y a la luz de la Palabra (véanse notas sobre Ro 6:11).

Pero los tales no sólo son hijos (“huioui”, aquí) sino que deben portarse como tales.

Recordemos la manera en que el Maestro señaló a sus discípulos, diciendo:
 “He aquí mi madre y mis hermanos; 
cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, 
éste es mi hermano y hermana y madre” 
(Mr 3:34-35).

Algunos han querido hacer una distinción entre dos categorías de hijos de Dios: los carnales, que no pasan de ser “tekna”, personas nacidas en la familia; y otras que se dejan guiar por el Espíritu, constituyendo por eso los hijos adultos, los “huioi” (“hijos maduros”), según la figura de hijos adoptivos que se presenta en los versículos 15 y 16.

Sin duda, existen ciertas asociaciones con “tekna” (nacidos) y con “huioi” (hijos maduros) según la etimología de los términos, pero es igualmente cierto que generalmente se emplean por Juan y Pablo en sentido análogo, de modo que deducciones basadas sobre sus orígenes no dejan de ser dudosas. 
Es mejor pensar en la plenitud de la obra de Cristo y en los infinitos recursos del Espíritu Santo, que sólo permiten que los hijos caídos de Adán lleguen a ser llamados “hijos de Dios”. 
La potencialidad de este estado de “hijos” es igual para toda alma regenerada, pero llega a la plenitud en cuanto a su manifestación en quienes se dejan guiar por el Espíritu, que es la norma ideal señalada por la Palabra de Dios para todo aquel que toma en sus labios el nombre de Cristo.

Espíritu de servidumbre y espíritu de adopción (Ro 8:15-16). 
La frase “espíritu de servidumbre” indica la mentalidad de un esclavo, y esta vez hemos de escribir “espíritu” con inicial minúscula. 
Pablo no se ha olvidado de sus extensas discusiones que explayó en el capítulo 7, y, sin volver a entrar en detalles, insinúa de paso que todo espíritu de legalismo en la Iglesia motiva la pérdida de la gloriosa posibilidad de la “adopción”, pues los miembros de la “casa” se portan como esclavos, bajo la amenaza constante del “Harás” o del “No harás”, de la Ley, en vez de conformarse a la voluntad del Padre por el amor que produce el Espíritu. 
En el pasaje análogo de (Ga 4:1-11) Pablo presenta el mismo tema —y el mismo peligro— desde el punto de vista histórico, notando que la adopción de hijos liberta al creyente de la mentalidad y condición de esclavo ya que “Dios envió a su Hijo” para redimir a los hombres y llamarles a la adopción de la casa de Dios, procediendo a “enviar al Espíritu de su Hijo”, quien clama “Abba, Padre” en nuestros corazones. 
Es una obra de gracia, en la que Dios toma la iniciativa y termina la obra.

Nuestra porción no indica el desarrollo histórico de la obra, como en Gálatas, sino que describe sus resultados. 
Los esclavos están allí, en su esfera de la “casa”, pero los hijos adoptivos no han de colocarse entre ellos con miedo y temblor. 
Su espíritu es el de adopción, y habiendo sido colocados como hijos a la mesa del Padre, participando ya en sus consejos, han de portarse y obrar conforme al espíritu y condición de su nuevo estado.

El clamor de “Abba, Padre”. 
Tanto en (Ga 4:6) como en el versículo 15, aquí “clamar” traduce “krazo”, que es “clamar con voz en grito, o con urgencia”. 
En Gálatas es el mismo Espíritu de Cristo quien levanta el clamor de reconocimiento, y en Romanos somos “nosotros” los que clamamos, o sea, los redimidos que hemos recibido el espíritu de adopción. De hecho, es el Espíritu de Cristo el que vivifica nuestro espíritu, con el cual obra conjuntamente (Ro 8:16), de modo que las dos expresiones vienen a ser igual en la experiencia, subrayando ambas el control del Espíritu en la vida del creyente, si es que éste se somete a sus impulsos para disfrutar luego de su gloriosa plenitud.

Mucho se ha escrito sobre el uso del término “Abba”, seguido por su traducción en griego, “Padre”. 
Es expresión corriente que usan los niños hebreos de ayer y hoy, y aun admitiendo connotaciones familiares, no hemos de pensar en infantilismos. 
El Señor enseñó a los suyos que Dios era el Padre, el “Abba” de la nueva familia espiritual, y como Pablo era judío es natural que llevase metido en el corazón el amado apelativo arameo y que brotase espontáneamente de sus labios al meditar en la paternidad de Dios frente a sus hijos adoptivos. 
Es igualmente natural la traducción “Padre” (“ho pater”) al escribir en griego. 
En castellano, “Papá” da el sentido bastante bien, a condición de que no se añadan diminutivos o distorsiones impropios de la dignidad del solemne tema. 
La “casa” se agranda hasta lo infinito, pero el Dios de la gloria se presenta como Padre rodeado de hijos que han salido de la vileza del pecado y la servidumbre de la Ley para reconocerle como tal. Sólo el “Espíritu del Hijo”, obrando poderosamente en nuestro espíritu, puede llevarnos a la gozosa convicción de que el Dios de la gloria es nuestro Padre; que en Cristo somos para Dios —en la medida de lo posible, tratándose de Dios y de los hombres — lo que su Hijo es para él (Jn 17:23). 
Y el reconocimiento de tan sublime hecho brota de nuestros corazones sumisos, amantes y agradecidos como un clamor: “¡Abba! ¡Padre mío!”. 
Se ha dicho que Juan Wesley, en su conversión; 
“cambio la fe de un siervo por la fe de un hijo”, 
y a nosotros nos corresponde la meditación tranquila en este hecho revelado —sublime maravilla de la gracia de Dios— con el fin de que adoremos y sirvamos movidos por la profunda convicción de que Dios es nuestro Padre en Cristo Jesús. 
Es un hecho que él se deleita en escuchar hasta los balbuceos de sus hijos.

El testimonio interno del Espíritu (Ro 8:16). 
El hecho de nuestra adopción es obra de Dios, suprema manifestación de su gracia en su favor para con nosotros. 
La base, como siempre, es la Obra expiatoria y redentora de la Cruz y el Agente interno es el Espíritu Santo. Ahora bien, el texto que tenemos delante no sólo vuelve a recalcar el hecho, sino que subraya su reconocimiento. Somos hijos de Dios (1 Jn 3:1-2) y además el Espíritu da testimonio conjuntamente con nuestro espíritu redimido para convencernos de que lo somos, y por eso reconocemos al Padre y levantamos el gozoso clamor de reconocimiento: 
“¡Abba! ¡El Padre!”. 
No perdamos de vista que el Espíritu Santo es también el Espíritu del Hijo, de modo que inunda nuestro corazón sumiso de esta comprensión de la paternidad de Dios —tratándose de quienes están en Cristo, el Hijo eterno— despertando a la vez en nosotros el espíritu filial.

El versículo 16 es importante también por el profundo significado del verbo “summartureo”, equivalente a “testificar juntamente con” nuestro espíritu. 
El principio ilustrado aquí abarca mucho más que el reconocimiento filial del hijo adoptivo, pues hemos de suponer el mismo procedimiento en cuanto a toda la operación del Espíritu Santo, Espíritu filial, Espíritu de Resurrección, dentro del creyente. 
Habita el cuerpo, convirtiéndolo en templo (1 Co 6:19), pero obra conjuntamente con el espíritu redimido del hijo de Dios. Poco sabemos de estos misterios espirituales, pero este texto echa luz sobre toda operación subjetiva del Espíritu al capacitar al creyente para su testimonio y servicio en este mundo. 
Obra conjuntamente con nuestro espíritu, y esta colaboración provee el enlace entre el ser humano redimido y la potencia del Trino Dios. 
El hombre “lleno del Espíritu” será aquel que se pone a la disposición del Espíritu Santo, en cuyo caso será muy difícil —y completamente innecesario— distinguir entre el espíritu humano y el Espíritu divino que obra conjuntamente con él. 
No hemos de esperar fenómenos raros cuando funcionan conjuntamente el Espíritu de Dios y el del creyente sumiso, sino más bien poderosos efectos internos —como éste de despertar el espíritu filial— que se manifiestan luego por el fruto del Espíritu (Ga 5:22-23) y por una presentación poderosa de la Palabra de la Cruz (1 Co 2:4-5).

La herencia de los hijos (Ro 8:17). 
(Véanse notas sobre Romanos 5:13-18). El Hijo Eterno es Heredero por las mismas condiciones de su ser. Cuando el autor de Hebreos escribe: 
“Dios nos habló en su Hijo, 
a quien constituyó heredero de todas las cosas
 y por quien asimismo hizo el universo” 
(He 1:2), 
hemos de comprender que hace referencia al Hijo-mesías, el Agente de la Deidad para todos los aspectos de la obra, tanto de la primera creación como de la segunda (Col 1:16-20). 
En vista de la obra realizada, Dios señala al Hijo-mesías como heredero de todas las cosas. 
¿Cuál es la herencia del Hijo? 
No nos es posible contestar la pregunta en unas breves palabras, pues las promesas que se relacionan con la herencia son numerosas y muy complejas. 
Si pensamos en todo el fruto de la obra redentora, tanto en la tierra como en los cielos, podemos decir: 
“¡Allí está la herencia!”. 
Si Cristo se aclama como Heredero universal, es obvio que los creyentes sólo llegamos a ser herederos a través de nuestra relación con él, y ya en el capítulo cuatro Pablo probó que tal relación no se consigue por las obras de la Ley sino por la sumisión de la fe. 
Algo de la herencia se nos anticipa ahora, pues al señalar Dios una herencia para sí en los suyos que redimió les entregó a ellos el Espíritu Santo, esencia y anticipo de todo lo demás (Ef 1:13-14). 
Dios es mayor que todas sus obras, y, como el Padre de la nueva familia espiritual nos entrega no sólo el Don inefable de su Hijo, sino también las primicias del Espíritu Santo, Dios en nosotros.

Coherederos con Cristo (Ro 8:17). 
El versículo 17 señala y hace un recuento de los eslabones que enlazan al creyente con su herencia futura: “y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. 
Se recogen aquí dos hilos, combinándolos en una sola verdad consoladora. 
Pablo ha demostrado la relación espiritual del creyente con Dios, y este hecho lleva en sí la promesa de la herencia, vinculada con la relación filial. 
Ahora bien, Cristo ha sido declarado Heredero universal por los derechos inherentes en su persona y confirmados por su obra redentora. 
No existe contradicción, sin embargo, en que Pablo ve al creyente “en Cristo”, de modo que se confirma la herencia filial, presentándose como un acto de gracia del Heredero, quien nos asocia consigo mismo por el impulso de su amor, gozándose en tener “hijos”, “hermanos” o “esposa” ( todas las metáforas son válidas) con quienes podrá compartir riquezas que él mismo ha procurado.

Los padecimientos y la gloria (Ro 8:17). 
El último movimiento del versículo 17 combina los temas de la herencia, de los sufrimientos que participamos con Cristo, y de la gloria futura que tendremos con él. Recordemos que la frase “si es que” no pone en duda el hecho, sino señala sus consecuencias: 
“Puesto que es así que padecemos juntamente con Él, 
juntamente con Él seremos glorificados”. 
Tanto la herencia como la gloria surgen de nuestra unión de fe con el Heredero glorificado después de su victoria. Todo ello es inconmovible, pero Pablo —como el Maestro en (Jn 15:18-25), por ejemplo—, ve que los sufrimientos con Cristo constituyen una parte inevitable e inalienable de la profesión cristiana, pues no puede ser que él haya sufrido, siendo rechazado por el mundo, mientras que los discípulos asociados con él sean alabados por el mismo mundo que le odió a él sin causa. 
Bien, dice Pablo, nuestro íntimo enlace con Cristo y la consiguiente relación filial con Dios no pueden por menos que envenenar nuestras relaciones con el mundo, que es sistema que Satanás ha elaborado, aprovechando la rebeldía de los hombres; pero eso no debiera preocuparnos, pues las mismas relaciones garantizan la gloria futura que es de Cristo y que será la nuestra porque estamos unidos con él y seremos manifestados juntamente con él.

Estas consideraciones llevan a Pablo a la consideración de la perspectiva total de la carrera cristiana en sus variados aspectos. 
Su principio se halla en la voluntad y la vocación de Dios que garantiza una nueva raza de hijos recreados a la semejanza del Hijo. 
Por el momento nos hallamos no sólo en el mundo que rechazó a Cristo, sino también en la esfera de la naturaleza que sufre los efectos de la Caída, y tanto la rotura de nuestras relaciones con el mundo enemigo como la persistencia de otras con la naturaleza, producen efectos penosos. 
Pero el dolor será breve, porque aun la naturaleza será librada cuando Dios manifieste su gran familia de “hijos” unidos con el Hijo Heredero.

Pablo presenta aquí una verdadera filosofía cristiana —que nadie se asuste por este término—, ya que examina el pasado, el presente y el futuro, analizando el por qué de las condiciones actuales a la luz de las Escrituras ya dadas, iluminándolas también por medio de la revelación que él mismo había recibido del Señor. 
Los versículos que siguen resultan complicados y difíciles si se leen superficialmente. 
Iluminados por el Espíritu, ante la vista de un creyente inteligente, deseoso de comprender los caminos de Dios, cobran subido interés y quedamos asombrados ante el desarrollo de los vastos planes de la sabiduría de Dios, plasmados en la Persona y Obra de Cristo.

Pasando tiempo entre Romanos 5 y 6


En el lado izquierdo del diagrama está el mundo en Adán.
El pecado entró en el mundo por Adán y la muerte por el pecado (5:12).
Es decir que el pecado comenzó su dominio en un hombre, y nosotros somos el aumento de ese gobierno.
El fruto del gobierno del pecado es la muerte, y la ley no cambió esto.

¿Qué es la ley?

La ley es Cristo, en forma de descripción.
La ley es la perspectiva de Dios de Cristo dada en palabras y exigida a la carne.
En cada detalle (jota y tilde) es la perspectiva de Dios de Cristo descrita en los mandamientos y dada a Israel como una relación (pacto).
La ley es una relación en la que se describe a Cristo, se exige, pero no se da.
Creó un testimonio y un requisito, pero no proporcionó lo que describió.
En la relación de la ley, el pecado sigue siendo la naturaleza que gobierna y gobierna a este hombre corporativo.
Así que el hombre de la izquierda del diagrama (Israel corporativo) “abunda en pecado” (5:20) y su “fin es la muerte” (6:21).

¿Qué es la gracia? 

La gracia también es Cristo.
Cada detalle y faceta del nuevo Israel es "Cristo todo y en todos".
Y, sin embargo, esta relación con Dios proporciona lo que requiere.
Esa es la grandeza de la gracia, Cristo nos hizo todo lo que nunca podríamos ser, y por supuesto que comienza con el don del juicio:
“¿No sabéis que todos los que fueron bautizados en Cristo fueron bautizados en Su muerte? (6: 3)
La gracia es una relación en la que también se da todo lo que Dios desea, y donde reina y gobierna una nueva naturaleza llamada justicia.
Este es el "reino" y el "cetro" de justicia, el reinado de una nueva naturaleza en el Israel de Dios, para que "así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor ”(5:21).

Los que vivimos por gracia, por definición, hemos muerto al pecado. 
Y así, el resto de Romanos 6 es el estímulo de Pablo para que la iglesia llegue a conocer (por revelación) y se rinda al gobierno de la gracia a través de la justicia. “Ustedes son esclavos de quienes obedecen” (6:16). 
Los antiguos esclavos del pecado han sido entregados a un nuevo amo con una nueva forma de instrucción que se obedece en el corazón (6:17 lit. traducción). 
Y ahora, relacionado con Dios en gracia, "liberado del pecado, siendo esclavo de Dios, tienes tu fruto a través de la santificación, y el fin es la vida eterna".




jueves, 14 de octubre de 2021

Romanos 8 quiasmo de EW Bullinger

 


Romanos 8:1 Interesante



Ernesto Trenchard

Romanos 8:1​, Reina-Valera, 1602, traduciendo el ​«Receptus»​, presenta:

«Ahora pues, ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu.»

Las versiones Hispanoamericana y Moderna, siguiendo ​mejores textos​, directamente del hebreo suprimen
«los que no andan, etc.».

Por el testimonio de dichos textos, parece ser que algún copista equivocadamente dejó pasar su ojo al final del versículo 4, donde la frase está en su sitio, y la metió indebidamente al final de la gran declaración del versículo 1.

Aquí el texto correcto nos ayuda a comprender la doctrina del pasaje, 
pues nuestra libertad de la condenación surge de nuestra posición en Cristo
y ​NO​ ​de nuestro andar​, 

mientras que ​la manifestación de la justicia de Dios​ en la vida del creyente,  
que es el tema del versículo 4, sí​ que ​depende de que 
andemos conforme al Espíritu y no conforme a la carne​.

Rom 8:1 ​NO hay pues ahora condenación alguna para los que están en Cristo Jesús​.
2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús 
me ha libertado de la ley del pecado y de la muerte.
3 Pues lo que no pudo la ley, según estaba debilitada 
por medio de la  carne, lo hizo Dios, 
el cual, envió a su Hijo en semejanza de nuestra carne pecaminosa, 
y como ofrenda por el pecado, 
condenó el pecado en la carne de Él:

Rom 8:4 para que la justicia que requiere la ley 
fuese cumplida en nosotros, ​
los que no andamos según la carne, 
sino según el espíritu​.


La versión Textual lo pone de esta manera ...


 Ahora, pues, ninguna condenación hay 
para los que están en Cristo Jesús,
2      porque la ley del Espíritu° de vida en Cristo Jesús 
te ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
3      Porque lo que no pudo hacer la Ley, 
ya que era débil por causa de la carne, 
lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en semejanza de nuestra carne pecaminosa, 
y por el pecado, condenó al pecado en la carne,
4      para que la exigencia de la Ley fuera cumplida en nosotros, 
que no andamos conforme a la carne, 
sino conforme al espíritu.
La Biblia Textual, Segunda Edición (1999) Ro 8:1-4.

Romanos 7 quiasmo de EW Bullinger