martes, 1 de marzo de 2022

El corazón en el sistema de la vida humana (Cap.2 -Dallas Willard "Renueva tu corazón)

 

 

y he aquí, cierto intérprete de la ley se levantó, y para ponerle a prueba dijo:

Maestro, ¿"qué haré para heredar la vida eterna?

y Élle dijo:

¿"Qué está escrito en la ley? ¿"Qué lees en ella?

Respondiendo él, dijo:

AMARASAL SEÑOR TUDIOS CON TODO TUCORAZÓN,

Y CONTODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA,

Y CONTODA TUMENTE;

YA TUPRÓJIMO COMOA TIMISMO

Entonces Jesús le dijo:

Has respondido correctamente; HAZ ESTO Y VIVIRAS

LUCAS 10:25-28

 

El cuidado requiere entendimiento

El entendimiento es la base del cuidado de las cosas. Ya sea que hablemos de cuidar una petunia o una nación, antes de que ello sea posible ha de haber un entendimiento del funcionamiento de estas cosas. Si has de tener cuidado de tu núcleo espiritual-tu corazón o voluntad- debes tener cierto entendimiento de ello. Es decir, has de entender tu espíritu.

(Intentaré clarificar términos como «corazón», «voluntad», y «espíritu» más adelante).

Si quieres formar en ti un corazón piadoso o ayudar a otras personas en este proceso, has de entender lo que es el corazón, cuál es su función y, en especial, el lugar que ocupa dentro del sistema total de la vida humana.


Hace algunos años el Readers DIgestpublicó una serie de valiosos artículos acerca de las diferentes partes del cuerpo humano: el oído, los pulmones, el pie, el estómago, etcétera. El objetivo era ayudar a los lectores a cuidar su salud fisica.


Sus títulos eran siempre similares: «Hola, soy el hígado de Pepe» (o el pulmón, el pie, etcétera). A continuación, se describían las propiedades y estructura del hígado o del órgano en cuestión y se explicaba su papel en el marco de la totalidad del cuerpo. Después se daban una serie de consejos para mantener esta parte del cuerpo en buen estado y para ayudarle en su función.

Podríamos haber titulado este capítulo, «Hola, Soy el Corazón de Pepe» (en el sentido espiritual de «corazón»). Su objetivo es explicar la naturaleza del corazón (espíritu, o voluntad) y su función en la persona como un todo. A fin de hacer esto echaremos un vistazo a la persona como un todo y distinguiremos entre los diferentes aspectos que la forman, incluyendo el corazón.

 

La batalla contemporánea respecto a la naturaleza humana

 

HACER ESTO NO ES tarea fácil bajo ninguna circunstancia Pero se convierte en algo especialmente dificil por el hecho de que la naturaleza de la persona es hoy campo de batalla de diferentes puntos de vista en conflicto en el mundo académico, científico, artístico, religioso, y político.

Llegados aquí, he de suplicar al lector que haga el esfuerzo de seguirme en los próximos párrafos y que no se acerque a su contenido como si de cuestiones meramente académicas se tratara. Hemos de entender que en la «cultura occidental» de nuestros días lo académico nunca se considera como algo que pueda calificarse de «mero». Hoyes precisamente el mundo académico el que gobierna los sistemas ideológicos de nuestro mundo y se opone a las ideas tradicionales de la naturaleza humana (en especial a las nociones judeo-cristianas o bíblicas de la vida humana).


En la actualidad puede oírse de labios de personas supuestamente cultas que no existe tal cosa como una naturaleza humana, o que los seres humanos no tienen naturaleza. Existe un desarrollo histórico de

este punto de vista y, aunque no podemos trazarlo en esta obra, existen en él argumentos muy interesantes. Sin embargo, la declaración de que los seres humanos no tienen naturaleza representa un mal uso de tales argumentos. Es algo que llega a formar parte de la descontrolada hostilidad política y moral contra la identidad que caracteriza la vida moderna. Es una furia que se nutre de la idea de que la identidad limita la libertad. Si soy un ser humano, en contraposición, digamos, a una col de Bruselas o una ardilla, esto pone una limitación sobre lo que puedo o debo hacer, o lo que debiera hacerse conmigo.


Esta situación de asedio contra la naturaleza humana nos dice, al menos, dos cosas: en primer lugar, declara que la cuestión de la naturaleza humana es algo de enorme importancia, demasiada para que no nos ocupemos de ella. No podemos soslayar este asunto si queremos aportar algo de valor a la cuestión de la formación y la vida espiritual que nos trae Jesús. En caso contrario, todo lo que digamos no tendrá relación alguna con la existencia concreta de los seres humanos reales y esto, lamentablemente, es lo que sucede demasiado a menudo cuando hablamos de lo «espiritual».


En segundo lugar, nos dice que la confusión que reina hoy acerca de la estructura del ser humano puede que no se deba a su oscuridad inherente. Más bien, puede que se deba al hecho de que es un campo donde los prejuicios -suposiciones respecto a cuál ha de ser la verdad, «no me molestes con los hechos>>- impiden que aun las personas bien intencionadas puedan ver lo que, al menos esencialmente, es obvio, simple, y fácil de entender.


Nos referimos de manera especial a las opiniones en el sentido de que el humano es un ser puramente fisico, simplemente un animal (en esencia, solo el cerebro). O la opinión de que los seres humanos son

buenos como tales, o que no debe forzárseles a hacer nada que no deseen hacer. O la de que los humanos no tienen en realidad naturaleza y que todas las maneras de clasificarlos -hombres/mujeres, negros/blancos, etcétera- son «categorías sociales» sin ninguna entidad aparte de los juicios y motivaciones de grupos o culturas sociales. En la actualidad, las instituciones gubernamentales y sociales están profundamente arraigadas en tales opiniones favoreciendo la construcción social del ser humano.


Esta situación puede impedir que personas, por lo demás juiciosas, puedan ver el valor de lo que tradicionalmente se ha considerado como la esencia del «sentido común» respecto a la vida y a lo que

se ha preservado en las tradiciones de sabiduría de la mayoría de las culturas (especialmente en dos de las mayores fuentes de sabiduría del mundo acerca del ser humano: la cultura judeo-cristiana y la griega, la bíblica y la clásica).

 

Cuando ponemos a un lado los prejuicios contemporáneos y examinamos cuidadosamente estas dos grandes fuentes, creo que se hará muy claro que tanto «corazón», como «espíritu» y «voluntad» (o

sus equivalentes) son palabras que se refieren a una misma cosa, al mismo componente fundamental de la persona. Sin embargo, cada uno de ellos subraya un aspecto distinto. «Voluntad» se refiere al poder de este componente para iniciar, para crear, para producir aquello que antes no existía. «Espíritu» se refiere a su naturaleza fundamental como algo distinto e independiente de la realidad física. Y «corazón», a su posición en el ser humano, como centro o núcleo al cual todos los demás componentes del ser deben su correcto funcionamiento. Sin embargo, se trata de la misma dimensión del ser humano que tiene todas estas características.


Con este entendimiento preliminar, comencemos nuestra exploración del «corazón de Pepe» pensando en cómo funcionaría éste en una vida mínimamente «normal».

 

El corazón dirige la vida

QUIENES tienen un corazón en forma son personas preparadas para responder a las situaciones de la vida de un modo bueno y correcto y capaces de hacerlo. Su voluntad funciona como es debido para elegir aquello que es bueno y evitar lo malo, y los demás elementos de su naturaleza colaboran con este propósito. No son «perfectos»; sin embargo, lo que todas las personas son capaces de resolver al menos en algunas ocasiones y áreas de la vida, ellos lo hacen durante toda su vida.


A fin de ver lo que esto significa y por qué, hemos de entender con claridad lo que es el «corazón» o «espíritu)) dentro del sistema humano y cómo puede gobernar de manera efectiva nuestras vidas para bien.

El corazón, voluntad, o espíritu humano es el centro ejecutivo de la vida humana. El corazón es el lugar donde se toman las decisiones de toda la persona. Esta es su función.

Esto no significa que toda la persona haga de hecho solamente aquello que manda el corazón, igual que tampoco en una organización se hace exactamente lo que manda el principal funcionario ejecutivo (CEO).


Esto sería quizá lo ideal, (aunque quizá no); sin embargo, al igual que sabe cualquier Director Ejecutivo o persona en una posición de liderazgo -incluso un cabeza de familia- el sistema rara vez funciona según es dirigido, y nunca lo hace de manera perfecta. Siempre hay muchos factores en juego en las decisiones y acciones que se hacen efectivas. El individuo, al igual que el grupo, se divide con frecuencia en fragmentos incoherentes. «Como ciudad invadida y sin murallas es el hombre que no domina su espíritu» (Proverbios 25:28).


Aun así, el ideal sigue estando allí por las necesidades que impone la vida real -«una casa dividida contra sí misma no permanecerá» etcétera- y, solo en la medida en que nos acerquemos a este ideal, estarán nuestras vidas bien dirigidas o serán mínimamente coherentes. En un mundo profundamente emponzoñado por el mal y por las cosas que suceden, lo habitual es que el individuo no actúe conforme a lo que su corazón le dice que es bueno y correcto, y demasiado a menudo sucede lo mismo en toda clase de grupos.


De hecho, es muy raro encontrar un grupo que funcione coherentemente en vista del bien que se propone conseguir. Normalmente, el grupo es un reflejo de la división de los corazones y vidas de sus miembros, incluso más sorprendente de lo que se observa en el individuo. Esto es así por la mayor amplitud de su ámbito y superior complejidad. Cuando se produce la formación espiritual (o reforma de hecho), ésta unifica el corazón y vida divididos del individuo. Tal persona puede entonces aportar una notable armonía a los diferentes grupos en que participa.


Los seis aspectos esenciales de la vida humana CUANDO miramos más de cerca a la totalidad de la persona, descubrimos que existen seis aspectos esenciales en nuestras vidas como individuos humanos: seis cosas inseparables de cualquier vida humana. Todas ellas juntas e interactuando forman «la naturaleza humana)).

l. Pensamiento (imágenes, conceptos, juicios, conclusiones)

2. Sentimiento (sensación, emoción)

3. Elección (voluntad, decisión, carácter)

4. Cuerpo (acción, interacción con el mundo físico)

5. Contexto social (relaciones personales y estructurales con los demás)

6. Alma (el factor que integra todos los elementos mencionados para formar una vida)

 

Dicho con sencillez, cada ser humano piensa (tiene una vida mental), siente, decide, interactúa con su cuerpo y su contexto social, y (en mayor o menor medida) integra todo lo anterior como partes de una vida. Estos son los factores esenciales del ser humano, y nada que sea esencial a la vida humana se sitúa fuera de ellos. El ideal de la vida espiritual, según la concepción cristiana, es aquel en que todas las partes esenciales del ser humano están organizadas de manera efectiva alrededor de Dios, siendo restaurados y sustentados por Él.


La formación espiritual en Cristo es el proceso que conduce a este objetivo ideal, y su resultado es el amor a Dios con todo el corazón, alma, y fuerza, y al prójimo como a uno mismo. El yo humano queda entonces plenamente integrado bajo Dios. La salvación o liberación del creyente en Cristo es esencialmente holística, es decir, que afecta a la totalidad de su vida. David el salmista, hablando de su propia experiencia, pero expresando de manera profética el pensamiento de Jesús el Mesías, dijo:

«Bendeciré al SEÑOR

Que me aconseja; en verdad, en las noches mi corazón me instruye.

Al SEÑOR he puesto continuamente delante de mí;

porque está a mi diestra, permaneceré firme.

Por tanto, mi corazón se alegra y mi alma se

regocija; también mi carne morará segura»

(Salmo 16:7-9).


Observa cuántos aspectos del yo aparecen explícitamente en este pasaje: la mente, la voluntad, los sentimientos, el alma, y el cuerpo. Una cuestión fundamental para entender la formación espiritual tal y como la encontramos en las tradiciones cristianas es seguir de cerca la manera en que los escritos bíblicos se centran, de manera repetida y enérgica, en las diferentes dimensiones esenciales del ser humano y en su papel dentro de la vida como un todo.

 

¡El yo humano no es algo misterioso!

y AQUÍ HE DE SUPLICAR al lector que tenga paciencia conmigo de nuevo, y que no tome lo que diré aquí como algo meramente académico. El yo humano, como ya he dicho, no es «misterioso» en ningún sentido que no sea aplicable por igual a cualquier otra cosa que existe. Para entender cualquier cosa se requiere, por supuesto, una cierta medida de atención inteligente y metódica investigación. Algo puede no ser misterioso, pero tampoco obvio. Y algunos temas son más difíciles de aprehender que otros. Sin embargo, Dios lo ha creado todo de tal manera que son inherentemente inteligibles.

 

 Las cosas tienen distintas partes, las partes tienen propiedades que, a su vez, hacen posible que las partes se relacionen entre sí para formar un todo mayor y más complejo que, por su parte, tiene también unas determinadas propiedades que hacen posible nuevas relaciones entre unidades mayores, que formarán entidades aún mayores, y así sucesivamente. Esta estructura esencial de realidad creada se aplica a todas las cosas: desde un átomo o grano de sal hasta el sistema solar o las galaxias, desde un pensamiento o sentimiento hasta la totalidad de la persona o una unidad social.

En última instancia, por supuesto, la existencia misma de cualquier cosa es algo misterioso en el sentido de que se enmarca en el misterio de Dios. Aquello que explica todo lo demás, Dios mismo, ha de ser inexplicable en un sentido importante (aunque no necesariamente incognoscible por completo). Sin embargo, por lo que hace a la naturaleza del ser humano, es simplemente un cierto tipo de todo formado por partes con propiedades y funciones que dan origen a personas totales con nuevas propiedades y funciones. Éstas, a su vez, posibilitan las relaciones que las personas desarrollan con las esferas natural y social y -más allá de todas ellas, si tales personas están plenamente vivas como seres espirituales- con el reino de Dios. Esto es lo que constituye la naturaleza humana.

 

y el tema de nuestro estudio al acercarnos a la vida humana -nuestra<<Unidad de análisis»- es la totalidad de la persona en su contexto social y espiritual Los seis «aspectos», como les hemos llamado, representan ámbitos bien diferenciados de capacidades, o cosas que todos los seres humanos -pero no las ardillas o las coles de Bruselas- pueden y deben hacer:

mediante nuestro cuerpo podemos y debemos sentir, pensar, elegir, actuar y recibir la acción de los demás. Hemos de iniciar relaciones personales o carecer de ellas e integrar cada uno de estos aspectos de nuestro ser con todos los demás. Esta última tarea es obra del alma, como ya hemos observado, la cual representa el nivel más profundo de unidad (o desmembración) en la vida de una persona y el objeto integral de la redención.

Cada uno de los aspectos o dimensiones de la persona será una fuente de debilidad o fortaleza para la totalidad de la persona, dependiendo de la condición en la que esté, y tal condición dependerá, finalmente, del corazón. Una persona preparada y capaz de responder a las situaciones de la vida de un modo «bueno y correcto» es una persona cuya alma está en orden, bajo la dirección de un corazón cultivado que está, a su vez, bajo la dirección de Dios. Podemos ver mejor lo que esto significa si tenemos en cuenta 10 que hace cada una de las dimensiones del ser humano. (Ahora será una descripción breve y volveremos para dar un tratamiento más completo a cada dimensión en capítulos posteriores.)

 

Un breve estudio inicial de las seis dimensiones humanas


Pensamiento

El pensamiento pone cosas ante nuestra mente de varias maneras (que incluyen la percepción y la imaginación) y nos capacita para considerarlas en varios sentidos y trazar sus interrelaciones. El pensamiento es aquello que capacita a nuestra voluntad (o espíritu) para extenderse mucho más allá de las fronteras inmediatas de nuestro medio y de las percepciones de nuestros sentidos. Por medio de él nuestra conciencia penetra en las profundidades del universo, pasado, presente y futuro, y hace mediante el razonamiento y el pensamiento científico, la imaginación y el arte (también mediante la Revelación Divina, que nos llega principalmente en forma de pensamientos).

 

Sentimiento

El sentimiento nos inclina o nos aleja hacia las cosas que llegan a nuestra mente en los pensamientos. Representa una sensación que puede ser agradable o dolorosa, junto con una atracción o repulsión con

respecto a la existencia o posesión de aquello acerca de 10 cual se piensa. El modo en que nos sentimos respecto a la comida, los automóviles, las relaciones, posiciones, y cientos de otras cosas ilustra este punto.

Fijémonos en que el sentimiento y el pensamiento van siempre juntos. Son interdependientes y nunca aparecen aislados. No hay sentimiento sin que algo haya antes estado en el pensamiento, ni pensamiento sin algún sentimiento positivo o negativo hacia aquello que se piensa. Lo que llamamos «indiferencia» no es nunca una total ausencia de sentimiento, positivo o negativo, sino simplemente un grado anormalmente bajo de sentimientos, por regla general negativos.

La conexión entre pensamiento y sentimiento es tan íntima que normalmente se considera que la «mente» está formada por la unidad pensamiento-sentimiento. Éste será aquí mi presupuesto. Sin duda, lamente entendida de este modo-o de cualquier otro- es un aspecto bastante complicado de la persona, con numerosas subdivisiones tanto en el pensamiento como el sentimiento. En el alma devastada por el pecado, la mente se convierte en un espantoso desierto y una mezcolanza sin concierto de pensamientos y sentimientos, que se expresan en desatinos intencionados, descaradas incoherencias y confusiones, con frecuencia hasta el punto de la obsesión, la locura, o la posesión. Esta condición de la mente es lo que caracteriza a nuestro mundo apartado de Dios. Satanás,

«el príncipe de este mundo» (Juan 12:31; 14:30), ejerce su dominio sobre él.

 

Voluntad (espíritu, corazón)

La volición o elección es el ejercicio de la voluntad, la capacidad de la persona para originar cosas y acontecimientos que de otro modo no existirían o sucederían. Por «originar» queremos incluir aquí dos de la cosas más preciadas de la vida humana: la libertad y la creatividad. Realmente se trata de dos aspectos de la misma cosa, cuando se entiende correctamente, que es el poder para hacer lo que es bueno o lo malo.

El poder en cuestión 10 tienen solo los individuos. Nada les obliga a originar el bien (o el mal) que llevan a cabo. Pueden hacerlo o no. Aunque la libre acción tiene muchas condiciones, tales condiciones no la determinan en absoluto. Puesto que se trata de nuestra acción, a tales condiciones deberá añadirse el interior y nunca forzado «sí» o «no» por el que la persona responde a la situación. Esta respuesta representa nuestra contribución única a la realidad. Es nuestra, somos nosotros, más que ninguna otra cosa.

Sin este «sí» interior no hay pecado, puesto que solamente nosotros podemos pronunciar este «sí» (o «no»). El pensamiento del pecado no es pecado, no es siquiera una tentación. La tentación es el pensamiento más la inclinación a pecar (que posiblemente se manifiesta con la delectación en el

pensamiento o la búsqueda de su realización). Pero el pecado propiamente dicho se produce cuando interiormente decimos «sí» a la tentación, cuando desearíamos llevar a cabo el acto aunque en realidad no lo hacemos. Las mismas distinciones deben trazarse cuando se trata de hacer lo que es bue-

no y correcto. Estas distinciones en relación con la volición o elección cobrarán mucha importancia más tarde en nuestro estudio.

Ahora hemos de ser muy claros al respecto: la facultad de la volición, y los hechos de la voluntad en que ésta se ejercita, forman el espíritu del hombre. En este sentido limitado y específico, lo «espiritual» no es simplemente lo inmaterial como hemos explicado antes, sino el núcleo central de la parte inmaterial del hombre. En nosotros hay muchas cosas que no son físicas y que tampoco son «espíritu» (es decir, no pertenecen a la voluntad).

Existe, pues, un espíritu en el hombre (un espíritu que es suespíritu): el espíritu humano. Y si hemos de entender qué es la formación espiritual, nos es necesario comprender lo que es el espíritu del serhumano. Espíritu es, en general, aquello que se inicia por sí mismo y se sostiene del mismo modo.

Solo Dios es puramente espiritual, pura voluntad y carácter creativos. Únicamente Él puede decir en verdad:  

«YO SOY EL QUE SOY»

(Éxodo 3:14).


Él es, en su naturaleza esencial y total, poder incorpóreo y personal Los seres humanos tienen solo un pequeño elemento de espíritu -poder incorpóreo y personal- en el centromismo de lo que son y de lo que llegan a ser.

En la formación espiritual, este espíritu (o voluntad) es el elemento al que, por encima de todo, hay que llegar, y que de manera especial ha de ser objeto de atención y transformación.

La voluntad humana es principalmente la que debe recibir una naturaleza piadosa, para que ésta proceda entonces a extender su piadoso influjo sobre toda la personalidad

 

Por tanto, la voluntad o espíritu es también, como hemos venido observando repetidamente, el corazón dentro del sistema humano: el núcleo de su ser. Esta es la razón de la enseñanza bíblica en el sentido de que el bien y el mal humanos son asuntos del corazón.

Es el corazón (Marcos 7:21) y el espíritu (Juan 4:23) lo que Dios mira (1 SamueI16:7; Isaías 66:2) al relacionarse con la humanidad, y al permitir que nos relacionemos con Él (2 Crónicas 15:4,15; Jeremías 29:13; Hebreos 11:6).

Y de igual modo que el pensamiento y el sentimiento son inseparables, así también la volición está estrechamente ligada a ellos. Para llevar a cabo una elección, uno debe tener algún objeto o concepto en la mente y algún sentimiento a favor o en contra de ello. No hay ninguna elección que no abarque tanto al pensamiento como al sentimiento. 


Por otro lado, aquello que sentimos y pensamos es (o puede y debería ser) en grado sumo un asunto de elección. Las personas competentes y adultas serán muy cuidadosas respecto a la clase de cosas en que permiten que se ocupe su mente o aquello que se permiten sentir. Esto es algo crucial para los métodos prácticos de la formación espiritual.

Lamentablemente, el hecho de que los sentimientos y pensamientos son en gran medida un asunto de elección es algo que, en general, no se entiende (especialmente cuando se trata de los sentimientos). A menudo, hablamos de los sentimientos como «pasiones», y esta es una palabra que implica pasividad. Sin embargo, asumimos de hecho un papel muy activo en el estímulo, control y manejo de nuestras «pasiones», como veremos en un capítulo posterior.


Así que repitamos una vez más: lo que tenemos ante nosotros en nuestro estudio de la formación espiritual es la totalidad de la persona, y las diferentes dimensiones básicas del yo humano no son partes separables. Son aspectos completamente interdependientes el uno del otro en sus naturalezas y acciones.

Especialmente por lo que respecta al punto que nos ocupa ahora, la vida humana como un todo, no menciona solo mediante la voluntad. Todo lo contrario. No obstante, si la vida ha de ser de algún modo organizada, ha de serlo por la voluntad. Únicamente puede ser ordenada «desde dentro». Esta es la función de la voluntad o corazón: organizar nuestra vida como un todo y, sin duda, organizarla en torno a Dios. Y, por supuesto, la vida debe ser organizada, y bien, para que nuestra existencia pueda ser mínimamente tolerable para nosotros mismos y para quienes nos rodean. Todas las civilizaciones, al margen de su carácter, han reconocido esto. Una gran parte del desastre de la vida contemporánea radica en el hecho de que está organizada en torno a los sentimientos. 


Las personas actúan casi siempre movidas por sus sentimientos, y piensan que esto es lo correcto. La voluntad queda entonces a merced de las circunstancias que evocan los sentimientos. La formación espiritual cristiana debe afrontar este hecho de manera directa y superarlo.

 

Cuerpo

El cuerpo es el punto focal de nuestra presencia en el mundo físico y social. En unión con él llegamos a existir y nos convertimos en la persona que seremos eternamente. Es nuestra fuente esencial de energía o «fuerza» -nuestro «transformado») personalizado-un lugar desde el que podemos incluso desafiar a Dios, al menos durante cierto tiempo. Y es el punto que recibe los estímulos del mundo que está fuera de nosotros y donde nos encontramos con los demás y somos encontrados por ellos.

Las relaciones personales humanas no pueden separarse del cuerpo; y por otro lado, el cuerpo no puede entenderse aparte de las relaciones humanas.


Es esencialmente social. Por tanto, nuestros cuerpos son y serán para siempre una parte de nuestra identidad como personas. Yo, por ejemplo, seré para siempre hijo de Mayrnie Joyce Lindesmith y de Albert Alexander Willard.


Mi cuerpo me lo dio Dios por medio de ellos, y ellos aportaron un contexto social y espiritual que, más que ninguna otra cosa, hace de mí la persona que soy.

Algo a la par importante es que se trata del cuerpo desde el cual vivimos.

Ya hemos dicho que NO VIVIMOS solo por la voluntad. ¡Menos mal!

Nuestras elecciones, cuando se integran en nuestro carácter (se explicará más adelante) se «subcontratam» o «delegan» a nuestro cuerpo en su contexto social, donde entonces se producen más o menos «automáticamente», sin que tengamos que pensar en lo que estamos haciendo.

y esto es, en general, algo muy bueno. Recuerda simplemente en lo engorroso que es tener que pensar en lo que estamos haciendo (por ejemplo, cuando aprendemos a patinar, a conducir o a hablar un idioma). El propósito mismo de aprender o formarnos en una actividad específica es conseguir dominarla sin tener que pensar o tomar decisiones al respecto. El cuerpo hace que esto sea posible. Tiene un «conocimiento» propio.


Por supuesto, esta característica básicamente buena e incluso gloriosa del cuerpo -su capacidad de «tener vida propia», como si dijéramos es también un problema fundamental en la formación espiritual, y una de sus esferas esenciales. Ya que, formado en un mundo erróneo y perverso, el cuerpo llega a actuar «antes de pensar», y sufre el influjo «del pecado en sus miembros», como dijera Pablo; algo que puede frustrar la verdadera intención de nuestro espíritu o voluntad al anticiparse a ella.


«No soy yo», clama el apóstol, «sino el pecado que habita en mí» 

(Romanos 7: 17).

«el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, 

pues éstos se oponen el uno al otro, 

de manera que no podéis hacer lo que deseáis». 

(Gálatas 5: 17).


Sin embargo, al mismo tiempo, esta sorprendente capacidad del cuerpo implica que éste (como las demás dimensiones de la vida humana) puede ser re-formado para convertirse en aliado nuestro en la meta de asemejamos a Cristo. Tal reforma del cuerpo es una parte fundamental del proceso de formación espiritual, como veremos después. El cuerpo no es, según el punto de vista bíblico, esencialmente malo y, aunque está corrompido por el mal, puede ser liberado. La formación espiritual es también y esencialmente un proceso corporal. No puede conseguirse a no ser que el cuerpo sea también transformado.

 

Contexto social

El yo humano necesita arraigarse en otros. Esto es principalmente un asunto ontológico (una cuestión de ser lo que somos), y no solo moral (lo que hemos de ser). Y su aspecto moral se desprende del ontológico.

El «otro» más fundamental para los humanos es, por supuesto, Dios mismo. Para el ser humano Dios es el hecho social supremo. Esta es la razón por la que, en general, las personas piensan con más frecuencia en Dios que, en ninguna otra cosa, más aún que en el sexo o la muerte. Sin embargo y puesto que todos hemos de estar arraigados en Dios -y realmente lo estamos, nos guste o no- nuestros vínculos para con los demás no pueden separarse de la relación que compartimos con Él, ni nuestra relación con Él de nuestros vínculos con los demás. Nuestras relaciones con los demás no pueden ser correctas si no vemos a estos otros en su relación con Dios. Mediante los demás, Él se acerca a nosotros y únicamente encontramos realmente a los demás cuando les vemos en Él.

«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano,

 es un mentiroso; 

porque el que no ama a su hermano, 

a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto» 

(l Juan 4:20). 


Solo vivimos como debiéramos cuando estamos en una relación correcta con Dios y con los demás seres humanos (por ello, hemos citado los dos grandes mandamientos en el encabezamiento de este capítulo). Por esta razón, el bebé que no es recibido con amor por su madre y por los demás de su entorno sufrirá una herida de porvida y podría incluso llegar a morir. Debe establecer lazos afectivos con su madre o con alguien a fin de adquirir una identidad y una vida. El rechazo, no importa cuán lejano pueda situarse en el tiempo, es una estocada para el alma que, literalmente, ha matado a muchos. La cultura occidental es, en gran medida y sin saberlo, una cultura de rechazo.


Este es uno de los irresistibles efectos de lo que se ha dado en llamar <<modernidad», y algo que afecta profundamente las formas concretas que van configurando las instituciones cristianas de nuestro tiempo. Se filtra en nuestras almas y es un enemigo mortal de la formación espiritual en Cristo.


El poder de nuestras relaciones personales con los demás es lo que les da su incalculable importancia para la formación de nuestro espíritu y de toda nuestra vida, para bien o para mal. Y, por supuesto, nuestro cuerpo es el centro de estas relaciones, desde el ADN que lo configura hasta nuestra «imagen» (cuál es nuestro estilo o aspecto, y cómo vemos y somos vistos por los demás), desde el contacto físico y el trabajo hasta la conversación y oración que compartimos.


Sin embargo, el estar con los demás -nuestra dimensión social- es también algo inseparable de nuestros pensamientos, sentimientos, elecciones, y acciones interiores. Su existencia y naturaleza no son independientes de nuestro marco social. Aun nuestra relación con Cristo, nuestro Salvador, maestro y amigo, está situada en la dimensión social, junto con nuestro lugar en su cuerpo en la Tierra (su constante encamación, la Iglesia). Entendido correctamente, es cierto que «no hay salvación fuera de la Iglesia» (aunque no esta o aquella «iglesia» en concreto).

 

Alama

El alma es aquella dimensión de la persona que interrelaciona todas las otras dimensiones para que formen una vida. Es como una meta-dimensión o dimensión más elevada puesto que su campo de acción se sitúa en las otras dimensiones (el pensamiento, el cuerpo, etcétera), y por medio de ellas alcanza cotas cada vez más profundas en el inmenso medio ambiente de la persona de Dios y su creación. Se ha dicho que cada alma es una estrella del universo espiritual (al menos, éste fue su propósito original. Mateo 13:43). Y, sin duda, este es el punto de vista bíblico, entendiendo que «alma» es aquí un término que se refiere a la totalidad de la persona en su dimensión más profunda.

Puesto que el alma comprende y «organiza» la totalidad de la persona, frecuentemente se entiende como una referencia a la persona misma.


De manera natural hablamos de las personas como «almas». Pero por supuesto, el alma no es la persona. Es más bien la parte más profunda del yo por lo que respecta a su funcionamiento global; y al igual que el cuerpo, tiene la capacidad de funcionar -y lo hace en gran medida- sin una supervisión consciente.


El alma es, en cierto modo, como un ordenador que gestiona calladamente un negocio o un proceso de fabricación y únicamente nos acordamos de él cuando se estropea o ha de ser configurado para nuevas tareas. Puede ser significativamente «reprogramado» y también esto es una parte fundamental de lo que representa la formación espiritual (reformación) de la persona Puesto que el alma es algo tan integral y fundamental y, hasta cierto punto, tan independiente de cualquier supervisión consciente, el lenguaje bíblico y poético con frecuencia se refiere a ella en tercera persona. El salmista se pregunta:


«¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?

Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia».

(Salmo 42:5).


El rico de Lucas 12 dijo:

«y diré a mi alma:

Alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come,

bebe, diviértete»

(versículo 19).


En su poema «The Chambered Nautilus», Oliver Wendell Holmes escribe

«Constrúyete más mansiones señoriales,

oh alma mía, a medida que vuelan las veloces estaciones».


 Sin embargo, a pesar de la inmensidad e independencia del alma, el diminuto centro ejecutivo de la persona -es decir, el espíritu o voluntad- puede redirigir y reformar el alma, con la colaboración de Dios. Esto lo hace principalmente cambiando la dirección del cuerpo en las disciplinas espirituales y encauzándo-

lo hacia otros tipos de experiencias con Dios.

 

La imagen completa

HABIENDO DICHO TODO ESTO, será útil para nuestros propósitos representar el yo humano mediante el siguiente diagrama:

 


 Sin duda, los diagramas de las realidades dinámicas e inmateriales resultan siempre inadecuados para expresar completamente aquello que representan; no obstante, pueden ser de algún modo valiosos al expresar importantes aspectos de lo que estamos intentando entender. 


Observa que en este diagrama los círculos interiores no pretenden excluir a los exteriores sino, en parte, incorporarlos: superponerse a ellos sin agotarlos. Sin embargo, las facultades representadas por los círculos exteriores son siempre menos esenciales que las que representan los interiores.

Así es menos esencial la mente que el espíritu (corazón/voluntad), aunque el espíritu se entremezcla con la mente, y el cuerpo es menos esencial que la mente, aunque la mente se entremezcla con el cuerpo, etcétera. 


Al situar al alma en el círculo más externo y en contacto directo con la realidad infinita, pretendemos indicar que es la dimensión más integral del yo, fundamental a todas las demás; pero también queremos expresar que se puede acceder a ella directamente desde fuentes situadas por completo fuera de la persona: fuentes como Dios, por supuesto, pero también posiblemente otras fuerzas tanto de carácter benigno como siniestro.


La pared externa del alma es quizá como la membrana permeable de un organismo biológico, que está diseñada para permitir el paso de algunos elementos foráneos, pero no de todos. Cuando esta pared se derriba, los de dentro quedan a merced de fuerzas que no pueden controlar. El alma puede ser únicamente protegida y funcionar correctamente cuando es auxiliada por Dios. «He aquí, todas las almas son mías», dice el Señor (Ezequiel 18:4).

 

Influencia en la acción

 

HABLEMOS AHORA DE LA ACCIÓN. Nuestras acciones surgen siempre de la interacción de los factores universales de la vida humana: el espíritu, la mente, el cuerpo, el contexto social, y el alma. La acción nunca procede del solo movimiento de la voluntad. Con frecuencia -quizá normalmente- lo que hacemos no es el resultado de elecciones deliberadas y simples actos de la voluntad, sino más bien de ceder a las presiones que actúan sobre la voluntad desde alguna de las dimensiones del yo. 


Entender esto es necesario para la comprensión y la práctica de la formación espiritual, que está condenada al fracaso si se centra únicamente en la voluntad.

La incapacidad de las meras buenas intenciones para conseguir obrar como es debido queda claramente reflejada en las palabras de Jesús:

«El espíritu está dispuesto,

pero la carne es débil>.


Si las seis dimensiones están adecuadamente alineadas con Dios y con lo que es bueno -y por tanto la

una con la otra- este «simple ceder» será algo bueno, y nuestras acciones serán simplemente el buen fruto del buen árbol. Pero si tales dimensiones no están así alineadas, serán los inevitables malos frutos del árbol malo.

Hemos de entender claramente que existe una rigurosa coherencia entre el yo humano y sus acciones. Esta es una de las cosas respecto a las cuales somos más proclives a auto engañamos. Si obro mal, soy la clase de persona que hace el mal; si obro bien, seré la clase de persona que obra bien (1 Juan 3:7-10). 

Las acciones no son imposiciones sobre quienes somos, sino expresiones de ello. Proceden de nuestro corazón y de las realidades interiores que éste supervisa y con las cuales interactúa.

En nuestros días, una de las racionalizaciones más corrientes del pecado o de la insensatez se refleja en la expresión: «Bueno, simplemente he cometido un error». 

Aunque hay una parte de verdad en tal comentario, no es precisamente la que pretenden quienes suelen hacerlo. Esta afirmación no les exonera de su responsabilidad. Puede ser cierto que en otras circunstancias no hubiera llevado a cabo el acto irresponsable o pecaminoso en cuestión, y aunque puede que lo que hiciera no sea un fiel reflejo de la clase de persona que soy, «cometer un error» sílo es: soy la clase depersona que «comete errores». «Cometererrores» muestraquién soy como persona. Soy, hasta la médula, en lo más profundo de mi ser, la clase de persona que «comete errores», lo cual no es precisamente algo muy grato ni prometedor. Sea cual sea, mi acción procede de la totalidad de mi persona.



Este diagrama representa el sistema humano en sí mismo. La voluntad o espíritu, siendo como es una facultad diminuta, está en gran medida a merced de las fuerzas que le influyen desde el yo más amplio y más allá de él. La función que Dios proyectó para la voluntad es que ésta tendiera la mano a Dios confiadamente. Al mantenernos en una correcta relación con Dios, mediante nuestra voluntad podemos recibir la Gracia que reordenará nuestra alma adecuadamente en relación con los otros

cinco elementos del yo.

En la vida apartada de Dios, el orden de sujeción es:

v  Cuerpo

v  Alma

v  Mente (Pensamiento/Sentimiento)

v  Espíritu

v  Dios

Este es el orden que impera en cualquier clase de idolatría, incluida la de quienes adoran «la buena vida», como se le llama con frecuencia.

«Existen dos dioses»,

dijo Tolstoy en una ocasión.

«Está el dios en quien la gente cree en general: un dios que ha de servirles a ellos

(en ocasiones de maneras muy sofisticadas, digamos que meramente dándoles paz mental).

Este dios no existe.

Sin embargo, el dios a quien la gente olvida -el Dios a quien todos hemos de servir- sí existe,

y es la causa primera de nuestra existencia y de todo lo que percibimos».

En la vida sujeta a Dios, por el contrario, el orden de sujeción es:

ü  Dios

ü  Espíritu

ü  Mente (Pensamiento/Sentimiento)

ü  Alma

ü  Cuerpo


Aquí el cuerpo sirve al alma; el alma, a la mente; la mente, al espíritu; y el espíritu, a Dios. De manera inversa, la vida «de lo alto» fluye desde Dios a través de la totalidad de la persona, incluido el cuerpo y su contexto social.


El primer orden es característico de lo que Pablo describe como «la mente puesta en la carne», que es «muerte» (Romanos 8:6). El último expresa el significado de «la mente puesta en el Espíritu», que es «vida y paz». Para el individuo que vive lejos de Dios, «la carne» llega a ser en la práctica, simplemente su cuerpo. Tener al cuerpo como nuestra principal preocupación hace que nos sea imposible agradar Dios y, al mismo tiempo, asegura la absoluta inutilidad de nuestra vida.


«Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne,

pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu.

Porque la mente puesta en la carne es muerte,

pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz;

ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios,

porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo»

(Romanos 8:5-7).

 

Cuando la ordenación del sistema humano bajo la autoridad de Dios es completo-lo cual sin duda no sucederá nunca plenamente en esta vida dada la dimensión social del yo y nuestra finitud en el medio espiritual global que nos rodea- tenemos entonces personas que aman


«AL SEÑOR [SU] DIOS CON TODO [SU] CORAZON,

y CONTODA[SU]ALMA,

y CONTODA [SU] FUERZA,

Y CON TODA [SU] MENTE;

 Y A [SU] PROJIMO COMO A [SI] MISMO»

(Lucas 10:27, vertambién Marcos 12:30-33).


Cuando somos así, la nuestra es una vida eterna. Todo lo que hacemos cuenta para la eternidad y es allí preservado (Colosenses 3:17).

El espíritu debe primero revivir por medio de Dios y para Él, por supuesto. En caso contrario seguimos muertos para con Él en delitos y pecados (Efesios 2: 1). Sin embargo, una vez que el espíritu revive en

Dios, pueden dar comienzo los largos procesos de someter a Dios todos los aspectos del yo. Este es el proceso de la formación espiritual visto en su totalidad.

El punto central de este libro es que la transformación espiritual solo tiene lugar a medida que cada una de las dimensiones esenciales del ser humano es transformada a semejanza de Cristo bajo la dirección de una voluntad regenerada que interactúa en constantes contactos con la Gracia de Dios. 

Tal transformación no es resultado del simple esfuerzo humano y no puede conseguirse solo presionando a la voluntad (corazón, espiritu).

 

Israel y nosotros

Como sucede con frecuencia, en los acontecimientos históricos del Antiguo Testamento encontramos un interesante e instructivo paralelismo con la vida espiritual del individuo. En el horno de la esclavitud egipcia, los descendientes de Abraham se convirtieron en un pueblo de rasgos bien definidos. Aunque Dios estaba obrando, como siempre, en un sentido amplio, los israelitas vivían, según creían, bajo el dominio total de un sistema de dioses que se centraba en el Faraón. Es decir, mientras vivieran bajo la esclavitud egipcia estarían «muertos» al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Para Israel, tal Dios no significaba nada, nada teníaque ver con ellos.


A su debido tiempo, Dios se les acercó mediante un don nadie (Moisés [Hechos 7:37-40]), de igual modo que se acerca a nosotros mediante Jesús (Hechos 7:52; Hebreos 13:12-14). Mediante una intervención en su estado de muerte (Deuteronomio 11:1-7) les llevó a ellos (y más tarde a nosotros) a una nueva vida en la cual se relacionarían interactivamente (pacto) con Él. Esta relación interactiva y enmarcada en el pacto es vida eterna (Juan 17:3). Esto es 10 que significa haber «nacido de arriba» (lo cual se supone que Nicodemo, como maestro de Israel, debería haber entendido, sin embargo, no podía porque él tenía solo «la mentalidad de la carne» y, por ello, solo podía pensar en términos de 10 «natural» [ver Juan 3:10]).


Pero esta clase eterna de vida no es algo pasivo. La pasividad fue para los israelitas, y es para nosotros uno de los mayores peligros y dificultades de nuestra existencia espiritual. La tierra que les había sido prometida era increíblemente fecunda: «tierra que fluye leche y miel», como se la describe en repetidas ocasiones. Sin embargo, aún tenía que serconquistada mediante una acción humana CUIdadosa, persistente, e inteligente, quese extendería durante un largoperíodo de tiempo.

Al comienzo de la conquista de la Tierra Prometida, las murallas de Jericó cayeron, para poner de relieve la presencia y el poder de Dios.


¡Bienvenidos al reino! Sin embargo, esto no sucedió nunca más. Los israelitas tuvieron que tomar las ciudades restantes en una lucha cuerpo a cuerpo, aunque siguieron teniendo siempre la ayuda divina.

y 10 mismo que aconteció entonces en la conquista de la Tierra Prometida, se aplica a cualquier ser humano individual que se acerca a Dios. Los israelitas fueron salvados o liberados por Gracia de igual modo que, sin duda, 10 somos nosotros. Pero en ambos casos, «Gracia» significa que hemos de ser -y se nos ha capacitado para que seamos- activos en una medida que nunca antes 10 hemos sido.

La idea que Pablo tiene de la Gracia queda expresada en sus palabras: 

«y Dios puede hacer que toda gracia abunde para vosotros,

 a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, 

abundéis para toda buena obra» 

(2 Corintios 9:8).


Vivimos, por tanto, en una intensa búsqueda de Jesucristo. 

«A ti se aferra mi alma; tu diestra me sostiene», expresa el salmista 

(68:3). 


Y el clamoroso deseo de Pablo era 

«conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, 

llegando a ser como Él en su muerte, 

a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos» 

(Filipenses 3:10-11).


¿Qué hemos de decir de cualquiera que piensa tener algo más importante que hacer que esto? 

La obra de la formación espiritual a semejanza de Cristo es la de reclamar la tierra de leche y miel en la que estamos, de manera individual y colectiva, para vivir en ella con Dios.

Dice el antiguo himno:

Desde las revueltas orillas del Jordán

Lanzo una mirada esperanzada

A las dulces y feraces tierras de Canaán

Donde mi rica posesión está bien afirmada.

 

Sin embargo, el verdadero Jordán, el «Jordán» espiritual, no representa la muerte física, como se ha entendido normalmente. No tenemos por qué esperar ni hemos de hacerlo, hasta que muramos para vivir en la tierra que fluye leche y miel; y si entramos ahora a esta tierra, el paso a la muerte física no será más que otro día de la vida interminable que habremos comenzado mucho antes. Esto es exactamente  lo que quería decir Jesús cuando afirmó:

«si alguno guarda mi palabra,

no verá jamás la muerte»

(Juan 8:51).

 

Caos

EL FISCAL QUE llevó la acusación contra la infame familia Manson por sus asesinatos, más tarde escribió un libro titulado Helter Skelter (Caos). Esta frase la tomó de una canción interpretada por un famoso grupo de rock. Manson la utilizaba para describir el estado de confusión en que estaba su vida y en el que se esforzaba en mantener a sus seguidores. En un estado de caos nada tiene sentido, y todo tiene tanta importancia como cualquier otra cosa. De modo que, por ejemplo, cuando degüellas a alguien o le apuñalas repetidamente y muere, realmente tú no le has matado ni él ha muerto. Esta era la enseñanza de Manson.


Aldous Huxley, en uno de sus antiguos escritos, comentaba que entre sus compañeros de juventud las interminables charlas acerca del «sin sentido» -el sin sentido de la vida y por tanto de todo lo que hay en ella- eran simplemente una excusa que les permitía hacer cualquiera cosa que les apeteciera. Su vida estaba organizada (o desorganizada, para ser más exactos) en tomo a sus sentimientos y alborotadores pensamientos, con la voluntad a remolque.


Sin embargo, cuando alguien quiere ponerse resueltamente del lado del bien es necesario que las cosas tengan sentido. Probablemente, no te gustaría que alguien en este estado de caos viniera a repararte el cortacésped o el ordenador. La vida solo tiene sentido si entiendes sus elementos esenciales y el modo en que éstos se interrelacionan para formar el todo. El mal, por otro lado, da su mejor rendimiento en un ambiente de confusión. Dios no es el autor de la confusión (1 Corintios 14:33). Francamente, nuestro mundo cristiano visible no está muy lejos de este estado de caos por lo que respecta a su entendimiento de la estructura de la persona y, por tanto, de la vida y la formación espiritual. Es necesario que entremos a fondo en las enseñanzas bíblicas sobre estas cuestiones. Sufrimos excesivamente la influencia de una cultura que se nutre de la confusión. (Y de ahí su negación de que los seres humanos tengan una naturaleza.)


Esto puede parecer una desabrida afirmación respecto a nuestro «mundo cristiano» y siento tener que decirlo; pero este asunto es demasiado importante para andarse con rodeos.

Mucho de lo que hacemos, por tanto, en nuestros círculos cristianos con muy buenas intenciones -con la esperanza, decimos, de ver un crecimiento constante y significativo a la semejanza de Cristo- simplemente no tiene sentido y no lleva a ninguna parte por lo que respecta a producir una formación espiritual sustancial.4


¡Pueden parecer palabras muy crudas! Pero hemos de reconocer que son ciertas o, si son erróneas,

decir el porqué. Tengo la esperanza de que en este capítulo hayamos dado los primeros pasos importantes hacia un esclarecimiento de estos temas, que pueda servir de fundamento para una práctica eficaz de la formación espiritual cristiana.

 

Cuestiones para la Reflexión y el Debate

1. ¿Cuál es la relación entre preocuparte por algo y entender su naturaleza? ¿Cómo afecta la «batalla contemporánea sobre la naturaleza humana» a nuestra capacidad para ocuparnos de nuestro bienestar y bondad?

2. ¿Qué es el corazón y cuál es su papel en la vida humana?

3. ¿Cuáles son las seis dimensiones esenciales del ser humano? ¿Deja esta lista de mencionar alguna cosa importante?

4. Relaciona las seis dimensiones con el Gran Mandamiento (Lucas 10:25-28) y con la formación espiritual en Cristo.

5. Discurre acerca del papel que juegan los sentimientos en nuestra vida social y personal de hoy. En los medios de comunicación y en la cultura y artes populares. En las actividades de la iglesia. ¿Con qué frecuencia dirías que eres controlado por tus sentimientos? (¿en ocasiones? ¿nunca? ¿siempre?)

6. ¿Estás o no de acuerdo con la explicación de la tentación que se expone en este capítulo?

7. ¿De qué modo dependen la elección o la volición de nuestros pensamientos y sentimientos? ¿Por qué no nos es fácil cambiar nuestra voluntad? (<<¡La vida humana no funciona solo mediante la voluntad!»)

8. «Nuestras acciones dicen realmente quiénes somos» ¿Estás o no de acuerdo con esta afirmación?

9. ¿Es válida la comparación entre la toma por parte de Israel de la Tierra Prometida y nuestra conquista mediante la Gracia y la acción de todas las dimensiones de nuestra personalidad?

¿POR QUÉ PREDICAR Y ENSEÑAR?



Por Fran Schmidt

La vez pasada, se tocó el tema de la perspicuidad de las escrituras, la enseñanza bíblica de que cada creyente puede sacar provecho espiritual de las Escrituras. Puede ser que, al reflexionar sobre esta enseñanza, surja una duda: "Si Dios bendice las Escrituras y si cada creyente puede sacar provecho de ellas, ¿dónde cabe la predicación y enseñanza de la Palabra? ¿Por qué hay que predicar y enseñarla?

Por supuesto, desde la antigüedad Dios ha ocupado a los seres humanos que lo conocen 
para ser sus voceros a los demás. Entre muchas razones que Dios usa la enseñanza y la 
predicación no obstante la perspicuidad de las Escrituras, se pueden mencionar dos.

Alguien una vez dijo que la buena predicación era 
"la verdad expresada a través de la 
personalidad del predicador." 
Otro comentó que la mejor manera de preparar un sermón era estudiar un texto y orar sobre ello hasta que Dios realmente sacudiera su vida con esa verdad. Así que, una razón por la que Dios usa la predicación y enseñanza es por la dinámica de una vida transformada. Dios quiere que un maestro o predicador realmente aplique una verdad bíblica a su propia vida y de ahí que el predicador con el poder y la convicción de su propio ejemplo anime a los demás a aplicar la misma verdad bíblica a sus
vidas.

Por ejemplo, un tubo de PVC puede pasar agua de un lugar a otro. Un árbol hace lo mismo, 
ya que las raíces chupan agua del suelo y la llevan a las hojas. Sin embargo, hay un enorme 
contraste entre el tubo y el árbol: el agua pasa a través del tubo sin que haya cambio alguno 
en el tubo; sin embargo, en el caso del árbol, el flujo del agua cambia al árbol, produciendo 
crecimiento y vida. Dios no quiere que seamos nada más que trasmisores de información. 
Dios quiere que la palabra transforme nuestra vida y que así prediquemos con convicción 
desde nuestra propia experiencia.

Otra razón es que Dios usa la predicación para que el predicador o maestro sirva como 
puente entre el texto bíblico con su trasfondo en el mundo antiguo y la audiencia que está 
viviendo en el mundo moderno. Si bien cada creyente puede sacar provecho de las 
Escrituras, hay que reconocer que hay retos para entenderlas bien y aplicarlas a la vida 
moderna. Las Escrituras fueron escritas en otros idiomas diferentes al castellano, en medio 
de culturas y costumbres diferentes a las nuestras, con referencias a lugares geográficos que 
a lo mejor una congregación moderna no conoce. ¡No es de extrañar que haya textos que 
son muy difíciles de entender!

También hay que entender un texto de la Biblia en su contexto inmediato (o sea, los versículos inmediatamente antes y después), en su contexto remoto (otros versículos en el mismo libro que tocan el mismo tema), a la luz de referencias cruzadas (textos a través de toda la Biblia que tocan el tema) y a la luz de la enseñanza general de la Biblia.

Un maestro o predicador entre mejor maneje estas cosas, más capaz será en dar una buena exégesis de un texto. Sin embargo, entender bien el texto es cruzar el puente sólo hasta la mitad. Para una buena exposición de la palabra no basta sólo entender la Biblia. También hay que entender a la audiencia. Hay que hacer una exégesis de las personas con quienes uno va a estar compartiendo la Palabra, porque sólo así va a poder aplicar bien las Escrituras a la vida de ellas.

Pensando en las personas que están bajo su ministerio, ¿cuáles son sus fuertes y sus debilidades? ¿Sus dones espirituales? ¿Sus valores? ¿Su historia personal? ¿Su vida familiar? En su trabajo, ¿cuáles tentaciones o retos enfrentan? ¿Cuáles son los pecados de la cultura en que viven?

Por supuesto, si el único contexto en que uno ve a alguien es el domingo en la mañana, será muy difícil conocerlo más que superficialmente. Por eso, hasta lo posible, es bueno buscar otras oportunidades para pasar tiempo con las personas a quienes uno ministra. Visítelos en sus casas y si es posible en su trabajo. Pase tiempo informal con ellos. Escúchelos, obsérvelos, ámelos y ore por ellos.

Muchas veces cuando la gente en la congregación tiene un encuentro con Dios durante la predicación, es porque el predicador con mucho esmero y oración ha hecho un buen trabajo de "puente".
 
Que seamos fieles enseñando la palabra de Dios.

ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.


Diferencia entre predicar y enseñar


¿Hay alguna diferencia entre predicar y enseñar?

Esta pregunta es una de las muchas que el profesor y predicador Jonathan T. Pennington aborda en su libro Small Preaching: 25 Little Things You Can Do Now to Become a Better Preacher.

Small Preaching no es solo otro libro sobre la filosofía de la predicación o incluso sobre cómo predicar bien. Más bien, Pennington dice que escribió el libro para ayudar a los lectores a dar pequeños pasos hacia lo que él llama “predicación intencionalmente mejor”.

Llenos de pequeñas ideas que puede probar hoy con capítulos como "La escritura de sermones como escultura", "El primer minuto de un sermón" y "En bodas y funerales, sea una guía", estos ensayos fáciles de digerir y del tamaño de un bocado "pueden ser bueno, e incluso revolucionario”2 a vuestra predicación. Pennington escribe en la introducción:

[Los ensayos son] variados en sus enfoques, temas, contenido y modos. Algunos arrojan visión; algunos desafían suposiciones y hábitos; algunos dan "consejos profesionales" extraídos de expertos. Pero todos lo invitan a considerar pequeños cambios que pueden sumar un gran efecto, sin importar si está a punto de comenzar en su primera iglesia o es un viejo profesional. Así que ven y comienza de a poco.3

Siga leyendo para explorar la diferencia entre predicar y enseñar, y por qué es importante entenderlo, extracto de Pequeña predicación .


***

Hace poco almorcé con un ex alumno que ahora lleva 10 años plantando una iglesia en crecimiento en el centro de la ciudad. Me estaba pidiendo mi consejo sobre cómo construir un plan educativo que proporcionaría a su pueblo una educación teológica más rica y más amplia. Se lamentaba de que había tanto que su gente necesitaba aprender. Sus sermones ya eran largos y, a menudo, complicados, y sintió la necesidad de decir aún más. Mi consejo para él: estás tratando de hacer demasiado en tus sermones. Predica sermones más cortos y enseña en otros lugares.

El problema de este buen pastor, que es común a todos los que valoramos la educación teológica, es que aún no tenía clara la importante distinción entre predicar y enseñar. Como resultado de esta combinación, estaba tratando de hacer cosas con sus sermones que solo se pueden hacer con la enseñanza, en detrimento tanto de su predicación como del crecimiento de los miembros de su iglesia. . . .

La diferencia entre predicar y enseñar

Podemos definir la predicación como la proclamación de invitación y exhortación de la verdad bíblica y teológica. La enseñanza, por el contrario, es la explicación y explicación de la verdad bíblica y teológica.

Lo que se comparte entre la predicación y la enseñanza cristianas es el contenido: 
la verdad bíblica y teológica. 
La diferencia radica en el modo y objetivo inmediato.

La predicación es contenido bíblico y teológico seleccionado y presentado en un modo de proclamación con el objetivo inmediato de invitación y exhortación.

La enseñanza es contenido bíblico y teológico presentado de una manera más detallada y sistemática con el propósito de explicar y desentrañar temas complejos, su interconexión y sus implicaciones. Hay superposición, pero también hay distinción.

Pero tales definiciones verbales solo nos llevan hasta cierto punto. También es útil conceptualizar la relación de la predicación y la enseñanza con un diagrama de Venn.



Tanto la predicación como la enseñanza comunican la verdad bíblica y teológica, pero sus modos y objetivos son diferentes.

También podemos abordar la distinción predicación-enseñanza desde otro ángulo:
  la predicación es monológica, mientras que la enseñanza es dialógica. 
La predicación es comunicación que se mueve en una sola dirección, desde el predicador en el púlpito hasta los oyentes en las bancas. (Incluso en un entorno interactivo vibrante, como es común en la iglesia negra, el contenido lo da el predicador mientras la congregación brinda aliento verbal y, a veces, musical).

La enseñanza, en cambio, si se hace bien, es dialógica por naturaleza. La comunicación del contenido es impulsada por el maestro, pero las preguntas de los oyentes dan forma a la conversación y el intercambio que ocurre en el aula. La buena enseñanza es inherentemente dialógica.

La distinción monológico versus dialógico significa que hay temas que solo pueden y deben tratarse en el aula educativa, donde se puede dar retroalimentación, hacer preguntas y hacer aclaraciones. (Por ejemplo: crítica textual, teodicea, hermenéutica, etc.) Esto no es posible en la situación monológica de un sermón. Por lo tanto, la meta y el contenido de la predicación deben mantenerse claramente diferenciados de lo que se puede hacer a través de la enseñanza. La predicación y la enseñanza son funciones superpuestas pero diferentes del trabajo del pastor.

A través de nuestra conversación dialógica, mi antiguo alumno llegó a ver el valor de lo que le estaba aconsejando. Sus sermones pueden ser sustanciosos y profundos en contenido teológico y bíblico, siempre y cuando tenga en mente el modo y el objetivo final cuando escribe y entrega sus mensajes. La predicación exhorta e invita.

Se dio cuenta de que lo que su iglesia también necesita es otro tipo de comunicación bíblica y teológica: un lugar separado donde él y otros maestros puedan abordar una serie de temas y hacerlo centrándose en una explicación matizada en un entorno de diálogo.

Manteniéndose distintos pero trabajando en tándem, la predicación y la enseñanza juntas sirven las necesidades de la Iglesia de Dios.

***
Más grande no siempre es mejor, y eso incluye el ministerio de la iglesia y la predicación también. Comience a mejorar sus sermones con consejos simples pero prácticos (y potencialmente revolucionarios) en Small Preaching de Jonathan Pennington.