y he aquí,
cierto intérprete de la ley se levantó, y para ponerle a prueba dijo:
Maestro,
¿"qué haré para heredar la vida eterna?
y Élle dijo:
¿"Qué
está escrito en la ley? ¿"Qué lees en ella?
Respondiendo
él, dijo:
AMARASAL
SEÑOR TUDIOS CON TODO TUCORAZÓN,
Y CONTODA TU ALMA,
Y CON TODA TU FUERZA,
Y CONTODA
TUMENTE;
YA TUPRÓJIMO COMOA
TIMISMO
Entonces
Jesús le dijo:
Has respondido
correctamente; HAZ ESTO Y VIVIRAS
LUCAS
10:25-28
El cuidado requiere entendimiento
El entendimiento es la base del
cuidado de las cosas. Ya sea que hablemos de cuidar una petunia o una nación,
antes de que ello sea posible ha de haber un entendimiento del funcionamiento
de estas cosas. Si has de tener cuidado de tu núcleo espiritual-tu corazón o
voluntad- debes tener cierto entendimiento de ello. Es decir, has de entender
tu espíritu.
(Intentaré clarificar términos como
«corazón», «voluntad», y «espíritu» más adelante).
Si quieres formar en ti un corazón piadoso o ayudar a otras personas en este proceso, has de entender lo que es el corazón, cuál es su función y, en especial, el lugar que ocupa dentro del sistema total de la vida humana.
Hace algunos años el
Readers DIgestpublicó una serie de valiosos artículos acerca de las diferentes
partes del cuerpo humano: el oído, los pulmones, el pie, el estómago, etcétera.
El objetivo era ayudar a los lectores a cuidar su salud fisica.
Sus títulos eran siempre similares:
«Hola, soy el hígado de Pepe» (o el pulmón, el pie, etcétera). A continuación,
se describían las propiedades y estructura del hígado o del órgano en cuestión
y se explicaba su papel en el marco de la totalidad del cuerpo. Después se
daban una serie de consejos para mantener esta parte del cuerpo en buen estado
y para ayudarle en su función.
Podríamos haber titulado este
capítulo, «Hola, Soy el Corazón de Pepe» (en el sentido espiritual de
«corazón»). Su objetivo es explicar la naturaleza del corazón (espíritu, o
voluntad) y su función en la persona como un todo. A fin de hacer esto
echaremos un vistazo a la persona como un todo y distinguiremos entre los
diferentes aspectos que la forman, incluyendo el corazón.
La
batalla contemporánea respecto a la naturaleza humana
HACER ESTO NO ES tarea fácil bajo
ninguna circunstancia Pero se convierte en algo especialmente dificil por el
hecho de que la naturaleza de la persona es hoy campo de batalla de diferentes
puntos de vista en conflicto en el mundo académico, científico, artístico,
religioso, y político.
Llegados aquí, he de suplicar al lector que haga el esfuerzo de seguirme en los próximos párrafos y que no se acerque a su contenido como si de cuestiones meramente académicas se tratara. Hemos de entender que en la «cultura occidental» de nuestros días lo académico nunca se considera como algo que pueda calificarse de «mero». Hoyes precisamente el mundo académico el que gobierna los sistemas ideológicos de nuestro mundo y se opone a las ideas tradicionales de la naturaleza humana (en especial a las nociones judeo-cristianas o bíblicas de la vida humana).
En la actualidad puede oírse de
labios de personas supuestamente cultas que no existe tal cosa como una
naturaleza humana, o que los seres humanos no tienen naturaleza. Existe un
desarrollo histórico de
este punto de vista y, aunque no
podemos trazarlo en esta obra, existen en él argumentos muy interesantes. Sin
embargo, la declaración de que los seres humanos no tienen naturaleza
representa un mal uso de tales argumentos. Es algo que llega a formar parte de
la descontrolada hostilidad política y moral contra la identidad que
caracteriza la vida moderna. Es una furia que se nutre de la idea de que la
identidad limita la libertad. Si soy un ser humano, en contraposición, digamos,
a una col de Bruselas o una ardilla, esto pone una limitación sobre lo que
puedo o debo hacer, o lo que debiera hacerse conmigo.
Esta situación de asedio contra la
naturaleza humana nos dice, al menos, dos cosas: en primer lugar, declara que
la cuestión de la naturaleza humana es algo de enorme importancia, demasiada
para que no nos ocupemos de ella. No podemos soslayar este asunto si queremos
aportar algo de valor a la cuestión de la formación y la vida espiritual que
nos trae Jesús. En caso contrario, todo lo que digamos no tendrá relación alguna
con la existencia concreta de los seres humanos reales y esto, lamentablemente,
es lo que sucede demasiado a menudo cuando hablamos de lo «espiritual».
En segundo lugar, nos dice que la
confusión que reina hoy acerca de la estructura del ser humano puede que no se
deba a su oscuridad inherente. Más bien, puede que se deba al hecho de que es
un campo donde los prejuicios -suposiciones respecto a cuál ha de ser la
verdad, «no me molestes con los hechos>>- impiden que aun las personas
bien intencionadas puedan ver lo que, al menos esencialmente, es obvio, simple,
y fácil de entender.
Nos referimos de manera especial a
las opiniones en el sentido de que el humano es un ser puramente fisico,
simplemente un animal (en esencia, solo el cerebro). O la opinión de que los
seres humanos son
buenos como tales, o que no debe forzárseles a hacer nada que no deseen hacer. O la de que los humanos no tienen en realidad naturaleza y que todas las maneras de clasificarlos -hombres/mujeres, negros/blancos, etcétera- son «categorías sociales» sin ninguna entidad aparte de los juicios y motivaciones de grupos o culturas sociales. En la actualidad, las instituciones gubernamentales y sociales están profundamente arraigadas en tales opiniones favoreciendo la construcción social del ser humano.
Esta situación puede impedir que
personas, por lo demás juiciosas, puedan ver el valor de lo que
tradicionalmente se ha considerado como la esencia del «sentido común» respecto
a la vida y a lo que
se ha preservado en las tradiciones
de sabiduría de la mayoría de las culturas (especialmente en dos de las mayores
fuentes de sabiduría del mundo acerca del ser humano: la cultura judeo-cristiana
y la griega, la bíblica y la clásica).
Cuando ponemos a un lado los
prejuicios contemporáneos y examinamos cuidadosamente estas dos grandes
fuentes, creo que se hará muy claro que tanto «corazón», como «espíritu» y
«voluntad» (o
sus equivalentes) son palabras que
se refieren a una misma cosa, al mismo componente fundamental de la persona.
Sin embargo, cada uno de ellos subraya un aspecto distinto. «Voluntad» se
refiere al poder de este componente para iniciar, para crear, para producir
aquello que antes no existía. «Espíritu» se refiere a su naturaleza fundamental
como algo distinto e independiente de la realidad física. Y «corazón», a su
posición en el ser humano, como centro o núcleo al cual todos los demás
componentes del ser deben su correcto funcionamiento. Sin embargo, se trata de
la misma dimensión del ser humano que tiene todas estas características.
Con este entendimiento preliminar,
comencemos nuestra exploración del «corazón de Pepe» pensando en cómo
funcionaría éste en una vida mínimamente «normal».
El corazón dirige la vida
QUIENES tienen un corazón en forma son personas preparadas para responder a las situaciones de la vida de un modo bueno y correcto y capaces de hacerlo. Su voluntad funciona como es debido para elegir aquello que es bueno y evitar lo malo, y los demás elementos de su naturaleza colaboran con este propósito. No son «perfectos»; sin embargo, lo que todas las personas son capaces de resolver al menos en algunas ocasiones y áreas de la vida, ellos lo hacen durante toda su vida.
A fin de ver lo que esto significa y
por qué, hemos de entender con claridad lo que es el «corazón» o «espíritu))
dentro del sistema humano y cómo puede gobernar de manera efectiva nuestras
vidas para bien.
El corazón, voluntad, o espíritu
humano es el centro ejecutivo de la vida humana. El corazón es el lugar donde
se toman las decisiones de toda la persona. Esta es su función.
Esto no significa que toda la
persona haga de hecho solamente aquello que manda el corazón, igual que tampoco
en una organización se hace exactamente lo que manda el principal funcionario
ejecutivo (CEO).
Esto sería quizá lo ideal, (aunque quizá no); sin embargo, al igual que sabe cualquier Director Ejecutivo o persona en una posición de liderazgo -incluso un cabeza de familia- el sistema rara vez funciona según es dirigido, y nunca lo hace de manera perfecta. Siempre hay muchos factores en juego en las decisiones y acciones que se hacen efectivas. El individuo, al igual que el grupo, se divide con frecuencia en fragmentos incoherentes. «Como ciudad invadida y sin murallas es el hombre que no domina su espíritu» (Proverbios 25:28).
Aun así, el ideal sigue estando allí por las necesidades que impone la vida real -«una casa dividida contra sí misma no permanecerá» etcétera- y, solo en la medida en que nos acerquemos a este ideal, estarán nuestras vidas bien dirigidas o serán mínimamente coherentes. En un mundo profundamente emponzoñado por el mal y por las cosas que suceden, lo habitual es que el individuo no actúe conforme a lo que su corazón le dice que es bueno y correcto, y demasiado a menudo sucede lo mismo en toda clase de grupos.
De hecho, es muy raro encontrar un
grupo que funcione coherentemente en vista del bien que se propone conseguir.
Normalmente, el grupo es un reflejo de la división de los corazones y vidas de
sus miembros, incluso más sorprendente de lo que se observa en el individuo.
Esto es así por la mayor amplitud de su ámbito y superior complejidad. Cuando
se produce la formación espiritual (o reforma de hecho), ésta unifica el
corazón y vida divididos del individuo. Tal persona puede entonces aportar una
notable armonía a los diferentes grupos en que participa.
Los seis aspectos esenciales de la
vida humana CUANDO miramos más de cerca a la totalidad de la persona, descubrimos
que existen seis aspectos esenciales en nuestras vidas como individuos humanos:
seis cosas inseparables de cualquier vida humana. Todas ellas juntas e
interactuando forman «la naturaleza humana)).
l. Pensamiento (imágenes, conceptos,
juicios, conclusiones)
2. Sentimiento (sensación, emoción)
3. Elección (voluntad, decisión,
carácter)
4. Cuerpo (acción, interacción con el
mundo físico)
5. Contexto social (relaciones
personales y estructurales con los demás)
6. Alma (el factor que integra todos los
elementos mencionados para formar una vida)
Dicho con sencillez, cada ser humano piensa (tiene una vida mental), siente, decide, interactúa con su cuerpo y su contexto social, y (en mayor o menor medida) integra todo lo anterior como partes de una vida. Estos son los factores esenciales del ser humano, y nada que sea esencial a la vida humana se sitúa fuera de ellos. El ideal de la vida espiritual, según la concepción cristiana, es aquel en que todas las partes esenciales del ser humano están organizadas de manera efectiva alrededor de Dios, siendo restaurados y sustentados por Él.
La formación espiritual en Cristo es el proceso que conduce a este objetivo ideal, y su resultado es el amor a Dios con todo el corazón, alma, y fuerza, y al prójimo como a uno mismo. El yo humano queda entonces plenamente integrado bajo Dios. La salvación o liberación del creyente en Cristo es esencialmente holística, es decir, que afecta a la totalidad de su vida. David el salmista, hablando de su propia experiencia, pero expresando de manera profética el pensamiento de Jesús el Mesías, dijo:
«Bendeciré al
SEÑOR
Que me
aconseja; en verdad, en las noches mi corazón me instruye.
Al SEÑOR he
puesto continuamente delante de mí;
porque está a
mi diestra, permaneceré firme.
Por tanto, mi
corazón se alegra y mi alma se
regocija;
también mi carne morará segura»
(Salmo
16:7-9).
Observa cuántos aspectos del yo aparecen
explícitamente en este pasaje: la mente, la voluntad, los sentimientos, el
alma, y el cuerpo. Una cuestión fundamental para entender la formación
espiritual tal y como la encontramos en las tradiciones cristianas es seguir de
cerca la manera en que los escritos bíblicos se centran, de manera repetida y
enérgica, en las diferentes dimensiones esenciales del ser humano y en su papel
dentro de la vida como un todo.
¡El
yo humano no es algo misterioso!
y AQUÍ HE DE SUPLICAR al lector que
tenga paciencia conmigo de nuevo, y que no tome lo que diré aquí como algo
meramente académico. El yo humano, como ya he dicho, no es «misterioso» en
ningún sentido que no sea aplicable por igual a cualquier otra cosa que existe.
Para entender cualquier cosa se requiere, por supuesto, una cierta medida de
atención inteligente y metódica investigación. Algo puede no ser misterioso,
pero tampoco obvio. Y algunos temas son más difíciles de aprehender que otros.
Sin embargo, Dios lo ha creado todo de tal manera que son inherentemente
inteligibles.
En última instancia, por supuesto,
la existencia misma de cualquier cosa es algo misterioso en el sentido de que
se enmarca en el misterio de Dios. Aquello que explica todo lo demás, Dios
mismo, ha de ser inexplicable en un sentido importante (aunque no necesariamente
incognoscible por completo). Sin embargo, por lo que hace a la naturaleza del
ser humano, es simplemente un cierto tipo de todo formado por partes con
propiedades y funciones que dan origen a personas totales con nuevas
propiedades y funciones. Éstas, a su vez, posibilitan las relaciones que las
personas desarrollan con las esferas natural y social y -más allá de todas
ellas, si tales personas están plenamente vivas como seres espirituales- con el
reino de Dios. Esto es lo que constituye la naturaleza humana.
y el tema de nuestro estudio al
acercarnos a la vida humana -nuestra<<Unidad de análisis»- es la
totalidad de la persona en su contexto social y espiritual Los seis «aspectos»,
como les hemos llamado, representan ámbitos bien diferenciados de capacidades,
o cosas que todos los seres humanos -pero no las ardillas o las coles de
Bruselas- pueden y deben hacer:
mediante nuestro cuerpo podemos y
debemos sentir, pensar, elegir, actuar y recibir la acción de los demás. Hemos
de iniciar relaciones personales o carecer de ellas e integrar cada uno de
estos aspectos de nuestro ser con todos los demás. Esta última tarea es obra
del alma, como ya hemos observado, la cual representa el nivel más profundo de
unidad (o desmembración) en la vida de una persona y el objeto integral de la
redención.
Cada uno de los aspectos o
dimensiones de la persona será una fuente de debilidad o fortaleza para la
totalidad de la persona, dependiendo de la condición en la que esté, y tal
condición dependerá, finalmente, del corazón. Una persona preparada y capaz de
responder a las situaciones de la vida de un modo «bueno y correcto» es una
persona cuya alma está en orden, bajo la dirección de un corazón cultivado que
está, a su vez, bajo la dirección de Dios. Podemos ver mejor lo que esto
significa si tenemos en cuenta 10 que hace cada una de las dimensiones del ser
humano. (Ahora será una descripción breve y volveremos para dar un tratamiento
más completo a cada dimensión en capítulos posteriores.)
Un
breve estudio inicial de las seis dimensiones humanas
Pensamiento
El pensamiento pone cosas ante
nuestra mente de varias maneras (que incluyen la percepción y la imaginación) y
nos capacita para considerarlas en varios sentidos y trazar sus
interrelaciones. El pensamiento es aquello que capacita a nuestra voluntad (o
espíritu) para extenderse mucho más allá de las fronteras inmediatas de nuestro
medio y de las percepciones de nuestros sentidos. Por medio de él nuestra
conciencia penetra en las profundidades del universo, pasado, presente y
futuro, y hace mediante el razonamiento y el pensamiento científico, la imaginación
y el arte (también mediante la Revelación Divina, que nos llega principalmente
en forma de pensamientos).
Sentimiento
El sentimiento nos inclina o nos
aleja hacia las cosas que llegan a nuestra mente en los pensamientos.
Representa una sensación que puede ser agradable o dolorosa, junto con una
atracción o repulsión con
respecto a la existencia o posesión
de aquello acerca de 10 cual se piensa. El modo en que nos sentimos respecto a
la comida, los automóviles, las relaciones, posiciones, y cientos de otras
cosas ilustra este punto.
Fijémonos en que el sentimiento y el pensamiento van siempre juntos. Son interdependientes y nunca aparecen aislados. No hay sentimiento sin que algo haya antes estado en el pensamiento, ni pensamiento sin algún sentimiento positivo o negativo hacia aquello que se piensa. Lo que llamamos «indiferencia» no es nunca una total ausencia de sentimiento, positivo o negativo, sino simplemente un grado anormalmente bajo de sentimientos, por regla general negativos.
La conexión entre pensamiento y sentimiento es tan íntima que normalmente se considera que la «mente» está formada por la unidad pensamiento-sentimiento. Éste será aquí mi presupuesto. Sin duda, lamente entendida de este modo-o de cualquier otro- es un aspecto bastante complicado de la persona, con numerosas subdivisiones tanto en el pensamiento como el sentimiento. En el alma devastada por el pecado, la mente se convierte en un espantoso desierto y una mezcolanza sin concierto de pensamientos y sentimientos, que se expresan en desatinos intencionados, descaradas incoherencias y confusiones, con frecuencia hasta el punto de la obsesión, la locura, o la posesión. Esta condición de la mente es lo que caracteriza a nuestro mundo apartado de Dios. Satanás,
«el príncipe de este mundo» (Juan
12:31; 14:30), ejerce su dominio sobre él.
Voluntad
(espíritu, corazón)
La volición o elección es el
ejercicio de la voluntad, la capacidad de la persona para originar cosas y
acontecimientos que de otro modo no existirían o sucederían. Por «originar»
queremos incluir aquí dos de la cosas más preciadas de la vida humana: la
libertad y la creatividad. Realmente se trata de dos aspectos de la misma cosa,
cuando se entiende correctamente, que es el poder para hacer lo que es bueno o
lo malo.
El poder en cuestión 10 tienen solo
los individuos. Nada les obliga a originar el bien (o el mal) que llevan a
cabo. Pueden hacerlo o no. Aunque la libre acción tiene muchas condiciones,
tales condiciones no la determinan en absoluto. Puesto que se trata de nuestra
acción, a tales condiciones deberá añadirse el interior y nunca forzado «sí» o
«no» por el que la persona responde a la situación. Esta respuesta representa
nuestra contribución única a la realidad. Es nuestra, somos nosotros, más que
ninguna otra cosa.
Sin este «sí» interior no hay
pecado, puesto que solamente nosotros podemos pronunciar este «sí» (o «no»). El
pensamiento del pecado no es pecado, no es siquiera una tentación. La tentación
es el pensamiento más la inclinación a pecar (que posiblemente se manifiesta
con la delectación en el
pensamiento o la búsqueda de su
realización). Pero el pecado propiamente dicho se produce cuando interiormente
decimos «sí» a la tentación, cuando desearíamos llevar a cabo el acto aunque en
realidad no lo hacemos. Las mismas distinciones deben trazarse cuando se trata
de hacer lo que es bue-
no y correcto. Estas distinciones en
relación con la volición o elección cobrarán mucha importancia más tarde en
nuestro estudio.
Ahora hemos de ser muy claros al respecto: la facultad de la volición, y los hechos de la voluntad en que ésta se ejercita, forman el espíritu del hombre. En este sentido limitado y específico, lo «espiritual» no es simplemente lo inmaterial como hemos explicado antes, sino el núcleo central de la parte inmaterial del hombre. En nosotros hay muchas cosas que no son físicas y que tampoco son «espíritu» (es decir, no pertenecen a la voluntad).
Existe, pues, un espíritu en el
hombre (un espíritu que es suespíritu): el espíritu humano. Y si hemos de
entender qué es la formación espiritual, nos es necesario comprender lo que es
el espíritu del serhumano. Espíritu es, en general, aquello que se inicia por
sí mismo y se sostiene del mismo modo.
Solo Dios es puramente espiritual,
pura voluntad y carácter creativos. Únicamente Él puede decir en verdad:
«YO SOY EL
QUE SOY»
(Éxodo 3:14).
Él es, en su naturaleza esencial y
total, poder incorpóreo y personal Los seres humanos tienen solo un pequeño
elemento de espíritu -poder incorpóreo y personal- en el centromismo de lo que
son y de lo que llegan a ser.
En la formación espiritual, este
espíritu (o voluntad) es el elemento al que, por encima de todo, hay que
llegar, y que de manera especial ha de ser objeto de atención y transformación.
La voluntad humana es principalmente
la que debe recibir una naturaleza piadosa, para que ésta proceda entonces a
extender su piadoso influjo sobre toda la personalidad
Por tanto, la voluntad o espíritu es también, como hemos venido observando repetidamente, el corazón dentro del sistema humano: el núcleo de su ser. Esta es la razón de la enseñanza bíblica en el sentido de que el bien y el mal humanos son asuntos del corazón.
Es el corazón (Marcos 7:21) y el
espíritu (Juan 4:23) lo que Dios mira (1 SamueI16:7; Isaías 66:2) al
relacionarse con la humanidad, y al permitir que nos relacionemos con Él (2
Crónicas 15:4,15; Jeremías 29:13; Hebreos 11:6).
Y de igual modo que el pensamiento y el sentimiento son inseparables, así también la volición está estrechamente ligada a ellos. Para llevar a cabo una elección, uno debe tener algún objeto o concepto en la mente y algún sentimiento a favor o en contra de ello. No hay ninguna elección que no abarque tanto al pensamiento como al sentimiento.
Por otro lado, aquello que sentimos y pensamos es (o puede y debería ser) en grado sumo un asunto de elección. Las personas competentes y adultas serán muy cuidadosas respecto a la clase de cosas en que permiten que se ocupe su mente o aquello que se permiten sentir. Esto es algo crucial para los métodos prácticos de la formación espiritual.
Lamentablemente, el hecho de que los
sentimientos y pensamientos son en gran medida un asunto de elección es algo
que, en general, no se entiende (especialmente cuando se trata de los
sentimientos). A menudo, hablamos de los sentimientos como «pasiones», y esta
es una palabra que implica pasividad. Sin embargo, asumimos de hecho un papel muy
activo en el estímulo, control y manejo de nuestras «pasiones», como veremos en
un capítulo posterior.
Así que repitamos una vez más: lo
que tenemos ante nosotros en nuestro estudio de la formación espiritual es la
totalidad de la persona, y las diferentes dimensiones básicas del yo humano no
son partes separables. Son aspectos completamente interdependientes el uno del
otro en sus naturalezas y acciones.
Especialmente por lo que respecta al punto que nos ocupa ahora, la vida humana como un todo, no menciona solo mediante la voluntad. Todo lo contrario. No obstante, si la vida ha de ser de algún modo organizada, ha de serlo por la voluntad. Únicamente puede ser ordenada «desde dentro». Esta es la función de la voluntad o corazón: organizar nuestra vida como un todo y, sin duda, organizarla en torno a Dios. Y, por supuesto, la vida debe ser organizada, y bien, para que nuestra existencia pueda ser mínimamente tolerable para nosotros mismos y para quienes nos rodean. Todas las civilizaciones, al margen de su carácter, han reconocido esto. Una gran parte del desastre de la vida contemporánea radica en el hecho de que está organizada en torno a los sentimientos.
Las personas actúan casi siempre
movidas por sus sentimientos, y piensan que esto es lo correcto. La voluntad
queda entonces a merced de las circunstancias que evocan los sentimientos. La
formación espiritual cristiana debe afrontar este hecho de manera directa y
superarlo.
Cuerpo
El cuerpo es el punto focal de nuestra presencia en el mundo físico y social. En unión con él llegamos a existir y nos convertimos en la persona que seremos eternamente. Es nuestra fuente esencial de energía o «fuerza» -nuestro «transformado») personalizado-un lugar desde el que podemos incluso desafiar a Dios, al menos durante cierto tiempo. Y es el punto que recibe los estímulos del mundo que está fuera de nosotros y donde nos encontramos con los demás y somos encontrados por ellos.
Las relaciones personales humanas no
pueden separarse del cuerpo; y por otro lado, el cuerpo no puede entenderse
aparte de las relaciones humanas.
Es esencialmente social. Por tanto,
nuestros cuerpos son y serán para siempre una parte de nuestra identidad como
personas. Yo, por ejemplo, seré para siempre hijo de Mayrnie Joyce Lindesmith y
de Albert Alexander Willard.
Mi cuerpo me lo dio Dios por medio
de ellos, y ellos aportaron un contexto social y espiritual que, más que
ninguna otra cosa, hace de mí la persona que soy.
Algo a la par importante es que se
trata del cuerpo desde el cual vivimos.
Ya hemos dicho que NO VIVIMOS
solo por la voluntad. ¡Menos mal!
Nuestras elecciones, cuando se
integran en nuestro carácter (se explicará más adelante) se «subcontratam» o
«delegan» a nuestro cuerpo en su contexto social, donde entonces se producen
más o menos «automáticamente», sin que tengamos que pensar en lo que estamos
haciendo.
y esto es, en general, algo muy
bueno. Recuerda simplemente en lo engorroso que es tener que pensar en lo que
estamos haciendo (por ejemplo, cuando aprendemos a patinar, a conducir o a
hablar un idioma). El propósito mismo de aprender o formarnos en una actividad
específica es conseguir dominarla sin tener que pensar o tomar decisiones al
respecto. El cuerpo hace que esto sea posible. Tiene un «conocimiento» propio.
Por supuesto, esta característica básicamente buena e incluso gloriosa del cuerpo -su capacidad de «tener vida propia», como si dijéramos es también un problema fundamental en la formación espiritual, y una de sus esferas esenciales. Ya que, formado en un mundo erróneo y perverso, el cuerpo llega a actuar «antes de pensar», y sufre el influjo «del pecado en sus miembros», como dijera Pablo; algo que puede frustrar la verdadera intención de nuestro espíritu o voluntad al anticiparse a ella.
«No soy yo», clama el apóstol, «sino el pecado que habita en mí»
(Romanos 7: 17).
Y
«el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne,
pues éstos se oponen el uno al otro,
de manera que no podéis hacer lo que deseáis».
(Gálatas 5: 17).
Sin embargo, al mismo tiempo, esta
sorprendente capacidad del cuerpo implica que éste (como las demás dimensiones
de la vida humana) puede ser re-formado para convertirse en aliado nuestro en
la meta de asemejamos a Cristo. Tal reforma del cuerpo es una parte fundamental
del proceso de formación espiritual, como veremos después. El cuerpo no es,
según el punto de vista bíblico, esencialmente malo y, aunque está corrompido
por el mal, puede ser liberado. La formación espiritual es también y
esencialmente un proceso corporal. No puede conseguirse a no ser que el cuerpo
sea también transformado.
Contexto social
El yo humano necesita arraigarse en
otros. Esto es principalmente un asunto ontológico (una cuestión de ser lo que
somos), y no solo moral (lo que hemos de ser). Y su aspecto moral se desprende
del ontológico.
El «otro» más fundamental para los humanos es, por supuesto, Dios mismo. Para el ser humano Dios es el hecho social supremo. Esta es la razón por la que, en general, las personas piensan con más frecuencia en Dios que, en ninguna otra cosa, más aún que en el sexo o la muerte. Sin embargo y puesto que todos hemos de estar arraigados en Dios -y realmente lo estamos, nos guste o no- nuestros vínculos para con los demás no pueden separarse de la relación que compartimos con Él, ni nuestra relación con Él de nuestros vínculos con los demás. Nuestras relaciones con los demás no pueden ser correctas si no vemos a estos otros en su relación con Dios. Mediante los demás, Él se acerca a nosotros y únicamente encontramos realmente a los demás cuando les vemos en Él.
«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano,
es un mentiroso;
porque el que no ama a su hermano,
a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto»
(l Juan 4:20).
Solo vivimos como debiéramos cuando estamos en una relación correcta con Dios y con los demás seres humanos (por ello, hemos citado los dos grandes mandamientos en el encabezamiento de este capítulo). Por esta razón, el bebé que no es recibido con amor por su madre y por los demás de su entorno sufrirá una herida de porvida y podría incluso llegar a morir. Debe establecer lazos afectivos con su madre o con alguien a fin de adquirir una identidad y una vida. El rechazo, no importa cuán lejano pueda situarse en el tiempo, es una estocada para el alma que, literalmente, ha matado a muchos. La cultura occidental es, en gran medida y sin saberlo, una cultura de rechazo.
Este es uno de los irresistibles
efectos de lo que se ha dado en llamar <<modernidad», y algo que afecta
profundamente las formas concretas que van configurando las instituciones
cristianas de nuestro tiempo. Se filtra en nuestras almas y es un enemigo
mortal de la formación espiritual en Cristo.
El poder de nuestras relaciones personales con los demás es lo que les da su incalculable importancia para la formación de nuestro espíritu y de toda nuestra vida, para bien o para mal. Y, por supuesto, nuestro cuerpo es el centro de estas relaciones, desde el ADN que lo configura hasta nuestra «imagen» (cuál es nuestro estilo o aspecto, y cómo vemos y somos vistos por los demás), desde el contacto físico y el trabajo hasta la conversación y oración que compartimos.
Sin embargo, el estar con los demás -nuestra dimensión social- es también algo inseparable de nuestros pensamientos, sentimientos, elecciones, y acciones interiores. Su existencia y naturaleza no son independientes de nuestro marco social. Aun nuestra relación con Cristo, nuestro Salvador, maestro y amigo, está situada en la dimensión social, junto con nuestro lugar en su cuerpo en la Tierra (su constante encamación, la Iglesia). Entendido correctamente, es cierto que «no hay salvación fuera de la Iglesia» (aunque no esta o aquella «iglesia» en concreto).
Alama
El alma es aquella dimensión de la persona que interrelaciona todas las otras dimensiones para que formen una vida. Es como una meta-dimensión o dimensión más elevada puesto que su campo de acción se sitúa en las otras dimensiones (el pensamiento, el cuerpo, etcétera), y por medio de ellas alcanza cotas cada vez más profundas en el inmenso medio ambiente de la persona de Dios y su creación. Se ha dicho que cada alma es una estrella del universo espiritual (al menos, éste fue su propósito original. Mateo 13:43). Y, sin duda, este es el punto de vista bíblico, entendiendo que «alma» es aquí un término que se refiere a la totalidad de la persona en su dimensión más profunda.
Puesto que el alma comprende y
«organiza» la totalidad de la persona, frecuentemente se entiende como una
referencia a la persona misma.
De manera natural hablamos de las personas como «almas». Pero por supuesto, el alma no es la persona. Es más bien la parte más profunda del yo por lo que respecta a su funcionamiento global; y al igual que el cuerpo, tiene la capacidad de funcionar -y lo hace en gran medida- sin una supervisión consciente.
El alma es, en cierto modo, como un ordenador que gestiona calladamente un negocio o un proceso de fabricación y únicamente nos acordamos de él cuando se estropea o ha de ser configurado para nuevas tareas. Puede ser significativamente «reprogramado» y también esto es una parte fundamental de lo que representa la formación espiritual (reformación) de la persona Puesto que el alma es algo tan integral y fundamental y, hasta cierto punto, tan independiente de cualquier supervisión consciente, el lenguaje bíblico y poético con frecuencia se refiere a ella en tercera persona. El salmista se pregunta:
«¿Por qué te
abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en
Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia».
(Salmo 42:5).
El rico de Lucas 12 dijo:
«y diré a mi
alma:
Alma, tienes
muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come,
bebe,
diviértete»
(versículo
19).
En su poema «The Chambered
Nautilus», Oliver Wendell Holmes escribe
«Constrúyete
más mansiones señoriales,
oh alma mía,
a medida que vuelan las veloces estaciones».
Sin embargo, a pesar de la inmensidad e
independencia del alma, el diminuto centro ejecutivo de la persona -es decir,
el espíritu o voluntad- puede redirigir y reformar el alma, con la colaboración
de Dios. Esto lo hace principalmente cambiando la dirección del cuerpo en las
disciplinas espirituales y encauzándo-
lo hacia otros tipos de experiencias
con Dios.
La imagen completa
HABIENDO DICHO TODO ESTO, será útil
para nuestros propósitos representar el yo humano mediante el siguiente
diagrama:
Observa que en este diagrama los círculos interiores no pretenden excluir a los exteriores sino, en parte, incorporarlos: superponerse a ellos sin agotarlos. Sin embargo, las facultades representadas por los círculos exteriores son siempre menos esenciales que las que representan los interiores.
Así es menos esencial la mente que el espíritu (corazón/voluntad), aunque el espíritu se entremezcla con la mente, y el cuerpo es menos esencial que la mente, aunque la mente se entremezcla con el cuerpo, etcétera.
Al situar al alma en el círculo más externo y en contacto directo con la realidad infinita, pretendemos indicar que es la dimensión más integral del yo, fundamental a todas las demás; pero también queremos expresar que se puede acceder a ella directamente desde fuentes situadas por completo fuera de la persona: fuentes como Dios, por supuesto, pero también posiblemente otras fuerzas tanto de carácter benigno como siniestro.
La pared externa del alma es quizá
como la membrana permeable de un organismo biológico, que está diseñada para
permitir el paso de algunos elementos foráneos, pero no de todos. Cuando esta
pared se derriba, los de dentro quedan a merced de fuerzas que no pueden controlar.
El alma puede ser únicamente protegida y funcionar correctamente cuando es
auxiliada por Dios. «He aquí, todas las almas son mías», dice el Señor (Ezequiel
18:4).
Influencia en la acción
HABLEMOS AHORA DE LA ACCIÓN. Nuestras acciones surgen siempre de la interacción de los factores universales de la vida humana: el espíritu, la mente, el cuerpo, el contexto social, y el alma. La acción nunca procede del solo movimiento de la voluntad. Con frecuencia -quizá normalmente- lo que hacemos no es el resultado de elecciones deliberadas y simples actos de la voluntad, sino más bien de ceder a las presiones que actúan sobre la voluntad desde alguna de las dimensiones del yo.
Entender esto es necesario para la comprensión y la práctica de la formación espiritual, que está condenada al fracaso si se centra únicamente en la voluntad.
La incapacidad de las meras buenas
intenciones para conseguir obrar como es debido queda claramente reflejada en
las palabras de Jesús:
«El espíritu
está dispuesto,
pero la carne
es débil>.
Si las seis dimensiones están adecuadamente
alineadas con Dios y con lo que es bueno -y por tanto la
una con la otra- este «simple ceder»
será algo bueno, y nuestras acciones serán simplemente el buen fruto del buen
árbol. Pero si tales dimensiones no están así alineadas, serán los inevitables
malos frutos del árbol malo.
Hemos de entender claramente que existe una rigurosa coherencia entre el yo humano y sus acciones. Esta es una de las cosas respecto a las cuales somos más proclives a auto engañamos. Si obro mal, soy la clase de persona que hace el mal; si obro bien, seré la clase de persona que obra bien (1 Juan 3:7-10).
Las acciones no son imposiciones sobre quienes somos, sino expresiones de ello. Proceden de nuestro corazón y de las realidades interiores que éste supervisa y con las cuales interactúa.
En nuestros días, una de las racionalizaciones más corrientes del pecado o de la insensatez se refleja en la expresión: «Bueno, simplemente he cometido un error».
Aunque hay una parte de
verdad en tal comentario, no es precisamente la que pretenden quienes suelen
hacerlo. Esta afirmación no les exonera de su responsabilidad. Puede ser cierto
que en otras circunstancias no hubiera llevado a cabo el acto irresponsable o
pecaminoso en cuestión, y aunque puede que lo que hiciera no sea un fiel
reflejo de la clase de persona que soy, «cometer un error» sílo es: soy la
clase depersona que «comete errores». «Cometererrores» muestraquién soy como
persona. Soy, hasta la médula, en lo más profundo de mi ser, la clase de
persona que «comete errores», lo cual no es precisamente algo muy grato ni
prometedor. Sea cual sea, mi acción procede de la totalidad de mi persona.
Este diagrama representa el sistema humano en sí mismo. La voluntad o espíritu, siendo como es una facultad diminuta, está en gran medida a merced de las fuerzas que le influyen desde el yo más amplio y más allá de él. La función que Dios proyectó para la voluntad es que ésta tendiera la mano a Dios confiadamente. Al mantenernos en una correcta relación con Dios, mediante nuestra voluntad podemos recibir la Gracia que reordenará nuestra alma adecuadamente en relación con los otros
cinco elementos del yo.
En la vida apartada de Dios, el orden de sujeción es:
v Cuerpo
v Alma
v Mente (Pensamiento/Sentimiento)
v Espíritu
v Dios
Este es el orden que impera en cualquier clase de idolatría, incluida la
de quienes adoran «la buena vida», como se le llama con frecuencia.
«Existen dos
dioses»,
dijo Tolstoy en una ocasión.
«Está el dios
en quien la gente cree en general: un dios que ha de servirles a ellos
(en ocasiones
de maneras muy sofisticadas, digamos que meramente dándoles paz mental).
Este dios no
existe.
Sin embargo,
el dios a quien la gente olvida -el Dios a quien todos hemos de servir- sí
existe,
y es la causa
primera de nuestra existencia y de todo lo que percibimos».
En la vida sujeta a Dios, por el contrario, el orden de sujeción es:
ü Dios
ü Espíritu
ü Mente (Pensamiento/Sentimiento)
ü Alma
ü Cuerpo
Aquí el cuerpo sirve al alma; el alma, a la mente; la mente, al espíritu; y el espíritu, a Dios. De manera inversa, la vida «de lo alto» fluye desde Dios a través de la totalidad de la persona, incluido el cuerpo y su contexto social.
El primer orden es característico de
lo que Pablo describe como «la mente puesta en la carne», que es «muerte»
(Romanos 8:6). El último expresa el significado de «la mente puesta en el
Espíritu», que es «vida y paz». Para el individuo que vive lejos de Dios, «la carne»
llega a ser en la práctica, simplemente su cuerpo. Tener al cuerpo como nuestra
principal preocupación hace que nos sea imposible agradar Dios y, al mismo
tiempo, asegura la absoluta inutilidad de nuestra vida.
«Porque los
que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne,
pero los que
viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu.
Porque la
mente puesta en la carne es muerte,
pero la mente
puesta en el Espíritu es vida y paz;
ya que la
mente puesta en la carne es enemiga de Dios,
porque no se
sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo»
(Romanos
8:5-7).
Cuando la ordenación del sistema
humano bajo la autoridad de Dios es completo-lo cual sin duda no sucederá nunca
plenamente en esta vida dada la dimensión social del yo y nuestra finitud en el
medio espiritual global que nos rodea- tenemos entonces personas que aman
«AL SEÑOR
[SU] DIOS CON TODO [SU] CORAZON,
y
CONTODA[SU]ALMA,
y CONTODA
[SU] FUERZA,
Y CON TODA
[SU] MENTE;
Y A [SU] PROJIMO COMO A [SI] MISMO»
(Lucas 10:27,
vertambién Marcos 12:30-33).
Cuando somos así, la nuestra es una
vida eterna. Todo lo que hacemos cuenta para la eternidad y es allí preservado
(Colosenses 3:17).
El espíritu debe primero revivir por
medio de Dios y para Él, por supuesto. En caso contrario seguimos muertos para
con Él en delitos y pecados (Efesios 2: 1). Sin embargo, una vez que el
espíritu revive en
Dios, pueden dar comienzo los largos
procesos de someter a Dios todos los aspectos del yo. Este es el proceso de la
formación espiritual visto en su totalidad.
El punto central de este libro es que la transformación espiritual solo tiene lugar a medida que cada una de las dimensiones esenciales del ser humano es transformada a semejanza de Cristo bajo la dirección de una voluntad regenerada que interactúa en constantes contactos con la Gracia de Dios.
Tal transformación no es resultado del simple esfuerzo humano y no puede conseguirse solo presionando a la voluntad (corazón, espiritu).
Israel y nosotros
Como sucede con frecuencia, en los
acontecimientos históricos del Antiguo Testamento encontramos un interesante e
instructivo paralelismo con la vida espiritual del individuo. En el horno de la
esclavitud egipcia, los descendientes de Abraham se convirtieron en un pueblo
de rasgos bien definidos. Aunque Dios estaba obrando, como siempre, en un sentido
amplio, los israelitas vivían, según creían, bajo el dominio total de un
sistema de dioses que se centraba en el Faraón. Es decir, mientras vivieran
bajo la esclavitud egipcia estarían «muertos» al Dios de Abraham, Isaac y
Jacob. Para Israel, tal Dios no significaba nada, nada teníaque ver con ellos.
A su debido tiempo, Dios se les acercó mediante un don nadie (Moisés [Hechos 7:37-40]), de igual modo que se acerca a nosotros mediante Jesús (Hechos 7:52; Hebreos 13:12-14). Mediante una intervención en su estado de muerte (Deuteronomio 11:1-7) les llevó a ellos (y más tarde a nosotros) a una nueva vida en la cual se relacionarían interactivamente (pacto) con Él. Esta relación interactiva y enmarcada en el pacto es vida eterna (Juan 17:3). Esto es 10 que significa haber «nacido de arriba» (lo cual se supone que Nicodemo, como maestro de Israel, debería haber entendido, sin embargo, no podía porque él tenía solo «la mentalidad de la carne» y, por ello, solo podía pensar en términos de 10 «natural» [ver Juan 3:10]).
Pero esta clase eterna de vida no es
algo pasivo. La pasividad fue para los israelitas, y es para nosotros uno de
los mayores peligros y dificultades de nuestra existencia espiritual. La tierra
que les había sido prometida era increíblemente fecunda: «tierra que fluye
leche y miel», como se la describe en repetidas ocasiones. Sin embargo, aún
tenía que serconquistada mediante una acción humana CUIdadosa, persistente, e inteligente,
quese extendería durante un largoperíodo de tiempo.
Al comienzo de la conquista de la
Tierra Prometida, las murallas de Jericó cayeron, para poner de relieve la
presencia y el poder de Dios.
¡Bienvenidos al reino! Sin embargo,
esto no sucedió nunca más. Los israelitas tuvieron que tomar las ciudades
restantes en una lucha cuerpo a cuerpo, aunque siguieron teniendo siempre la
ayuda divina.
y 10 mismo que aconteció entonces en
la conquista de la Tierra Prometida, se aplica a cualquier ser humano
individual que se acerca a Dios. Los israelitas fueron salvados o liberados por
Gracia de igual modo que, sin duda, 10 somos nosotros. Pero en ambos casos, «Gracia»
significa que hemos de ser -y se nos ha capacitado para que seamos- activos en
una medida que nunca antes 10 hemos sido.
La idea que Pablo tiene de la Gracia queda expresada en sus palabras:
«y Dios puede hacer que toda gracia abunde para vosotros,
a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas,
abundéis para toda buena obra»
(2 Corintios 9:8).
Vivimos, por tanto, en una intensa búsqueda de Jesucristo.
«A ti se aferra mi alma; tu diestra me sostiene», expresa el salmista
(68:3).
Y el clamoroso deseo de Pablo era
«conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos,
llegando a ser como Él en su muerte,
a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos»
(Filipenses 3:10-11).
¿Qué hemos de decir de cualquiera que piensa tener algo más importante que hacer que esto?
La obra de la
formación espiritual a semejanza de Cristo es la de reclamar la tierra de leche
y miel en la que estamos, de manera individual y colectiva, para vivir en ella
con Dios.
Dice el antiguo himno:
Desde las revueltas orillas del Jordán
Lanzo una mirada esperanzada
A las dulces y feraces tierras de Canaán
Donde mi rica posesión está bien
afirmada.
Sin embargo, el verdadero Jordán, el
«Jordán» espiritual, no representa la muerte física, como se ha entendido
normalmente. No tenemos por qué esperar ni hemos de hacerlo, hasta que muramos
para vivir en la tierra que fluye leche y miel; y si entramos ahora a esta
tierra, el paso a la muerte física no será más que otro día de la vida
interminable que habremos comenzado mucho antes. Esto es exactamente lo que
quería decir Jesús cuando afirmó:
«si alguno
guarda mi palabra,
no verá jamás
la muerte»
(Juan 8:51).
Caos
EL FISCAL QUE llevó la acusación
contra la infame familia Manson por sus asesinatos, más tarde escribió un libro
titulado Helter Skelter (Caos). Esta frase la tomó de una canción interpretada
por un famoso grupo de rock. Manson la utilizaba para describir el estado de
confusión en que estaba su vida y en el que se esforzaba en mantener a sus
seguidores. En un estado de caos nada tiene sentido, y todo tiene tanta
importancia como cualquier otra cosa. De modo que, por ejemplo, cuando
degüellas a alguien o le apuñalas repetidamente y muere, realmente tú no le has
matado ni él ha muerto. Esta era la enseñanza de Manson.
Aldous Huxley, en uno de sus
antiguos escritos, comentaba que entre sus compañeros de juventud las interminables
charlas acerca del «sin sentido» -el sin sentido de la vida y por tanto de todo
lo que hay en ella- eran simplemente una excusa que les permitía hacer
cualquiera cosa que les apeteciera. Su vida estaba organizada (o desorganizada,
para ser más exactos) en tomo a sus sentimientos y alborotadores pensamientos,
con la voluntad a remolque.
Sin embargo, cuando alguien quiere
ponerse resueltamente del lado del bien es necesario que las cosas tengan
sentido. Probablemente, no te gustaría que alguien en este estado de caos
viniera a repararte el cortacésped o el ordenador. La vida solo tiene sentido
si entiendes sus elementos esenciales y el modo en que éstos se interrelacionan
para formar el todo. El mal, por otro lado, da su mejor rendimiento en un
ambiente de confusión. Dios no es el autor de la confusión (1 Corintios 14:33).
Francamente, nuestro mundo cristiano visible no está muy lejos de este estado
de caos por lo que respecta a su entendimiento de la estructura de la persona
y, por tanto, de la vida y la formación espiritual. Es necesario que entremos a
fondo en las enseñanzas bíblicas sobre estas cuestiones. Sufrimos excesivamente
la influencia de una cultura que se nutre de la confusión. (Y de ahí su
negación de que los seres humanos tengan una naturaleza.)
Esto puede parecer una desabrida
afirmación respecto a nuestro «mundo cristiano» y siento tener que decirlo;
pero este asunto es demasiado importante para andarse con rodeos.
Mucho de lo que hacemos, por tanto, en nuestros círculos cristianos con muy buenas intenciones -con la esperanza, decimos, de ver un crecimiento constante y significativo a la semejanza de Cristo- simplemente no tiene sentido y no lleva a ninguna parte por lo que respecta a producir una formación espiritual sustancial.4
¡Pueden parecer palabras muy crudas!
Pero hemos de reconocer que son ciertas o, si son erróneas,
decir el porqué. Tengo la esperanza de que en este capítulo hayamos dado los primeros pasos importantes hacia un esclarecimiento de estos temas, que pueda servir de fundamento para una práctica eficaz de la formación espiritual cristiana.
Cuestiones para
la Reflexión y el Debate
1. ¿Cuál es la relación entre preocuparte por algo y entender su naturaleza? ¿Cómo afecta la «batalla contemporánea sobre la naturaleza humana» a nuestra capacidad para ocuparnos de nuestro bienestar y bondad?
2. ¿Qué es el
corazón y cuál es su papel en la vida humana?
3. ¿Cuáles son
las seis dimensiones esenciales del ser humano? ¿Deja esta lista de mencionar
alguna cosa importante?
4. Relaciona
las seis dimensiones con el Gran Mandamiento (Lucas 10:25-28) y con la
formación espiritual en Cristo.
5. Discurre acerca del papel que juegan los sentimientos en nuestra vida social y personal de hoy. En los medios de comunicación y en la cultura y artes populares. En las actividades de la iglesia. ¿Con qué frecuencia dirías que eres controlado por tus sentimientos? (¿en ocasiones? ¿nunca? ¿siempre?)
6. ¿Estás o no
de acuerdo con la explicación de la tentación que se expone en este capítulo?
7. ¿De qué modo
dependen la elección o la volición de nuestros pensamientos y sentimientos?
¿Por qué no nos es fácil cambiar nuestra voluntad? (<<¡La vida humana no
funciona solo mediante la voluntad!»)
8. «Nuestras
acciones dicen realmente quiénes somos» ¿Estás o no de acuerdo con esta
afirmación?
9. ¿Es válida
la comparación entre la toma por parte de Israel de la Tierra Prometida y
nuestra conquista mediante la Gracia y la acción de todas las dimensiones de
nuestra personalidad?