Por Fran Schmidt
La vez pasada, se tocó el tema de la perspicuidad de las escrituras, la enseñanza bíblica de que cada creyente puede sacar provecho espiritual de las Escrituras. Puede ser que, al reflexionar sobre esta enseñanza, surja una duda: "Si Dios bendice las Escrituras y si cada creyente puede sacar provecho de ellas, ¿dónde cabe la predicación y enseñanza de la Palabra? ¿Por qué hay que predicar y enseñarla?
Por supuesto, desde la antigüedad Dios ha ocupado a los seres humanos que lo conocen
para ser sus voceros a los demás. Entre muchas razones que Dios usa la enseñanza y la
predicación no obstante la perspicuidad de las Escrituras, se pueden mencionar dos.
Alguien una vez dijo que la buena predicación era
"la verdad expresada a través de la
personalidad del predicador."
Otro comentó que la mejor manera de preparar un sermón era estudiar un texto y orar sobre ello hasta que Dios realmente sacudiera su vida con esa verdad. Así que, una razón por la que Dios usa la predicación y enseñanza es por la dinámica de una vida transformada. Dios quiere que un maestro o predicador realmente aplique una verdad bíblica a su propia vida y de ahí que el predicador con el poder y la convicción de su propio ejemplo anime a los demás a aplicar la misma verdad bíblica a sus
vidas.
Por ejemplo, un tubo de PVC puede pasar agua de un lugar a otro. Un árbol hace lo mismo,
ya que las raíces chupan agua del suelo y la llevan a las hojas. Sin embargo, hay un enorme
contraste entre el tubo y el árbol: el agua pasa a través del tubo sin que haya cambio alguno
en el tubo; sin embargo, en el caso del árbol, el flujo del agua cambia al árbol, produciendo
crecimiento y vida. Dios no quiere que seamos nada más que trasmisores de información.
Dios quiere que la palabra transforme nuestra vida y que así prediquemos con convicción
desde nuestra propia experiencia.
Otra razón es que Dios usa la predicación para que el predicador o maestro sirva como
puente entre el texto bíblico con su trasfondo en el mundo antiguo y la audiencia que está
viviendo en el mundo moderno. Si bien cada creyente puede sacar provecho de las
Escrituras, hay que reconocer que hay retos para entenderlas bien y aplicarlas a la vida
moderna. Las Escrituras fueron escritas en otros idiomas diferentes al castellano, en medio
de culturas y costumbres diferentes a las nuestras, con referencias a lugares geográficos que
a lo mejor una congregación moderna no conoce. ¡No es de extrañar que haya textos que
son muy difíciles de entender!
También hay que entender un texto de la Biblia en su contexto inmediato (o sea, los versículos inmediatamente antes y después), en su contexto remoto (otros versículos en el mismo libro que tocan el mismo tema), a la luz de referencias cruzadas (textos a través de toda la Biblia que tocan el tema) y a la luz de la enseñanza general de la Biblia.
Un maestro o predicador entre mejor maneje estas cosas, más capaz será en dar una buena exégesis de un texto. Sin embargo, entender bien el texto es cruzar el puente sólo hasta la mitad. Para una buena exposición de la palabra no basta sólo entender la Biblia. También hay que entender a la audiencia. Hay que hacer una exégesis de las personas con quienes uno va a estar compartiendo la Palabra, porque sólo así va a poder aplicar bien las Escrituras a la vida de ellas.
Pensando en las personas que están bajo su ministerio, ¿cuáles son sus fuertes y sus debilidades? ¿Sus dones espirituales? ¿Sus valores? ¿Su historia personal? ¿Su vida familiar? En su trabajo, ¿cuáles tentaciones o retos enfrentan? ¿Cuáles son los pecados de la cultura en que viven?
Por supuesto, si el único contexto en que uno ve a alguien es el domingo en la mañana, será muy difícil conocerlo más que superficialmente. Por eso, hasta lo posible, es bueno buscar otras oportunidades para pasar tiempo con las personas a quienes uno ministra. Visítelos en sus casas y si es posible en su trabajo. Pase tiempo informal con ellos. Escúchelos, obsérvelos, ámelos y ore por ellos.
Muchas veces cuando la gente en la congregación tiene un encuentro con Dios durante la predicación, es porque el predicador con mucho esmero y oración ha hecho un buen trabajo de "puente".
vidas.
Por ejemplo, un tubo de PVC puede pasar agua de un lugar a otro. Un árbol hace lo mismo,
ya que las raíces chupan agua del suelo y la llevan a las hojas. Sin embargo, hay un enorme
contraste entre el tubo y el árbol: el agua pasa a través del tubo sin que haya cambio alguno
en el tubo; sin embargo, en el caso del árbol, el flujo del agua cambia al árbol, produciendo
crecimiento y vida. Dios no quiere que seamos nada más que trasmisores de información.
Dios quiere que la palabra transforme nuestra vida y que así prediquemos con convicción
desde nuestra propia experiencia.
Otra razón es que Dios usa la predicación para que el predicador o maestro sirva como
puente entre el texto bíblico con su trasfondo en el mundo antiguo y la audiencia que está
viviendo en el mundo moderno. Si bien cada creyente puede sacar provecho de las
Escrituras, hay que reconocer que hay retos para entenderlas bien y aplicarlas a la vida
moderna. Las Escrituras fueron escritas en otros idiomas diferentes al castellano, en medio
de culturas y costumbres diferentes a las nuestras, con referencias a lugares geográficos que
a lo mejor una congregación moderna no conoce. ¡No es de extrañar que haya textos que
son muy difíciles de entender!
También hay que entender un texto de la Biblia en su contexto inmediato (o sea, los versículos inmediatamente antes y después), en su contexto remoto (otros versículos en el mismo libro que tocan el mismo tema), a la luz de referencias cruzadas (textos a través de toda la Biblia que tocan el tema) y a la luz de la enseñanza general de la Biblia.
Un maestro o predicador entre mejor maneje estas cosas, más capaz será en dar una buena exégesis de un texto. Sin embargo, entender bien el texto es cruzar el puente sólo hasta la mitad. Para una buena exposición de la palabra no basta sólo entender la Biblia. También hay que entender a la audiencia. Hay que hacer una exégesis de las personas con quienes uno va a estar compartiendo la Palabra, porque sólo así va a poder aplicar bien las Escrituras a la vida de ellas.
Pensando en las personas que están bajo su ministerio, ¿cuáles son sus fuertes y sus debilidades? ¿Sus dones espirituales? ¿Sus valores? ¿Su historia personal? ¿Su vida familiar? En su trabajo, ¿cuáles tentaciones o retos enfrentan? ¿Cuáles son los pecados de la cultura en que viven?
Por supuesto, si el único contexto en que uno ve a alguien es el domingo en la mañana, será muy difícil conocerlo más que superficialmente. Por eso, hasta lo posible, es bueno buscar otras oportunidades para pasar tiempo con las personas a quienes uno ministra. Visítelos en sus casas y si es posible en su trabajo. Pase tiempo informal con ellos. Escúchelos, obsérvelos, ámelos y ore por ellos.
Muchas veces cuando la gente en la congregación tiene un encuentro con Dios durante la predicación, es porque el predicador con mucho esmero y oración ha hecho un buen trabajo de "puente".
Que seamos fieles enseñando la palabra de Dios.
ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.
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