BIBLIA,
INSPIRACIÓN DE LA
El concepto de inspiración no se aplica unívocamente a cualquier escrito, porque
todo escrito puramente humano es falible, puesto que el ser humano puede
equivocarse, ya sea en la percepción, ya sea en la apreciación (el juicio
crítico), de los hechos. En cambio, la Biblia, por ser Palabra de Dios, no
admite error en sus lenguajes originaros.
También
es necesario distinguir la inspiración de la revelación y de la iluminación.
Revelar, del lat. revelare = quitar el velo, significa, por su misma etimología, el
acto por el cual Dios nos descubre algo que, por nuestros propios medios, nunca
podríamos llegar a conocer.
Iluminar, del lat. illuminare = despedir luz, es el acto por el cual Dios nos abre los
ojos del espíritu para que podamos entender verdades cuyo profundo sentido no
está patente (cf. p. ej. Ef. 1:18–19). Notemos de paso que la iluminación no
afecta a las Escrituras (la Biblia tiene su luz propia), sino al sujeto que
examina las verdades de la Biblia.
En cambio, inspirar, del lat. inspirare = soplar adentro de algo, es «el acto por el cual Dios
pone su aliento, su pnéuma, dentro de
su propia autorrevelación». Los lugares donde aparece explícita esta
inspiración son especialmente dos que analizaremos a continuación: 2 Ti. 3:16 y
2 P. 1:21.
2 Ti. 3:16 dice así lit. «Toda Escritura (es)
soplada por Dios y provechosa para enseñanza, para refutación, para corrección,
para educación la (que es) en (la) justicia.»
Para
nuestro objetivo basta el análisis de las tres primeras palabras del v.
(1)
Pása = toda, es un adj. distributivo,
significando: todas y cada una de las partes.
(2)
Grafé = Escritura, significa las
Sagradas Escrituras (es decir, la Biblia), como se ve por el sinónimo hierá grámmata = Sagradas Letras, del v.
15.
(3)
Theópneustos = soplada por Dios; por
tanto, investida de la autoridad e infalibilidad de Dios (cf. Biblia, Autoridad
de la).
2 P. 1:21 dice así lit. «Porque no fue traída
jamás una profecía por voluntad de un ser humano, sino que llevados por el
Espíritu Santo hablaron unos hombres de parte de Dios.»
(1)
Advirtamos
en primer lugar que la profecía a la que Pedro alude es profecía de la
Escritura (v. 20), la palabra profética (v. 19. lit.), sinónimo de las
escrituras proféticas (Ro. 16:26) en las que Pablo encuadra toda la revelación
de Dios.
(2)
En
2o lugar, esa profecía de la que estamos tratando nunca fue traída
(gr. enéjthe) –nunca irrumpió– porque
lo quisiera un hombre, ya que (v. 20) no se hace por la forma personal como
entiende las cosas el profeta = los profetas no hablaban de su propia
iniciativa. Y en tercer lugar, los profetas hablaron de parte de Dios (gr. apó Theoú), desde Dios que les hacía
hablar, en la medida en que eran llevados por el E. Santo a expresar lo que
Dios quería.
Esto
nos lleva al punto siguiente, el de la extensión de la inspiración de la
Biblia. Es sumamente importante que este punto se entienda bien. Tenemos dos
datos seguros:
(A)
Según vemos por 2 Ti. 3:16, todas y cada una de las partes de la Escritura han
sido sopladas –inspiradas– por Dios.
(B)
Los autores sagrados no eran autómatas, no eran máquinas de escribir al
dictado. Ese no es el concepto de inspiración que nos sugiere la propia Biblia,
en la que vemos que cada escritor sagrado tiene un estilo peculiar y una
fraseología propia. En el acto de la inspiración, el Espíritu Santo movía las
facultades racionales (memoria, entendimiento y voluntad) del escritor, de
forma que éste, al ir usando esas facultades (recordando documentación,
escogiendo palabras y empleando la fraseología adecuada), lo hiciese a impulso
del Espíritu Santo, de forma que la Escritura– toda ella –tiene por autor a
Dios (autor trascendente) y al escritor sagrado (autor inmanente = instrumento
racional del E. Santo).
Así
que, a la pregunta: ¿Se extiende la inspiración a las palabras mismas de la
Biblia?, la respuesta correcta es la que, en Salamanca (1944), nos daba el
profesor dominico A. Colunga: Exténditur
ad verba quatenus apta = se extiende a las palabras en cuanto que son
aptas. Aptas, es decir, «adecuadas
para expresar la verdad que Dios nos quiere comunicar por medio del escritor
sagrado».
Termino
este artículo, resumiendo a fin de que queden bien claras estas dos ideas, con
base en el análisis conjunto de 2 Ti. 3:16 y 2 P. 1:20–21: «La Escritura es
inspirada; los escritores sagrados no son inspirados, sino movidos.»
Francisco Lacueva Diccionario Teológico Ilustrado