Una de las obras más célebres de Platón es la Politeia, traducida generalmente como La República y, a veces, con el elocuente subtítulo de Diálogos sobre la justicia.
Sócrates, Platón y Aristóteles pertenecen a ese grupo de filósofos griegos que aprendieron a encontrar certezas naturales reflexionando sobre aquello que percibían mediante los sentidos.
Platón tuvo geniales intuiciones, que han imperado en nuestra civilización desde hace más de dos mil años. Una de ellas es la idea de la verdad objetiva -diferente de la opinión-, de la que los hombres sólo podemos conocer una imagen.
Estos filósofos, amigos de la razón, configuraron un andamiaje que preparaba la venida del Cristianismo, y sobre el que se construyó la cultura cristiana.
Y en una cultura llena de dioses despiadados, vengativos, y llenos de ira, un Platón horrorizado con que inclusive se enseñe en las escuelas a dichos a dioses, apunta a lo que debería ser un Dios con todas las letras:
Asombrémonos, porque Platón -que nació cuatrocientos años antes de Cristo- parece estar hablando de Él
«Demos al completamente injusto toda la maldad de que es capaz, sin quitarle nada; antes bien, le permitamos que, cometiendo los más atroces delitos, sepa adquirirse con todos la reputación de hombre justificado; y por si acaso llega a tropezar, pueda levantarse luego al punto, y sea lo bastante elocuente para persuadir su inocencia a aquéllos ante quienes fuese delatado, y sea también fuerte, atrevido, y bastante poderoso…
Pongamos junto a éste al hombre de bien, cuyo carácter sea la sencillez y la ingenuidad, y que como dice Eschylo, sea más celoso de ser bueno que de parecerlo.
Quitémosle la reputación aún de hombre honrado… despojémosle de todo, salvo de la justicia, y para poner entre uno y otro una perfecta oposición, que sea tenido por el peor de los hombres, sin haber cometido jamás la menor injusticia; de suerte que su virtud sea puesta a las más fuertes pruebas, sin titubear ni por la infamia, ni por los malos tratamientos, sino que hasta la muerte camine con paso firme por las sendas de la justicia, pasando toda su vida por un malvado, siendo hombre de bien (…)
Digámoslo con todo, y si lo que voy a decir os parece demasiado fuerte, acordáos, Sócrates, que no hablo de mi cabeza, sino en nombre de los que prefieren la injusticia a la justicia. Dirán, pues, que EL JUSTO, tal como lo hemos pintado, SERÁ AZOTADO, atormentado, oprimido, y se le quemarán los ojos; y después de haberle hecho sufrir todos los males, SE LE PONDRÁ EN CRUZ».
Platón, La República o diálogos sobre la justicia
Sócrates, Platón y Aristóteles pertenecen a ese grupo de filósofos griegos que aprendieron a encontrar certezas naturales reflexionando sobre aquello que percibían mediante los sentidos.
Platón tuvo geniales intuiciones, que han imperado en nuestra civilización desde hace más de dos mil años. Una de ellas es la idea de la verdad objetiva -diferente de la opinión-, de la que los hombres sólo podemos conocer una imagen.
Estos filósofos, amigos de la razón, configuraron un andamiaje que preparaba la venida del Cristianismo, y sobre el que se construyó la cultura cristiana.
Y en una cultura llena de dioses despiadados, vengativos, y llenos de ira, un Platón horrorizado con que inclusive se enseñe en las escuelas a dichos a dioses, apunta a lo que debería ser un Dios con todas las letras:
Asombrémonos, porque Platón -que nació cuatrocientos años antes de Cristo- parece estar hablando de Él
«Demos al completamente injusto toda la maldad de que es capaz, sin quitarle nada; antes bien, le permitamos que, cometiendo los más atroces delitos, sepa adquirirse con todos la reputación de hombre justificado; y por si acaso llega a tropezar, pueda levantarse luego al punto, y sea lo bastante elocuente para persuadir su inocencia a aquéllos ante quienes fuese delatado, y sea también fuerte, atrevido, y bastante poderoso…
Pongamos junto a éste al hombre de bien, cuyo carácter sea la sencillez y la ingenuidad, y que como dice Eschylo, sea más celoso de ser bueno que de parecerlo.
Quitémosle la reputación aún de hombre honrado… despojémosle de todo, salvo de la justicia, y para poner entre uno y otro una perfecta oposición, que sea tenido por el peor de los hombres, sin haber cometido jamás la menor injusticia; de suerte que su virtud sea puesta a las más fuertes pruebas, sin titubear ni por la infamia, ni por los malos tratamientos, sino que hasta la muerte camine con paso firme por las sendas de la justicia, pasando toda su vida por un malvado, siendo hombre de bien (…)
Digámoslo con todo, y si lo que voy a decir os parece demasiado fuerte, acordáos, Sócrates, que no hablo de mi cabeza, sino en nombre de los que prefieren la injusticia a la justicia. Dirán, pues, que EL JUSTO, tal como lo hemos pintado, SERÁ AZOTADO, atormentado, oprimido, y se le quemarán los ojos; y después de haberle hecho sufrir todos los males, SE LE PONDRÁ EN CRUZ».
Platón, La República o diálogos sobre la justicia
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