martes, 22 de julio de 2014

La Propiciación y la Expiación


 

  I.      Definiciones

Según el uso de los griegos, propiciación significaba «aplacar la ira y ganar el favor», generalmente de alguna divinidad que se suponía ofendida, por medio del sacrificio de los dones del adorador.
El uso de expiación es parecido, ya que indica «borrar una culpa por medio de un sacrificio».
La palabra «expiar» (o «hacer expiación»), que se emplea con tanta frecuencia en relación con los sacrificios levíticos, representa la voz hebrea kaphar que, en su sentido literal, es «cubrir».
El significado es que Dios no «veía» las culpas a través de la sangre que le hablaba del sacrificio del Calvario.
La tapa de oro que cubría el Arca del Pacto (Ex. 25:17–22) se llamaba «el propiciatorio», o sea, «aquello que cubría»; por la misma razón, pues, Jehová no veía las Tablas de la Ley que condenaban al pueblo sino a través de la sangre salpicada en el propiciatorio en el Día de las Expiaciones (Lv. cap. 16).
Para comprender mejor el sentido normal de la palabra «propicar», podemos considerar la manera en que Jacob se afanó por aplacar la ira de su hermano ofendido, Esaú, por medio de presentes (Gn. 32:13–20).
Mandó varios grupos de sus siervos por delante llevando una gran riqueza de ganado, y luego, hablando consigo mismo, dijo: «Apaciguaré su ira con el presente que va delante de mí, y después veré su rostro; quizá le seré acepto.»
Había cometido la falta de robar la bendición paterna de su hermano, excitando así la ira de Esaú, y ahora quiere apaciguar su ira mediante presentes para granjearse el favor del hermano que pudo más que él.


   II.      La dificultad de la propiciación en la esfera espiritual

La ira de Esaú pasó pronto, y las divinidades de las gentes no son dioses, pero el Dios verdadero es un Dios de justicia absoluta e inflexible por Su misma naturaleza, de modo que Su justa ira en contra del pecador no puede aplacarse mediante los dones y los esfuerzos carnales del hombre.
¿Cómo, pues, puede ser propiciado?
¿Por qué medio se ha de expiar la culpa del hombre que tanto ofende a Su santidad?
¿Cómo se ha de satisfacer una justicia que es inflexible?


   III.      El medio

La solución del dilema se halla en la Cruz, donde la justicia de Dios se satisfizo v la fea mancha del pecado quedó borrada por la ofrenda de Cristo, hecha una sola vez (He. 9:28; Ro. 3:25, etc.).
El Sacrificio es sumamente eficaz, y todo el concepto se eleva infinitamente por encima de las ideas equivocadas de las gentes, por las razones siguientes:

A. DIOS MISMO proveyó la ofrenda que el hombre era totalmente incapaz de buscar; es decir, el Dios contra quien habíamos pecado provee el medio de satisfacer Su propia justicia.

B. El sacrificio tiene valor infinito por el excelso valor de Dios-Hombre, quien «gustó la muerte por todos» (He. 1:2–4; 2:9).

C. Tal ofrenda pudo ofrecerse en justicia por cuanto Cristo era, a la vez, Dios y Hombre.
No era un hombre entre muchos, sino EL HOMBRE por excelencia.
El que había creado la humanidad en su perfección, la incorporó en Su divina Persona por el misterio de la Encarnación, llegando a ser el segundo y postrer Adán.
Así pudo ser en toda la realidad el Hombre representativo, quien, sin mancha propia, se hizo responsable ante la justicia divina de los pecados de todos los hombres (He. 2:14; 2 Co. 5:21; 1 P. 2:22–24; Is. 53:4 y 5).

Téngase en cuenta que, cuando las Escrituras hablan de la propiciación y la redención por la SANGRE DE JESUCRISTO, quiere decir «la vida de Cristo, en su infinito valor, dada enteramente en expiació sobre el altar de la Cruz».
El significado del sagrado símbolo se aclara mucho en el capítulo 17 de Levítico, especialmente en el versículo 11: «porque la vida de la carne en la sangre está, la cual os he dado para hacer expiación en el altar por vuestras almas; porque la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace expiación» (Versión Moderna).
Por eso, «sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (He. 9:22).


   IV.      Su alcance

El apóstol Juan declara: «Y Él [Cristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn. 2:2 con 4:10).
De igual forma, el Bautista declara: «He aquí el Cordero de Dios que quita [en expiación] el pecado del mundo» (Jn. 1:29).
Esto quiere decir que la justicia de Dios queda satisfecha por la ofrenda de la Cruz, en orden a todos los pecados del pasado, del presente y del porvenir.
Desde luego, el alcance universal de la propiciación no indica que todas las almas han de ser salvas, sino que es posible que todas sean salvas si aceptan las condiciones del Evangelio: el arrepentimiento y la fe. Si resisten al Evangelio, se excluyen automáticamente de la salvación.
Hay expresiones en el griego del Nuevo Testamento que indican que Cristo murió a favor de todos, pero en lugar de muchos, pues solamente los creyentes le reciben como su sustituto.
La debida actitud del hombre pecador es la del publicano en el Templo, quien, con un hondo sentido de su necesidad, exclamó: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lc. 18:13).


Trenchard, E. (1972). Bosquejos de docrina fundamental (pp. 40–44). Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz.