jueves, 16 de septiembre de 2021

Romanos 7:1-6


 
Un ejemplo de libertad por medio de la muerte (Ro 7:1-3)


Cuando Pablo dice que habla con personas que conocen la ley (Ro 7:1) no está pensando en la Ley de Sinaí, sino en sistemas legales en general. 
Los cristianos en Roma estaban perfectamente familiarizados con las obligaciones legales, y el contrato matrimonial era conocido de todos, fuesen judíos o gentiles. 
El Apóstol saca su ilustración de la vida social, recordando a los hermanos que la mujer casada está unida a su marido por obligación legal. 
Sin embargo, si el marido muere, la mujer se halla libre de su persona y puede casarse con otro hombre sin que nadie pueda acusarla de ser adúltera.

La ley queda igual, pero la intervención de la muerte ha anulado su operación en este caso concreto. Algunos expositores creen que la ilustración no hace más que señalar el hecho de que la muerte termina con las obligaciones legales, pero Pablo no suele simplificar sus argumentos y queda fiel a sus términos. Por lo tanto, el que escribe cree que hemos de tomar en cuenta los términos ya usados en (Ro 6:6-10). 

La ilustración explicada (Ro 7:4)

La aplicación de la ilustración se halla en este versículo, que no es difícil con tal que comprendamos los términos y expresiones típicos del Apóstol que hemos recordado en el párrafo anterior. 
“Fuisteis muertos a la ley mediante el cuerpo de Cristo” señala el gran hecho de nuestra identificación con Cristo en su Muerte y su Resurrección, tema de (Ro 6:1-10). 
Su cuerpo fue el glorioso medio para llevar a cabo tan sublime obra (Col 1:22).

Lo que hemos de notar con cuidado es el significado de la frase: “para que seáis unidos a otro”, que sólo se entiende bien si recordamos que el primer marido es la naturaleza adámica que murió en la Cruz. 
Ya que éste se ha quitado de en medio por la “crucifixión”, nos hallamos libres para unirnos con el Cristo que fue levantado de entre los muertos. 
La nueva vida y experiencia se desarrollan “postmortem”, en la esfera de la resurrección.

Nuestra unión con Cristo en su muerte supone el fin de todo lo viejo. 
Nuestra identificación con el Resucitado, quien se presenta como Resurrección y Vida, determina la nueva vida en todos sus aspectos, ya que él vino para que tuviésemos vida, y que la tuviésemos en abundancia (Jn 10:10). 
La última frase de este importante versículo parece hacer eco de (Ro 6:21-23), pero el fruto no es ya el de un nuevo servicio, sino el producto de la nueva unión mística con Cristo. 
Al emplear la frase “unión mística” no echamos mano del lenguaje de los místicos que emplean métodos más bien psicológicos para conseguir lo que les parece ser el rapto místico, sino que señalamos la doctrina fundamental expuesta particularmente por Pablo; es decir, que el Espíritu de Cristo mora en el verdadero creyente para efectuar la unión con Cristo en la esfera real del acontecer divino. 
El fruto del Espíritu que se detalla en (Ga 5:22-23) procede de esta bendita unión y jamás se consigue por esfuerzos legales.

La operación de un nuevo principio (Ro 7:5-6)

1.El efecto de la Ley sobre la carne (Ro 7:5)

Nos será necesario examinar más detalladamente la frase “en la carne” al comentar la sección (Ro 8:5-9), y basta notar aquí que señala nuestra vida antigua cuando seguíamos las normas del hombre caído. La Ley enfocaba su luz sobre el pecado, pero, lejos de darnos fuerza para vencerlo, excitaba “los afectos pecaminosos”, o sea, la concupiscencia, el conjunto de los deseos del “yo” que se rebela contra la voluntad de Dios. Toda actividad carnal tendía a la inerte: fatídico y venenoso fruto del pecado en
todas sus formas, como ya hemos tenido ocasión de notar anteriormente.

2.La libertad del creyente unido con Cristo (Ro 7:6)

Desde luego, la Ley no muere, puesto que es una expresión de la voluntad de Dios frente al trágico fenómeno del pecado, y seguirá llevando a cabo su labor de escrutinio y de condenación hasta el fin de esta creación. 
En cambio, Pablo enseña que es el creyente quien ha muerto a la Ley, refiriéndose, desde luego, al yo adámico. 
Esto permite que la personalidad esencial viva con y para Cristo. 
Por lo tanto se halla desligado de la Ley (el verbo es “katargeo”, poner fuera de uso, anular, etc.), y sirve a Dios en la gloriosa novedad del Espíritu que se contrasta con la letra de la Ley, que queda caducada en cuanto al resucitado con Cristo. 
“La letra” en los escritos de Pablo equivale a la Ley en su forma externa. 

Citamos dos declaraciones más del apóstol Pablo que confirman e iluminan la profunda enseñanza del versículo que estamos estudiando, y que merecen nuestra cuidadosa atención: 
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne,
 os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, 
anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, 
que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” 
(Col 2:13-14).

 “Yo, por la Ley, morí a la Ley, a fin de vivir para Dios. 
Con Cristo he sido crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí, 
y lo que ahora vivo en la carne (= cuerpo aquí) lo vivo en fe, 
aun mi fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se dio a sí mismo por mí” 
(Ga 2:19-20).

Ernesto Trenchard

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