jueves, 14 de agosto de 2014

Relación y Comunión




Este estudio es algo similar al anterior acerca de la posición y de la práctica. Pero la  diferencia es lo suficientemente importante como para que le dediquemos un capítulo aparte.

Cuando una persona nace de nuevo se forma una nueva relación: viene a ser un hijo de Dios.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios

(Jn. 1:12).

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es

(1 Jn. 3:2).

Hay algo que es definitivo acerca de un nacimiento.

¿Has pensado alguna vez acerca de esto?

Una vez que ha habido un nacimiento permanece para siempre.

No puedes ir atrás y deshacerlo.

Se forma una relación que no puede ser alterada.

Digamos, por ejemplo, que los García acaban de tener un hijo.

No importa lo que suceda, aquel niño será siempre hijo de los García, y ellos serán siempre sus padres.

Más  adelante en la vida puede llegar a deshonrar a su familia, y ser causa de gran dolor.

Pero la relación permanece: el señor García es el padre, y él es aún el hijo de García.

Apliquemos ahora esto al creyente.

Mediante el nuevo nacimiento se forma una relación con DIOS el Padre.



El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,

De que somos hijos de Dios (Ro. 1:16).



Así que ya no eres esclavo, sino hijo;

y si hijo,

también heredero de Dios

por medio de Cristo (Gá 4:7).



Se trata de una relación que no se puede romper.

Cuando se ha llegado a ser hijo, se es siempre hijo.

Pero existe en esta verdad el otro lado de la moneda, y este lado es el de la comunión.

La comunión significa compartir en común.

Si la relación es unión, entonces la comunión sigue.

Y mientras que la relación es una cadena que no puede ser rota, la comunión es un

delicado hilo que se puede romper con facilidad.

El pecado rompe la comunión con Dios.

Dos no pueden andar juntos a no ser que estén de acuerdo (Am. 3:3),

y Dios no puede andar en comunión con Sus hijos cuando ellos pecan.



«Dios es luz, y no hay ninguna tiniebla en Él"

(1 Jn 1 :5).



Él no puede gozar de comunión con los que estén escondiendo maldad en sus vidas.

La comunión permanece rota en tanto que el pecado permanece sin confesar y sin ser abandonado.

Y la rotura de la comunión es algo muy serio.

Por ejemplo, una decisión tomada por un creyente cuando no está en comunión con Dios podría poner una mancha sobre el resto de su vida.

¡Cuántos creyentes enfriados han elegido un cónyuge incrédulo y han arruinado sus vidas en lo que respecta a la utilidad de ellos para Dios!

Sus almas han sido salvadas, pero sus vidas han quedado perdidas.



La rotura de la comunión atrae la disciplina de Dios.

Aunque el creyente se halla libre del castigo eterno por sus pecados, no se halla libre de las consecuencias del pecado en su vida.

¿A qué se debía que algunos de los santos corintios estuvieran enfermos?

Debido a que iban a la mesa de la comunión sin confesar primero sus pecados y corregirlos (l Ca. 11:29-32).

Algunos de ellos incluso murieron.

Ellos habían sido hechos aptos para el cielo mediante la obra redentora de Cristo Jesús, pero no eran aptos para continuar una vida de testimonio aquí en la tierra.



La rotura de la comunión resultará en una pérdida de galardones ante el Tribunal de Cristo (l Ca. 3: 15).

Todo el tiempo pasado fuera de comunión con Dios es un tiempo perdido para siempre.

Así mientras que nos gozamos en la verdad de que nuestra relación con Dios es imposible de romper, deberíamos temer mucho cualquier cosa que rompa nuestra comunión con nuestro Padre.

En realidad, el conocimiento de que la gracia nos ha introducido en una relación tan maravillosa debería constituir nuestro más poderoso motivo para mantener una comunión continuada con el Señor.

La gracia no alienta el pecado; constituye su más poderoso freno.



En el Antiguo Testamento, David constituye un ejemplo clásico de un santo cuya comunión con Dios quedó rota por el pecado.

Leemos de su confesión y restauración en los Salmos 32 Y 51.



En el Nuevo Testamento, se puede tomar el hijo pródigo como una ilustración de un  creyente caído volviendo a la comunión (Le. 15:11-24; aunque se interprete generalmente la historia como la conversión del pecador).

La comunión quedó rota por la rebeldía del hijo.

Pero era todavía un hijo, en un país lejano.

Tan pronto como volvió al hogar y empezó a confesar su pecado, la comunión quedó restaurada.

El padre corrió y se abrazó a su hijo, y le besó.



En 1 Juan 2: 1 leemos: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo".

Esto se escribe a los hijos, a aquellos que han nacido en la familia de Dios.

El ideal de Dios es que Sus hijos no pecaran.

Pero pecamos, y Dios ha procurado una provisión: « ... y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre».

Señalemos esto: "abogado tenemos para con el Padre".

Dios es aún nuestro Padre, incluso cuando pecamos.

¿Cómo puede esto ser así?

Porque la relación es algo que no se puede romper.

¿Qué sucede cuando pecamos?

«Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.»

Él empieza inmediatamente a obrar en nuestras vidas, llevándonos al lugar en el que nos hallemos dispuestos a confesar y abandonar nuestros pecados, para así gozar de nuevo de la comunión del Padre.

Cuando veo la diferencia entre la relación y la comunión, tengo una ayuda para comprender estos pasajes de las Escrituras.

También me hace apreciar la seguridad eterna que poseo en Cristo y ello me motiva a vivir en comunión con el Padre que tanto me ama.

Adaptado de:
 “¿Cuál es la diferencia?
William MacDonald